AFILADORES, PARAGUEROS Y BASTONEROS
"Es una acuarela que hice en 1966 y que mi mujer
guarda como oro en paño. Muestra una zona próxima a la Plaza de Abastos y en
ella se ve a los paragüeros trabajando. Era un espectáculo curioso verlos
arreglar los paraguas rodeados de las chispas de las ruedas de afilar y de una
gran arquitectura", así recuerda el primer apunte que realizó de Santiago,
el conocido acuarelista Segundo Hevia en un reportaje en Radio Obradoiro.
Si pensamos que “La Catedral santiaguesa vale
Santiago” y tan ciertamente que puede verse desde cualquiera de los barrios
compostelanos, las palabras del pintor, suenan a gloria en el mismísimo
Pórtico de la Gloria, abstraída su mirada en el oficio más gallego, como dirían los
ourensanos.
El oficio de los afiladores seguramente
nacido en zonas rurales de escasa ganancia, trabajo solitario de gallegos
errantes, arte ambulante por excelencia, es particularmente característico de
la provincia de Ourense. En su trabajo llegaban hasta lugares muy distantes de
su origen y tal vez por eso, para fortalecer la comunidad de oficio, crearon el
'barallete', jerga orensana, lenguaje peculiar semejante al de los canteros,
tejadores y cesteros.
Oriundos de esta provincia gallega, paragueros,
bastoneros y afiladores, salieron a enseñar el oficio por las Castillas,
Asturias y el País Vasco. Cruzaron los mares hacia La Habana, Buenos Aires,
Montevideo, Caracas. "...Habituales de las ferias y los mercados de
pueblo, echados por los caminos detrás de un rodado con esmeril, “a pedra de
afiar”, ofrecían sus servicios a carniceros, peluqueros, barberos y
particulares".
Detrás de su rueda de madera y su torno a pedal o tira
pie, hechos en la aldea de Liñares, A Corbeira o en el Ayuntamiento de Nogueira
de Ramuín, se internaban en los aldeas, comarcas y barrios precedidos de
aquella silbatina característica, “o
rechouchío” o chifle, una ocarina o flautita de tres
agujeros, con un soniquete de tempo grave a más agudo y luego al revés.
Se abrían las puertas a su música y, en el zaguán o en
la acera, se montaba el negocio. Abría el afilador un cajoncito donde llevaba
alicates, tenazas, martillos y al vuelo de las chispas “no rebolo”, la piedra
de esmeril donde se afilaba, daba comienzo a su arte. Generalmente rodeado de
chiquillos que curioseaban el chisporroteo, el crujir del acero, el afilador
agrupaba tijeras, cuchillos, navajas, herramientas.
Cuenta Potel Pardal en su libro "Costumes da terriña":
[...] y cuando de cuchillos de mesa se
trataba, tenía la delicadeza de contarlos a la vista de la señora o de la
criada, que volvían otra vez a sus patios, a sus cocinas, a sus charlas,
sabiendo que, al terminar, el hombre volvía a soplar la ocarina para entregar
el trabajo".
Los paraguas tenían otro tratamiento. En oportunidades
se les cambiaba la seda clara por el negro de luto, o por el raído aspecto del
género. En otras, se reparaban las varillas, el regatón o el puño. Algunas eran
de factura inmediata, otras debían esperar dos o tres días para lucir
flamantes, lo que obligaba a llevar el trabajo para el taller.
Para asegurarse de que quedaba conforme el cliente, el
paraguero gallego volvía a la semana y luego una o dos veces más, como al paso.
Al fin, tantas, que todos los paraguas de la casa habían pasado por su mano y
ya se lo conocía por su nombre.
Los paragueros también reparaban bastones. Son
conocidos en ese oficio de orfebrería los nombres de Recaredo Alvarez, Manuel
Blanco, Felipe Asís, y , aunque nacido en Cádiz, a don Ildefonso Rodríguez
Campos mencionado como el bastonero mayor de Buenos Aires en una nota de la
Revista Caras y Caretas de 1944.
Propiedad de Elías Fernández Pato, que llegó a los 18
años con este oficio desde Galicia, funciona en Colombres e Independencia la
paraguería Víctor, que expone todavía en sus vidrieras los estilizados paraguas
largos que compraban señoras de la burguesía y los caballeros elegantes “todos
señores muy de llevar bastón”.
Tal la fama en la enseñanza de estos oficios que hay quienes dicen haber visto paragueros y afiladores gallegos en Filipinas y
Nueva York. Haber visto, porque ya no se ven. Y lo que es peor, ya nadie
sabe tocar la ocarina pulida o “a paxiña nun rechouchío”, como ellos.
ÚLTIMO PISO
A mi abierta ventana vuelan todos los ruidos:
el tráfico hecho astillas, humazos y rugidos.
Trotes de percherones, gritos de vendedores,
fonógrafos a trancos de algunos interiores,
y el ascensor que zumba como un gran moscardón,
y de mis cuatro hijos el ubicuo montón.
