sábado, 31 de mayo de 2014

RELATOS

Noticias

 Por Fernando Veglia
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Tratábase de cuatro soldados imperiales atrapados en el interior de una vivienda. Estaban en la aldea de un país, ubicada a más de veinte mil kilómetros de sus hogares.

La situación era complicada, todo aconteció muy rápido. Por la mañana, un contingente militar salió de la base, en dos vehículos artillados, con órdenes de registrar todas las viviendas de una aldea, llamada Akab. Debían incautar armas y evaluar la hostilidad de sus habitantes.
La misión era justificada. El diminuto lugar era un paso obligado para llegar a la ciudad de Kil Al Assir, donde se concentraba buena parte del ejército enemigo, y los hombres que la ejecutarían eran pocos.

Akab estaba formada por un puñado de chozas rudimentarias, clavadas en el desierto de Oriente Medio. La ruta que comunicaba el océano con Kil Al Assir la dividía en dos, no había otras calles o avenidas, sólo pasillos estrechos, laberínticos, escurriéndose entre casas amarillentas y descuidadas. El Departamento de Inteligencia imperial estimaba que la población era de cincuenta familias viviendo en estado de indigencia. Colaborarían si el ejército entregaba víveres.

Cuando el contingente militar llegó a la aldea la encontró abandonada. Las puertas de los hogares estaban cerradas, el silencio imperaba y sólo el viento del desierto caminaba por los pasillos. Todo indicaba una emboscada. 

Los soldados descendieron de los vehículos, apuntando con sus armas en todas direcciones. Después de aguardar veinte segundos eternos, un oficial señaló una vivienda y seis soldados la revisaron. Estaba vacía. Entraron en nueve hogares más, todos habían sido abandonados. Aparentemente los habitantes habían sido evacuados o habían huido. Era evidente, para cualquier estratega, que los imperiales tomarían el lugar. 

El oficial que dirigía la misión pensó que el enemigo era más astuto de lo que suponía; antes de perder hombres en un combate inútil, entregaba la aldea y ganaba tiempo para organizar la defensa de Kil Al Assir. Claro que el oficial no pensó en los orgullosos hombres y mujeres de Akab.

Los militares estaban distendidos y los vehículos desprotegidos. Habían revuelto todas las casas y no existía amenaza alguna. La confianza los sedujo y muchos hurtaron objetos que suponían valiosos. El oficial aprobó la conducta con su inacción, de todos modos en la guerra no hay robo, ni violación de la propiedad privada, sólo hay guerra, todo está permitido. Por otra parte, quién se atrevería a juzgar las acciones de un ejército imperial.

A pesar de que había llegado la hora de retirarse, los soldados seguían desperdigados por los pasillos y los alrededores; sólo cuatro descansaban dentro de una vivienda. El oficial observó que el desierto tenía arena de diversos colores y sonrió de cara al sol, diciéndose: “Misión cumplida. Hora de retornar”.

Ruido ensordecedor, disparos, gritos en idioma desconocido, gritos de terror, gritos de valor, pedidos de auxilio y un gran estruendo deteniendo, cada veinte segundos, el ruido de la batalla. Luego de seis minutos, retornó el silencio absoluto. Sólo cuatro soldados imperiales habían sobrevivido, estaban en el interior de la vivienda, debían ejecutar la decisión acordada. Se persignaron...


-¡Hijo! ¡Deja de jugar al general y ven a cenar! La mesa está servida.

Jorgito, un niño de doce años, estaba recostado en el suelo, manipulando sus soldados de plástico, más livianos y modernos que los de plomo con los que había jugado su padre.

-¡Ahí voy! -contestó Jorgito.

El niño abandonó los juguetes y fue a la cocina. El noticiero de las ocho informaba que en Oriente Medio continuaban odiándose, que Estados Unidos era potencia, que Rusia era potencia, pero no tan buena como Estados Unidos, que los europeos estaban unidos y eran potencia, que los sudamericanos eran pobres e ignorantes, a pesar de la riqueza natural de la región que habitaban, que el mundo entero era un lugar hostil, pero que de todas maneras había que continuar habitándolo.


                                                              * * *

Relato incluido en el libro Líneas (2005)
Ed. de los Cuatro Vientos 


El presente blog literario agradece al escritor Fernando Veglia permitir la publicación del relato.
Los Derechos y Atribuciones pertenecen a su Autor.

jueves, 29 de mayo de 2014

AVANCE


FINAL


                                                                                                 Marita Rodríguez-Cazaux
ausencia



Filo que transparenta
la herida, sombra leve
y pena enorme que seca la boca,
la palabra,
            el aire.

La vida               se detiene
en una mesa de café, en una plaza,
dobla de temblor la esquina;
queda en cuclillas sobre adoquines.

El mundo es plano y el silencio
es real, con peso y forma,
y cabe en una caja de zapatos
escondida en el estante menos alcanzable.

Es un papel mojado la silueta. Sobre vacío.

Así, como te digo,
filo, plaza, escalera, papel,
estante, sobre, caja,
se me volvió campo minado el pecho,
en el momento en que callaste.

Cuando callaste,
-Qué extraño suena-
toda la finitud cubrió la vida.


                                                                    * * *

Adelanto del poemario "PULSO SENSUAL"
de Marita Rodríguez-Cazaux 
(Editorial Dunken, 2014)


Publicado por periódico Irreverentes.

CRÍTICA LITERARIA

“LA RUBIA DE OJOS NEGROS”

 ·

                                                                                                        Por Germán Cáceres
La rubia de ojos negros II


En esta novela interviene el célebre detective privado Philip Marlowe, un héroe de culto del norteamericano Raymond Chandler (1888-1959). A pedido de los herederos de este último fue escrita por John Banville (Irlanda, 1945), bajo el seudónimo de Benjamin Black, que utiliza para sus obras policiales, varias de las cuales están protagonizadas por el patólogo Quirke.

Es asombroso cómo Black ha captado el estilo de Chandler, pues parece que se está leyendo a este último, aunque a la vez se está gozando del arte literario del irlandés. Las descripciones de Los Ángeles son admirables, no sólo por su calidad y minuciosa precisión, sino por la belleza de sus imágenes no exentas de cierta aura cinematográfica (“Era una noche clara y fresca; una inmensa estrella brillaba en el horizonte lanzando una larga daga de luz al corazón de las colinas de Hollywood. Los murciélagos chillaban y aleteaban, como fragmentos de papel carbonizado sobrevolando una hoguera.”) Su escritura crea una atmósfera envolvente y un tono melancólico que hacen de la lectura del libro un placer inigualable. La pulcra y talentosa traducción de Nuria Barrios constituye un aporte fundamental.

La trama enigmática que pergeña el autor es convincente; carece de fisuras o de situaciones que no encajan. Philip Marlowe la narra en primera persona y hace desfilar innumerables personajes, entre los que se destacan las bellas mujeres (“Aquella sonrisa…Era como los rescoldos de un fuego que ella hubiera prendido hacía mucho tiempo y luego dejado arder hasta consumirse.”) Sin embargo, en la mitad del libro aún no se sabe lo que realmente sucede, cuándo ocurrirá el esperado delito: ése es el gancho narrativo, el deslizar continuamente incógnitas, inclusive cuando el detective manifiesta haber descubierto algo importante, pues recién lo revela en capítulos posteriores. Y en esta historia juega un papel importante Terry Lennox, su amigo de la novela El largo adiós (1953), de la cual La rubia de ojos negros puede entenderse como una continuación.

Como es su costumbre, Marlowe se muestra muy irónico, no sólo en sus diálogos concisos (a lo Hemingway), sino en sus reflexiones (“…siempre me pregunto por qué la Parca no debería sentir cierto orgullo, dada la meticulosidad con que trabaja y su imbatible récord de éxitos. “) Su sentido de la ironía es comparable al de un grande, su ilustre compatriota George Bernard Shaw (1856-1950). Y aunque sin duda ostenta un perfil melancólico, también se conduce como un escéptico no asumido (“Cuando te detienes a pensar, el mundo es un lugar aterrador. Y eso sin tener en cuenta a la gente.”)

"La rubia de ojos negros", que recién apareció este año, ya puede considerarse un clásico del género policial.




“La rubia de ojos negros”, de Benjamin Black
(Alfaguara, Buenos Aires, 2014, 336 páginas)


*Germán Cáceres, (Avellaneda, Pcia.de Buenos Aires,1938) Escritor, crítico y dramaturgo de notable trayectoria literaria.

* * *
Publicado por periódico Irreverentes - Reseña Literaria

jueves, 22 de mayo de 2014

AVANCE



ÉXODO


                                                                                           Por Marita Rodríguez-Cazaux
abrazo
“Pasión”, de Alberto Pancorbo





El secreto de tu abrazo
en la penumbra se apoltrona.
Tras del visillo late el mediodía
y corre la premura por la calle.

Entonces, me habita un miserere
vibrante de cosmos detenidos.
Peregrino silabeo en letanía
que todo alumbra de sensación volátil.
Y en ese levitar de incienso,
me hundo en vos
-en el que ya no sos, me digo-,
como en un mar batido,
y zarandeo, y giro, asciendo, trepo,
y vuelo
           y sobrevuelo
el caracol perdido de tu abrazo.

Al fin, ningún abrazo
-me consuelo-,
cabe en un solo cuerpo, eternamente.
Ninguno
-me repito y me aseguro-,
habrá de estacionarse,
para siempre.

                                                          * * *

Avance del poemario "Pulso sensual" 
de Marita Rodríguez-Cazaux
(2014) Editorial Dunken



Publicado en la fecha por
periódico Irreverentes

lunes, 19 de mayo de 2014

NARRATIVA







UNA   VIEJA   FOTO

                                                                                                                    A Juan Gelman
         



La humedad de Buenos Aires me marea. Una sensación que siempre me ha agobiado y que, ayer, era particularmente densa. Esa incomodidad sumada a los arrebatos que según mamá y la madrina nos deparan las bodas de oro con la vida, ferozmente francas contra el reloj del cuerpo, hicieron que buscara el frescor de la galería.

Molesta, sudorosa, me recosté en el sofá de mimbre, los ojos cerrados, ablandada por un sopor pegajoso.

Iban cayendo sobre mí aquellos olores de un tiempo que me llevaba siempre a la melancolía. Bajo el perfume de las azaleas del jardín, yo bailaba abrazada a Haroldo, giraba y giraba mientras él, sonreía con sonrisa perfecta y, en mi ensoñación, volvían aquellos momentos de dicha, tardes de lecturas y música, libertades que se desmembraron cuando él dejó de estar.

Todavía nos abrazábamos al compás del pop de Abba, cuando el sonido molesto de la campanilla del teléfono sacudió la herida de distancia. Me costó llegar al aparato.

-Hola -dijo una voz joven al levantar tubo -con el licenciado Albar Peña. Habla Gastón Fraga Ponce, del estudio Fraga Ponce y Asociados.

-Está equivocado –dije, y colgué fastidiada. Volví al sillón.

Tenía en la cabeza la cara de Haroldo. En mis recuerdos, él seguía eternamente joven, eternamente audaz, mientras los que lo buscábamos, íbamos separándonos del heroísmo y de aquellos ideales por los que, miles, fueron encarcelados entre paredones húmedos, sin regresar jamás.

Yo era casi feliz trayéndolo a mis añoranzas y, este llamado equivocado me vaciaba, me desnudaba, sesgada en medio de la sombra, otra vez tratando de buscar el hilo que volviera a llevarme hasta él. Esa voz desconocida me dejaba a la intemperie, petrificada en un sueño sacudido, en medio de proyectos que quedaron tronchados sobre las mesas del bar de la facultad.

Pensé tomar una bebida fresca. Iba a la cocina cuando el teléfono sonó otra vez.

-Hola, no me diga que está equivocado, busco al licenciado Peña, lo he llamado miles de veces a este teléfono; usted evita comunicarme con él, es urgente. Hola, hola, ¿no me oye?

-Lo oigo perfecto, pero no es el teléfono del licenciado Peña, no es un estudio, es mi casa y para ser franca -retruqué molesta-, no hay nadie y soy un contestador automático, muerto de calor, con ganas de entrar a la cocina para abrir la heladera y en eso estaba.

Terminé la frase pulsando la tecla Off.

Sonó otra vez, una y otra y otra. Lo oí desde la cocina, desde el cuarto, desde el baño, bajo la ducha, cuando el correr del agua disminuye los sonidos y me imagino viviendo todavía en el campo, años antes de mudarme para estudiar en la capital. Sonó cuando leía poemas de Delmira. Sonó cuando apagué las luces del frente de la casa, mientras bajaba las persianas.

Antes de pasar al dormitorio descolgué el tubo.

Otra noche de calor, pensé estirándome en la cama, haciendo fuerza para cerrar los ojos y alejar recuerdos.

El calor de Buenos Aires se vuelve pastoso hacia la noche, llegan con la oscuridad silencios gastados, tan profundos, que me cuesta encontrar el ovillo del sueño y el malestar apenas me abandona para meterme en imágenes que vuelven a despertarme y a sacudirme de evocaciones. Por eso, me levanté temprano, regué los helechos del jardín y me senté a desayunar en la galería.

Acomodaba la cortina cuando vi el teléfono descolgado. ¿Cómo pude ser tan torpe? me recriminé, debo estar decantándome. Un desconocido llama diez veces y yo soy tan idiota de incomunicarme con el resto del mundo, siempre la misma maniática repetí imitando la voz de mi hermana y volví a conectar el aparato.

Sonó a las once cuando me estaba vistiendo para ir al negocio. Apurada, lo apoyé en el hueco del cuello mientras levantaba el cierre de la falda.

-Hola, hola, habla Gastón, me imagino que dejó de ser contestador automático. Colgué sin responder. Al minuto la campanilla otra vez. Miré el teléfono con aprensión, pensé en fortunas gastadas en terapias de apoyo, pánicos superados, fobias abdicadas, y estiré el brazo.

-No, Gastón, era Gastón, ¿verdad?, sigo siendo un contest…-

-Hola, soy yo… ¿Quién es Gastón? –gritó mi hermana del otro lado.

-Esperaba una llamada -mentí mientras me odiaba por ser tan necia.

-Bueno, bueno, después me contás. Vení a comer esta noche, llegan los chicos del campo. No nos vemos nunca, sería bueno que salieras un poco.

-Está bien -la conformé-. Llevo el postre. Imaginé la cara de mi hermana y su apuro por saber quién llamaba y para qué.

Cerraba la puerta del living cuando el teléfono volvió a sonar. Me quedé un momento escuchándolo, como si fuera una contraseña. Al atender, ya sabía que era él.

-No cortés- dijo tuteándome, Albar Peña no existe, ni me llamo Gastón ni tengo un estudio. Vivo a diez cuadras de tu casa y paso todos los días cuando regreso de la facultad. Te vi en el videoclub de la otra cuadra. Averigüé tu teléfono, no es tan difícil si te hacés amigo de dueño.

-Diste en la tecla, buen remate para una película -contesté-, quizá le ocurra a Dolores Barreiro porque no hay manera de resistirse a tanta belleza, pero a mí no, Gastón o como se llame; a mí no puede pasarme porque nadie pierde su tiempo viendo como alquilo pelíc

-¿Y por qué no? -me interrumpió -.Yo creo que la gente se conoce aún antes de conocerse. Digamos entonces que te conozco desde que vi a la chica de la foto y me acordé de vos. Tu silueta, tu pelo suelto, y se me antojó que quería saber tu nombre, hablarte

-¿Qué foto? ¿De qué foto estamos hablando?

-Una foto que encontré entre las hojas de un libro, en la biblioteca de la facultad. Una foto en blanco y negro, en la que una chica de melena hippie posa sonriente al lado de un tipo alto, de anteojos. Te aseguro que la chica es tan parecida a vos que podría jurar que

- ¿Qué facultad? -lo corté.

- Letras, voy a dar clases algunos miércoles, cuando

Despacio, muy despacio, colgué el teléfono.

Al salir, mientras ponía la llave en la cerradura, la chica de la foto, volvía a abrazarse a Haroldo.



                                                                 * * *

M.R.-C.
DEL GLAMOUR A LA CIÉNAGA
(2014)
EDITORIAL DUNKEN - Ayacucho 357 - CABA


Imagen: Internet

jueves, 15 de mayo de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES


EL GLAMOUR


El tío
                                                                                                                A Manuel Rivas                                                                                                           


LA IDA


-¿Usted es de la Capital, no? -dijo el muchacho de la gasolinera de la ruta-. Tengo un tío por allá. Bueno, cada tanto suele estar por allá; porque mi tío se especializa en morirse varias veces, es un maestro en no morirse totalmente, un verdadero genio en aparecer, después de un tiempito, trayendo novedades -agregó mientras limpiaba el parabrisas. Yo estaba ansioso por llegar a la empresa azucarera y casi no le presté atención.

-No se imagina la elegancia que conserva en el ir y venir, siempre impecable. El Tío se muere para estrenar ropa y que se la elogien -siguió apuntando como si fuera un hecho común morirse y regresar para contar los éxitos de buena prestancia en la otra vida.

-Un verdadero señor, con el bigote espeso cortado en puntas, ni siquiera se olvida de ponerse sombrero –aseguró con un gesto de orgullo. Estiré la mano y, sin mirarlo, pagué incluyendo la propina a su perorata. Seguí por la ruta hasta entrar a la ciudad.

Llegué inquieto a la empresa, contrariado por la demora en la autopista. Tomé el ascensor y mirándome en el espejo me alisé el pelo con la mano, tratando de acomodar el jopo desordenado sobre la frente. Odiaba mi pelo duro y rebelde y lo culpaba de todos mis infortunios, de los continuos fracasos de mi vida. Hasta de los engaños de María.

Por fortuna el gerente era un hombre de trato sencillo y la entrevista resultó exitosa. Bebimos café fuerte y firmamos el acuerdo. Media hora más tarde volví a desandar el mismo camino hasta la planta baja.

Seguí por la autopista, no paré hasta llegar a casa. La oscuridad del living me pareció más fría que otras veces.

A la mañana siguiente, mientras me afeitaba, me acordé del que se moría para que le piropeasen la elegancia eterna y el recuerdo me llevó a cepillarme el pelo con rabia. Seguro no tiene este pelo, pensé malhumorado.

En el verano, al término de las vacaciones volví a pasar por la misma estación de servicio. El muchacho apareció detrás de los surtidores, cerca de unos autos estacionados. Le hice una seña con la mano y se acercó con pasos sueltos.

-Hace tiempo que no lo veía -dijo reconociéndome- ¿Sabe que todavía no regresó el Tío?

-¿Qué tío? -pregunté temiendo su tertulia pueblerina.

-El elegante, ¿cuál va a ser? El que se muere para que lo feliciten por el buen gusto.

-Le irá mejor del otro lado -dije con sorna-; quizás allá tiene más éxito con las chicas.

-Podría ser, el Tío es un tipo pintón. Impecable, vestido como un duque -dijo con mirada burlona.

-Y el pelo, ¿cómo es el pelo? -quise saber.

-Clarito, rubio me parece, no sé. Ahora que lo pienso, apenas me he fijado en el pelo, es que el Tío siempre lleva sombrero. Un tipo fenómeno, no crea que no lo extrañamos, pero como a él le gusta vivir un poco repartido no nos preocupamos mucho. Mire, hace dos años tardó veinte días en regresar, pero siempre vuelve, sin falta. Seguro, en cualquier momento aparece otra vez –terminó bajando la voz y alejándose para atender.

Al caer la noche, prepararé un sandwich que comí en el escritorio, después, me puse a hojear un libro. Pero no podía concentrarme en la lectura y lo aparté. Cierto desasosiego me llenaba la cabeza. ¿Y si me moría allí mismo, en ese mismo instante dentro de un joggings gastado, la cara sombreada por la barba crecida en el día? ¿Y si la ropa no fuera la indicada para semejante trance? Y el pelo, ¿qué dirían de mi pelo cuando me vieran los asesores de imagen de la otra orilla?

Por eso y sólo por eso, antes de acostarme puse en una silla del dormitorio lo mejor que tenía; el traje azul, una camisa de popelín, la corbata bordó.

Sin proponérmelo me fui habituando a ese rito. Nunca se sabe, pensaba cada noche al sacar de la cómoda los gemelos de oro y el pañuelo con iniciales, figurándome que era mejor viajar con identidad, obsesionado para no hacer un papelón en caso de morirme sin tiempo para la elegancia, y, hasta conciliaba mejor el sueño al saber que no haría mal papel transitando senderos fantasmales con pantalones de raya perfecta.

Una metódica reflexión que me obligó a aprovechar liquidaciones de temporada, invertir aguinaldos en dos trajes oscuros, una traba de corbata de nácar, otro cinturón con hebilla dorada. 


LA VUELTA


Al tiempo, fui creciendo profesionalmente y alquilé una oficina en el Microcentro por cuestiones de comodidad. Un día de agosto decidí almorzar en el Club Naval. Una mesita al lado de la pared, me pareció ideal para repasar los nuevos contratos.

Cuando me disponía a probar el consomé, un hombre medianamente alto, de bigotes perfectos e impecable traje Príncipe de Gales, se acercó a mi mesa.

                          Lamento molestar.

Atento, tocándose apenas el ala del sombrero. Luego, señaló el abrigo doblado sobre el respaldo de la silla.

                         Quisiera comprarle el abrigo.

Me moví incómodo en el asiento cuando hizo ademán de tocarlo, un olor a jabón fino me entró por la nariz.

                        Me da pudor inquietarlo, pero su abrigo es impecable, las solapas, la martingala, la calidad del paño. Yo no compro cualquier cosa, me gusta vestirme bien. No se asombre, la elegancia es mi sello. Además no es bueno ser egoísta, no sirve de nada, se lo digo yo que sé de qué hablo.

Con aplomo omnipotente se sentó a mi mesa. Un temblor me sacudió la mandíbula, apreté la boca. Él sonrió.

                         Hay ropas que nos obligan a abrazarlas como si nos llamaran y cuando le vi el abrigo, me atrajo el tramado, no hay duda me dije, es un tramado que no pasa de moda.

Yo lo miraba mientras la sopa se escurría por la cuchara y caía sobre el plato en una cascada color verde. Apoyando los codos sobre el mantel, entornó los ojos y agazapó la voz.

                           Es que en este último paseo me enamoré. No es bueno que el hombre esté solo y cuando la conocí me di cuenta de que yo estaba demasiado solo. ¿Comprende? Demasiado solo. Y, ¿qué me contesta?… ¿Acepta?

-Es un regalo de mi hermano -dije por decir algo, porque no tengo hermanos.

                            Entonces, ¿no va a ayudarme? Vea, es una situación especial. Piense que uno no se enamora todos los días, ése es el punto. Si deja pasar la oportunidad sepa que no vuelve. No quiero perderla esta vez. Tenemos que llegar a un acuerdo. Usted me presta su abrigo y yo le presto el sombrero. Le presto, entienda bien porque, de donde vengo, ya no somos dueños de nada.

El sujeto me pareció centrado, yo también hubiese comprado la Luna por conquistar a María.

                           No es un capricho, siempre me alabaron la elegancia y no puedo desentonar. Pocos días sin abrigo no van a perjudicarlo y puede usar, mientras tanto, mi sombrero. Seré sincero, su peinado no es nada distinguido.
Maldito pelo, siempre me deja quedar mal, me mortifiqué bajo su mirada caritativa.

                           Haría buen negocio, no tiene idea de lo fabuloso que resulta un sombrero, le aseguro que se vería más alto.

-Apenas lo conozco, no creo que corresponda intercambiarnos la ropa –murmuré tímidamente.

                           Ah, si es por eso…, permítame presentarme. Soy el Tío.

Me di cuenta de que ya lo sabía. Que lo había sabido en el instante exacto en que se detuvo frente a mi mesa. El tío errante. El que llegaba y partía con una elegancia admirable, el dandy envidiado por los que se morían para siempre.

                           Le confieso que todo empezó la primera vez que me morí. Estaba dando vueltas sobre mi propio cuerpo, casi desprendido de todo, cuando advertí lo ridículo de mi apariencia. Sin embargo, tuve que irme para no desilusionar a los amigos, a la familia, después de tantos gastos. Pero a medias, porque antes de llegar, en la mitad del camino decidí regresar para acondicionar algunos detalles.
El Tío parecía no estar preocupado por el tiempo y se acomodaba en la silla.

                           La suerte quiso que llegara un momentito antes que los afligidos deudos; aún estaba colgado en la percha mi traje Príncipe de Gales y mi camisa italiana. Me calcé los zapatos de cabritilla y estaba perfumándome el bigote con La Franco cuando oí la llave en la cerradura. Atiné a ponerme el sombrero y me escondí detrás del sillón del living.

Estirándose en el respaldo, hizo un guiño confidente.

                           Los vi cuando abrieron los cajones, las alacenas, el botiquín de baño, corrieron a los muebles, hurgaron los estantes, sacaron la ropa, vaciaron los bolsillos. Yo apenas respiraba, no quería que me vieran. Salí y cerré la puerta sin ruido, mientras ellos repartidos por la casa seguían metiendo mano en todos los rincones. Llegué retrasado pero no me culparon porque a tanta distancia ya no hay leyes horarias. Allí, no fue difícil aclimatarme, siempre me gustaron las experiencias nuevas y me trataban dulcemente.

Coincidí con él en que no se podía andar vestido de cualquier forma, sin prestar atención a la ropa y menos por lugares importantes. Sin dar mucho detalle contó que en la última escapada había conocido a la chica de puro milagro y que se había enamorado sin medir consecuencias. Ella estaba caminando por una plaza en el momento en que el Tío la cruzaba, con los paquetes de Harrod´s bajo el brazo. Al enfrentarse, una simpatía inesperada los había acercado.

                          Y como a ella poco le importa el Juicio Final pero admira el juicio estético, mejoré aún más mi apariencia y logré que me permitieran entrar y salir para lustrarme los zapatos, cambiarme la camisa, renovar las corbatas.

Al hablar de ella lo rodeaba una cadencia emocionante.

                          Créame, la ropa desnuda. La apariencia nos antecede; nadie insulta a un tipo con abrigo inglés, ninguna mujer se resiste ante una corbata de seda.
Pensé en María. En sus manos subiendo y bajando por mi pecho como caricias sobre corbatas que yo jamás usaba.

                           Nadie es elegante dentro de un mal traje. Usted también haría negocio con el intercambio, podría ocultar el jopito rebelde, mejorar el estilo.

De reojo me miré en el ancho espejo del salón. El Spencer de fibrana había perdido su prestancia y la camina tenía un vértice del cuello doblado. El Tío, no necesitaba argumentar mucho para convencerme.

                         ¿Qué somos desnudos? Ninguna novedad, nada originales. Por eso mismo lo que nos destaca, lo que nos identifica son las tonalidades, el diseño, el gusto. Glamour, amigo, glamour. Acierto en la elección, hallazgo de las formas. El riesgo del color. Y la fuerza del amor, claro, traspasando la ropa.

El Tío conocía del tema y se explayaba con agudeza sobre el imprescindible “buen parecer” que destaca del común denominador y nos vuelve únicos, irrepetibles. Oyéndolo, se me llenó otra vez la cabeza de María. Volví a sentirla pegada a mi costado, inclinada sobre las solapas pespunteadas de mi abrigo, abrazada a mi espalda, arrugándome la martingala de botones redondos.

-Está bien -concedí vulnerable -.Después de todo, ya se está yendo el invierno.

El Tío se levantó con un movimiento ligero como si flotara sobre las baldosas en damero del piso, recogió el abrigo de la silla, se lo calzó en los hombros y dejó sobre la mesa el sombrero de fieltro gris.

                        Ha sido un placer. No faltará oportunidad de volver a encontrarnos.

Sonrió y, sin mirar hacia atrás, traspasó la puerta de vidrios biselados.

Llamé al mozo, pagué la cuenta. Con el sombrero en la mano, caminé hasta la oficina. Llamadas, firmas y resoluciones me ocuparon hasta el anochecer. Al salir, los letreros reflejaban en las vidrieras multiplicados colores, sobre los maniquíes caía un haz de perfección; debajo de ese brillo de marquesinas, sus cuerpos inanimados dejaban de serlo. Entonces, entendí que la ropa es la que nos desnuda. La que le cuenta a los otros cómo somos. La que revela nuestros secretos más escondidos, la que cubre los miedos, la que nos libera. La primera que nos delata. La que dice si estamos enamorados. O tristes. O extenuados.



IDA Y VUELTA


La última vez que supe de El Tío, fue doblando una esquina de Corrientes. El neón de los letreros se partía en flechas. Los escaparates tentaban a la liquidación de invierno, a la levedad de las telas, a los matices excitantes.

El Tío, transitaba la vereda par. Impecable. Distinguido. Del brazo de María.


                                                                        * * *
El cuento conforma el libro "Del GLAMOUR a la CIÉNAGA"  (2014)
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miércoles, 14 de mayo de 2014

CRÍTICA LITERARIA

EL HÉROE DISCRETO


El héroe discreto



Dentro de su peculiar estilo, Mario Vargas Llosa (1936, Arequipa, Perú) parte de dos historias al parecer completamente ajenas, y les dedica sucesivamente un capítulo a cada una, y a la vez las amplifica en situaciones y personajes, hasta que avanzada la novela las engarza demostrando su maestría literaria.

En una de esas historias, Felícito Yanaqué, un exitoso empresario de transporte que reside en Piura, es extorsionado para que pague derechos de protección, pedido que rechaza dispuesto a perder su vida y la de sus seres queridos con tal de no traicionar sus principios. En la otra, el viudo Ismael Carrera, titular de una prestigiosa firma aseguradora de Lima (y amigo de Don Rigoberto), se casa con su joven sirvienta, y sufre el asedio de sus dos hijos que están dispuestos a anular su reciente matrimonio para quedarse con la futura herencia.

Yanaqué es un individuo íntegro porque su principal objetivo es ser leal a sus ideas. Vargas Llosa forja un clima de ambigüedad que pone en vilo al lector: no sabe qué rumbo tomará la novela porque ignora los propósitos de varios personajes. Además, presenta continuos giros de la acción y narra varios hechos del pasado junto con otros del presente entremezclando los diálogos. El escritor peruano logra cerrar esta ficción compleja con destreza narrativa, pero tal vez su final sea demasiado complaciente: los malos pierden en forma estrepitosa y los buenos viajan placenteramente a Europa.

El héroe discreto presenta varios temas, entre ellos los odios irreparables que suelen surgir entre padres e hijos. La sensualidad y el erotismo constituyen prácticas frecuentes entre el protagonista de Los cuadernos de Don Rigoberto y su esposa Lucrecia (ambos y Fonchito también provienen de Elogio de la madrastra, así como el sargento de policía de Lituma en los Andes). Vargas Llosa reflexiona sobre el misterio de la condición humana: “Los seres humanos, cada persona, somos abismos llenos de sombras“/ “¿Podían ser sus días una secuencia preestablecidas por un poder sobrenatural como creían los calvinistas?”
 Más allá de las declaraciones reaccionarias que el escritor acostumbra a brindar a los medios, aquí expresa una visión negativa del periodismo actual cuando afirma a través de Rigoberto que su función “en este tiempo, o, por lo menos en esta sociedad, no era informar, sino hacer desaparecer toda forma de discernimiento entre la mentira y la verdad…” / “… apareciendo ahora casi a diario en esas hojas de un periodismo de cloaca, enfangado en un amarillismo pestilencial.” / “La televisión envenenaba a la gente con tanta sangre y porquería”.

No quedan dudas de que la prosa de Mario Vargas Llosa es una de las mejores en lengua española por su conciso desarrollo y sus precisas descripciones. Y no faltan las frases bellas y exquisitas: “Si hubiera habido sol, ésta sería la hora mágica de Lima. Unos minutos de belleza absoluta. La bola de fuego se hundiría más allá en el horizonte (…) representando, por unos minutos, ese espectáculo entre sereno y apocalíptico que anunciaba el comienzo de la noche”.

Mario Vargas Llosa ha obtenido los siguientes premios: Leopoldo Alas, Biblioteca Breve, el de la Crítica, Rómulo Gallegos, Cervantes, Príncipe de Asturias, PEN/Nabokov, Grinzane Cavour y el Nobel (2010).




“El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, Buenos Aires, 2013, 392 páginas)


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¡¡FACUNDO!!


                                           Por Germán Cáceres *




Pablo Hernández subraya en el primer prólogo: “Es el Facundo de Massaroli, pues, una historieta. Pero es también un libro de historia”. Por eso en ella abundan tanto los textos explicativos como los diálogos y, para eludir esta dificultad narrativa, Massaroli cambia continuamente de planos, de ángulos, de enfoques y, a tramos, introduce cuadritos mudos. Así, la fluidez de la secuencia gráfica es notable y permite vigorizar las escenas de acción. Son primorosos los ámbitos nocturnos que representan las relaciones amorosas de Facundo y su esposa Dolores. Y dibuja con destreza las batallas y los combates a caballo.

La primera parte, “El Tigre de los Llanos”, es motivo de revalorizaciones, en las que el autor se pone manifiestamente del lado de los federales y de Facundo Quiroga. Ataca con indignación la figura de Rivadavia y a los unitarios, a los que califica de antidemocráticos y cipayos del imperio británico. A Lamadrid lo señala como un asesino feroz, mientras que al caudillo riojano lo sublima como un héroe querido por los pueblos provincianos. En cuanto a su concepto del general Paz no podía ser peor: “Mediante el inhumano recurso de disparar sobre su propia gente en retirada, Paz logra detenerla…”, una actitud similar a la del siniestro general Mireau de La patrulla infernal (1957), de Stanley Kubrick.

“Barranca Yaco” es el título de la segunda parte, en la que los cuadritos de mayor tamaño y los textos concisos favorecen la narratividad. Y sobresale el arte de Massaroli: en la página 48 los contrastes de blancos y negros de los caballos que conducen una diligencia conforman una viñeta bella y vigorosa.

Un halo de tragedia recorre este bloque en el que se teje la conspiración que trama el asesinato de Quiroga. Como dice Frank Szilágyi en un segundo prólogo “José logró lo que es casi imposible en los relatos históricos: que los personajes no sean cartones, sino que estén VIVOS”. 

