Mostrando entradas con la etiqueta críticas literarias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta críticas literarias. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de julio de 2015

OPINIÓN

CARRERA MAGISTRAL

                                                                                                          Por El Gato Pardo
Gato pardo

Hasta hace poco —y en los lugares más impensados—, siempre había alguno que me apabullaba por el éxito de sus avances profesionales. Bajo su diatriba toda mi humanidad quedaba boquiabierta.
La última vez, en una reunión de colegas, el desconocido recién presentado, quiso saber en qué país cursé el Master de Postgrado, qué orientación de Gestión  frecuentaba y cuál idioma elegí para editar mi tesis.
Hice gesto de “en eso estoy”… “lo tengo establecido para el próximo año”… “viajo este mismo verano”… Sin embargo, el susodicho adivinó de inmediato que era solamente un recurso para que mi ego no se cayera, herido de muerte, en medio del gentío.
—Bueno, bueno —sentenció con acento misericorde — nunca es tarde.
Me apabullé, traté de hacer memoria si en alguna oportunidad me habían otorgado una mención destacada, un Honoris. Tartamudeé, recordé que tengo una carrera llana y silvestre, oficio sin prensa expuesta, brega que brega todos los días en trabajos pasados de moda.
Silencio y horror.
No cabía más que acudir a un sicólogo. Su acertada visión me salvó de saberme  insignificante… durante cinco meses. Después de haberle confesado media vida, el terapeuta descubrió tantos pormenores que le pareció justo volver “pormayores” los honorarios.
Fin de las sesiones. A amañarse solito. Y no hay refute, la necesidad es la madre de todas la ciencias. Descubrí que existía una solución para frenar esta sensación de indigencia. Lo comprobé en el primer evento a mano.
—Ah, no te lo comenté, qué distracción la mía…, soy Comunicador.
Santo remedio, el que preguntó quedó anonadado. Logré su sonrisa aprobatoria. Una chica de busto pulposo se acercó interesada y el dueño de casa se felicitó de haberme invitado.
Por supuesto, puede ocurrir que quien pregunta no se repliegue, apunte cañones y quiera saber de qué se trata ser comunicador.
En ese momento, es elemental el lenguaje corporal: “Mírate, eres el colmo del bruto”, y de inmediato, una retahíla de suficiencia.
—Informa, notifica, transite, entera, avisa, anuncia, participa, revela. Dotado de luces para conversar, relacionarse, alternar, codearse, compartir.
El tío trastabilla. Aprovecho.
—Vamos, para ponerlo en claro: Un enemigo de estar con la boca cerrada, a ver si te enteras.
Y, por si vuelve al toro, le monto la cantidad de diferentes y variados tópicos de Comunicación.
Claro que me callo algunas cosas, hay secretos que nobleza obliga. Como que algunos títulos no son habilitantes, ni siquiera acreditados. Pero qué importancia tiene esa nimiedad. Lo importante es que un Comunicador siempre tiene algo para decir. Aún a contrapelo del momento adecuado y a pesar de que sus conocimientos lleguen al descrédito y hagan agua. Lo potable, es que no deje de parlamentar. Algo así como lo que decía mi madre: “Si lo dejan hablar, no lo ahorcan”.
Parlotear, y con el aval de que no hace falta instruirse. Basta pasarle una ojeada a Internet y pescar algún dato suelto, temas es lo que sobran. Y si son imprecisos, mucho mejor. Nada se pierde, todo se transforma, y el reciclado es sabrosa oportunidad.  Vamos para adelante.
Afortunadamente brinda ayuda la dinámica apabullante. Lo que ahora nos entra por los ojos, al parpadear ya pasa a ser pasado. Y hay que apurarse a decirlo, así ya podemos darle curso luego a otra chorrera de palabras que, por ley de vida, darán lugar a otras miles de novísima generación que abren los ojos por vez primera.
Para remate a favor, hay tanta novedad en el tema de grados y subcarreras, surgentes en niveles sociales, políticos, artísticos, publicitarios, humanitarios,… ¡El horizonte no tiene fronteras! Al menos esto lo pone claro la publicidad que alienta a encauzar futuro de éxito inmediato.
A lo que iba. Ya lo tengo resuelto, he dado en la tecla. Ahora me siento completo.

miércoles, 23 de abril de 2014

CRÍTICA LITERARIA

“EL OCÉANO AL FINAL DEL CAMINO”

Edinburgh International Book Festival
“-No existe tal Hombre de Arena, cariño- me respondió mi madre-. Cuando digo ´viene el Hombre de Arena´ quiero decir que tienen que ir a la cama y que sus párpados se cierran involuntariamente como si alguien les hubiera tirado arena a los ojos.” E. T. A. Hoffmann: El Hombre de Arena
Neil Gaiman (Porchester, Inglaterra, 1960) es un escritor muy singular porque guionó historietas, escribió literatura infantil y abordó novelas para adultos (como la que se comenta), siempre dentro de una veta fantástica. Pero, en esos tres ámbitos está influido por la inmensa literatura infantil de Lewis Carrol (Alicia en el país de las maravillas Detrás del espejo) y C.S. Lewis (Las crónicas de Narnia), a quienes cita en sus obras. Pero también alude a la canción de niños Wee Willie Winkie, y propone un desarrollo histórico distinto al que se conoce oficialmente en nuestro planeta, como lo hace J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos y El Hobbit. El espíritu de El maravilloso mago de Oz, de Lyman Frank Baum, también está presente.
Entre sus más famosas creaciones para chicos -que abarcan unos quince títulos-, figuran su novela Coraline (llevada al cine de animación por Henry Selick en 2009) y la colección de cuentos El día que cambié a mi padre por dos peces de colores.
Sandman
Pero el éxito que lo llevó al estrellato fue su novela gráfica The Sandman, para cuyo protagonista (aunque ya había un héroe homónimo en la factoría DC concebido por Joe Simon y Jack Kirby) seguramente se inspiró en el cuento de Hoffmann del epígrafe, a partir del cual  Sigmund Freud propuso Lo siniestro. Su amor por el género surgió durante la entrevista que en calidad de periodista le realizó al relevante guionista Alan Moore (responsable de los textos de Wachtmen y de V de Vendetta, entre otros). Hasta el presente esta obra se publicó en Estados Unidos durante el período comprendido entre enero de 1989 y marzo de 1996, y luego se recopiló en diez tomos. El primero, Preludios y nocturnos, narra como Sandman, también llamado Sueño, estuvo prisionero setenta años y es uno de los hermanos que conforman los Eternos. Aquí aparece toda una cosmogonía de mundos paralelos con monstruos, brujas, fantasmas que conducen a situaciones impresionantes a la vez que representan un mundo encantado. Los diez tomos abarcan todos los números de la saga, y el arte de Dave Mc Kean se destaca en sus cubiertas, que suelen comprender una figura central con transparencias y veladuras. Esa pintura está rodeada de estantes y cubículos que portan objetos variados (páginas escritas, hojas de plantas, manos, portalápices, huevos de piedra). De los dibujos de historieta participaron Sam Kieth y Mike Dringenberg (co-creadores de la serie) y Malcolm Jones III, mientras el color estuvo a cargo de Robbie Busch. Abundan cuadritos multiformes, paisajes a doble página y colores restallantes que generan un torbellino de extrañas imágenes. The Sandman registra un paisaje onírico propio de un cuento de hadas en el marco de una historia de terror.
Esa imaginación desorbitada se repite en el libro El océano al final del camino, narrado en primera persona por un chico de apenas siete años, que además de leer revistas de historietas frecuenta a clásicos como los ya citados Lewis Carroll y C.S. Lewis. Este último es el escritor de literatura infantil que más inspiró la estética de Neil Gaiman. Así, el protagonista se pregunta “¿Por qué a los adultos no les gustaba leer las historias que hablaban de Narnia, de islas secretas, contrabandistas y peligrosos duendes?” / “Los adultos siguen caminos. Los niños exploran”, y parece sumergirse en un hechizo a partir de dos sucesos iniciales que provocan un caos: un minero sudafricano se suicida en el auto de la familia y ésta contrata a la bella Ursula Monkten como ama de llaves, la que en el fondo es una criatura ligada a universos sobrenaturales que se superponen al nuestro. El pequeño le tiene miedo a Ursula y descubre el sexo al ver que su padre es seducido por ella.
El autor despliega un universo de ensueño, inocente e infantil,  y al mismo tiempo diabólico y monstruoso, habitado por criaturas quiméricas, en donde un océano puede caber en un  balde de agua. En realidad se trata de un multiverso mágico, donde tanto las sombras como el viento actúan como seres vivientes. El autor se aprovecha de las dudas que abriga la Física acerca de la composición de la mayor parte del cosmos para impregnar a éste con su fantasía. Y sugiere –dado que al chico se le alojó “un agujero en el corazón. Tienes dentro tuyo una puerta que conduce a otro mundo más allá del que tú conoces.”- que esa comunicación se realiza a través de los  agujeros de gusano (especulación científica sobre el espacio tiempo). Y el pequeño medita: “…que daba lugar a diversas dimensiones que se plegaban como figuras de origami y florecían como extrañas orquídeas, y que marcaría la última época buena antes de que se acabara todo y llegara el siguiente Big Bang…”
La prodigiosa prosa de Gaiman motiva que la lectura de la novela sea placentera y cautivante: la traducción de Mónica Faerna, profesional y superlativa, resulta una gran ayuda. Esa escritura pausada, puntillosa y poética está colmada de maravillosas imágenes (“El trueno gruñía y retumbaba en un rugido constante y monótono, como un león al que estuvieran haciendo enojar, y los relámpagos fulguraban y parpadeaban como un fluorescente estropeado. “/ “…y me puse a pensar, sin darme cuenta, en los santos locos de la historia antigua, los que iban a pescar la luna en un lago, con redes, convencidos de que el reflejo en el agua era más fácil de atrapar que el globo suspendido en el cielo.”) Su punto de vista es sumamente visual, hasta cinematográfico, y evoca los mejores filmes de Tim Burton y Wes Anderson.
Neil Gadman ganó los premios Hugo, Nébula, Locus, Howard Philips Lovecraft y Bram Stoker. Por El océano al final del camino obtuvo el Nacional Book Award a Libro del Año en Gran Bretaña.
“El océano al final del camino”, de Neil Gaiman  (Rocaeditorial, Buenos Aires, 2013, 240 páginas)




“SASHA DESPIERTA”

 ·                          


Sasha despierta

                                                                                                  Por Germán Cáceres

En cierto modo puede decirse que propone una reformulación contemporánea de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (1868), de Robert Louis Stevenson.

Miranda Vidal debe consultar a una psiquiatra porque sufre de doble personalidad: ella es una dibujante de ilustraciones infantiles que viste y actúa con excesiva formalidad y, de repente, y sin tener conciencia de ello, se transforma en la liberada Sasha, que usa ropas excitantes y no le escapa ni a la bebida ni al sexo: su perfil es cercano al de Lisbeth Salander, la heroína de la trilogía Millennium (2005/2007), de Stieg Larsson. “En casi toda la obra de Carlos Trillo (pensemos en Sarna, El síndrome Guastavino y Bolita) el sexo cumple un rol decisivo…” sostiene Lautaro Ortiz en el excelente prólogo de esta novela gráfica. El guionista arma un complicado rompecabezas, pero sale airoso enlazando convincentemente todos los cabos sueltos. Además, reproduce el habla cotidiana y desinhibida de la gente joven, sobre todo la que está al borde de cierta marginalidad social. No apela a textos superiores ni inferiores, sino sólo a diálogos y a las reflexiones de la protagonista. Esta historia perturbadora, en la cual rige la ambigüedad y campea el lesbianismo y la prostitución, gira en torno a la filmación de una película porno con un asesinato (snuff).

La historieta visualmente resulta encantadora: “Lucas Varela es de los más importantes dibujantes de los últimos años.”, afirma Ortiz, y en los tramos de viñetas mudas la narración se torna fascinante. En su trazo personal y moderno convoca al humor gráfico y al cine de animación. El estupendo diseño de página varía en forma constante y no se repite. La coloración arranca de un bordó naranja hasta distintas gradaciones de tonos que llegan al blanco puro y utiliza aplicaciones planas de valores bajos que otorgan a la historieta un clima de irrealidad. Por su sencillez y claridad da la sensación de que el artista hubiera abrevado en la escuela del cómic franco-belga.

El libro trae un “Bonus”, que es el plot de Los lindos con seis páginas de muestra, un proyecto del binomio que debió interrumpirse por el fallecimiento de Carlos Trillo en 2011. La propuesta del guionista era muy imaginativa y trataba en esencia del anhelo de juventud que en la actualidad desvela a los seres humanos. Las imágenes de Lucas Varela son impactantes.

El lector encontrará en Sasha despierta un final inesperado y audaz.

                                                                  * * *

Sasha despierta”, de Carlos Trillo y Lucas Varela
(Doedytores, Buenos Aires, 2011, 96 páginas).


*Germán Cáceres, escritor y dramaturgo argentino.



Foto: Germán Cáceres versiona "Tom Sawyer"
Acaba de aparecer en el Manual "A ver qué ves 6" (Santillana), la adaptación en historietas del capítulo 2 de "Las aventuras de Tom Sawyer", con guión de Germán Cáceres y dibujos de Mauro Vargas.

Recordamos que Cáceres es el responsable de la sección "Crítica literaria" de nuestra web www.carlossviamonte.com.ar y amigo de la biblioteca.

G.C. ha adaptado recientemente el guión en historietas del Capítulo 2 de "Las aventuras de Tom Sawyer" con ilustraciones del dibujante Mauro Vargas, que conforman el Manual "A ver qué ves 6" de diversas actividades escolares.
Editorial Santillana.

                                                                                     * * *


martes, 25 de marzo de 2014

LITERATURA JUVENIL



NO ES GÉNERO MENOR



La literatura infantil y juvenil exige conocimientos enfocados en agudos tópicos sociales y culturales y una esmerada calidad literaria pues sus lectores son personas en formación.
Hay otra cuestión -elemental-; la carnadura de su trama ha de interesar a nenas y varones para que sigan apeteciendo avanzar en ella, todo un logro frente a la natural dispersión en niños, púberes y adolescentes.
Así, la prioridad será la excelencia hacia quienes va dirigida manteniendo altura y peso literarios.


GERMÁN CÁCERES, notable dramaturgo y escritor con potentes recursos literarios, es una verdadera autoridad influyente en este género. Lo ameritan al podio, los numerosos libros de cuentos que ha editado, conferencias, exposiciones, y la repercusión que, entre los jóvenes, tienen sus historias.

Ahora veremos porqué.

Para iniciar, habrá que vislumbrar aquella imagen que todos tenemos de nuestra infancia, el “Había una vez”, y la alegría de saber que tras esa frase, lo onírico se tornaba real, y podíamos internarnos en el “universo salvador”. Es decir, “entrábamos en el cuento”.

A esa ceremonia apunta la talentosa obra de Germán Cáceres, remontar ese clima fantástico, acercar personajes y paisajes, y la expectación (no confundir con expectativa) que en esa edad configura el mundo que quiere habitarse, al fin, un mundo que salva del universo contrariado de los adultos. Para muchos sicólogos “el mundo del que se quiere escapar”, para muchos niños y jóvenes, descarnado mundo de incomprensiones.

Tomemos otro punto que hace que G.C. logre empatía con los chicos: su propia lengua.

Lector apasionado, escritor impecable, el genio del Autor logra la sintonía primordial para resolver los acentos, elegir los vocablos en una suerte de argot que diferencia a las expresiones generacionales y que Cáceres, aplica hábilmente. Tiene a su favor, una innata virtud: es cabal observador y halla la ruta del asombro que es la ruta que transitan los chicos, además de acertar, también, con la reflexión oportuna. Nada ínfimo, porque es esta aptitud la que lleva a que los chicos se identifiquen con sus historias.


  

En su último libro, EL FUTURO QUE FUE, el escritor suma en su presentación personal una confidencia dada en los códigos que mencionamos y que fronteriza el lenguaje de los chicos, quienes perciben el aire cómplice y simple que tiene para con ellos, otro chico que, -además- se está divirtiendo:

“[…]desde los ocho hasta los catorce años leí un montón de revistas de historietas y vi una pila de películas y series de acción. Y pude rescatar del olvido ese mundo maravilloso. ¡Qué suerte!¡Cómo me estoy divirtiendo!” 

En esta ocasión el escritor argentino escoge sucesos que fueron reales y que pueden, otra vez, ser formadores de una nueva y actual historia, con personajes que no responden al tiempo cronológico, habitan distintos continentes y pertenecen a grupos familiares diversos.

Cada cuento inicia con un epígrafe orientador que remite a una historia real, y sobre ella, Cáceres encauza la ficción, así “el pasado” se ensambla con el hoy, con un recurso didáctico sin perder el pulso de lo imaginario.


El mismo Autor, asegura que viajes y exploraciones que se describen, “ocurrieron de verdad”, buen argumento para internarse en aventuras que no escatiman trama ni licencias literarias y en las que el propio entusiasmo de los protagonistas avanza sobre paisajes que cualquier chico podría encontrar similares a los que transita. Así, padres, tíos, hermanos, amigos, vecinos, entorno de pubertad y adolescencia intervienen volviendo verosímil el cuadro, llevando la evolución a un cierre certero, sin desencantar al receptor de este género. Dicho de otra forma, hay hilo conductor elaborado, meta identificada y sobrevuelo sin precipitación a la expectativa del lector.

Por supuesto, nada hay más antipático que adelantar tramas y finales, eso es propiedad privada del Amigo Lector, experiencia que no debe obstaculizarse y que ningún crítico debiera traspasar, mucho más cuando el lector es un joven. Sin embargo, no quiero dejar de comentar por cuestión de encantamiento uno de los cuentos, "Un amor austral".


En el epígrafe se menciona al geólogo, explorador y antropólogo Francisco Pascasio Moreno, al que se conoce como el naturalista Perito Moreno. Los acontecimientos del cuento transcurren por ende, en el sur de nuestro país y lleva estructura de lograda prosa epistolar porque es una carta dirigida al Director de una revista, escrita por un muchacho de diecisiete años.

Lo lleva a escribirla la inquietud de aportar una sección más en una revista que “para ser completa, le falta algo, y es una sección de cuentos”. El muchacho, propone a la figura del Perito, patriota que conoció en una reciente visita a Bariloche con sus padres, y, en una suerte de sinceramiento, explica el porqué obligado de sus vacaciones, algo que no pasará por alto nadie que ronde los diecisiete años y, estoy segura, compartirá de inmediato.

En la carta se describe una foto en la que el afanoso Perito Moreno se encuentra con el cacique Shaihueque que viste “sombrero chambergo, chaqueta, pantalones, botas altas y mostachos prominentes y canosos como si fuera un hombre actual”.

A esta altura del cuento, Germán Cáceres aporta solventes datos históricos con una habilidad que debiesen copiar ciertos profesores, llegando por llano cauce al juicio al que fue sometido Moreno, acusado de ser espía chileno.

Para su sumario acude el “Consejo de los Viejos”, al que se une una joven adivina, “una india de gran hermosura, sumamente adornada con aros, sortijas, collares y botas con cascabeles” y quien, cuando finalmente el Perito queda absuelto de culpa y cargo, tocará virtuosamente un instrumento de viento utilizado por los mapuches, la trutruca, en señal de complacencia.

A salvo de la prueba y ya relajado, el Perito Moreno, se acerca hasta un grupo donde una horrible bruja acapara la atención de los indígenas contando una leyenda. Según el relato, un indio pehuenche, arrodillado al pie de una araucaria llora la muerte de su joven esposa. En medio de su dolor, el espíritu de su mujer se torna visible y lo mira con severo reproche, acusándolo de cobarde por no seguirla al más allá, esa tierra que existía para los indígenas después de la muerte “con los mismos placeres y necesidades”.

Ante los lastimeros gestos del pehuenche, la esposa, condolida, lo invita a seguirla de noche -como la tradición exige-, por caminos de peligros, acosados por “los monstruos de las sierras, los espantosos gritos de malvadas aves nocturnas y las flechas de los enanos de las cuevas”.

Finalmente, la pareja llega al mundo del más allá, donde un anciano les franquea la entrada accediendo a la súplica de la joven esposa. Sin embargo, ese mundo es muy diferente (ya el lector sabrá porqué) y pronto el pehuenche reconoce lo imposible de vivir en semejante lugar y, aquejado de falta de fuerza y energía, decide pedir al anciano que le permita regresar a su pueblo, gracia que se le otorga. De regreso, la soledad y una grave enfermedad hacen que el pehuenche se sienta derrotado, no pueda encontrar la paz de espíritu y termine sus días de lamentable manera.

Este final desolador que la vieja bruja contó, no le gustó al Perito Moreno y mucho menos al muchacho que escribe la carta. Este cierre desafortunado, no conforma a los jóvenes, para quienes las historias de amores truncos han de resarcirse. Así, -y aquí, otro giro de imaginación y buen tino de Germán Cáceres-, “en el refugio Neumeyer, al que se llega por caminos de ripio que salen de la ruta que conduce a El Bolsón", por boca de una anciana que descendía de aquella bella indígena que tocaba la trutruca, en el juicio al Perito, se sabe la verdadera versión de los hechos.

El cuento, que suma vocablos costumbristas, es hábil disparador que invita a bucear en todos los medios que los chicos de hoy tienen a mano para descifrar incógnitas, acapara la curiosidad y vuelve entretenida la lectura. 


Cáceres es, sin duda, estratega en hacer que el libro no se cierre antes del punto final, goza de un profesionalismo contundente que organiza conflicto, desarrollo y resolución sin perder de vista el horizonte que su idea marca y que es, justamente, el mapa que los chicos quieren recorrer.

Merecen considerable mención los dibujos de Mauro Vargas, quien también ilustró en 2013 la novela de Germán Cáceres, “El misterio del profesor ausente”. En esta oportunidad, el joven dibujante vuelve a demostrar sus dotes y aporta a todos los cuentos, una imagen bien sincronizada con el texto y manifiestamente original.


EL FUTURO QUE FUE

Los viajes de Cook por el Océano Pacífico; las expediciones del noruego Roald Amundsen, primer hombre que llegó al Polo Sur; el descubrimiento de la tumbra de Tutankamón por el egiptólogo británico Carter, las exploraciones de Thor Heyerdahl y sus afirmaciones sobre el origen americano de los nativos blancos que pueblan la Polinesia; los logros de los alpinistas Hillary y Norgay que escalaron el pico más alto de la tierra; los avatares de la misión Apolo 13 que pudo regresar a la base por la pericia de ingenieros del Control y la valentía de sus tripulantes, y por supuesto, el joven protagonista influenciado por la figura del Perito Moreno y los pobladores autóctonos del lugar que conforman el atractivo cuento "Un amor austral".


                                                                             Marita Rodríguez-Cazaux
(109 páginas)
SALIM Ediciones
Colección Amaranta
21/3/2014                                                                   * * *

sábado, 22 de marzo de 2014

CRÍTICA LITERARIA

NAVARRITO


                                       

                                                                     Por Germán Cáceres


Esta historieta se publicó originalmente en 1986 en la revista Fierro, primera época.
El relato transcurre entre el otoño de 1930 y mayo de 1931. Enrique Navarro (Navarrito) es un cronista de la sección Policiales del diario Crítica, en cuya Redacción aparece el gran Roberto Arlt frente a su máquina de escribir.
Alberto Dose exhibe su capacidad artística ilustrando el Buenos Aires de esos años con viñetas de exquisita belleza no exentas de un aire decorativo. A veces predomina el blanco con dibujos a pura línea, y otras, el negro pleno que se distribuye en vestimentas, edificios y automóviles. Su grafismo es tan estilizado que posee un sesgo humorístico y clásico a la vez, que lo emparientan tanto con Roy Crane como con Milton Caniff y Harold Foster (o Sanyú, según la apreciación de Andrés Valenzuela en Página/12). El artista se documentó a fondo sobre el aspecto de la ciudad en esa época (se ven afiches de Gardel y de Chaplin), que a la distancia al lector le resultará encantador y pintoresco, pero, sin embargo, entonces reinaba la absoluta exclusión social, la expoliación de prostitutas en infames prostíbulos y el golpe militar del 6/9/30 que derrocó a Yrigoyen e instaló una brutal represión. 
En el prólogo, el guionista Eduardo Mazzitelli opinó que “Todo para que el dibujo de Dose (el estilo de Dose) demuestre que no solamente es estético y descriptivo, sino también funcional al relato”. Este dibujante, que reside en Estados Unidos, declaró en la entrevista que forma parte del libro y le realizó Alejandro Aguado “que la historieta es lo único que hago todavía en papel, al menos el lápiz, luego todo lo demás en la Cintiq” (es una tableta de arte digital). Antes había explicado que “No era para mí difícil cambiar de estilo, en realidad, es el tema lo que me sugiere el estilo”.
Por su parte, Ricardo Barreiro (1949-1999) –uno de los mejores guionistas que tuvo el país- no deja de asombrar con su inventiva para dotar de giros a la trama. Sus diálogos son contundentes, utiliza el racconto para darle dinamismo a la historia y desliza reflexiones constantemente (“La necesidad de creer está por encima de cualquier desconfianza”/ “De algunas circunstancias podemos extraer como enseñanza cuán dominante resulta ser todavía la animalidad en nuestra especie”). Además, como es su costumbre, fustiga a los poderosos, a la institución de la iglesia católica y a los militares.
Los diálogos van en cursiva y los textos explicativos en letra de imprenta porque pertenecen a la máquina de escribir que aparece en la parte inferior del cuadrito, ya que es la bella doctora Ema Kazinsky la que escribe este relato que titula “El caso de Rodolfo A.”, un asesino serial al que Navarrito persigue (“Al menos Ricardo rinde homenaje a los viejos clásicos de la novela negra”, observa Mazzitelli), ayudado por la médica que es portadora de una sexualidad desbordante, tan presente en la obra de Barreiro.
La  reedición de Navarrito permite acceder a uno de los logros más importantes del género en la Argentina.

                                                                                          Buenos Aires, marzo 2014

            "NAVARRITO"
 de Ricardo Barreiro y Alberto Dose



(La Duendes editora, Comodoro Rivadavia, 2013, 82 páginas)






Germán Cáceres*  Avellaneda, 1938.
Dramaturgo, escritor, ensayista,
prologuista, crítico de cine y teatro.

sábado, 15 de marzo de 2014

CARLOS PENELAS, POETA

                                                                    
                                                                                        La Poesía es una pipa.
                                                                                               André Bretón






Ciertos filósofos hacen referencia a materia y espíritu, interioridad y exterioridad, considerándolos opuestos, sin embargo la postura Zen, concibe unidad en los opuestos, espacio y tiempo, autoconciencia y conciencia objetiva, individuo y mundo.
Asimismo, sabemos que los poetas suelen habitar simetrías desbalanceadas, sombras internas y externas, cosmos propios y cosmos de mundo conocido y sin conocer.
Es evidente que el poeta asume el interiorismo y el exteriorismo de la manera en que los griegos lo nombran Ser lírico, y, aunque se sepa que el lirismo es un subgénero de la poesía, ha quedado establecida esta palabra para entender en general el arte de poetizar.
Estos dos conceptos, unidad de opuestos y lírica, conforman la obra del literato Carlos Penelas y se desnudan en esta magnífica Celebración del poema.



                                                     CELEBRACIÓN DEL POEMA



“Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol” dice Huidobro que tuvo de poemas -y de amores- naturaleza pronta, palabras con que introduce Carlos Penelas a su último ensayo sobre poética y filosofía.
Kelly Gavinoser, sostiene que no hay prosa poética, sino poesía en prosa, y bien podría asegurarse cierto en Celebración del poema. Baste leer los dos epígrafes a los que invita el literato argentino-gallego, a quien también la poesía y los amores, como a Huidobro, bien reflejan.
El primero de ellos, de Bernal de Bonaval, “A dona que eu amo e teño por señor amostradema, Deus, se vos en pracer for, senon, dadema morte”; el siguiente del mentado Marqués de Santillana y aquellos versos inolvidables dedicados a la vaquera de la Finojosa: “En un verde prado de rosas e flores…”.
Ya en el primer peldaño Penelas expone verdades sin refute:
“La poesía predice. Celebra constelación en el lenguaje, libertad que habla en sí, que es signo de sí. Inaugura lo humano y su elevación”.
Quizá sea esta iluminación para elegir antagonismos, los opuestos, el sello de la poética que Penelas aborda pues, tras la compleja vacilación halla la firmeza para “indagar el sentido de la vida”.
Transformación, transfiguración, que todo arte que se precie finalmente ha de traspasar, es el estado al que invita sustancialmente cuando habla sobre el poetizar movilizador de nostalgias, una frase impecable que destaca idea, verbo (sin duda movilizar es un verbo inquietante) y sustantivo (nostalgias bien vale su peso en el plomo del anclaje).
Contra poniente, Penelas propone el dinamismo, la palpitación, la vorágine, aquel “Poesía es todo lo que se mueve” de Nicanor Parra, y orienta a ese encuentro a través de dos poetas colosales; Octavio Paz: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono.[…]La actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro”, y el alemán von Hardenberg, Novalis, que “identifica el poema con el sueño: la correspondencia entre iluminación exterior y fondo psíquico”.
Más adelante y no podría ser de otra manera tratándose de Carlos Penelas, se aplica a sí mismo lo anterior y afirma que “desde el poema no hay olvido”, para sostener luego que “es la expresión estética que configura las raíces, la casa, las voces de los padres, el mundo agrario, la lírica del amor y del dolor, el desasosiego, el contexto emigrante, la injusticia social, la transición, el desengaño”. Y más abajo, reitera: “El poema es la atmósfera, el clima”.
Para los que gozamos (o penamos) la poesía en los ecos de voces en otro idioma que nos habitan, para los hijos del exiliado, para los descendientes de ese descendido en “la lenta erosión de la vida”, Penelas catequiza un cuadro vivo, aún más allá de los vocablos que elije para exponer.
Así, no es igual decir “En un jarrón hay una flor” que descubrir la soledad en que yace la flor, ahogándose encerrada en el frío del cristal. Pese a que todos asuman la inevitable muerte de la flor, serán los ojos del emigrado, del desenraizado los que descubran la prisión de la flor, su asfixia, su agonía.
Tendrá significancia entonces ese “abrumador sentimiento de empatía en el instante de la creación” que sostiene Penelas: “Fugacidad y transformación en contra de la mediocridad ambiental, fijación obsesiva de lo Bello ante la vulgaridad, lo chabacano, la torpeza mental.[…]visión del sentir y del pensar…”.
Ya en el inicio hablamos del mérito de Penelas en tratar los opuestos, y el Autor mismo trae sobre este punto el análisis de María Zambrano sobre poesía y filosofía, “La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento, guiado por un método”.
Ahora bien, ¿cuál es el punto del don, del hallazgo que por gracia recibe el poeta y dónde el vértice en que deja de serlo mientras reflexiona sobre los universos humanos? ¿En qué instante “la gracia petrificada” se moviliza hacia la inquietud por alcanzar respuesta sabia?
Parece responderlo Penelas cuando asegura que “el poema lleva en sí un poder mágico” y agrega quizá desde su propia inquietud “¿está plasmada o no? ¿ha sido, en verdad, conjurado el hechizo?”, tomando la reflexión de Johannes Pfeifer: “La verdadera poesía no es veraz en el sentido intelectual ni es bella en el sentido de la artesanía, sino que por el hecho ´de plasmar bellamente´ es también una manera de apoderase de la verdad”.
Otro espacio de brillante arquitectura literaria y filosófica es cuando el Autor habla de la condición, el oficio del poeta como tal.
“Un poeta no adquiere su condición de tal sólo por un libro, por una línea. Su obra moviliza impresiones, desprendimientos, amores inseguros. Es portador de estados de ánimo, de sensaciones, de nostalgias. Refleja lo que descubre y lo que intuye. Alejado de los falsos pudores, su vocación está en la soledad, en la madurez de la voz, en la ambigüedad de lo cotidiano. […] Todo y cada cosa es una amenaza de eternidad. El poeta siempre anima una dialéctica sutil, por momentos incomprensible”.
Trae esta proclama de Penelas, otra que también le es propia y llega con visos de arenga: “Confieso mi perplejidad ante las masas imbéciles y ante el individuo imbécil. Asco, aburrimiento, mal humor.[…] creo en la búsqueda estética y ética de cada línea.[…]El poema introduce inconformidad y rebeldía. Resiste la adversidad, lucha contra lo intolerable, contra el desprecio, contra lo execrable del ser humano. Y puebla nuestras utopías, nuestros recuerdos, nuestro compromiso con los afectos, con los desheredados. Es una experiencia emocionante y aleccionadora”.
Aquí hay que considerar el verdadero significado de los vocablos que usa -sin yerro-, Carlos Penelas para apuntar buena flecha al centro de la idea, “El poema se enfrenta a los dogmas, a la vulgaridad, a los populismos, a los pobres diablos que creen en líderes, en banderas, en césares”.
Vale para esto la instancia apremiada para “abrir los verdaderos ojos” y, en ese horizonte de descubrimiento, ver el famélico cuadro no ya del “adolescente analfabeto o del pobre diablo que vive del Estado, de los favores del intendente o del comisario” sino de “académicos, de profesionales, de supuestos intelectuales, de pequeños burgueses que viajan en cruceros sin saber si el Teatro Mariinsky queda en Marruecos, en Finlandia o en la Isla Saint Croix” (claro que en ninguno de estos lugares queda y ahí está el guantazo más directo).
Siguiendo, tiene Penelas un aporte impecable respecto a la labor del poeta: “Algunos pintores, en cierta fase de su trabajo, suelen observar la obra frente a un espejo. Observan la imagen al revés. Eso les permite ver el cuadro con una mirada nueva”. Apunta el Autor y por segunda vez, al laberinto de espejos, “ideas imágenes y sombras que vuelven, desaparecen y se combinan en formas diferentes”.
“A veces, sentimos el ahogo de la voz” acredita frente a su propio espejo y por ese rumbo me llega el recuerdo de una foto en blanco y negro, en la que el “coronelazo” Siqueiros, mostraba espaldas y perfil gracias a los espejos en lo que solía reflejar sus trazos, supongo que para ver detalles que se le podrían escapar sin esa inmediata lejanía que producen -inevitablemente- los espejos.
Respecto a la soledad del que escribe, en particular del poeta, Penelas afirma que “el hombre que lee está siempre solo. El hombre que lee no es fácil de manipular. La lectura lo hace diferente, lo hace fantasioso” y lleva este pensamiento más allá de “la conciencia colectiva”, a la necesidad de explorar “la naturaleza y el corazón del hombre”, y otra vez lo antagónico en Penelas que mencionamos al principiar, “despierta (el arte simbólico) en nosotros un eco que ha comprendido el lamento y la esperanza”, dos sentimientos que parecen enfrentarse y se contienen pues “Debemos hablar de la inefable intuición unitaria en la simplicidad del verso, de lo fecundo que nos resulta el instante, de aquello que nos substrae, del perpetuo intercambio de realidades según nuestras diferentes realidades, de la visión del universo”.
En avance, sin perder estatura las ambivalencias, el Autor narra que los astrónomos de la antigüedad esperaban las noches serenas para apreciar en las paredes de los pozos el reflejo de las estrellas en el agua y determinar el recorrido de la bóveda celeste.
Agua y cielo, pozo una y pozo otro, constante dualidad recorrida en busca de identidades, “cada uno de nosotros lleva consigo la ambivalencia, lo sagrado, la memoria de esas calles de barrio, de la aldea, de la villa[…]el hombre desamparado, frágil. Y al mismo tiempo insurrecto, traductor del misterio, del arado”, es permanente vigilia en la obra de Carlos Penelas, asimismo como lo es el apremio por inculcar al poeta su compromiso, “procurar fustigar la irracionalidad, la aparente incoherencia del mundo. El poema en su sentido inicial es un acto herético. Significa que está contra todo orden que petrifica el pensamiento y la mirada”.
Se podía pensar que transmite un estado de inquietud, sin embargo, es justamente lo contrario: “Deseo pasear mi mirada con lentitud. Deseo elogiar el ocio, la serenidad, lo moroso”. Penelas logra en ese estado de contemplación aunar placer, emoción y arrebato: “La belleza poética debe hacernos vibrar como el goce la mujer amada, pues lleva la mitología de las cosas, a los símbolos del destino. Todo poema es una profecía. Desde el alféizar de la ventana veo un jarrón de cerámica con unas flores silvestres. A través de la ventana abierta oigo el canto de un pájaro. Y veo la neblina sobre el monte”. Otra vez, la transición de la que habla en el inicio de su ensayo y el desdoblamiento sobre el objeto de placer (no objeto del placer, entiéndase claramente). “Nace la fantasía, el refugio de transcendente, lo inquietante de cada latido que va revelando nuestro ser, nuestra voz interior […]Goce estético, luz y sonido. El poema es el rescoldo del sueño, lo que sintió el creador”.
Evocando a la palabra, “el follaje, la rama sensible al viento, la vela blanca en la bruma del mar", "convicción íntima que hace sensible la palabra, voces modeladas por una mitología del desorden”, Carlos Penelas no escapa a su lengua materna; entra en intimista hogar que puebla un mundo universal “el ensueño de las voces infantiles”, y confiesa que solo puede escribir a mano alzada sobre una hoja desnuda.
Tras esta confesión, lo sobrevuelan miríadas de postales y es imposible ya, huir de las escenografías que se pisan al leerlo. “[…]una aventura instauradora del misterio que baña el alma humana” […] Si la poesía tiene una finalidad no es satisfacer la vanidad de quienes la crean sino espiritualizar al hombre. Todo lo que se escribe debe ser con pasión…”.
Hacia el remate, Penelas se vuelve más Penelas y su costado menudo, corre con pantalones cortos y zapatos de escuela, por calles adoquinadas de barrio, “El hogar era el centro del mundo, el único lugar en que uno podía estar cerca de los dioses o de los muertos”, un lugar que conserva su memoria y que lleva la “virtud e inocencia de las canciones y los dulces[…]La exaltación del recuerdo, la evocación de la infancia[…]Como me suele suceder a menudo, vuelvo a los autores de mi juventud, de mi primera madurez”.
Por si no alcanzaran a ser suficientes estos enunciados: “Hace falta, además, ingenuidad. El placer de admirar, de evocar. Todo se experimenta a partir de la infancia, a partir de lo lúdico”. Para ello, “el verdadero poeta cree en los inconmensurables, en la utopía, en la sagrada unidad del silencio y la fraternidad[…]tal vez toda su obra no sea otra cosa que la obsesiva insistencia de su angustia”.
En ese ánimo de rescate sensible, Penelas regresa al ensueño del labriego y del poeta que lo habitan, para leer el mundo transitando ancestrales corredoiras, camino estrecho y tenaz que marcan los carros campesinos, brinca atoruxos guturales, tantea su pretérito para convencernos de que “lo onírico lleva la forma de la nostalgia”.
Como “la fragilidad de lo visible nos convoca en el poema”, desnuda el tiempo humano, “el sendero que aparece bajo la sombra[…]junto al soliloquio del corazón y el cosmos”, es natural entender que la poesía es uno de los pocos lugares donde no fracasa la palabra; tal vez porque la palabra fracasa frente a lo absoluto y la poesía -y esto lo trabaja impecablemente Rubén Balseiro-, no busca una verdad última. Es el silencio del que habla Penelas cuando menciona el “silencio como “talismán del huerto”, un silencio fructificado, pleno de significados, revelador. Espacios, pausas, que conforman la sugestión, la sutil sensualidad, el “paisaje íntimo, esa mutación del alma” en su propia obra, numeroso corpus publicado a través de varias décadas.
Así, en el plano argumental, Celebración del poema sustenta conocimientos poéticos, contenidos e imágenes de calidad literaria y se supera como ensayo al propiciar convergencias de altitud expresiva entre el Autor y poetas tales como Cesare Pavese, Pedro Salinas, Salvatore Quasimodo.
Es evidente que, como ellos, Carlos Penelas, no confunde “el reflejo de la luz con la luz misma”, su propia obra emparenta el Arte.
Al fin, “la universal voz del poeta” ilumina, a lo largo y a lo ancho, este último ensayo de Penelas. Y lo hace visceralmente. He ahí, la verdadera celebración.

                                                                             
                                                                               Marita Rodríguez-Cazaux



CUADERNOS DEL CENTRO DE ESTUDIOS POÉTICOS ALÉTHEIA
Ensayos sobre Poética y Filosofía
Celebración del poema - Carlos Penelas
La Luna Que (2014) Buenos Aires



Carlos Penelas nació en Buenos Aires (Argentina) en 1946.
Profesor de Letras, conferencista, prologuista, ensayista, crítico literario, poeta.
Figura referente en antologías literarias de Argentina, España, Italia, China y Estados Unidos.
Dictó conferencias en Europa y Latinoamérica. Articulista en diversos medios de prensa, diarios y revistas de la República Argentina y del extranjero.
Tiene publicados más de treinta libros de poesía entre los que figuran “La gaviota blindada y otros poemas”, “Finisterre”, “El mirador de Espenuca”, “Posada del río”, "Calle de la flor alta", "Viajero de una soledad", "Poesía reunida", "Álbum Familiar". 
Autor de numerosas plaquetas con ilustraciones de Demetrio Urruchúa, Ponciano Cárdenas, Ricardo Carpani, Pérez Célis, Juan Manuel Sánchez, entre otros. 
En prosa, “Conversaciones con Luis Franco” (1978 y segunda edición ampliada, 1991), “Los gallegos anarquistas en la Argentina” (1996 y 1999), “Diario interior de René Favaloro” (2003) y “Cuaderno del Príncipe de Espenuca” (2004)., Calle de la flor alta, Viajero con una soledad, Album Familiar.
Su nutrida obra ha recibido elogios de numerosos literatos, entre otros, Luis Franco, Raúl González Tuñón, David Viñas, Ernesto Sabato, Juan L. Ortiz, Osvaldo Bayer, María Elena Walsh, Giuseppe Bellini, Thorpe Running, Eduardo Blanco Amor, Lily Litvak, Frank Dauster, Ricardo E. Molinari, Héctor Ciocchini, Hugo Cowes y Xesús Alonso Montero, entre otros.
En la actualidad dirige el Taller Literario del Centro Cultural y Biblioteca Popular Carlos Sanchez Viamonte en Capital Federal.


                                                               *  *  *


IMAGEN:   "Humo" - Internet -
Carlos Penelas, la fotografía es propiedad del Autor.


                                                               *  *  *


jueves, 13 de marzo de 2014

CRÍTICA LITERARIA








“LA CENA” DE HERMAN KOCH


La cena I
                                                                                        
                                                                                                         Por Germán Cáceres *


Esta novela del holandés Herman Koch (Arhnherm, 1953) vendió trescientos cuarenta mil ejemplares en su país y obtuvo en 2009 el Premio del Público y el del Libro del Año. Transcurre durante una cena en un restaurante de lujo, y valiéndose de un personaje, Paul, el escritor dispara comentarios irónicos sobre el ridículo ceremonial que suele presidirlas. Un sofisticado maître explica que “Los cangrejos de río están aderezados con vinagreta de estragón y cebollino (…) Esto son rebozuelos de los Vosgos”. Y los cuatro comensales (los hermanos Lohman y sus esposas) no sólo aceptan esa retórica frívola, sino que consienten que el establecimiento ofrezca platos minúsculos -aunque muy caros- y de que los mozos llenen continuamente sus copas para obligarlos a pedir otra botella de vino. La cenano puede dejar de evocar esa joya cinematográfica que fue La fiesta de Babette(1987), de Gabriel Axel, aunque su tono y espíritu sean diferentes.

Koch es hábil para referir cómo funciona el perfil psicológico de los dos matrimonios, cuyas rivalidades afloran con agresividad aunque dialoguen sobre temas insignificantes. Así observada, la vida social sería una vulgar comedia de mal gusto.

El celular aparece en La cena como otro protagonista más en el mundo moderno, no sólo por ser un aparato que sirve para comunicarse, sino también porque funciona como un generador de nuevas conductas humanas.

El texto sabe atrapar al lector retaceándole información y hacia la mitad del libro la historia da un giro inesperado al conocerse los graves problemas que afrontan ambas familias con sus hijos adolescentes. Hay una mirada escéptica que se hace evidente en una frase de Paul: “…un mundo sin catástrofes ni violencia –ya sea violencia natural o de carne y hueso- sí que sería insoportable”.

Esta novela en el fondo es una radiografía cruel y despiadada de la sociedad holandesa, que no sólo resulta autosuficiente y egoísta, sino también discriminatoria.

La prosa fluye fresca a través de un estilo directo, de frases cortas y presenta símiles curiosos como el siguiente: “Miré y noté que la cabeza se me enfriaba despacio. Era la clase de frío que se siente al dar un bocado demasiado grande al helado”.

La brillante traducción de Marta Arguilé Bernal permite disfrutar al máximo esta valiosa novela.

                                                             
                                                              * * *

“La cena” de Herman Koch (Ediciones Salamandra, Buenos Aires, 2012, 288 páginas)

Publicado por periódico Irreverentes - 13/3/2014 -


Germán Cáceres

Dramaturgo y escritor argentino nacido en Avellaneda en 1938.
Autor de ensayos, cuentos, novelas, obras de teatro y compilaciones para Antologías, varios de ellos traducidos al italiano y al portugués.
Incorporado desde el 2010 al Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas.
En 2008 la asamblea de la Academia de Letras e Artes do Nordeste Brasileiro lo nombró Miembro correspondiente.
Miembro de Número de La Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil desde el año 2013. 

Recibió de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires Mención de Honor en Cuento y el 1er. Premio Especial “Eduardo Mallea”. 
Obtuvo en cuatro oportunidades la “Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores”.
Mención de Honor en el Concurso Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo). 
En 2002 fue premiado en el concurso de cuentos “Atanas Mandadjiev”, celebrado en Sofía, Bulgaria, y nombrado Gran Maestro del Misterio. 
Jurado en el Festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre (2008).