De pronto se oye algo que todo lo apacigua,
una cosa pequeña, cariñosa y antigua:
tres notas humildísimas, escala cristalina
de pastoril zampoña, de vulgar ocarina.
Es un afilador callejero que pasa
y detiene su andar a la puerta de casa.
Ya le veo la blusa campesina y flotante,
el artilugio gris y la piedra radiante.
En seguida se dora y se duerme la calle,
y mi casa parece que se eleva en un
valle.
Baldomero Fernández Moreno
En su libro editado en 1911 en Santiago de Compostela,
el todavía alumno del seminario don Francisco Potel Pardal, narra una anécdota entrañable de un pedido de mano que tiene como
protagonistas a una niña de Cesures y a un paraguero orensano.
"Hija única de padres labradores, con casa propia, tierra y hortelanos, era
la muchacha alegre, de clara tez como suelen tenerla las gallegas, sin
palidez ojerosa y un cabello ondulado ceñido en una trenza.
La pretendía el hijo el
boticario de Ponte Cesures y el maestro de párvulos de Padrón, pero la
niña tenía puestas sus preferencias en
el rechouchío al viento, que anunciaba por la carretera adelante el paso de un
paragüero orensano.
Criada en cumplirle sus mínimos
antojos, los padres sufrían pensando que alguien pudiera mortificarla y,
temiendo que el muchacho fuera tosco o avaro o quizá un pillabán, oponían
reparos. Llamaban entonces, al oír el aire de la ocarina, prontos a la
niña para distraerla del encuentro; pero ella, ya asomada en la puerta cancel
nada oía y allí, melosa, con la
expresión franca del tierno amorío gallego, cambiaba un mirar, una sonrisa, una mínima palabra con el
muchacho.
Un día y otro más, idas y
vueltas tras la rueda, hicieron que los jóvenes se enamoraran y de tal punto,
que una tardiña de mayo, se decidió el muchacho, en compañía de sus padres, a
pedir la mano de la niña.
Sentados en la fresca sala,
convencidos de la honesta proposición y mirando la expresiva cara de los
novios, los viejos concertaron día y fiesta y quedaron los novios comprometidos
tal como establece la antigua costumbre. La chica recibió la “pulsera de
pedida” y entregó las arras en dote, que recibiría el día de la boda en la
iglesia, de manos de su esposo como prueba de generoso amor.
Con ese donaire fino que
tiene en atender a los invitados la gente de Galicia, se sirvieron confituras,
buen vino de la zona y se celebró con amigos y familia el feliz
acontecimiento.
Caía el fulgor de las
primeras estrellas cuando todavía alborotaba el ritmo de zanfonas y de
gaitas."
Por lo que claro queda con
lo que narra en su libro el sacerdote y catedrático gallego, que los paragueros
orensanos son mozos de buen ver y mejor destino y que las niñas gallegas,
"se salen con la suya".
Ó AFIADOR
Vai trala roda e o esmeril.
seu rechouchío pola corredoira.
Nas costas carga o paraguas
onte mendado.
-Na praza ista mañán - pensa
-
polo paraguas e mais polo
que faga
daranme bós cartiños.
E mercaré entón ao neno unha
manzán,
unha manzán bermella
e tamén unha estreliña de
cartón.
Volas chevar apertadas no
peito,
e cando as vea meu
queridiño,
rirá como facía.
Vai tras a roda e imaxina
os ollos do rapaz
espallados de brillo.
Non sabe aínda,
que afrebrado de fame,
o rapaz, derradeiros
suspiros, bota.
Fuente:
"Libro de Oficios Ambulantes" editado por la
Diputación orensana.
"Costumes da terriña" Santiago (1911)
Seminario Central
Internet:
Gallegosporelmundo - Lavozde galicia Imágenes: Autor: Sameer Makarius
Autor: Elías Moro para Antón Castro
EL AFILADOR
Va tras la rueda y el esmeril
su rechouchío por la carretera.
A las espaldas lleva
el paraguas ayer remendado.
-En la Plaza esta mañana
por el paraguas y más por lo que haga
me daran buenos dineros.
Y compraré entonces al nenito una manzana,
una manzana roja
y también una estrellita de cartón
Las llevaré apretadas en el pecho
y cuando las vea, mi queridito,
reirá como lo hacía.
Va tras la rueda e imagina
los ojos del niño
esparcidos de brillo.
No sabe aún
que afiebrado de hambre
el niño, últimos suspiros, echa.
M.R.-C.
El poema, integra el ensayo "Oficios y Artesanías Gallegas" - M.R.-C. - Derechos Reservados (2010) menciona la característica costumbre de llevar cargado sobre la espalda el paraguas, imagen que juega con la antítesis de atesorar sobre el pecho, los regalos comprados para el niño enfermo. Habla de una época de miseria y hambruna para los artesanos que cubrían sus necesidades con el jornal en los mercadillos montados en las plazas.
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