jueves, 24 de enero de 2013

RÍO QUE MAR SUEÑA


Anochece.
En mi ciudad crece la sombra
por un cono de luz.

Desde el sur, escapa en hebras el sonido del río.

Velada voz de opaca sílice hidratada
que llega desde el vítreo leonino de las aguas
cuando se apagan las bujías de la tarde.

Astillada de sombras, Buenos Aires,
se sienta en la platea
para escuchar al río.

Murmullo de iris despereza por las calles
metálicos  arpegios
que por espaldas de cemento trepan.

Cuando la noche le cae por la cara,
desborda y musita y se confiesa,
su pena líquida de ser río que mar sueña.

                                                                                                      * * *

ARTÍSTICOS OFICIOS AMBULANTES



                AFILADORES, PARAGUEROS Y BASTONEROS


"Es una acuarela que hice en 1966 y que mi mujer guarda como oro en paño. Muestra una zona próxima a la Plaza de Abastos y en ella se ve a los paragüeros trabajando. Era un espectáculo curioso verlos arreglar los paraguas rodeados de las chispas de las ruedas de afilar y de una gran arquitectura", así recuerda el primer apunte que realizó de Santiago, el conocido acuarelista Segundo Hevia en un reportaje en Radio Obradoiro.

Si pensamos que “La Catedral santiaguesa vale Santiago” y tan ciertamente que puede verse desde cualquiera de los barrios compostelanos, las palabras del pintor, suenan a gloria en el mismísimo Pórtico de la Gloria, abstraída su mirada en el oficio más gallego, como dirían los ourensanos.

 El oficio de los afiladores seguramente nacido en zonas rurales de escasa ganancia, trabajo solitario de gallegos errantes, arte ambulante por excelencia, es particularmente característico de la provincia de Ourense. En su trabajo llegaban hasta lugares muy distantes de su origen y tal vez por eso, para fortalecer la comunidad de oficio, crearon el 'barallete', jerga orensana, lenguaje peculiar semejante al de los canteros, tejadores y cesteros.

Oriundos de esta provincia gallega, paragueros, bastoneros y afiladores, salieron a enseñar el oficio por las Castillas, Asturias y el País Vasco. Cruzaron los mares hacia La Habana, Buenos Aires, Montevideo, Caracas. "...Habituales de las ferias y los mercados de pueblo, echados por los caminos detrás de un rodado con esmeril, “a pedra de afiar”, ofrecían sus servicios a carniceros, peluqueros, barberos y particulares".

Detrás de su rueda de madera y su torno a pedal o tira pie, hechos en la aldea de Liñares, A Corbeira o en el Ayuntamiento de Nogueira de Ramuín, se internaban en los aldeas, comarcas y barrios precedidos de aquella silbatina característica, “o rechouchío” o  chifle, una ocarina o flautita de tres agujeros, con un soniquete de tempo grave a más agudo y luego al revés.

Se abrían las puertas a su música y, en el zaguán o en la acera, se montaba el negocio. Abría el afilador un cajoncito donde llevaba alicates, tenazas, martillos y al vuelo de las chispas “no rebolo”, la piedra de esmeril donde se afilaba, daba comienzo a su arte. Generalmente rodeado de chiquillos que curioseaban el chisporroteo, el crujir del acero, el afilador agrupaba tijeras, cuchillos, navajas, herramientas.

Cuenta Potel Pardal en su libro "Costumes da terriña": [...] y cuando de cuchillos de mesa se trataba, tenía la delicadeza de contarlos a la vista de la señora o de la criada, que volvían otra vez a sus patios, a sus cocinas, a sus charlas, sabiendo que, al terminar, el hombre volvía a soplar la ocarina para entregar el trabajo".

Los paraguas tenían otro tratamiento. En oportunidades se les cambiaba la seda clara por el negro de luto, o por el raído aspecto del género. En otras, se reparaban las varillas, el regatón o el puño. Algunas eran de factura inmediata, otras debían esperar dos o tres días para lucir flamantes, lo que obligaba a llevar el trabajo para el taller. 

Para asegurarse de que quedaba conforme el cliente, el paraguero gallego volvía a la semana y luego una o dos veces más, como al paso. Al fin, tantas, que todos los paraguas de la casa habían pasado por su mano y ya se lo conocía por su nombre.

Los paragueros también reparaban bastones. Son conocidos en ese oficio de orfebrería los nombres de Recaredo Alvarez, Manuel Blanco, Felipe Asís, y , aunque nacido en Cádiz, a don Ildefonso Rodríguez Campos mencionado como el bastonero mayor de Buenos Aires en una nota de la Revista Caras y Caretas de 1944. 
Propiedad de Elías Fernández Pato, que llegó a los 18 años con este oficio desde Galicia, funciona en Colombres e Independencia la paraguería Víctor, que expone todavía en sus vidrieras los estilizados paraguas largos que compraban señoras de la burguesía y los caballeros elegantes “todos señores muy de llevar bastón”.

Tal la fama en la enseñanza de estos oficios que hay quienes dicen haber visto paragueros y afiladores gallegos en Filipinas y Nueva York.  Haber visto, porque ya no se ven. Y lo que es peor, ya nadie sabe tocar la ocarina pulida o “a paxiña nun rechouchío”, como ellos.



    ÚLTIMO PISO 
                                                                                               
A mi abierta ventana vuelan todos los ruidos:
el tráfico hecho astillas, humazos y rugidos.
Trotes de percherones, gritos de vendedores,
fonógrafos a trancos de algunos interiores,
y el ascensor que zumba como un gran moscardón,
y de mis cuatro hijos el ubicuo montón.
De pronto se oye algo que todo lo apacigua,
una cosa pequeña, cariñosa y antigua:
tres notas humildísimas, escala cristalina
de pastoril zampoña, de vulgar ocarina.
Es un afilador callejero que pasa
y detiene su andar a la puerta de casa.
Ya le veo la blusa campesina y flotante,
el artilugio gris y la piedra radiante.
En seguida se dora y se duerme la calle,
 y mi casa parece que se eleva en un valle.
                                                                                            
                                                                       Baldomero Fernández Moreno



                         En su libro editado en 1911 en Santiago de Compostela, el todavía alumno del seminario don Francisco Potel Pardal, narra una anécdota  entrañable de un pedido de mano que tiene como protagonistas a una niña de Cesures y a un paraguero orensano.      
                                 
"Hija única de padres labradores, con casa propia, tierra y hortelanos, era la muchacha  alegre, de clara tez como suelen tenerla las gallegas, sin palidez ojerosa y un cabello ondulado ceñido en una trenza.
La pretendía el hijo el boticario de Ponte Cesures y el maestro de párvulos de Padrón, pero la niña  tenía puestas sus preferencias en el rechouchío al viento, que anunciaba por la carretera adelante el paso de un paragüero orensano.
Criada en cumplirle sus mínimos antojos, los padres sufrían pensando que alguien pudiera mortificarla y,  temiendo que el muchacho fuera tosco o avaro o quizá un pillabán, oponían reparos. Llamaban  entonces, al oír el aire de la ocarina, prontos a la niña para distraerla del encuentro; pero ella, ya asomada en la puerta cancel nada oía  y allí, melosa, con la expresión franca del tierno amorío gallego, cambiaba un mirar,  una sonrisa, una mínima palabra con el muchacho.
Un día y otro más, idas y vueltas tras la rueda, hicieron que los jóvenes se enamoraran y de tal punto, que una tardiña de mayo, se decidió el muchacho, en compañía de sus padres, a pedir la mano de la niña.
Sentados en la fresca sala, convencidos de la honesta proposición y mirando la expresiva cara de los novios, los viejos concertaron día y fiesta y quedaron los novios comprometidos tal como establece la antigua costumbre. La chica recibió la “pulsera de pedida” y entregó las arras en dote, que recibiría el día de la boda en la iglesia, de manos de su esposo como prueba de generoso amor.
Con ese donaire fino que tiene en atender a los invitados la gente de Galicia, se sirvieron confituras, buen vino de la zona y se celebró con amigos y familia el feliz acontecimiento. 
Caía el fulgor de las primeras estrellas cuando todavía alborotaba el ritmo de zanfonas y de gaitas."

Por lo que claro queda con lo que narra en su libro el sacerdote y catedrático gallego, que los paragueros orensanos son mozos de buen ver y mejor destino y que las niñas gallegas, "se salen con la suya".


                                                                              Ó  AFIADOR



Vai trala roda e o esmeril.
seu rechouchío  pola corredoira.
Nas costas carga o paraguas onte mendado.

-Na praza ista mañán - pensa -
polo paraguas e mais polo que faga
daranme bós cartiños.
E mercaré entón ao neno unha manzán,
unha manzán bermella
e tamén unha estreliña de cartón.
Volas chevar apertadas no peito,
e cando as vea meu queridiño,
rirá como facía.

Vai tras a roda e imaxina
os ollos do rapaz
espallados de brillo.

Non sabe aínda,
que afrebrado de fame,
o rapaz, derradeiros suspiros, bota.




Fuente:
"Libro de Oficios Ambulantes" editado por la Diputación orensana.
"Costumes da terriña" Santiago (1911) Seminario Central
                          Internet: Gallegosporelmundo - Lavozde galicia
                          Imágenes: Autor: Sameer Makarius
                                            Autor: Elías Moro para Antón Castro

                                                              EL  AFILADOR

Va tras la rueda  y el esmeril
su rechouchío por la carretera.
A las espaldas lleva
el paraguas ayer remendado.

-En la Plaza esta mañana
por el paraguas y más por lo que haga
me daran buenos dineros.
Y compraré entonces al nenito una manzana,
una manzana roja
y también una estrellita de cartón
Las llevaré apretadas en el pecho
y cuando las vea, mi queridito,
reirá como lo hacía.

Va tras la rueda e imagina
los ojos del niño
esparcidos de brillo.
No sabe aún
que afiebrado de hambre
el niño, últimos suspiros, echa.



M.R.-C. 

El poema, integra el ensayo "Oficios y Artesanías Gallegas" - M.R.-C. - Derechos Reservados (2010) menciona la característica costumbre de llevar cargado sobre la espalda el paraguas, imagen que juega con la antítesis de atesorar sobre el pecho, los regalos comprados para el niño enfermo. Habla de una época de miseria y hambruna para los artesanos que cubrían sus necesidades con el jornal en los mercadillos montados en las plazas. 


                                                                               * * *