sábado, 2 de noviembre de 2013

RESEÑA



Se presentó ayer en el Salón de Editorial Dunken,
  el libro “Del glamour a la ciénaga”
de Marita Rodríguez-Cazaux


 
La Autora con los escritores Ricardo Tejerina y Fernando Veglia



El pronóstico meteorológico, que nunca falla, vaticinó lluvias en la tarde ayer: Un sol energético y tenaz cubría el salón de Dunken, donde vio la luz el nuevo libro de cuentos de la escritora Marita Rodríguez-Cazaux, “Del glamour a la ciénaga”.



Veintiséis cuentos llevan por buen camino a quien cruce la bella tapa que ilustró el artista plástico Néstor Vega y se adentre en los avatares de personajes singulares. 

Ya tendrán Oriente por el título, aquellos que gustan de bucear en interiores humanos, los amigos de ironías en tragedias irreparables, los que se tientan con lecturas que dicen más de lo que dicen. No quedarán defraudados los que rememoran en renglones ajenos vivencias  cercanas, los que cultivan remembranzas o los apasionados por las pasiones. Mucho menos los que gustan de cierres sorprendentes o los que evitan el tedio. Para todos, sin duda, las 150 páginas llegarán al Índice de una manera rauda y, como ocurre cuando un film, una interpretación musical, atrapa y se quisiera “hacerla durar un poco más”, rondará esa picantita contrariedad que no tiene definición, y por la que vamos a buscar del mismo autor otras composiciones.

Para quien la ha leído, y para quien la lee por vez primera, la escritora narra desde un escenario con el histrionismo que acompaña al actor. Con talento y afinado manejo, su voz se cubre de otras voces para desnudar secretos, darle presencia al silencio, enervar, descubrir.

Suma a estos recursos, el pulcro estilo literario que la define como cuentista, la descripción sutil, sensualmente delicada, donde los sentidos marchan a la par de los sentimientos. O no tan a la par, porque de eso se trata vivir entre el glamour y la ciénaga.



                                                                                  Julio Moro *

* Buenos Aires (1955) Abogado, conferencista.


                                                                     * * *

La simpatía de Marita Rodríguez-Cazaux está a la vista. Cordial actitud que puede tocarse. Y, de sobra, emparentada con su talento. Pero, lo que me mueve en este caso, lo que quiero señalar es la generosidad que tiene para sus talleristas. A ese grupo pertenezco. Y con declarado fanatismo por seguir perteneciendo.
Confieso que la poesía no me gusta, o no me gustaba. Cuando la conocí yo quería escribir cuentos, buenos cuentos. Y le llevé los que había escrito. Ella tuvo la gentileza de no decirme que mis cuentos eran espantosos.
Rondó y rondó buscando palabras que no lastimaran mi alta estima y se le ocurrió indicarme que empezara a leer poemas porque -según ella-, tenían vena poética mis narraciones.
Me regaló un libro de Miguel Hernández y me prestó otro de Gelman. A los dos meses, yo seguía escribiendo malísimos cuentos. Por Internet iba y venía su comentario, hasta que una tarde, me intimó a mandar un poema. Cualquier tema me dijo. Y le envié “Calipso”, un poemita pobre en metáforas, porque las metáforas no tenían nada que ver con mi profesión y porque no había descubierto el modo de encontrarlas.
Hoy, después de estar en la presentación de su libro en Dunken, volvía a casa manejando bajo una lluvia lisa. La calle, emparchada de luces me tentó a poetizar. Bajé del auto ya con la idea apurada en la cabeza. Y le escribí un poema (“MAR Y RÍA”), con alguna metáfora.

                                                                                  Gustavo Lapeire

Noviembre 2013




La Autora agradece al Dr. Gustavo Lapeire, la carta enviada y el poema.

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