viernes, 4 de enero de 2013

UNA JUSTA DECISIÓN

Cuadro sobre lienzo Mujer con sombrero




La idea nació tras el accidente.
Yo sabía que tu magnetismo, tu roce mundano desafinaban con mi pobreza de ingenio.
Entendía que frente a tu perspicacia mis simplezas quedaban a la vista del ojo más distraído, tal vez por eso no sé que hizo que te fijaras en mí, pero no me importaba y pasando por encima de esa sensación de sombra que a tu lado parecía taparme, te quise ciegamente.
Hubo veces en que me parecía tener fiebre, sentirme enferma ante tu forma de moverte, de dar órdenes, de percibir con certeza hasta los pensamientos más cerrados de los otros; pero seguía hipnotizada por tu astucia, tu sagacidad, tus discursos.
Todo vos eras perfecto.
Un escritor talentoso que luchaba por sobresalir, destacarse entre los mediocres; un hombre inteligente dominado por las ansias de estar en la cima para desterrar a los oportunistas.
Un vigoroso lector, potenciado y creativo que desdeñaba los best-seller y se burlaba de ganadores de concursos patéticos con premios millonarios.
Siempre impecable, buceando en las tramas de las narraciones el verbo justo, el adjetivo ideal, la frase exacta. Herido de desilusión al tiempo que tus dones se enfriaban en la indiferencia de los editores, quienes perseguían éxitos y dividendos.
Ibas y venías por las oficinas de los periódicos, visitabas a los popes de las letras, te repartías en entrevistas con directores afamados, acercabas tus escritos a los jurados que te los devolvían insensibles.
Sordos y ciegos a tu estilo sin precedentes, ninguno te consideraba. Nadie publicaba tus trabajos, mientras vos veías triunfar tanto folletín coronado de laureles mediáticos.
Así vivías, enjaulado en la rabia de la injusticia, y tratando empecinado de seguir a pesar de los desplantes, soñando con tu nombre repetido en la tapa de los libros, encabezando reportajes, trepado en los temarios de las conferencias.
Entonces, cuando yo era sólo un accesorio a tu servicio, sin peso ni altura en los parámetros de tu balanza, justamente cuando menos me tenías en cuenta, ocurrió el accidente.
Una catástrofe a mi medida, igual que mi vida al lado tuyo: cruel, inesperada y en la que tampoco participé.
Un lugar alejado, una ruta concurrida. Un grupo de gente famosa, una mala maniobra. Una distracción amortiguando los reflejos.
Un choque trágico llegando a la plana de los diarios sobre el cierre de la edición, y que a vos te ignoró para siempre.
Porque te moriste.
Te moriste antes de que reconocieran tus valores y tus libros se apilaran en las mesas de las librerías, la gente te pidiera autógrafos, la prensa se interesara en vos.
Ocupé entonces el lugar de los preferidos en el escenario de los lutos. Esos momentos en que los demás nos miran piadosos, nos imaginan agobiados, desahuciados frente a la despedida de amores irremplazables.
Escrutan morbosos, adivinando dolores devastadores y se asoman como espiando la angustia del desventurado, del que ya nunca será feliz; del que quisiera también, haber muerto.
Pero yo era feliz, muy feliz.
Por fin la hora había llegado y podía empezar a parirme sin vos, a darle forma a mi verdadera imagen, podía volver a ser.
Y hasta podía tener voz y que me oyeran.
Para vos nada de lo mío podía tenerse en cuenta ni llevarse a cabo. Sin embargo, pude.
Invadí tu biblioteca, tus copias sin corregir, las novelas inconclusas, los cuentos inéditos.
Así, todos los papeles que guardabas apilados en estantes, estirados en cajones, sobre tu mesa, pasaron por mi aduana de rencores. Debió ser un sentimiento parecido al rencor el que me guió por tus laberintos y tus fronteras para arribar por fin, a mí misma.
Para ser franca, me dio placer matar a todos los personajes que había aborrecido en secreto y cambiarles los nombres, la estatura, el color de los ojos, distanciarlos de tus juicios, liberarlos de tus soberbias.
Zurcía, remendaba, espulgaba, puliendo como un tornero y transformando tus historias con tal fervor, que empezaron a llenarse de mí.
Al tiempo llamé a un editor.
La novela que vos habías escrito sin permitirme siquiera acercarme porque mi presencia te fastidiaba, fue lo primero que firmé con mi nombre.
Por supuesto le hice unos cambios, porque el título no coincidía con mi idea y el personaje mimado por vos que caminaba inmoral por la cuerda floja, terminó en un enfrentamiento justiciero y el muchacho del taller que tu autoría había asesinado volvió a vivir para casarse con la fotógrafa.
Y soy tan sensible que al tener el libro en las manos, casi lloré.
Vos que siempre recibiste negativas de las editoriales, no entenderías cómo trepó en las ventas hasta ser denominado “El libro del verano”. La publicidad aseguraba un entretenimiento ideal para lectores aceitados por pantallas solares, y a pesar de que te burlabas de los que leían a través de anteojos ahumados los críticos me premiaron sin importarles el color de los cristales.
El mismo editor me aconsejó firmar los derechos para la película del director americano, a quien le pareció mucho más justo el remate y le vio un contenido social que no hubieras podido imaginar.
Mi éxito seguía.
Los cuentos se multiplicaban porque tu mente brillante creó tantos héroes y antihéroes que pude repartirlos en varias narraciones, y les di vida, pasión y muerte en otra novela que significó el doble de ganancia.
No te imaginás el placer carnal que sentía cuando le serruchaba desgracias al personaje que vos habías castigado cruelmente y dejaba que milagros inesperados aliviaran a inocentes de capítulos de injusticia.
De los cuentos pasé a los poemas. Fue un poco más complicado pero, como estaba acostumbrada al hábito de la paciencia, compré un diccionario de sinónimos y me senté en tu escritorio a corregirlos con la firmeza de un espartano.
Recuerdo que tus sonetos eran impecables, pero no hizo falta que lo siguieran siendo porque el crítico más severo interpretó giros y metáforas donde jamás existieron y la tirada de mi libro batió el record de ventas traducido al alemán. Sin lugar a dudas la mejor poesía la dan a luz los audaces.
Los sentimientos que había guardado en la herida de tu desamor se hicieron palabras y la que no había tenido voz ni voto, ponía voces y acentos en cientos de bocas.
Y cuando un jurado internacional advirtió mis dotes con tanta vehemencia que antes de enterarse sus propios miembros, ya era la ganadora por unanimidad, supe que estaba en el camino justo.
Insospechadamente era reconocida a tal extremo que pasaste a ser “el marido de”.
Ni siquiera podrás acusarme de plagio porque mi trabajo de todos los días dista mucho de tus alturas literarias y como tu silencio no tiene retorno no oigo tus desacuerdos, pero si es verdad que el triunfo trasciende los mundos, allí donde estés, deben llegarte los ecos de mi fama.
Entonces, recordando mi terca sensibilidad y mi amor sin egoísmos, sentirás la tremenda desazón, la pena insostenible que me agobia por no tenerte a mi lado para compartir juntos el principio de la gloria.
Y como siempre te adelantabas a mis propias sensaciones, adivinarás también cómo lo lamento.
Ciertamente querido mío, cómo lo lamento.



                                                                         * * *

"De amores y desamores" .
Derechos Reservados.  (2010)



                                                                     


IMAGEN:  Cuadro sobre lienzo  "Mujer con sombrero"  de Celine Michel
Fuente: Internet

































































































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