                                                                            * * *








                             VAIVÉN


columpioII


         CUENTO
                                                                                             Por Fernando Veglia *

En el conurbano bonaerense, en la esquina de un barrio pobre, había un espacio verde, un intento de plazoleta diseñada y construida por los vecinos. Habían marcado la superficie del lote con alambre perimetral, construido varios canteros y un arenero, sembrado flores, plantando algunos sauces e instalado dos columpios. De esta laboriosa manera, evitaron que la esquina fuese un escondrijo de ladrones y vagabundos.
La plazoleta, con el devenir del tiempo, fue transformándose en un lugar de encuentros; familias enteras disfrutaban de la tarde y cuando debía tratarse algún tema inherente a la vecindad era tenida por improvisada sala de asambleas. Sin embargo, la alegría perduró apenas un año. Un hecho desafortunado consiguió que fuese abandonada y que volviese a ser un vulgar terreno baldío. Desde entonces, un recuerdo la habita. En las tardes de verano, sobre la pared blanca de una casa lindante, aparecen las sombras de las dos cuerdas de un columpio y la silueta de una pequeña niña, meciéndose.


La tarde agonizaba. El sol descendía hacia el oeste arrastrando nubes violáceas. Al este, las primeras estrellas atravesaban un fondo azulado y el barrio, en su soledad de domingo, aguardaba el leve frío que desparramaba la penumbra.
En una casa añeja y cansada, una niña de seis años, llamada Eugenia, conversaba con su abuela mientras la ayudaba a preparar la cena. Su padre y el abuelo estaban en el garaje, intentando reparar un auto, que hacía unos días no encendía.
Aburrida, harta, escondió detrás de una mueca apática y de frases cordiales las ganas de volver a su hogar, de ver a su madre. Había aprendido que manifestar ese deseo mellaba el humor de los adultos, que lo mejor era callar, obedecer.
La conversación con la abuela fue desangrándose hasta desaparecer, hasta que las quejas por la demora de los hombres fueron transformadas en las imágenes y la voz de la televisión. Ignorada, sólo podía pensar en huir. Llegó al living fingiendo observar la biblioteca, acarició libros amarillentos y, de reojo, espió la puerta, la cerradura, la llave dormida, la salida.
En la calle sintió alivio, que la desesperación cedía a las ansias de volver al hogar. Caminó decidida hasta que no reconoció el lugar en el que estaba. Detenida en una esquina, miró en todas direcciones. No halló ninguna referencia, ninguna persona. Angustiada, gritó el nombre de su padre hasta romper en llanto.
Inmóvil, vulnerable, no podía calmarse. Sólo era capaz de suponer que nadie la hallaría. De pronto, la sorprendió el peso de una mirada, la de una niña meciéndose en un columpio al otro lado de la calle. Acongojada, reconoció que podía pedir ayuda, que lo mejor era serenarse.
Ambas intercambiaron tímidas y largas miradas. Eugenia no era capaz de acercarse, de atravesar la barrera de la vergüenza. La niña desconocida abandonó el columpio y no dudó en acercarse.
-¿Por qué llorás?
-Me perdí –afirmó Eugenia, sollozando.
-¿Cómo te llamás? –preguntó la niña.
- Eugenia…
-¿Y tus papás?
-No están… No sé en donde estoy –confesó Eugenia, conteniendo las lágrimas.
-Quedate conmigo hasta que vengan –propuso la niña.
Eugenia no dijo nada y, después de un prolongado silencio, ambas caminaron hasta los columpios y, poco a poco, comenzaron a jugar y a perder la noción del tiempo.
Después de correr en el arenero y algo cansadas, decidieron sentarse y liberar la curiosidad.
-¿Cómo te llamas? –preguntó Eugenia.
-Marta.
-No te había visto cuando llegué ¿Vivís por acá?
-Me escondo… –respondió Marta, sonrojándose.
-¿De quién? –insistió Eugenia.
-De mi papá…
-¿Por qué?
-No quiero que me encuentre… –afirmó Marta, incómoda.
-¿En dónde vivís?
Marta señaló la pared blanca lindera y ambas caminaron hasta el frente de la vivienda. Parecía abandonada, en ruinas.
-Esta es mi casa –aseveró Marta, una vez más.
-Parece grande. ¿Tú papá está ahí?
-Sí, no sabe que estoy con vos –aseguró Marta, en un susurro.
-Quiero llamar a mi papá –pidió Eugenia.
-No podemos. Mi papá es malo. Tenemos que esperar. Juguemos un rato más –propuso Marta y corrió hacia la esquina.
Eugenia no dijo nada y persiguió a la niña hasta que el grito de su padre la detuvo unos instantes. Ambos se fundieron en un abrazo, en lágrimas y alivio.
-¿Hija, en dónde te habías metido? No me hagas esto… –sollozó el padre.
-Estaba aburrida…Quería volver a casa…
-¿Por qué no me lo dijiste? Vamos a casa, los abuelos están preocupados. Tu madre también.
-Quiero volver a casa –afirmó Eugenia, rompiendo en llanto.
Padre e hija regresaban, cuando Eugenia recordó a Marta.
-¡Chau, Marta! –gritó Eugenia.
-¿Qué Marta? ¿A quién saludás?
-A la nena que está ahí –respondió Eugenia, señalando la esquina, un terreno baldío con un columpio abandonado.
-No veo a nadie. Vamos –dijo el padre, sin darle mayor importancia al asunto, y emprendió el regreso, cargando a su hija a upa.

Desde la esquina, Marta observaba a las dos figuras alejándose y, resignada, volvió a subirse al columpio. De repente, dos estruendos estallaron en el interior de su casa. Su padre, armado con una pistola, salió a la calle. La buscaba. Ambos cruzaron las miradas. Ella corrió y él le disparó, hiriéndola mortalmente en la espalda. Segundos después, otro disparo sonó. El hombre, con un agujero en el cráneo, cayó al lado del pequeño cuerpo de su hija y las canaletas de las baldosas mezclaron la sangre de los cadáveres, como todas las tardes de verano en la que ambos fantasmas repetían la eterna condena.

                 
                                                                            * * *

Publicado por periódico Irreverentes para periódico Irreverentes 13-3-2014


Fernando Veglia

Escritor argentino nacido en 1979 en la Ciudad de Buenos Aires.

Premiaciones: Mención de las Novenas Olimpíadas Federales "Vivencias Estudiantiles ´96" 
Autor del libro "Líneas", editado por Ed. de los Cuatro Vientos (2005)
Participante en el stand Escritores Matanceros de la Feria Municipal del Libro de La Matanza en los años 2008, 2009 y 2010.
Sus trabajos literarios integran las siguientes antologías: “Manos que cuentan” (2008) “Habitar en secretos” (2009), “Mundos desnudos” (2010), “Selección de las Provincias” (2012), “Magia registrada” (2013) editados por Dunken.
Seleccionado en la antología del “III Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2008”, organizado por Vagamundos, en colaboración con la editorial “Ediciones del Viento”(España).
Colabora con “Periódico Irreverentes.org” desde el año 2012
Actualmente reside en Isidro Casanova, partido de La Matanza, Bs. Aires.

                                                                        * * *