viernes, 4 de enero de 2013

"EL CARNAVAL DEL DIABLO", TRAE COLA.



    Tras el prólogo impecable de Santillán Güemes, crece la potente historia que Ricardo Tejerina regala como novela bajo el nombre de “El Carnaval del Diablo”.
     A su culta narrativa no escapan tropos sin abuso y sin yerros, figuras técnicamente acertadas en orden, ritmo, tiempos.
Analepsis y prolepsis concuerdan espacios de vidas, pensamientos, paisajes hacia una visión no ya pueblerina, sino hacia calendarios de humana perspectiva, que el talento del autor moviliza de la mejor manera.
    Porque de esto se nutre la joven pluma de Ricardo Tejerina: dar permiso a los cinco sentidos (y aún al sexto que otorgan los dioses) para tentarnos a entrar en el carnaval de la existencia de los personajes, y la nuestra.
    Recorriendo sus capítulos, asoma la cadencia de Mujica Láinez, y esos mapas de escenarios que  llevan a  propios mapas. Tienta pues, la escenografía sabiamente empadronada, evita el tedio, la indiferencia en el lector y logra que entre él y la historia, se cruce la complicidad.
   Apunta buena flecha el autor cuando afirma en la Introducción, que el destino puede cambiar a fuerza de voluntades y, quien se meta en su trama, lo sabrá de cerca.
   No quiero contar ni principio ni finales. Un libro debe ser disfrutado como tierra descubierta, un encuentro virginal para quien lo lea.
   Nada más injusto que una crítica literaria que delata sensaciones que esperan la mirada (y el asombro) del lector.  No diré ni una palabra del tesoro que se esconde entre las tapas de este Carnaval de Tejerina.
   Sin embargo, quiero asegurar que la travesía es mar inmenso en tierra firme, y el faro que lo ilumina, no mengua llama.
   Un buen pronóstico para sentarse a leerlo.

                                                                                           Marita Rodríguez-Cazaux


                        Ricardo Santillán Güemes, Ricardo Tejerina, Marita Rodríguez-Cazaux


Editorial Dunken - Ayacucho 357 - C.A.B.A.

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