Se presentó
ayer en el Salón de Editorial Dunken,
el libro “Del glamour a la ciénaga”
de Marita Rodríguez-Cazaux
El pronóstico
meteorológico, que nunca falla, vaticinó lluvias
en la tarde ayer: Un sol energético y tenaz cubría el salón de Dunken, donde
vio la luz el nuevo libro de cuentos de la escritora Marita Rodríguez-Cazaux, “Del
glamour a la ciénaga”.
Veintiséis
cuentos llevan por buen camino a quien cruce la bella tapa que ilustró el
artista plástico Néstor Vega y se adentre en los avatares de personajes
singulares.
Ya tendrán
Oriente por el título, aquellos que gustan de bucear en interiores humanos, los
amigos de ironías en tragedias irreparables, los que se tientan con lecturas
que dicen más de lo que dicen. No quedarán defraudados los que rememoran en
renglones ajenos vivencias cercanas, los
que cultivan remembranzas o los apasionados por las pasiones. Mucho menos los
que gustan de cierres sorprendentes o los que evitan el tedio. Para todos, sin
duda, las 150 páginas llegarán al Índice de una manera rauda y, como ocurre
cuando un film, una interpretación musical, atrapa y se quisiera “hacerla durar
un poco más”, rondará esa picantita contrariedad que no tiene definición, y por
la que vamos a buscar del mismo autor otras composiciones.
Para quien la
ha leído, y para quien la lee por vez primera, la escritora narra desde un
escenario con el histrionismo que acompaña al actor. Con talento y afinado
manejo, su voz se cubre de otras voces para desnudar secretos, darle presencia
al silencio, enervar, descubrir.
Suma a estos
recursos, el pulcro estilo literario que la define como cuentista, la
descripción sutil, sensualmente delicada, donde los sentidos marchan a la par
de los sentimientos. O no tan a la par, porque de eso se trata vivir entre el
glamour y la ciénaga.
Julio Moro *
* Buenos Aires (1955) Abogado, conferencista.
* * *
La
simpatía de
Marita Rodríguez-Cazaux está a la vista. Cordial actitud que puede
tocarse. Y, de sobra, emparentada con su talento. Pero, lo que me mueve
en este
caso, lo que quiero señalar es la generosidad que tiene para sus
talleristas. A ese grupo pertenezco. Y con declarado fanatismo por
seguir perteneciendo.
Confieso que la poesía
no me gusta, o no me gustaba. Cuando la conocí yo quería escribir cuentos,
buenos cuentos. Y le llevé los que había escrito. Ella tuvo la gentileza de no
decirme que mis cuentos eran espantosos.
Rondó y rondó buscando
palabras que no lastimaran mi alta estima y se le ocurrió indicarme que empezara
a leer poemas porque -según ella-, tenían vena
poética mis narraciones.
Me regaló un
libro de Miguel Hernández y me prestó otro de Gelman. A los dos meses, yo seguía escribiendo
malísimos cuentos. Por Internet iba y venía su comentario, hasta que una tarde,
me intimó a mandar un poema. Cualquier tema me dijo. Y le envié “Calipso”, un
poemita pobre en metáforas, porque las metáforas no tenían nada que ver con mi profesión
y porque no había descubierto el modo de encontrarlas.
Hoy, después
de estar en la presentación de su libro en Dunken, volvía a casa manejando bajo una lluvia lisa. La calle, emparchada de luces me tentó a poetizar.
Bajé del auto ya con la idea apurada en
la cabeza. Y le escribí un poema (“MAR Y RÍA”), con alguna metáfora.
Gustavo Lapeire
Noviembre 2013
La Autora agradece al Dr. Gustavo Lapeire, la carta enviada y el poema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario