jueves, 26 de enero de 2012

O BICO DA SAUDADE

(EL BESO DE NOSTALGIA)

Uxía caminaba sesenta y dos pasos todas tardes desde su casa de piedra hasta la plazoleta, cruzaba delante de la tienda de ultramarinos y por la misma acera desde allí tres rúas hasta llegar a los soportales del Ayuntamiento. Iba a esperar que colgaran en la puerta a las doce en punto, la cartilla de las bajas. El corazón le latía trémulo como una pomba, más tristeiro aún que las cruxas pensativas, cuando el ansia la llevaba por la corredoira y sus zocas apenas pisaban las silveiras, por donde prefería acortar camino.
Uxía entendía poco de letras, pero como le interesaban solamente dos, en los ojos llevaba la forma exacta de esas letras y tras esa forma, su mirada se multiplicaba desperdigada por las hojas entintadas.
- Nada, grazas a Deus, nada – decía Uxía al no hallarlas, el corazón cheo otra vez del canto arremansado de alalás y la temblorosa pomba y las cruxas, vueltas a sus nidos. Y se marchaba por el mismo camino, desandando los sesenta y dos pasos que la habían traído por el sendero de carballos.
Tres años antes, su mozo que era marinero desde niño, había sido destinado a las Quintas que partían hacia Madrid, para defender a las Españas, como decían en la aldea. Aquella tarde, cientos de muchachos como él, sanos y alegres, se apiñaban en la estación. El medio del alboroto, a Uxía, le pareció que los agariños que susurraba el novio, levantaban vuelo y partían lejos, muy lejos, por cielos de fuego y hierro y sintió que sus ilusiones eran más descarnadas que el silencio de las rapazas que suspiraban por amores emigrados a América.
Cuando el tren, rodeado de neblinas, fue desapareciendo metido en la cintura verde que bordeaba las vías, y la gente empezó a despoblar el andén, aún sentía Uxía el sabor dulzón y fresco del beso y oía la voz que prometía volver.
- Verás reíña, que pondréille o tuo nome – decía la voz en el oído de Uxía – o tuo nome a miña barquiña a volta, xeitosiña, a volta.
En Madrid, las Quintas se repartieron y Uxía no tenía de su mozo después de tanto tiempo, nada más que el beso de la despedida y aquella mano que se agitaba, hasta adelgazarse ahogada en la ría de la bella mirada celta.
Pero la mano y el beso no volvían y aquella despedida se fue tornando incolora, empeñada en quitarle también a Uxía, del beso larpeiro, recuerdo de sabores.
Se le ocurrió entonces a la muchacha, un domingo después de misa, santiguarse con agua de la pila de Santa Comba, y al pasarse los dedos con agua bendita por la boca, volvió a sentir aquella sensación purísima.
-Ah, pois mira donde istaba o bico, e eu sin sabelo – se dijo asombrada.
Le pareció vislumbrar en eso un milagro concedido y creyó, supersticiosa como todos los galegos, que era un anuncio de paz y de regreso y que meigas boas pronosticaban de esta clara forma, besos enamorados y una barca con su nombre.
Por esa beatitud inexplicable, segura de que hasta la Santa Compaña iba tras ella, sumó entonces a la salida diaria, un rápido paso por el atrio de la iglesia, la llegada a la marmórea pila torneada y el agua que, levantando con la punta de dos dedos, se llevaba a la boca.
Caminaba después hasta la plazoleta y bajando las escaleras, arrimándose a la puerta del Ayuntamiento, volvía a repartir sus ojos sobre todas las letras, y por fin, nada, grazas a Deus, nada, y otra vez, desandar el camino hasta su casa.
Un mediodía lluvioso de febrero, encharcadas las zocas y el pañuelo pegado a la trenza rubia, Uxía, después del ritual acostumbrado, paseó su inquietud por los nombres que apenas deletreaba y descubrió las letras que tanto había rezado para no descubrir. La P, y junto a la P, la M.
Las dos letras eran una sola letra esmerilada dentro del rocío desolado de sus ojos, y por esa mirada le entró una mordida de sierpe retorciéndole las carnes y un sofoco de dolor callado que le quemó el aire.
- Enton, que vou facer sin o meu queridiño, e maís con tódolos bicos que tiña para darle – dijo Uxía, herida de una pena sin remedio, herida de esa herida fatal que nace en el alma y no tiene cura.
Incrédula, con el cuerpo apretado en un puño de ferro, Uxía no supo qué hacer con esos besos que había guardado mientras la muerte rondaba la juventud de aquellos que alejados del calor de la lareira, luchaban en el frente, hermanos contra hermanos
Dolor sin voz, martirizado por el recuerdo, verde lamento de lembranzas que divaga entre as pedras e os cruceiros e os hórreos. Y rechonchía como el pardal y retorna como la anduriña a golpear con sus alas los ventanales de la ternura. Morriña de cristal quebrado, cantigas de incienso que solamente entiende el sentimiento gallego.
Caía la lluvia aún, con filo de machadiñas sobre las piedras y el viento cortaba de monte a monte, cuando Uxía, cruzando el atrio abovedado, fue hasta la pila de mármol y metió los dedos en el agua. Con la misma devoción con que tragaba la Hostia divina, se bebió el único recuerdo que le quedaba de aquel mozo marinero.
Lonxe o corpo, maís preto a alma de nostálgico son de gaita, un beso y una mano se deshacían, inmóviles, cenicientos, bajo el cielo de las Españas.