Tras el prólogo impecable de Santillán Güemes, crece la potente historia que Ricardo Tejerina regala como novela bajo el nombre de “El Carnaval del Diablo”.
A su culta narrativa no escapan tropos
sin abuso y sin yerros, figuras técnicamente acertadas en orden, ritmo, tiempos.
Analepsis y prolepsis concuerdan
espacios de vidas, pensamientos, paisajes hacia una visión no ya pueblerina,
sino hacia calendarios de humana perspectiva, que el talento del autor moviliza
de la mejor manera.
Porque de esto se nutre la joven pluma
de Ricardo Tejerina: dar permiso a los cinco sentidos (y aún al sexto que
otorgan los dioses) para tentarnos a entrar en el carnaval de la existencia de
los personajes, y la nuestra.
Recorriendo sus capítulos, asoma
la cadencia de Mujica Láinez, y esos mapas de escenarios que llevan a propios mapas. Tienta pues, la escenografía
sabiamente empadronada, evita el tedio, la indiferencia en el lector y logra
que entre él y la historia, se cruce la complicidad.
Apunta buena flecha el autor
cuando afirma en la Introducción, que el destino puede cambiar a fuerza de
voluntades y, quien se meta en su trama, lo sabrá de cerca.
No quiero contar ni principio ni
finales. Un libro debe ser disfrutado como tierra descubierta, un encuentro
virginal para quien lo lea.
Nada más injusto que una crítica
literaria que delata sensaciones que esperan la mirada (y el asombro) del
lector. No diré ni una palabra del
tesoro que se esconde entre las tapas de este Carnaval de Tejerina.
Sin embargo, quiero asegurar que
la travesía es mar inmenso en tierra firme, y el faro que lo ilumina, no mengua
llama.
Un buen pronóstico para sentarse
a leerlo.
Ricardo Santillán Güemes, Ricardo Tejerina, Marita Rodríguez-Cazaux
Editorial Dunken - Ayacucho 357 - C.A.B.A.
Editorial Dunken - Ayacucho 357 - C.A.B.A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario