domingo, 31 de agosto de 2014

ARTÍCULOS LITERARIOS



POÉTICA DE SÍMBOLO Y TEMPLE



                 Coincidamos en que "la poesía no se escribe con recursos”, las figuras de dicción, de construcción, de pensamiento y los tropos, solo tienden a escenografiar más palpablemente las imágenes de la lengua, apuntando al fin artístico. Este fin necesitará de palabras claves, adjetivales, personificación, antítesis. 
A través de todos estos atributos, el hablante lírico habrá de llevarnos al objeto lírico para desnudar el motivo, el tema de la lírica. Mas, nada tendrá fime edificación sin el temple, el ánimo lírico que sostiene la creación. 
El mundo del poeta, universo personal,  particular, irrepetible de sentimientos, boga entre dos aguas, realidad y espíritu -tomando como espíritu la no materia-, sin que por ello, deje de ser carne y latido. Emoción única que se multiplica. Fenómeno que claramente se entiende cuando un poema nos contagia el mismo estado anímico de su hacedor. Recuerdo estos versos “Me calcina sed de ti / de tu propia sed / sed que me seca”… y siempre, me provocan sed. Para ir sobre el punto, me influencian, me llevan a la realidad de la sed que el poeta ha sentido y recreó en mi propio cuerpo.

Asimismo, el temple del poeta,  permitirá que la obra sea perdurable más allá de su propia identidad . No referenciaremos al Poeta, referenciamos la magnitud de la creación que trascendió lo terreno, llegó a lo intangible, al espíritu.

Bruno R. Candelier analiza que “además de la percepción sensorial del mundo circundante se tiene un conocimiento intuido de las cosas”, sin duda, gracia concedida a quien escribe desde la interioridad, como escribe el poeta. Sin esta virtud revelada y reveladora, ¿cómo escribir sobre la fe o el amor? ¿Cómo develar la soledad desde el plano interior de la soledad? Y además, cómo encontrar el rumbo hacia lo bello -según Platón, “el sentimiento de la belleza culmina en Dios”-sabiendo la magnitud de lo bello.  

Tras esta reflexión, oriento la obra de María Crescencia Capalbo, joven escritora pergaminense de versátiles recursos narrativos, en cuya obra encontramos como principales sostenes, símbolo y temple.

Leerla, es vislumbrar imágenes bajo tropos -futuristas, oximoron, asíndeton, hipérbaton,alegorías- porque Capalbo logra que las palabras de valor cotidiano tengan peso connotativo y en bellísimo lenguaje.

María Crescencia Capalbo, sin perder su integridad, logra bilocación, y, nutrida de sus elementos transita “hacia el afuera” con la iluminación de la belleza en los vocablos.

Cito al magitral poeta catalán Salvador Espriu, en “Inicio de cántico en el templo”: “…Mas hemos vivido para salvaros las palabras,/para devolveros el nombre de cada cosa,/…”, para orientar al Lector sobre la intencionalidad de Capalbo. La poeta pergaminense salva la palabra perenne, aunque modificada, reciclada, inaugurada y la enarbola de identidad, la vuelve lengua genuina, impostergada.

Sus cuentos, que figuran compilados en numerosas antologías, tantean costados humanos, miserias y sublimidades que los hombres y las mujeres concilian. 

En “Escritura sin fronteras”, XLVII Antología de Poesía y Narrativa Breve (2013) que reúne a autores seleccionados a nivel nacional e internacional, su cuento “Doble tragedia” acerca escenografía latentes con un cierre impecable. En primera persona, resulta difícil escapar a la onmisciencia, sin embargo el personaje, transita la historia con acertado manejo de cámara cinematográfica.

En “Argentina en Versos y Prosas” - Ediciones Raíz Alternativa (2013), María Crescencia figura con cuatro poemas que a continuación comparto. 



"Sombras del presente" podría considerarse un Nocturno, donde el Yo, queda en suspenso y pareciese convertirse en Nadie, también en suspenso por la figura de pensamiento en interrogación retórica.


SOMBRAS DEL PRESENTE


Yo,
mi sombra,
Mi cuerpo,
Mi esqueleto…
Mi propio fantasma…
Yo.

                    Como un naufrago sin rumbo
                    Como un angel caído
                    Como el aire que se exhala
                    Y ya, ya no da vida…
                    Yo.
                    Nadie.



"Éter", bella declaración amorosa en acróstico de nombre propio, que goza de versos acertadamente encabalgados. 


                                    ÉTER

                Juego en la penumbra de la
                Oscuridad, y el ruidoso
                Silencio, amor, no me permite percibir el 
                Éter de tu procedencia divina. 



"Valle sin salida", recurre a enumeración, símiles y personificaciones. Destaca hipérbole, visión casi desproporcionada de la realidad que hace que los soles estén exhaustos y la atmósfera ufana, oprima. 



                                                               VALLE SIN SALIDA 
                                                                        (Fragmento)


Senderos pedregosos 
valles acantilados
lunas pequeñas
soles exhaustos.
[…]
Verdes y amarillentos horizontes,
caminos anexos,
abismo literario,
atmósfera ufana que oprime.
Caída al interior,
viaje sin regreso,
sin retorno,
caída libre.
Valle sin salida,
flores oscuras,
pantanos inquietos,
bosques embrujados
horizontes muertos.
[…]sirenas tristes,
sueño , pesadillas,
valle sin salida.



En “Somos el Instante”, antilogía en continuada evocación, y sinestesia y anadiploxis de impecable significado.

SOMOS EL INSTANTE 
(Fragmento)



Somos el instante mismo
en que nos miramos por primera vez;
el instante en que nos quisimos
sin saber querer.
Somos el instante mismo 
de una noche dormida […] 
Somos el instante mismo
en que el amor 
nos gritó callado […]
Somos el instante incierto 
de un amor lejano,
que llevamos a la gloria […]
Somos el instante acordado
que una vez Dios quiso […]




María Crescencia Capalbo


En conclusión, razonamiento y técnica. Ritmo. Cercanía con el misterio. Ánimo y búsqueda de la belleza por el sometimiento del lenguaje. Genio y oficio, y sin duda, talento.
Motivos más que suficientes para llegarse hasta la poética de la talentosa escritora pergaminense.



                                                                         * * *

Los poemas expuestos son autoría de María Crescencia Capalbo, y a ella pertenecen todos los derechos y atributos sobre los mismos.
La foto le pertenece a María Crescencia Capalbo.

jueves, 28 de agosto de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES


“CASTILLOS REALES, CASTILLOS MENTALES” 

 DE ALBERTO E. FELDMAN


                                                                                                                   Por Marita Rodríguez-Cazaux
Castillos Reales Castillos Mentales II
Alberto Feldman (Buenos Aires, 1941), escritor que dejó sus estudios de Medicina a un paso de doctorarse, presenta en segunda edición, treinta y tres cuentos (no por nada, “diga 33…otra vez…otra vez”) bajo acertado nombre porque son almenas, puentes, murallas, patios, y alcobas y pasillos y escaleras que el Lector habrá de transitar, celebradamente.
Narrador ilustrado, entretenido, de léxico oportuno, nada más adentrarse en sus escenarios, se palpa sustancioso momento y se quiere seguir estando.
Los personajes, descubiertos en la cotidianeidad, (vecinos, amigos, compañeros de tareas, profesores, colegas, extraños y conocidos) le dan rumbo a viajes humanos que, además de divertidos, acomodan inquietudes, esas mismas que nos hacen ruido y que quisiéramos ubicar en el mejor recinto de nuestro propio castillo.
Por citar, “La Tía Rosita”, que decapita infancia, juventud y madurez frente a la  “única parte de la casa que se embellece un poco más cada día”, da paño para análisis profundo. “Cupido vino de Galicia” es una historia que parece mínima y sin  embargo, ocupa toda una vida, o diré mejor, tres vidas. “Hora de la siesta en el jardín”, conserva prosa poética en un escenario cinematográfico sobre el final de la existencia de Susi, transcurrida a través de composiciones musicales. “Saliéndose de las casillas” es un cuento de redondez impecable y con un cierre que equilibra el trapecio donde se  mueve el miedo de Julia, la protagonista. “Punto final en La Perla”, recupera del Otro Mundo los tiernos afectos que -siempre-, llegan  en el momento preciso. “La foto escondida” sacude evocación y nostalgia en un clima de pretérito y presente, “El pianito de carey” transita espacio de tiempo con elipsis acertada, “Una pared tapizada en gobelino bordó” concilia Bucarest, Viena y Buenos Aires con genuina creatividad. Para confirmar su vocación desviada, “La mano del cirujano” y “Adiadococinesia”, palabra que define la incapacidad para coordinar y realizar rápidos movimientos voluntarios de carácter alterno, es pórtico en la historia de Ester Williams, Tobi y su dueño, el niño que jamás aprendió a nadar.
“Los jardines del Generalife”, “Castell de Cabres”, “Castillo de Aldomóvar del Río” y “En la Luna de Valencia”, que pertenecen a la saga “Postales de España”, configuran imperdible lectura por jugosas anécdotas y transportan a tiempos que, más que vivirse, han sido narrados.
Sin duda, Alberto Feldman, tiene talentoso manejo del cuadro y sus cuentos cortos apuntan a las postales humanas y al disfrute. Nada para dejar de lado, porque de disfrutar se trata la lectura, y la vida, al menos, eso mismo aconsejan hasta los médicos.
El Autor, prepara la próxima edición de su obra “Tango final en Saavedra y otros 36 cuentos”. Habrá pues, que estar atento. La promesa de aventura volverá a estar cumplida.
                    
                                                                                               * * *



"EL ARTE DE LA VIDA"

DE ZYGMUNT BAUMAN

                                                                                                                             Por Germán Cáceres
Tapa II
Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) es un reconocido sociólogo y filósofo polaco, que obtuvo junto con Alain Touraine el Premio Príncipe de Asturias 2010. Desde 1971 reside en Inglaterra y es profesor de las universidades de Leeds y de Varsovia. Se hizo famoso por su concepto de la actual sociedad líquida, caracterizada por la incertidumbre y la relatividad de los valores.
En El arte de la vida comenta el proyecto (le projet de la vie) del que hablaba Jean-Paul  Sartre: el individuo tenía un objetivo personal y urdía un plan para alcanzarlo. En cambio, en la modernidad (o posmodernidad) ya no hay un único principio rector, sino que éste cambia constantemente dado que se busca la felicidad a través de la adquisición de los bienes de consumo. Ahora importan el éxito y la autorrealización, esta última de acuerdo a los patrones cambiantes de las modas y las señales del mercado. Pensar que el filme Héroes olvidados (1939), de Raoul Walsh, hacía referencia a la crisis del ”exitismo”, y hoy éste se encuentra más arraigado que nunca. Un individualismo extremo convierte a las personas en esclavas de sí mismas, después de haber sido moldeadas por los principios del marketing. Ya no necesitan ser expoliadas por corporaciones, sino que lo hacen con sus ilimitadas exigencias. De allí el desasosiego y el desgarro que sufren íntimamente. El pensador coreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959) arriba a conclusiones similares, de acuerdo a  la nota de Agustín Scarpelli (“Crítica a nuestro ilusorio albedrío”), aparecida en el Nº 568 de la revista Ñ (16.8.2014).
Otro de los conceptos marcados por Bauman es el de generación, la cual  anteriormente se interrumpía cuando un giro substancial en la sociedad hacía nacer una nueva etapa. Pero ahora, la innovación tecnológica y los cambios de paradigmas son  continuos, de modo que los puntos de vista de los seres humanos se modifican a cada instante. La obsolescencia no necesita ser planificada, forma parte de nuestra vida líquida, que equivale “a permanecer en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente transformándose (o al menos intentándolo) en alguien distinto del que ha sido hasta ahora”. O sea, “huir de uno mismo y adquirir un yo hecho a medida”.
En este ataque frontal a la sociedad de consumo (“…la ideología defendida en la actualidad, desde arriba para uso popular, es una creencia de que pensar en una ´totalidad´ y componer visiones de una ´buena sociedad´ es una pérdida de tiempo…”), Bauman advierte que la solución podría buscarse en el pensamiento del filósofo Emmanuel Lévinas, que sostiene que la huidiza felicidad radica en el desprendimiento, en una ética pura, sin condicionamientos, en “ser para otros”. Y aprovecha para recordar una frase del venerado Erich Fromm: “El amor es principalmente dar, no recibir”.
La traducción de Dolors Udina logra transmitir con claridad las ideas desplegadas por el ensayista.
                                        
                                                                                                  * * *

Reseñas publicadas por periódico Irreverentes en la fecha.

miércoles, 27 de agosto de 2014

POÉTICA



                                         A BARLOVENTO





Desde mi ventana miro
solamente los hombros y la espalda,
el pelo oscuro en un perfil a medias
y la menuda mano
que abanica un barquito de hojas entintadas.

Botado en astillero de letras de molde
se abre al raso río que la lluvia ha dejado
por el borde de los adoquines,
y surca mares nuevos.

Latidos de brisa despareja
llevan la nave hacia el dragado de la alcantarilla.
Entonces, levanta el barco,
pasa los dedos sobre la pringosa hoja,
y vuelve a armar otro barquito destintado.

Con honores de patriótica escuadra
lo bota a barlovento por mares inventados.

Desde el malecón de la vereda
hasta mi ventana sube
perfumado de tinta, mesana desplegada,
el invencible himno de la patria libre.


M.R.-C. Avance de POESÍA CONGREGADA 
Antología Poética (2014)
Editorial Dunken

EL TAPADO DE MEZCLILLA




               
                                                                 Por Marita Rodríguez-Cazaux


Lo había encontrado en San Telmo, revolviendo en una tienda cualquiera, casi oculto por una estolita de cachemira.  

-Un abrigo italiano, de corte impecable. Mire los pespuntes en cordoné, los botones dorados, la martingala. Un tapado con presencia -trataba de convencerme el vendedor -¿Usted diría que es verde, azulado o gris? Imposible, porque este tapado tiene el color del estado de ánimo de quien lo use, ¿no le parece? Y fíjese la trama, una pichincha para no perderse -decía adulándome con gestos galantes.


Sin poder resistirme me lo calcé sobre los hombros. Un perfume de valeriana me subió por la nariz; creo que ese perfume, me incitó a quedarme con él. Pagué sin entender porqué me atraía un abrigo de mezclilla fuera de moda. Salí de la tienda con el tapado en el brazo, colgando como una marioneta. Las mangas balanceándose al compás de mis pasos sobre los adoquines hacían que su sombra gesticulara en las paredes lances verdosos, azules o agrisados, como si escapase.

Ya en casa volví a ponérmelo. Mirándome de costado y dando una vuelta frente al espejo me pareció regresar a la infancia, frente al ropero de mamá, probándome su ropa.


Qué tonta, pensé, no necesito tener otro abrigo, y menos que me lleve a esos recuerdos. Pero el tapado es justamente de mi talle, no puede negársele una hechura personal, me conformé mientras lo guardaba en el placar. Después entré en el baño y me olvidé del gasto impensado, mientras deslizaba la crema por el cuello y las arruguitas de los ojos.


Una semana más tarde me invitaron al cumpleaños de una prima en la casona de la playa. No quería ir porque la estancia rememoraba aquellos días interminables en veranos aburridos, dando vueltas por el parque, la sala, los pasillos del corredor. Sin embargo, yo jamás encontraba las palabras que ayudasen a escabullirme de esas reuniones tediosas y acababa por aceptar.


Termino haciendo lo que no quiero, me recriminé mientras guardaba contrariada en la maleta la ropa interior y los zapatos altos, los cosméticos y el vestido negro de lana. Con este frío, protesté al tiempo que ponía todo en el baúl del auto. Entonces me acordé del tapado de mezclilla jaspeada.


Puedo estrenarlo, me impuse y lo acomodé en el asiento.


A las tres horas cruzaba la tranquera y seguía el camino de pinos hasta llegar a la casa. Estacionados sobre la gramilla cuatro autos y una moto se alineaban debajo del alero. Adiviné que todos estarían en la sala, junto al hogar de leños, mientras mi prima servía chocolate con masas horneadas por la abuela.


Cuando entré, un fuerte olor a piñas quemadas llenaba el salón.


-Por fin, ya nos marchábamos a pasear por el centro -me recibió la tía, con el mismo tono afectado y afónico que creía obligatorio en la gente paqueta, y empezó a apurarnos distribuyéndonos en grupos.


-Ponete algo abrigado -ordenó mientras apoyaba dos besos sin sonido sobre mi cara.


Sin replicar me puse el echarpe debajo de las solapas del tapado, pensando que el centro no tenía más que cinco cuadras de negocios, un club y la plaza principal.


-Está desierto, como todos los inviernos -dijo mi prima y me empujó para salir.


Poca cosa para estrenarme el tapado, pensé.


En el verano la playa en la entrada del pueblo, era invadida durante el día por haraganes ricos con anteojos oscuros; antes del atardecer regresaban a sus hoteles a cenar y nos dejaban todo el pueblo marinero para nosotros. La gente se reunía en las puertas de las casas y tomaban helados en las veredas, criticando a los turistas y convencidos de que el lugar solamente les pertenecía por entero en los inviernos.


Hacia la medianoche los autos volvían a acercarse a la playa, con los faros encendidos circundaban un espacio donde encendían fogatas mientras las radios sonaban estridentes. Yo los veía detrás de las ventanas, espiando el bullicio de los visitantes, imaginando sus vidas de entretenimientos, sus viajes, sus desbordes. Aventuras tan distantes de mis vacaciones sosegadas.


Caminando hasta el bar del centro, un viento fresco me obligó a cerrarme sobre el cuello las solapas, mientras un sol delgado resbalaba por el tapado.


-¿Te acordás de Enrique? -silabeó mi prima, tocándome el brazo.


Era imposible olvidarme de Enrique. Lo recordaba aún sin proponérmelo.


El año en que mis primos pasaron con los abuelos el verano, los días solitarios sin otro pasatiempo que la hamaca en el árbol y los libros, se volvieron días de alegría y juegos en la playa. Amigo de mis primos, simpático, incansable, era el líder indiscutido. Lo veneré desde su llegada. No perdía oportunidad de estar con él, cabalgando por los médanos, jugando en el mar, organizando guitarreadas alrededor de los fogones.


Juntos siempre, hasta que un mediodía ella apareció en la playa y el sol se eclipsó sobre su pelo. Perfecta y alta, paseando sin prisas por la arena, Enrique dejó de mirarme para mirarla y se fue alejando de todos los momentos que compartíamos para estar pendiente de ella.


Espiaba el amor de Enrique para la chica rubia que se hospedaba en el hotel más céntrico. Los veía abrazados, mojándose los pies en la espuma que traían las olas, riéndose y besándose.


Antes del término del verano él la siguió a Buenos Aires. Quedé aún más sola que en los veranos anteriores.


Más tarde supe que estaban en San Marino, donde él trabajaba en un estudio iniciando su carrera. Después de dos años se separaron y él regresó al campo de sus padres, abandonando proyectos propios en un buffet de abogados.


Al terminar mi carrera viajé a Bélgica becada. Regresé con el inicio de la democracia y conseguí un buen empleo como correctora en una editorial capitalina.


Nunca volví a ver a Enrique, ni siquiera en casa de mis primos, con los que mantuve una relación estrecha. Y ahora, el filo de su partida volvió a rozarme.


Oí a mi prima contar que vivía solo, que estaba establecido en una chacra, que se había vuelto taciturno, bajando la voz confidencialmente, a medida que nos desviábamos de la plaza para entrar en el bar.


Cuando nos sentamos a la mesa, al mirar curioseando el salón reconocí su nuca, sus hombros apenas recostados en el respaldo en una silla.


La tía también lo vio, y poniéndose de pie, alzó la voz para llamarlo. Girando lentamente, Enrique saludó con la mano. Al verme, pareció sorprendido.


Se levantó. Apoyado en la mesa, contestó algunas preguntas de la tía; después se llegó hasta mi sitio.


-¿Puedo sentarme? -dijo, separando la silla.


-Sentate donde quieras -le contesté y corrí el tapado del asiento donde lo había dejado, al tiempo en que él se sentaba.


- Años, años… - dijo despacio cruzando los brazos sobre la tabla de madera.


Parece decolorado, como la rubia, me regocijé en secreto al notar las canas en sus sienes y las arrugas que le bordeaban los ojos.


Los ojos de él se detuvieron en los míos como una caricia que me obligaba a mantener apretados los dientes por temor a decirle cuánto había extrañado esa mirada.


No te quiero, no te quiero, llevo media vida aborreciéndote, pensé y sostuve su mirada demostrando una indiferencia que no era real.


-¿El abrigo es tuyo? -preguntó señalando el tapado, como si quisiera alejarlo, mientras yo bebía chocolate dulce, con los ojos fijos en la pared con humedad.


- Lo compré en Londres -le mentí. Una mueca le torció los labios.


Cuando nos levantamos para regresar a la estancia, la tía lo invitó a cenar. Pero él se negó.


-Prometeme que venís a los postres -insistió ella. Enrique ladeando la cabeza, aceptó casi sin abrir la boca.


Cuando llegamos a la casona, la abuela asaba castañas y las bellotas crepitaban por el calor.


-Pobre Enrique -susurró mi prima antes de ir a cambiarnos, parece que algo lo estaqueara en la tristeza, como si no pudiera ser feliz en ningún lugar. Seguro ni siquiera viene a la noche.


-La tía no debió obligarlo -dije subiendo la escalera.


-Seguro sintió lástima por él. Enrique no es el mismo desde que ella lo dejó. Aquella relación fue cruel -agregó mi prima, apurándose en los escalones -. Una mujer cínica que solamente perseguía su posición.


-Así son las rubias -contesté inquieta, pasando la mano sobre mi flequillo oscuro.


Durante la comida me sentí incómoda, silenciosa. La abuela, solícita, acercaba los platos con castañas almibaradas y los duraznos glaseados del postre.


Después de la cena alguien trajo un álbum de fotos y mientras la tía lo hojeaba todos empezamos a convertirnos en bebés gordos envueltos en mantitas tejidas, en chicos despeinados jugando en la playa, en adolescentes desgarbados.


-Qué lindo sentirse veinte años más joven -dijo la tía. La miré con rabia. Veinte años, eran los que yo tenía cuando me enamoré de Enrique. Nunca pude querer de la misma manera, arrastrando fracaso tras fracaso, enredos y desilusiones que parecían perseguirme.


-Mirá, mirá, acá estás disfrazada de Pierrot y con medias blancas -gritó mi prima, señalando mis piernas flaquitas de rodillas huesudas.


Yo odiaba las fotos de la abuela porque me acercaban a ausencias muy dolorosas, a días interminables de vacaciones solitarias mientras la familia viajaba al Uruguay y yo, alejada del bullicio de las clases, no tenía otro pasatiempo que la hamaca en el árbol y los libros.


Un motor detenido en la entrada precipitó a la tía a la puerta. Al rato apareció en el salón del brazo de Enrique. Me pareció que él se sentía incómodo.


Increíble volver a verlo y en esta casa, pensé mientras respondía a su saludo.


-¿Viste las fotos? -oí que decía la abuela mostrándole el álbum - Fijate qué lindas están las chicas -agregó.


Horribles pensé, horribles con esos trajes de baño con voladitos y los sombreros de lona a rayas. Horribles al lado de la rubia impecable, envuelta en un pareo importado y con un escote de envidia.


-Fue una época especial -dijo Enrique sonriendo con ese rictus que diferenciaba su sonrisa de la de los demás.


-¿Por qué? Apenas un verano que pasó de largo y que nadie recuerda -contesté sabiendo que iba a lastimarlo.


Lentamente se separó del sillón donde la abuela hojeaba las fotografías. Se acercó al ventanal. La tía le alcanzó un pocillo de café. Los vi hablar en voz baja.


El calor de los leños me mareaba. Descolgué el tapado del perchero y salí a fumar un cigarrillo al parque.


Unas pisadas a mis espaldas hicieron que me diera vuelta. Era él.


-Al llegar a San Marino ya la había perdido –dijo como si fueran las palabras que habían quedado adeudadas, un secreto que tuviera que develarme -Fue inútil tratar de retenerla, no pude hacer que me quisiera -agregó sin pudor.


-Nadie puede hacer que lo quieran –silabeé con resentimiento, dispuesta a tirarle en la cara todo el dolor de estos años.


-Volví a encontrarla hace unos meses, sentada a la mesa de un café abrazaba a un hombre joven. Sus dedos perfectos plegaban para cerrarla sobre su garganta, la seda de una chalina; un gesto que solamente ella podía volver sensual y provocativo. Todavía me pareció hermosa, hermosa como siempre, pero al descubrirme desvió la cara -siguió diciendo como si viera un paisaje más allá del que nos rodeaba.


Se pasó la mano por el pelo que le caía sobre la frente. Un ademán ligero que le era propio y que nadie podría repetir con naturalidad. Al menos para mí.


Su voz era opaca cuando volvió a hablar.


-Recordé el último momento en que la sentí mía. Caminábamos por una calle escalonada, una llovizna imprevista nos apuraba los pasos. Ella cruzó, con ese mismo gesto, las solapas de su abrigo. Un abrigo jaspeado de color indefinido, con botones dorados, que habíamos comprado juntos en las tiendas de San Giovanni. Un tapado de mezclilla que volvía el tiempo del color que ella mandaba. Verde. Azul. Gris. Un tapado que reconocería inmediatamente.


-Inconfundible -dijo -.Aún en el cuerpo de otra mujer.


Después, por el sendero, debajo de los pinos, lo vi marcharse.


El rocío se iba desvaneciendo en una cortina espejada sobre el ligustro, cuando metí las manos en los bolsillos de un tapado de mezclilla gris.




M.R.-C.
"DEL GLAMOUR A LA CIÉNAGA" (2013)

Editorial Dunken

lunes, 25 de agosto de 2014

JULIO CORTÁZAR

A treinta años del fallecimiento del escritor Julio Cortázar,
se conmemora el centenario de su nacimiento.






OBJETOS PERDIDOS


Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.


LOS AMANTES


¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.



LOS AMIGOS

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan 
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino, 
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan 
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.





* * *

ENTREVISTAS

Entrevista a José María Marcos, director de la editorial Muerde Muertos 

Por Fernando Veglia
Hermanos Marcos

“De vez en cuando hay que morder al lector para ver si la literatura está viva”

P.: ¿Cómo nació la idea de fundar una editorial?
R.: Creamos el sello con mi hermano Carlos. Nació como parte de nuestra necesidad de expresión. Juntos, hemos desarrollado varios proyectos, entre ellos la escritura de dos novelas (“Recuerdos parásitos” y “Muerde muertos”), y la editorial nos pareció un desafío y una buena oportunidad para seguir aprendiendo.
P.: ¿A qué se debe el nombre?
R.: Remite a un oficio medieval. Ante el miedo de un entierro prematuro, el muerde muertos se encargaba de certificar el estado del presunto difunto. Según la bibliografía, su método era morder el dedo gordo del pie o el meñique de la mano. Si el individuo gritaba, no lo enterraban. Si no respondía, lo metían en el cajón. Adoptamos el nombre por varias razones. “Muerde Muertos” lleva las dos “M” de Marcos-Marcos. “Muerde” remite a la literatura erótica, que cultiva Carlos, y “Muertos”, a las historias de terror, que son mi devoción. De algún modo, los conceptos reunidos configuran el universo de los hermanos Marcos. De vez en cuando hay que morder al lector para ver si la literatura está viva.
P.: ¿Qué diferencia a Muerde Muertos de la competencia?
R.: Para nosotros la literatura no es una competencia. Nos alegra cuando editoriales colegas sacan buenos libros. Además, nos enorgullece cuando alguno de nuestros autores es reconocido en otros ámbitos o lo publican en otros sellos. Lo festejamos como un logro de todos los muerde muertos.
P.: ¿Qué tipo de literatura ofrece y ofrecerá?
R.: Dentro de nuestras posibilidades procuramos difundir obras vinculadas al terror, erotismo, realismo delirante y fantástico, por separado y todo mezclado. Lo importante es que sean historias que apuesten a estimular la imaginación.
P.: ¿Trabaja con un grupo de escritores o recibe originales?
R.: Mayormente trabajamos con autores que vamos cruzando en festivales, ferias, talleres y eventos.
P.: ¿Qué títulos ha publicado? ¿Cuáles publicará próximamente?
R.: Tenemos editados 13 títulos: “Inmaculadas”, de Carlos Marcos; “Los fantasmas siempre tienen hambre”, de José María Marcos, “El fantasma del rosario”, de Marisa Vicentini; “Crónicas del mal”, de Alberto Ramponelli; “Beber en rojo (Drácula)”, de Alberto Laiseca; “iluSORIAS”, de Alberto Laiseca y 168 artistas del realismo delirante; “Muerde muertos (quién alimenta a quién…)”, de José María y Carlos Marcos; “Árboles de tronco rojo”, de Marcelo Guerrieri; “Ingrávido”, de Fernando Figueras; “Quepobrestán”, de Fernando Figueras; “Haikus Bilardo”, de Fernando Figueras y José María Marcos, e ilustraciones de Matías Berneman; “Los ojos de la divinidad”, de Pablo Martínez Burkett; y “Osario común. Summa de fantasía y horror” (selección, prólogo y notas de Patricio Chaija) con cuentos de Fabio Ferreras, Mariana Enriquez, Pablo Schuff, Pablo Tolosa, Jorge Baradit, José María Marcos, Walter Ianelli, Alejandra Zina, Claudia Cortalezzi, Ignacio Román González, Gerardo Quiroga, Ricardo Giorno, Sebastián Chilano, Gustavo Nielsen, César Cruz Ortega, Alberto Ramponelli y Emiliano Vuela. En el 2015 saldrán otros cuatro títulos. Preferimos no adelantar cuáles, porque algunos están definidos y otros aún se hallan en etapa de evaluación.
P.: ¿Dónde adquirir sus libros?
R.: En Argentina la distribución está a cargo de Galerna-Que leer, que tiene librerías propias y llega a cadenas como Cúspide y Yenny, además de Temátika que ofrece venta online. Por otro lado, ofrecemos nuestros libros en los eventos que participamos y a través de un simple correo electrónico a la Distribuidora Mal Pascal,malpascal@yahoo.com.ar, que es nuestro sistema de venta directa.
P.: ¿Qué opinión tiene del mercado editorial argentino? ¿Cómo lo aborda?
R.: El 70% del mercado editorial argentino está manejado por dos grupos transnacionales. Ellos tienen todos los medios para inclinar la balanza a su favor. Estimo que las editoriales como Muerde Muertos estamos fuera de lo que se considera el “mercado”, o representaremos algo así como el 0,0000000000001% del 30% restante. De igual modo, es muy difícil cuantificar cuánto de lo que se produce es literatura, y pienso que en esa dificultad, en ese entresijo, es donde sellos como Muerde Muertos entran a tallar y tienen su gravitación.
P.: Para finalizar, ¿best seller o calidad?
R.: Soñar no cuesta nada (creo): calidad y best seller.

                                                      ***
Entrevista publicada en Periódico Irreverentes
Muerde Muertos II


jueves, 21 de agosto de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES

“EN BUSCA DEL CIELO PERDIDO”, DE EDUARDO GONZÁLEZ

                                                                                                         Por Germán Cáceres
Autor II
En sus “Palabras de despedida”, Eduardo González dice que: “Leer, como el fútbol, es un sentimiento. He leído muchos libros. Muchos los leí de un tirón…” Esto mismo ocurrirá con el joven que se acerque a En busca del cielo perdido, título que remite al célebre ciclo de Marcel Proust, escritor al que se cita en un epígrafe. Aquí los preparativos para ejecutar un penal disparan un largo racconto sobre Pupi y Leo, dos chicos nacidos en Ciudad Evita que juegan al fútbol, deporte por el que sienten una pasión ilimitada.
Precisamente uno de los tantos puntos altos de la novela es el relato de los partidos mediante párrafos breves y filosos, que inyectan fuerza, ritmo y dinamismo, como si formaran parte de la transmisión vibrante y enfática de un locutor.
En los demás tramos del libro, la prosa es bella y fluida, desbordante de símiles imaginativos.
La historia propuesta por el autor resulta amena, tierna y humana, no exenta de un costado doloroso, el de Pupi, un arquero de ley que soporta el maltrato de un padre resentido. Pero allí está Leo, su amigo del alma y goleador implacable, para ayudarlo en su dura lucha contra la injusticia paterna: ambos emprenden un itinerario sabio y vital con el fin de alcanzar ese cielo perdido, en donde prevalecen la amistad, los sentimientos nobles y la solidaridad. Y tampoco falta el amor incondicional de Nati, una jovencita que también es fanática del fútbol. González refleja convincentemente esa etapa que se inicia a los once años y deja atrás la pubertad para ingresar a la adolescencia.
Una nota simpática la aporta la afición de Pupi por las historietas, sobre todo hacia Batman, aunque también se interesa por Superman y el Hombre Araña.

“En busca del cielo perdido” , de Eduardo González  (Crecer Creando, Buenos Aires, 2014, 128 páginas)

domingo, 17 de agosto de 2014

RELATOS


Uno, dos, tres.

