lunes, 20 de diciembre de 2021



UMBRAL LITERARIO SAN TELMO
 
SALUDA CON GENUINO AFECTO A AMIGOS Y COLEGAS 
EN ESTAS FECHAS ENTRAÑABLES DESEÁNDOLES SALUD, PAZ Y PROSPERIDAD.

QUE EL 2022 NOS REGALE LA ALEGRÍA DE CONGREGARNOS NUEVAMENTE 
PARA COMPARTIR LA FUERZA INFINITA DE LA POESÍA.

MARÍA RODRÍGUEZ-CAZAUX
DAVID ANTONIO SORBILLE
OSVALDO VÍCTOR FERNÁNDEZ


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jueves, 2 de diciembre de 2021

PRESENTACIONES DE LIBROS

 



PASAJERA DE LA NIEBLA, de María Magdalena Pascual



Por María Rodríguez-Cazaux


Nadie ignora que lo más sustancioso de la lectura de un poemario es hallar el Yo lírico del autor, personal, distintivo, “implagiable”. En este caso, una voz que siento muy cercana porque además se trata de una querida amiga.

Descubrí así, tras este genuino sentimiento que me acompañó en el pasaje de su poemario, una voz vibrante, rotunda, íntima, intensa. Su obra muestra un exigente, minucioso trabajo de pulido sin perder por ello la esencia de la inspiración primera. Una poesía con follaje que, sin embargo, ha sido exquisitamente decapada.

He descubierto que cada palabra parece acudir a un espacio que le perteneciera, un lugar donde es bienvenida. Y aquí es cuando me pregunté por qué pasajera y por qué niebla hasta que al avanzar encuentro a Aracne, la mujer a quien ni siquiera pudo superar la diosa Atenea, en la urdimbre de los días y las noches preguntándose –en elipsis, como yo/ella/Aracne– con qué ojos miraremos la trama cuando se haya disipado la neblina.

El impecable prólogo de Adriana “Dirbi” Maggio que da entrada al poemario pone al lector en autos. La obra, dice Maggio “es una transmutación poética de la realidad, tanto feliz como inquietante”. Y en esta inquietud transcurre Cercanía, rememoración que ocurre en un paisaje que dimos en llamar Primer Mundo donde la mendiga de la estación romana busca lo que el epígrafe asevera. Un aperitivo/ Un aperitivo –que la poeta marca reiterado en letra bastardilla, tropo y grafía altamente acertados– y que tiene connotación colosal si reflexionamos en el significado del vocablo: “pequeña cantidad de alimento en espera de una comida que sacie”. Algo que jamás será real para la harapienta atenazada por la garra de la miseria, la herida, la furia, la costra de tu lenta agonía, dice Magdalena en el tuteo que cierra el poema, tuteo franciscano, roce lindante, trato del que cruza el cuerpo del otro para sentir en la propia carne el latido del corazón ajeno.

En esta misma panorámica Migrante, cuyo armado en tercera persona –el hombre– acredita exquisitas imágenes líricas, cito: la espalda es una curva que estiba desde el alba sudando cuesta arriba, gerundio que tiene peso infinito porque no se deja de sudar tras los desaires de la guerra.

Aquí me detengo para indagar, quién es el hombre al que las aguas miran con ojeras de aceite, el que dejó dos espigas segadas en invierno, sus varones una mujer una hija quien mira la hoja como él a la deriva.

Hay en la poeta una mirada destacada en torno al escenario, podríamos hacer un paralelismo con la percepción ornamental que tiene un director de teatro frente al escenario. No hay detalle que escape al alcance de la simbolización, como ejemplo Mineros, dedicado a Van Gogh y que alumbra una estampa de personajes sentados a la mesa que parecen respirar dentro de un lienzo, donde el blanco algodón tiene visos, las manos venas, los ojos humedad. En este poema el recurso de la letra y (ye) destaca cada centímetro del cuadro, cito: y las manos/ y las cofias/y los rostros/y los diálogos/y la terca voluntad… / para sumar además olores característicos del oficio, de la cocina, de la sala donde están reunidos.

Más adelante, Transitando intransitivos alcanza el universo sobre la misma vida de quien esa tarde de mayo se renace en cada pétalo de una atrevida flor que vocifera fucsias en su idioma azaleo, donde el color y el sonido tan iluminadamente presentados para rematar, en esta primavera es delito desoír el llamado del erke, eligiendo para ello un instrumento de soplo labial utilizado en las celebraciones.

Como dije, notable acierto para dar el lugar exacto a la palabra exacta. No hubiera sido el mismo equilibrio lírico con otro instrumento. Tal como la misma autora confiesa esta manía de aprendiz que sigue buscando el verbo.

Los títulos de los poemas son otro sobresaliente hallazgo como ocurre por ejemplo en el poema Modo subjuntivo, que María Magdalena dedica a su padre y donde se cuestiona si hubiera sabido que te ibas a ir tan pronto utilizando las conjugaciones que se recitan en un tiempo sin regreso pretérito pluscuamperfecto/ más que concluido/ pretérito que jamás se escribió/ ni se escribirá/ pretérito de lo no dicho/ lo no soñado/ lo no vivido// ese tiempo es un misterio/ y el modo más aún/ tal vez sea un tren que se fue/ sin haber llegado/ nunca.

Dentro de un clima verde, perfumado, abierto, lúdico, Rosmarinus, conocido comúnmente por romero y altamente significativo en el cuadro que se expone porque es una hierba perenne, es decir eterna, perdurable –lo que dijimos de la palabra exacta–, un tiempo imperecedero que la autora menciona como aroma/ infancia y que vuelve a transitar como si todo un bosque me cerrara los párpados mientras el olor a pintura de las macetas que se realiza con ceremonial se une al de claveles, azahares, jazmines.

Al color se suma el tiempo, espacio en que transcurre el instante donde se alumbra el poema, cito algunos: “los dedos de la tarde escribieron su postdata tiza y rosa” (Diciembre de(s)vela), en esta primavera me lluevo (Transitando intransitivos), azahares del viejo limonero blancos de octubre y siestas (Postales de domingo), la dama de la noche se abre al cuerno de la luna para que la desflore/hay una paz quebradiza bajo los plátanos (Tarde de verano); entre los estertores del verano los higos negros se escondían (Higos negros); huele a tierra mojada primavereando ramas (Con firmeza decreto:). Asimismo, expone el momento del día se levanta una mañana con neblinas en ronda (A veces la tierra ocurre), la noche trae con su sombra la certeza de la ausencia (Poema sexto); se abre una corola en la tarde ensangrentada entre espinas resecas (Besos que restañan) naranjanegroazul del mediodía (Poeta) para confesar en el poema que da nombre a la selección que como Aracne tejemos con denuedo la urdimbre de los días y las noches, tal como en Postales de domingo cada ciudad es una entresemana y otra un domingo de octubre.

Ciertos críticos literarios aseguran hallar en muchos autores, urbes literarias. Estas aldeas, pueblos, ciudades, naciones a las que refieren, deben presentar un mapa de recorrido, lo que no resta sorpresa ni desluce el misterio. Dar al lector una ruta para avanzar y emocionarse, sorprenderse, encontrarse, es parte del talento y es evidente en las segmentaciones que Magda ha marcado en este poemario Cercanías y Como quien rotura la tierra, enfocan diferentes estados de temple.

El primero, merece transitarse con pie desnudo a veces la tierra ocurre y hay que sentirla con los pies descalzos, sensible imagen táctil y sensual que va en ascendente temperatura alguien descarta al recién nacido/sobre un charco de barro//ay sueño cartón piedra/ es Tu cuerpo el que entibia/ mis ríos secos //es Tu mano pequeña/dos dedos levantados/ la que bendice a todos (Duermevela) hasta desnudar en un paralelismo soberbio aquel Ángel con grandes alas de cadenas del soneto de Blas de Otero (Hombre) y este ángel de letra minúscula, que dejó su cárcel de niebla a pasos de la hornacina que aguarda deshabitada/ es casa sin sentido para los leños/ que nunca verá arder// un cielo azul sin brisa/ para los barriletes muertos //no hay trompeta para anunciar lo que no podemos decir// pesa tanto el cemento encadenado.

Como quien rotura la tierra congrega Poemas con nostalgia, Poemas de amor y desamor y Poemas para cruzar el bosque.
El primer poema, que la autora dedica a su madre, rememora aquel “Nada te turbe, nada te espante” de Santa Teresa de Jesús; nada me falta/nada me empuja/nada logra clavarse en mi entraña protegida/ cuando tus ojos/aguamarinagris/ me salvan del abismo. Sin retorno, hace referencia a un tiempo donde el padre aún no ve a su lado el miedo que aprieta con su garra// mientras el sobresalto se instala en un pozo sin fondo donde la voz se sepulta cómo olvidar el rostro de la muerte//cómo recuperar el jardín y los juegos//dónde el plumetí/ las fiestas/dónde Pierangeli /perdida para siempre.

Este apartado viaja en epifanías de memoria, porque también se goza en los recuerdos si de ellos se logra alejar el nocturno. Destaca La yaya, sublime descripción de la abuela catalana quien desde el sillón de una reinita en trono de mimbre da por herencia la despojada terquedad de no darnos/ por vencidas /nunca; poema que revela movimiento continuo en el vaivén del barco que cruza el océano, las sabatillas per ballar sardana, el fluir del agua del riego, el ir y venir de la aguja que zurce, las rosas que despuntan aromas, el leve paño del mantelito cuadrillé hasta detenerse en el espanto que hizo estallar la guerra/ dos hijos muertos/apenas asomados a la vida/ hasta hallar un orden místico, de bienaventuranza para poder exorcizar tanta estocada/ tanta daga/ escarbándonos la herida.

La referencia a la casa que aparece de forma precisa en época de infancia y juventud las claraboyas se asomaban/el patio oscuro la medianera/el aroma del jardín//vaivenes de la noche sombras en el patio/ secretos rumores// me ronda con acordes una antigua melodía/ regresa con perfumes a la grupa del tiempo (La casa) asoma más tarde absolutamente opuesta en Poemas de amor y desamor La casa es otra/ se ha esfumado/la alzada del aparador/ y en la pared se alegran/las diluidas flores del empapelado/ tanto tiempo privadas de luz// solo han quedado/ las fotos no mentidas/en las desvestidas paredes/ del dormitorio// por el ascensor se suicidaron/treinta tristes trajes//primorosos etcéteras/ llenaron una gran bolsa negra/ basura para la basura// la casa es otra/yo también (Mudanza) para decretar con firmeza –como la voz de Bernarda pero en enfrentada sinfonía– en esta casa no entran más mandatos /cerrada está la puerta/ con tranca y con cerrojo/ como lobos de noche/ aúllan hipocresías viejas// adentro hay un perfume/ a bosque recién amanecido// primavereando ramas/ saltan de una en otra/pájaros de colores/ sin palomar ni jaula// creo que en esta casa pueden más los instintos/ y un duende que anda suelto.

En esta atmósfera se empina aquella misma figura que, en Mudanza, hizo a un lado todo lo que cercenaba la luz y poco a poco de a tro ci tos// desafío de sutura en carne viva// se pone de pie en cuatro hilos de miedo/ sobre la arena/ que se/ escurre (Vasija hecha trizas) al tiempo que guarda en las aguas del pasado primeros pasos dientes de leche/ diminutas palomas que vuelan/ piececitos azulosos de frío// mientras es hora, mujer/ de levantar la piel que desollaron/y coser una capa que te abrigue/soltar los leños secos/ y que la hoguera/arda (Balance), quizá porque la felicidad es un cristal de nieve y a la luz del amor/ en cada vértice le crece/ una rama de requiebros y en el pechovientre anida/palabra y gemido / soy un pueblo de mujeres que espera (Poema sexto).

Poemas para cruzar el bosque muestra el Yo más escondido, el que ni siquiera refleja el propio espejo, el mismo que solo se nombra en tercera persona ella fue/durante mucho tiempo/ una mujer ahogada y que aparece finalmente desterrado y en pretéritos nunca vueltos a conjugar por obra y gracia de la sagrada palabra.