Para que no queden dudas sobre su posición ante esta lucha fratricida, Massaroli transcribe la proclama unitaria escrita en Chile por Sarmiento: “…es necesario emplear el terror para triunfar en la guerra. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Debe tratarse de igual manera a los capitalistas que no presten socorro…; es preciso desplegar un rigor formidable (…) Debe imitarse a los jacobinos de la época de Robespierre”.

José Massaroli ha concretado una excelente historieta y, a la vez, una visión de la historia argentina nada convencional, que apuntala con datos, fechas y una bibliografía.

José María Massaroli  

Ramallo - Pcia. de Bs.Aires  (1952) - Dibujante,ilustrador y guionista de historietas y animación. 



¡¡FACUNDO!! de José Massaroli
La Duendes, Comodoro Rivadavia, 2014
(94 páginas)

* Germán Cáceres, escritor y dramaturgo argentino de consagrada trayectoria.

martes, 13 de mayo de 2014

TALENTOSAS ESCRITORAS ARGENTINAS


Sabemos que muchos escritores, mujeres y hombres, escriben con “la idea puesta en una puesta en escena” con la intención de que su narrativa trascienda el libro y vaya al cine masivo que suministra dividendos suculentos. Otros escritores trabajan en grupo en un taller donde se aúnan ideas, trama, atmósfera y, en conjunto, abordan o desembarcan el cierre de la historia. Habrá que reconocer que dicha disciplina trae seguramente buen curso si se piensa en el sabido refrán “cuatro ojos ven más que dos” o en la trilladísima frase "esfuerzo de varios, menos esfuerzo de uno".

Por fortuna hay escritores que escriben alejados de estos cánones, sumergidos en la primera acepción que define la Literatura como "arte que emplea como medio de expresión una lengua", es decir, poniendo en primerísimo lugar el vocablo Arte, sostienen como referencia el sentir del novelista estadounidense y Nobel de Literatura, William Faulkner, quien aseveró que "Arte es todo aquello que está bien hecho".

La escritura libre, ese estilo de escribir con el pensamiento al vuelo y sin corregir puede conseguir vocablos y palabras fantásticas que de otra manera estarían amordazadas. Ahora bien, para escribir, con ese ligero paso que hace que el que lee no se arrepienta de haberse metido en el libro, es otro tema. Aquí, habrá que trabajar el formato, explorar los verbos y acertar con la descripción. Recrear enunciado y análisis para abordar sin mella y desembarcar del mismo modo, la narración. Bajo este signo debiera pensarse pues, la capacidad de quienes escriben con puntillosa orfebrería tratando de embellecer el mundo real, al menos, el tiempo en que se disfruta de sus lecturas. 





LOS OJOS DE LOS OTROS

                                                                     Por Ester Spiner



Los encerraron a todos en la Tierra y les dijeron: - ¡Tienen que vivir!

En los ojos de los otros apareció el asombro, el miedo, la angustia, el dolor, el sabor de la aventura, el presagio de lo incierto. Los ojos de los otros bailotearon observándolo todo.

Estaban encerrados en una jaula llamada Tierra. ¿Tenían que vivir? ¿Qué significaban aquellas palabras? ¿Quién era ese extraño ser que oculto entre transparencias luminosas los había puesto a todos juntos en ese lugar?

Al amanecer, los ojos se buscaron. Corrían de un lado a otro, de unos a otros, se buscaban. Y la búsqueda resultaba imprecisa, temerosos de enfrentarse con los ojos de los otros.

Algunas veces brillaban formando un haz luminoso que los aunaba; otras, en cambio, oscurecían el cielo mismo con su mirada.

Poco a poco fueron surgiendo de los haces luminosos otros ojos, más pequeños, asombrados, sin saber. Y miraban a los otros, a los ojos que sabían y morían por saber que estaban encerrados.

Atardecía ya cuando los ojos se encontraron. El sagrado opresor callaba las respuestas. Entonces, en un último intento, reunieron a todos los pequeños ojos. Rompieron las redes que cubrían la Tierra y los tiraron al espacio.

-Serían libres –dijeron. Y ocultaron para siempre ya sus ojos de los otros. Los cerraron y desaparecieron en el silencio de ese día…

                                                                                                          11/11/1976




ESTER SPINER nació en Buenos Aires.
Profesora en Filosofía egresada de la Universidad de Buenos Aires y escritora. Fue Rectora del Colegio 
N°18 Dr. Alberto Larroque y Supervisora de Educación Media del GCBA. Ha investigado acerca de la formación de lectores y coordinó cursos de capacitación docente y talleres literarios. 
Ha publicado el libro: Taller de lectura en el aula en la editorial Novedades Educativas. Es autora de poemas, cuentos y artículos periodísticos sobre temas educativos. Entre ellos: “¿Quién dijo que no quiero leer?”, Periódico “El Día de Gualeguaychú”; “Literatura y las herramientas culturales en la pre-adolescencia” y “Leer por placer en la escuela secundaria”en la Revista Novedades Educativas. Participó en la Antología inmigrante y en la Antología El Duende, la Luna y yo de ediciones El Escriba.
Obtuvo el Primer premio en Cuento en el Certamen Literario: "El arte en Septiembre". D. E. Nº18 del GCBA, 1990 y Mención en la categoría Poesía. Concurso para Docentes de Educación Media y Técnica de la 26º Exposición Feria Internacional de Buenos Aires –El libro del Autor al Lector-, 2000. 
Ha presentado ponencias y coordinado talleres en el Foro Mundial de Educación en ciudad de Buenos Aires; en la Feria del libro de Mar del Plata; en la Feria del libro infantil, Alas de papel de Urdinarrain, Entre Ríos; en la Jornada de Intercambio de experiencias Educativas “Prácticas de Lectura y Escritura”, realizada en Dolores; en la 39° Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Buenos Aires; y en la Asociación Dante Alighieri, con la conferencia: “Distintos enfoques de la inmigración y la literatura” y en el Centro Cultural del Partido de la Estrada con el tema: “Mujeres de la Biblia”.





EL FIN

                                                    Por Elsa Lombardo


_ ¿Así que se fue?
_ Sí. Lo supo, por fin
_ ¿Cómo se enteró?
_ Siempre dudó, y con eso de la propaganda en internet...
_ Y ¿qué vas a hacer?
_ Nada. Ahora nada, me cago en la mierda. Por protegerlo ya cambiamos de país tres veces. No pienso hacer nada, nada.
_ Tu mujer qué dice.
_ Me echa la culpa a mí. Dice que se quiere separar. Por no decírselo entonces. La muy boluda o no sabía o se calló la boca. Ahora es fácil culparme.
_ Ya se olvidó de la cuenta bancaria que le hiciste abrir, de los viajes, de la buena vida.
_ Insiste en que me creyó. En que no se dio cuenta de nada.

Los vidrios del auto estacionado en el parque reflejan las ramas sin hojas que el invierno ha desmadrado. Las luces apagadas ocultan al vehículo, un fantasma de hojalata.

_ Lo que más bronca me da es que estoy a punto de jubilarme. Lo que se viene me hace perder todo, me vaya o no me vaya.
_ Pero si te vas, sabés que te vamos a proteger. Vos siempre fuiste al frente. Siempre fuiste el mejor. Fuiste vos el que rescataste al pendejo. Era tuyo. Si se fue es porque es un hijo de puta, malagradecido. No te habrás ablandado ¿no?
_ No, no. Pero estoy cansado. Aquello ya pasó. Y la protección no va más allá de. En un tiempo ni se van a acordar de mí.
_ ¿Y qué querés. Bastante con sacarte del país y que comencés de nuevo en otra parte. Tenés apenas sesenta años, carajo.


En silencio ven la sombra que se acerca. Una mano va directo al cinto y asoma armada. Las palabras cortan la noche:

_ Rajá de acà, puto de mierda o te agujereo hasta la última bala. A otro lado, infeliz. Estos maricas lo único que saben es putonear. Habría que acabar con ellos también. Volviendo a lo nuestro ¿ya te citaron?
_ No, ni a mí ni a mi mujer. Sabemos qué pasos darán pero no cuándo. El guacho no aparece. Lo deben estar protegiendo. No se llevó nada. Largó todo. Nos enteramos por la tele. La puta que lo parió. Desde que apareció el número 71, hasta nos robó la partida de nacimiento y las primeras fotos que le sacamos. Se las llevó a las viejas y se fue a dar sangre al banco de datos.
_ Nosotros queremos que te rajés.
_ Tarde o temprano me van a encontrar. Estoy acabado. Nunca voy a estar tranquilo. Nunca voy a dejar de sentir que me siguen. Nunca voy a poder dormir sin pastillas.
_ Pero vos estás derrotado, hermano. Así no se te va a tener confianza.
_ Ya di suficientes pruebas de lo bueno que fui. No necesité más que la primera orden. Yo mismo conseguía los datos, iba al frente. Jamás rompí el pacto de silencio. Ahora, lo que tenga que venir, que venga.

Las ramas desnudas se mueven cada vez más rápido bajo el cielo negro. Los primeros truenos retumban.

_ Nos tenés de tu lado. Agarrá a tu mujer y andate y si no quiere, dejala y que se arregle. El Puma se fue y ahora es un señor allá. En cambio el que ya sabés, va para la perpetua.
_ Porque ninguno crió un guacho que lo delatara. Dame dos o tres días.
_ Está bien. Teneme al tanto. Chau.

Cerró los ojos. Intentó huir de sus propios pensamientos. No escuchó a la patrulla que entró al parque y comenzó a dispersar mujeres. Tampoco los vio acercarse; cuando la luz de la linterna lo encandiló intentó llevar la mano al cinto. Desistió. Lo estaban apuntando.






ELSA LOMBARDO nació en Córdoba, hace años está radicada en Buenos Aires.
Docente, escritora, investigadora. Coordinadora de talleres literarios, desde el año 2001 dirige el taller literario “La ventana”.
Ha sido premiada en distintos concursos entre ellos, Concurso “Los Reyes Magos” - Liga Pro Comportamiento Humano. Diploma de Honor categoría adultos. “¿A qué hora pasan los Reyes?” (1994).
“Pétalos al viento”. Poema. Muestra sobre Derechos Humanos. Centro Cultural Adán Buenosaires. (1998).
Segundo Concurso de Poesía y Cuento Urbano y Suburbano. Mención de honor. Títulos de las obras “Cuentos de infancia” (Poesía) y “Caíto y la máquina expendedora de boletos” (Cuento). Edit. Baobab.
Miembro titular del jurado del Segundo Encuentro Anual Distrital del Cuento Infantil Distrito Escolar Nº 13. Bs. As.1997; del Primer Certamen Literario “100 años de La Paternal. Bs. As. (2004) y del Concurso literario “Con las alas del alma”. “Por la Memoria. Por los 30 años”. Unión de Trabajadores de la Educación. CTERA-CTA (2006).
Mención de Honor Concurso Literario Gustave Flaubert organizado por Editorial Trazo Literario. Río Tercero. Pcia. De Córdoba. Argentina. Título del cuento “Cruzando el charco”. Aparición en Antología. (2007).
Seleccionada por el sitio www.antorchacultural con micro relatos de su autoría. (2007).
Tallerista en la Feria del Libro Infantil y Juvenil en Buenos Aires (2003-2008).
Es columnista del periódico barrial Todo Paternal en temas de Educación y Página didáctico-recreativa infantil.
Participante de la Antología “Metamorfosis” desde el año 2003 con cuentos de su autoría hasta 2008.
Publicó “Mundochico” Poesías para niños. Editorial Panambi. Bs. As. Argentina. (2002), “Leyendas del Universo Guaraní Tomo I - Editorial Baobab. Bs. As. Argentina. (2006), “Leyendas del Universo Guaraní Tomo II - Editorial Bao Bab. Bs. As. Argentina (2008), "Pasaporte a Muravá". Editorial Baobab. Bs. As.
Argentina.(2010).




ESTABA ESCRITO

                                                                                  Por Adriana Lisnovsky




Atrapada en una burbuja de resignación, Mabel, sentía cómo desperdiciaba la vida al lado de Ricardo. Él prometía, juraba, le contaba planes incongruentes, la envolvía… y terminaba por convencerla.
En lo que iba del año, llevaba perdidos tres empleos. Nunca por culpa de él. Había sido el destino, estaba escrito. Pero ya iba a llegar la gran oportunidad, ya iban a salir de pobres, algo grande (acorde a su capacidad, que hasta ahora nadie había descubierto) los sacaría de la mediocridad, de en medio de un mundo de mediocres que no apreciaban su talento.
“Está escrito, Mabelita. Todo está escrito, como decía mi vieja, en paz descanse”. Mientras esperaban el designio de un destino escrito vaya a saber por quién, ella mantenía la casa, cuidaba a los chicos, limpiaba y todavía, tenía que consolar a un marido con aires de genio, que se tiraba en un sillón, a esperar la oportunidad y de paso mirar todo partido de fútbol trasmitido por aire o por cable, a la sombra del cielorraso descascarado, que a ella comenzaba a aplastarla.
─Comprá el Clarín, Ricardo. Levantate a las seis de la mañana y salí a buscar cualquier cosa. No te van a golpear la puerta para ofrecerte trabajo, movete.
─Ay, Mabelita, qué poca fe. Si te digo que está escrito, está escrito. Mirá cuando mi vieja…
─Terminala con tu vieja, Ricardo. Sabés qué, me tenés podrida con tu vieja.
Aquel invierno había llegado helado y lluvioso. La estufa estaba rota y el calefón andaba día por medio. El agujero en la suela del zapato de Mabel, dejaba que se metieran entre sus dedos el frío de los adoquines, a veces los mismos pies eran dos adoquines. Especialmente los días en que le tocaba la patrona del centro. Dos horas de viaje en el colectivo trucho, boleto más barato. Ricardo se lo había dicho “Mabelita, te conviene el trucho, son dos mangos menos, con eso que te ahorrás me traés los fasos. Ves, si uno piensa un poco, se puede hacer economía”. Cuando ella volvía a las cinco de la tarde, le preparaba el mate, le daba los cigarrillos e invariablemente escuchaba: “tuve un presentimiento, no te imaginás, hasta se me puso la piel de gallina. Yo debo ser medio perceptivo, no vidente como mi vieja, pero puedo sentir cuando se acerca algo grande, esta vez salimos de pobres”. Y seguía, “sabés quién vino a verme, Cacho, el del taller. Ese tipo es buena leche. Me dijo que se había ido un electricista, si quería agarrar. Pero vos sabés que estoy para más. Lo de los autos ya fue, ahora quiero abrir mi propia empresa, con lo que te conté, te acordás, el sistema de luces auto recargable. Cacho me tiró buena onda, él también cree en el destino. Metele para adelante, me dijo. ¿No te parece un buen presagio?”
─No, me parece una boludez- dijo Mabel saliendo para ir a buscar a los chicos al colegio. Ya en la puerta de calle, escuchó a Ricardo:
─Sabés cómo te quiero ¿no? Contestame.
─Yo también.
Sí, lo quería. Increíble, inevitablemente, lo quería.
La temperatura no subía y el hijo menor, estaba resfriado. Por favor, que no se enfermara, con el precio de los remedios y lo poco que… mejor no pensar.
Martes. Era el día de la señora de Caballito. Una mujer muy exigente. Mabel volvía tan cansada, que su cuerpo parecía de algodón. Entró a la casa y Ricardo estaba en bata. Qué hacés sin vestir, le dijo.
─Lo que pasa, es que anoche no te conté Mabelita. Casi no dormí. Tuve un sueño, un sueño que si me decís que el destino no existe… Escuchá: yo estaba en un salón muy lujoso, con alfombra roja y todo. De repente entrabas vos, vestida de novia. ¡Preciosa! Yo estaba en pijama, qué loco ¿no? Te miré a los ojos y justo ahí, entraba Cacho vestido de cura. Nos iba a casar. Cacho era el cura, andá pensando. Decía, acepta a esta mujer y todo lo demás. Entonces yo sacaba el anillo del estuche. Vos alargabas la mano y cuando te lo estaba poniendo, veía que en vez de piedra, el anillo tenía una lamparita auto recargable, que brillaba más que un sol. A vos se te llenaban los ojos de lágrimas. De repente aparecía mi vieja, vestida como Evita, con un cartel en la mano, porque en el sueño era muda. ¿Sabés qué decía el cartel?: TODO ESTÁ ESCRITO, NO SE PUEDE ESCAPAR AL DESTINO. Cacho, vos y yo, llorábamos y en ese momento se encendían miles de lamparitas auto recargables y los tres empezábamos a reírnos sin parar y ahí la que lloraba era mi vieja. Pero de emoción, viste cómo era ella. Después me desperté.
─Y Ricardo, uno sueña cualquier cosa.
─¡No Mabel! ¿No te das cuenta? Son todos presagios. Lo de las lamparitas va a funcionar, Cacho me va a ayudar y mi vieja, con ese cartel, me quiere decir que llegó el momento. Se va a cumplir lo que estaba escrito.
─¿Y yo?
─Vos…vos estabas hermosa… No quiero perder tiempo, lo voy a ver a Cacho. Cuando vuelvo me hacés unos mates.
Mabel comenzó a juntar juguetes y sacó de la heladera la carne para las milanesas. Mientras tanto, llenó el lavarropas e hizo la cama, siempre la aguardaba deshecha. Se sentó unos segundos y contempló sus manos. Ajadas y sin ningún anillo. La alianza la había tenido que vender, cuando el nene más chico tuvo bronquitis, para poder comprar el antibiótico. En ese momento llegó Ricardo.
─Y, qué pasó ─dijo Mabel.
─Hablé con Cacho. Le conté lo del sueño y entonces le propuse una sociedad. Le dije que yo ponía la idea, la de las lamparitas y él, el capital. Nos vamos a llenar de guita, está escrito, Gordo. Le dije eso y ¿sabés con lo que me salió? Que él no estaba para negocios locos, que tenía que mantener una familia. Pero que si quería el laburo de electricista, estaba a tiempo, todavía no habían tomado a nadie.
─Aceptaste ¿no? Por lo menos por ahora, Ricardo.
─Pero Mabel, vos me estás cargando. Cómo voy a aceptar. Encima no te das cuenta de que no se puede confiar en nadie. Después pensé, que el del sueño, no debía ser Cacho. Era gordo, pero la cara no se la pude ver bien. Tengo que esperar. Vos tranquila, el sueño no va a fallar. Fue una premonición. Dale, cebate unos mates.
Mabel no le contestó. Puso la pava en el fuego. Llenó el mate de yerba, lo llenó demasiado. Tanto que le costó clavar la bombilla. La vista le quedó fija en ese recipiente enlozado y descascarado, medio azul y medio negro. El agua hervía. Sin poner azúcar, empezó a echar el agua hirviendo dentro del mate, despacio, con la vista fija en un objeto al cuál no le encontraba sentido. El agua comenzó a desbordar, caliente cómo estaba, rebalsó el mate, saliendo, lo chorreó, cayó por la mesada, siguió por el piso, hasta que le llegó al agujero del zapato y sintió el calor en el pie. El mate se había desbordado.
Que se lo cebara él.



ADRIANA LISNOVSKY, nació en Buenos Aires.
Coordinadora de talleres literarios, poeta y escritora.
Su obra descarna un estilo íntimo y realista de calibrada percepción. Son notables sus cuentos donde el monólogo del fluir errático avanza mostrando conflicto y desenlace desde la conciencia del propio protagonista.
Ha conformado numerosas antologías de narración como "Lo que llega a la playa”, “La vida…ese enigma”, “Acaso la vida”, "Revelaciones", "Bajo el puente azul", Letras del Face II y IV Editorial Dunken.
Participó, hasta el año de su cese, de Metamorfosis, antología que agrupa trabajos de escritoras de altura.
Recibió diversas distinciones, entre ellas el Premio Concurso Junín País; Mención Especial del jurado y Mención de Honor, Concurso ediciones Ruinas Circulares.
Varios de sus cuentos fueron publicados por la revista literaria “En sentido figurado” (España) y “Generación abierta” (Argentina).
Su cuento "Un sueño, ser escritor", ganador del segundo lugar en el concurso literario internacional de "Resonancias literarias", mereció elogiosa crítica de Rubén López Rodrigué, "La autora sabe pintar un luto que echa sus fúnebres tules sobre la reducida capacidad creadora de su ominoso personaje; evoca el relato “El escritor fracasado” de Roberto Arlt. El cuento desborda de una prodigiosa imaginación cuando al protagonista (sin nombre) se le aparecen en su habitación personajes de la literatura universal".
Adriana Lisnovsky ha dictado numerosos talleres literarios en centros comunitarios para adultos mayores. Actualmente trabaja sobre un próximo libro de cuentos.


Ilustración: INTERNET


Los cuentos se publican en el presente blog literario con la autorización de sus Autoras, a quienes pertenecen todos los derechos y atribuciones sobre los mismos.