Por Fernando Veglia
blacknwhite_391
En un edificio oscuro y avejentado, recostado sobre la calle Sarmiento, estaba el estudio jurídico “Gutiérrez y Asociados”. En un pequeño ambiente, destinado a la recepción, atendía llamadas telefónicas y clientes Omar Güero, un hombre de cuarenta años, que trabajaba, hacía por lo menos dos décadas, para la adinerada familia Gutiérrez.
El estudio jurídico estaba al mando del hijo menor de don Gutiérrez, Óscar. Un muchacho, haciendo sus primeras armas en la profesión, asociado al abogado de su padre, Juan Carlos Bedart.
Los clientes no eran amables, ni cordiales, eran personas con problemas por resolver. Los había de toda clase, desesperados, violentos, llorones, irónicos. Omar Güero, con su inagotable paciencia, los contenía y comprendía. Lo que no comprendía, acostumbrado al trato respetuoso de don Gutiérrez, eran las actitudes de los abogados y, a veces, las de Óscar y Bedart.
Nueve de la mañana. Omar llegó al estudio, encendió algunas luces y el ordenador del despacho. Sonó el teléfono.
—Estudio Gutiérrez y Asociados, ¿en qué puedo ayudarle?
—Hola, buenos días, ¿está el doctor Gutiérrez?
—No se encuentra, ¿quién habla?
—El doctor Viti. ¿A qué hora llega?
—En media hora.
—Dígale que es urgente, por favor. Que me llame. ¿Tiene mis teléfonos?
—Sí, doctor. Hasta luego.
—Hasta luego.
Nueve y media de la mañana. Omar leía los titulares del periódico matutino, mientras bebía té. Sonó el teléfono.
—Estudio Gutiérrez y Asociados ¿En qué puedo ayudarle?
—¿Llegó el doctor Gutiérrez?
—No ha llegado. ¿Quién habla?
—El doctor Viti. Ayer, me dijo que llamara a las nueve. ¿Usted sabe si está en la  casa?
—No lo sé. Todavía no llegó al estudio. Seguramente está por llegar.
—Por favor, dígale que me llame. Es urgente.
—Sí, doctor. Hasta luego.
—Hasta luego.
 Diez de la mañana. Omar ordenó la agenda del día, comenzó a redactar unos escritos. Óscar Gutiérrez ingresó al estudio.
—Buen día, Omar. ¿Llamadas?
—Buen día, señor Gutiérrez. El doctor Viti llamó dos veces. Pidió que lo llamara, con suma urgencia.
—Si vuelve a llamar, dígale que no estoy.
El doctor Gutiérrez, encerrado en su despacho, comenzó a realizar llamadas.
Diez y media de la mañana. Omar estaba a punto de irse; debía realizar un depósito bancario. De pronto, el timbre del teléfono lo interrumpió.
—Estudio Gutiérrez y Asociados, ¿en qué puedo ayudarle?
—¿Llegó el doctor Gutiérrez o no me quiere atender? —preguntó Viti con fastidio e ironía.
—El doctor no ha llegado –contestó Omar con calma.
El silencio invadió la conversación telefónica.
—¡Usted me está tomando el pelo! ¿Sabe o no sabe a qué hora llega? –preguntó Viti a voz en cuello.
Omar, revestido de la concentración que envuelve a los cirujanos antes de realizar una intervención, contestó: – A las nueve y media, tenía entendido, iba a estar aquí. Pero debe estar retrasado, porque no se ha comunicado conmigo…
—¡Dígale que me llame! –Gritó Viti
La comunicación concluyó abruptamente. Omar, algo molesto, fue al banco.
Dieciséis horas. El doctor Bedart ingresó al estudio jurídico.
—Buenas tardes, Omar ¿Cómo le va?
—Bien doctor. El señor Óscar está en el despacho. El doctor Viti llamó reiteradas veces.
Bedart hizo un gesto de alarma, miró el rostro de Omar agresivamente y su color de piel lechoso mutó en el rojo intenso de una brasa, hasta que su boca expulsó fuego en un grito: –¡Me tiene que avisar al teléfono móvil!
—Señor, yo…
—Señor nada. ¿Hace cuánto que trabaja acá?
—Hace seis meses, pero permítame explicarle…
—¡No me explique nada!
Bedart dio por terminada la conversación, encerrándose en el despacho donde estaba Óscar Gutiérrez. Estalló un griterío.
Omar, con los ojos envenenados, abrió el primer cajón de su escritorio, tomó las llaves de su hogar, la billetera y una pequeña agenda. Se fue sin saludar a nadie. Su alma y su cuerpo contenían una carga de odio enorme y temía derramarla, por accidente, sobre otra persona. Necesitaba llegar a su departamento, a un refugio.
Caminar lo relajaba, no le interesaba volver a la oficina, disculparse con Óscar y Bedart o, lo que era peor, volver a escuchar al doctor Viti. Sentía amargura, le habían faltado el respeto. Concentró los pensamientos en su esposa; la sorprendería llegando temprano. Ese día, como tantos otros, necesitaba contención.
Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido. Sin decir palabra, ni siquiera pedir una explicación, entró en la sala, caminó hasta el balcón y, parándose en la baranda, gritó: “¡Gutiérrez, la madre que te parió!” Ante la sorpresa de sus dos únicos espectadores, saltó al vacío.
Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido. Corrió hacia el extraño y lo golpeó hasta que no presentó ninguna resistencia. Lo había matado. Buscó a su esposa con la mirada; hablaba por teléfono entre lágrimas y jadeos. Seguramente estaba pidiendo socorro a la policía. La derribó de un golpe, dejándola inconsciente. La arrastró hasta el balcón y la arrojó al vacío. Sólo restaba vengarse de Óscar y Bedart.
Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido. Saludó cordialmente a ambos. La mujer le presentó al marido de Anita, vecina del octavo “A”. Anita estaba en la cocina. Compartió con ellos el infortunio que lo había desequilibrado y, para su beneficio, la pareja le ofreció trabajo, con un sueldo que doblaba al que tenía.
Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido. Rompió en llanto. El amante de su esposa, aprovechando el momento de debilidad, escapó. Ella sólo atinó a abrazarlo y a explicarle lo sucedido.
Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido…
La hoja, transformándose en una pantalla, permitió que el escritor observase la situación, como quien mira un programa de televisión. Omar, el personaje, lo miró fijamente, estiró sus brazos y tapó la hoja pantalla.
El escritor, incrédulo, volvió a escribir: “Omar ingresó rápidamente a su departamento, sorprendiendo, en el living, a su esposa con un hombre desconocido” La hoja volvió a transformarse en una pantalla. Omar, paralizado, miró al escritor y gritó: “¡No me hagas la vida infeliz! Estoy cansado de ser tu personaje, de tu manoseo ¿Quién te pensás que sos? ¿Cuántos malos posibles finales escribirás?
—Yo escribo el final que quiero –contestó el escritor, sorprendido y fastidiado.
—¡No! Vos vas a escribir el final que yo quiera. Mi esposa está esperándome, desea consolarme, amarme. El hijo de don Gutiérrez, Óscar, muere. Mátalo como quieras. Recibo, de parte de don Gutiérrez, una generosa donación. Bedart y Viti mueren infartados o del peor modo posible…
—Me niego a escribir ese final, es pésimo… Tú eres mi capricho…
—¡Vete al diablo! –Gritó Omar.
—Claro, sí…  –contestó el escritor, enfurecido y a punto de destruir la hoja haciéndola un bollo.
—¿Me querés matar? ¡Asesino!
Omar extrajo un revolver de su cintura y, sin dudarlo, disparó.
En una habitación solitaria, un cadáver tapizaba el suelo y una hoja continuaba descansando sobre un escritorio; en los cuatro renglones finales, podía leerse: “Estimado lector, escribe Omar Güero, esta narración ha finalizado. Ha sido una ficción demencial con rasgos de realismo. Todo lo que puede ser y no ser, expresión de algo es”.


Relato incluido en el libro Líneas (Ed. de los Cuatro Vientos, 2005)
publicado en fernandoveglia 
Al Autor  pertenecen todos los derechos y atribuciones.