Sin caperuza certifica que hasta el disparo de un cazador puede redimir del miedo, destronar mitos, y la protagonista del cuento-cárcel alerta la conciencia/ rasga sus ropas para vendar la herida/ tira a un costado la caperuza roja/ y cruza el bosque. A la par de esta vigorosa escena una Eva rememora en todas las Eva a las obreras que dieron pabilo al Día Internacional de la Mujer y de la Paz Internacional hoy soy todas las Eva//la que muerde y acaricia/ cobija vomita y vocifera/ saca garras debajo de las plumas/ hoy Eva despellejó las máscaras (8 de marzo).

Convengamos en que los poetas cuentan de la manera más visceral la verdadera historia del ser humano, la más entrañable realidad, la crónica que conmociona, estremece, desnuda el tiempo que toca vivir. La pandemia que originó el coronavirus en el mundo, queda registrada de manera original en un poema donde la autora nombra a sus cuatro nietos –a quienes también está dedicado el poemario– en un recurso que instala la ternura y el futuro, mientras toma escena el hombre que me espera/enraizado en la vida/ recita a Benedetti/ con voz de pájaro y nido /mis amigos poetas /amasan y reinventan/palabras cada día //cuando el invierno/ haya borrado hasta/ sus huellas en la nieve abriré la petaca, la misma en la que guarda semillas de flor de seda/ tan diminutas casi / como el coronavirus.

Hacia el cierre, varios poemas abarcan un genuino sentimiento de fe que María Magdalena no quiere dejar de declarar. Dios, a quien la autora ya mencionó en La yaya, es Padre presente en los ojos que gastan su inocencia/en la mano mugrienta/que se alarga en la noche/ Dios es el Verbo que se escucha en la blanca pancarta/ que escupe violeta/en el sol que me alumbra/ en la tierra que estalla // en el evangelista que jura/ que moriste por mí (Te escucho), es el Hijo del Hombre que promete Vida Verdadera en Misa en La Rábida, bajo los árboles del patio a los fieles con barbijos como fuelles/ella agradece bajo el árbol /un frescor de hojas anchas/las nervaduras marcan senderos/goza/ con la certeza de que un día/ dará sombra/recién estrenada hoja de tilo. Dios habita los versos de Quevedo, es el nombre propio en el Libro de los Libros, es hueso sobre hueso que adquiere sentido (Cremación), y, en el último estertor, es el núcleo íntimo, percibido como inmortal silencio voces silencio/cuando los huesos piden levantarse /la zorra desliza por los rieles/un ángel pide mi mano / lenta muy len ta men te /piso el suelo mullido de plumas/y regreso /la vida llama (El día boca arriba).

Poeta precisa, con mirada sostenida en batallares cotidianos, alejada de rutinas y vaguedades, con un frescor de urgencia para contar taciturnos instantes de duda, desplazamientos, silencios, mareas de desencantos, laceraciones, pliegues, libertades, amores, María Magdalena demuestra también ser una vigorosa, reflexiva lectora; para aseverarlo bastan los epígrafes, citas y acápites del poemario, los guiños al lector entre líneas como piececitos azulosos de frío, que nos acercan a Gabriela Mistral.

María Magdalena Pascual encuentra belleza en los elementos naturales y modo de expresarla, simbolismos, tonos y elevación de cuadro, explora su identidad individual más allá de su propio ser y, en este punto, produce la conexión con el lector. Desde sus zonas poéticas alcanza el idioma que “siente” quien la lee, abrazo milagro que genera la potencialidad de su obra.

En lo personal, permítaseme agregar que Magda me ha otorgado inmenso honor al elegir para acápite versos que dan pórtico a su poema La casa, que despertó bones ànimes que viatjan con nosaltres, a Santa Compaña que viaxa con nós, aquellas luces de lenguas amadas las canciones que nos arrullaron los acentos que nos llamaron las voces tan queridas /desafinado amor /siempre conmigo. Siempre.


Diciembre, 2021.


Ediciones El Mono Armado
Poemario (2021)