Bendito el
paso que te trajo un día
y en la
esquina de mi vida te ha dejado.
Bendito y
alabado el abrazo
que en el
telar de mi cuerpo ha tramado
tu caricia
de dulcísima poesía
por universos de pasión en cañamazo.
Bendito sea
el brillo de la espada
que cortó
para siempre hilo y trama
del latido
encarcelado de mis sueños,
y atizó el
paroxismo de la llama.
Sea por
siempre bendita y alabada
la santa
ceremonia, cuerpo a cuerpo.
Bendito el
regocijo sin castigo ni pecado,
la dicha del
amor sin culpa lacerante.
Pura
autarquía de amor que penetraste
-la mirada
de Dios sobre el amante
la mirada de
Dios sobre el amado-,
y en mi
carne, el Edén, colonizaste.
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