En la contratapa (Es acaso la contratapa un pre-prólogo
en lugar de ser el colofón de lo leído? ¿Contratapa es epílogo?), de “Fotomontajes” de Carlos Penelas (2009),
Ricardo Monner Sans, confiesa que el lenguaje del escritor siempre lo ha
inquietado.
Dice Monner Sans: “Penelas ha sabido explorarse y explorarnos desde muchos costados al reunir
trabajos de notable envergadura” y, más adelante: “En este tiempo de
saltimbanquismo, donde nadie parece haber tenido pasado para así ser funcional
a cualquier presente, la coherencia de Penelas en decirse qué es, suena también
a valentía”.
Son estas mismas cualidades las que vuelven a
instalarse en “POESÍA REUNIDA”, el
libro que Penelas presentó este último viernes en Dunken, cuyo primer poema pertenece
justamente a “Palabra en testimonio” (1973).
Severo crítico de su propio trabajo, fino tallista,
el poeta tal como expresara Monner Sans, entrega al lector una odisea de sí
mismo y un navegar por la palabra.
Y esta excelsa materia prima es la que conforma el arte
de poetizar en Penelas.
Para detenerse antes de entrar en esos universos,
multiplicados en sentimientos y sensaciones infinitas, el magnífico Prólogo
escrito por Graciela Maturo: “Lirismo y
revelación en la poesía de Carlos Penelas”:
“Leer estos poemas
escogidos es compartir una aventura existencial y poética, descubrir un
itinerario espiritual y vivir el rito de la palabra en uno de los mejores poetas
argentinos de la generación del 70, y de toda época”.(Fragmento)
A
continuación, el texto que el poeta Alejandro Drewes leyó en la presentación de
“Poesía reunida”
Desde el magnífico poema breve,
intitulado Imagen
Sobre el patio sueña lenta la tarde.
El otoño oculta en el viento lo temporal
del álamo, del beso.
Suavemente, el silencio se ciñe
en el azul del vidrio. Detrás del agua
ha cesado la imagen de su rostro.
de su poemario
Palabra en testimonio (1973), elegido por Carlos
Penelas para iniciar esta selección de su obra poética de 1973 hasta la fecha,
queda el lector irremisiblemente cautivado por el suave intimismo que logra
establecer el poeta con la naturaleza y las cosas.
El poeta posee
una rara delicadeza capaz de detenerse en la aparente simpleza de un viejo
mueble de la casa y en lo que desde su penumbra callada dice; o en las
hojas y los seres fugaces que van despoblando la tarde en un parque.
La sobria melancolía
sin estridencias y el personal sentido de la nostalgia de Penelas se van
haciendo cada vez más nítidos al recorrer los textos de cada uno de los
poemarios recogidos; a medida que cada golpe de la vida
Conmueve la
bruma gris en mis cabellos
Calle de la flor alta (2011)
El conjunto de
la obra poética aquí reunida de Carlos Penelas se mueve entre varios
polos: Galicia y Buenos Aires, los mares y los exilios; el mundo blanco y el
mundo negro: la suavidad del mundo femenino y materno frente al rigor y la
soledad del padre; el pasado presentizado, recuperado en las tradiciones
familiares, en la historia de las generaciones y en la lengua gallega, frente
al futuro incierto y a la vez -quizá por la misma razón-, no exento de cierta
misteriosa luz.
Ese mismo
futuro es el que se extiende como la sombra del hijo caminando junto a la
sombra del padre. Así es evocado por ejemplo ese tiempo venidero, la continuidad
del azaroso periplo vital en otros ojos, en los versos iniciales de un bello
poema dedicado a uno de sus hijos, intitulado Pequeña carta a Emiliano
La mañana se
alza preguntando tu nombre.
Y clara como
tu risa
se me ahonda
en el alma.
Yo que no
tengo fe
digo que
amotino la fe con tu caricia.
Me sostienes
de ensueños y frescura.
Vas ordenando
un poco mi latido y mi frente.
A cada paso
tuyo me elevo, me agiganto.
Y recorro la
memoria de mi asombro en tu asombro.
Celebro el
infinito de tu diente y tus ojos.
Celebro la
ternura que atisbas con la brisa.
Con tu pequeño
dedo me señalas los pájaros.
Y el agua. Y
el abstraído origen de la piedra.
en una línea
no ajena a la mejor tradición de la lírica española contemporánea, de poemas
dedicados a los hijos, desde Miguel Hernández a José Agustín Goytisolo.
Al avanzar en
el recorrido por las diferentes estaciones de esta antología, por la selección
de cada uno de los poemarios, el poeta va dando cuenta de su autoconciencia
nítida de la absoluta soledad existencial, del abandono inevitable de cada uno
de los seres amados a lo largo del camino.
Esto se
observa en la transición y el cambio de clima entre los poemas de corte
más personal e intimista de la juventud -por caso, sirva comparar
el inicio de La noche, de Los dones furtivos (1980)
Te contemplo.
Me nutro en tu
reposo.
Veo secretos
ángeles a través del silencio.
Estás hecha de
pájaro y laurel.
con los versos
casi finales de Amor y anarquía, del poemario El aire y la hierba (2004)
Su cuerpo era
una corza entre las sábanas,
la avidez de
la ofrenda y del castigo.
Los insomnios
recogen la nostalgia.
¡Qué
naufragio, amada, entre las depredaciones!
Y también, de
otro modo, ese cambio de clima está presente en el desencanto de los años
maduros frente al bastardeo y a la degradación de los ideales -anarquismo y
revolución- que el poeta ha creído posible en el mundo de la juventud.
Hay una
comprensible serie de poemas de los años 1973-80 anclados en el escenario de la
utopía de las luchas obreras que nunca llegaron a alcanzar su Paraíso, en
especial la triada intitulada Fervor I, II y III, el segundo poema de
los cuales acaba diciendo
Y seguirá
habiendo un tirano.
Y seguiremos
luchando contra él.
La fecha de
publicación datada es del año 1975, tan significativa para las dos patrias del
poeta, España y Argentina, por opuestas razones: un país comenzando a salir de
su noche y otro entrando a la sima más profunda de su noche.
Pero sin
embargo, en el gran poema La compañera, de 1983, la mirada sobre
la rebelión de mayo del ’68 se anticipa ya cargada de neblinosa nostalgia, en
su evocación de aquellos líderes de un tiempo vuelto ya definitivamente otro;
el de Cohn-Bendit y Dutschke: las fotos se van tiñendo, imperceptiblemente, de
un tono sepia.
Y el tiempo
del desencanto irrumpe con fuerza en el poema Carta a Severino, de 1994,
donde, tras constatar la evidencia flagrante de la pérdida de la
maravilla, del sentido del misterio y de la aventura de vivir, el poeta
observa como
Adolescentes
desnutridos vegetan
entre la
cerveza y el pegamento
mientras
filósofos gimnosofistas
soslayan la
pobreza y la “cultura Prozac”.
Aquí se marca
el cambio de clima que mencionáramos más arriba, en la propia sonoridad de la
palabra poética, que a diferencia de poemas anteriores, es aquí
claramente disonante, como una suerte de música chirriante acorde con la
devastación y el ruido blanco del presente.
En el decurso
del viaje entre dos de los polos citados anteriormente, alrededor de los cuales
se mueven los textos de Poesía
reunida -el juego de oposiciones entre el mundo femenino y el
masculino-, la figura materna es ancla y centro del escenario poético y
vital; cercana y asible figura que visita los primeros poemas, su
presencia surge del mundo invisible y reaparece en los textos de madurez, acaso
en alguna ensoñación del poeta, como en este bellísimo y conmovedor fragmento
de prosa de Carta a María Manuela (1999)
Venías de un
reino de pastores, de súplicas abandonadas. Eras solitaria y secreta.
Desde el
desgano te veo desafiante. De mi padre heredé el escepticismo, cierta fatal
melancolía. De vos, madre, ternura y sortilegio. Las vulgaridades de la
alabanza o del poder no te tocan, no alcanzan la hondura de tu existencia.
Como Ariadna o
Diotima la amada aborda mi canto y habla de la resurrección de las almas, de
los misterios sagrados. “Orfeo -me dice- la desmesura te llevará al
exilio. Serás el príncipe desterrado.”. Detenida queda la antigua voz en el
agua estrellada. Se renueva la infancia en el aire de los robles orensanos, en
el sueño órfico y marino. Mi corazón está hoy en esos prados. (…)
Este texto
resume de alguna forma muchas de las claves y simbolismos que atraviesan la
obra de Carlos Penelas; aquí, la esencia de lo femenino, desde la sombra
materna protectora que remonta a las tierras de un origen remoto, y que se
prolonga en el abrazo de la Amada. Esta segunda figura aparece y resurge a lo
largo de todo el viaje poético, y le es propicia su referencia romántica
-la de Hölderlin y Novalis muy especialmente-, así como la tradición hermética
del orfismo que le es tan afín.
Orfeo regresa
y le dicta su voz al poeta desde la sombra milenaria, desde el amplio bosque de
los siglos transmutado en la memoria de unos robles de Orense. Orfeo regresa
desde la muerte, flotante cabeza sobre las aguas eternas, y le recuerda al
poeta su duro mandato en el mundo: cantar para iluminar a otros, para que el
mundo no sea invadido definitivamente por el silencio.
El mundo
masculino por su parte, orbita en torno a la figura del padre, evocada en
varios momentos de la obra, pero en forma especialmente significativa en
el inicio del poema El mirador de Espenuca, del poemario homónimo de 1995
Aquí estoy,
padre,
mirando con
tus ojos este lugar del mundo.
Las colinas
esperan
tu
transfiguración en la bruma del alba.
Es una humedad
lejana que dibuja presencias
sobre la
lumbre eterna.
Hora a hora
llegan las campanadas
como llegaban
los pastores en esta tierra de éxodo.
Desde un
aliento inmenso tu voz sube
con dioses que
agonizan las sucesivas muertes.
Sobrevivimos a
la llovizna
entre almas
suspendidas en este umbral de la ternura.
Aquí estoy,
padre, cumpliendo mi promesa.
El pecho
desolado
buscándote en
este silencio iniciático
en la
parroquia de Santa Eulalia.
versos en los
que se aprecia el motivo del mandato, asociado al simbolismo del viaje; al
cruce de los mares en busca del sentido del origen. Una suerte de pánico viento
recorre el poema, como el eco de una religiosidad honda y pagana, legada por
los ancestros. El hijo busca la sombra del padre y revierte el camino del
exilio emprendido por sus mayores, acaso en un intento arduo y supremo de
reencontrarse consigo mismo.
En medio de la
niebla de Galicia, una parte esencial del paisaje, el poeta observa, absorto. Y
han tañido antes las campanas, como en aquel otro inolvidable poema de Trakl,
como una delicada señal para los que han perdido el camino en la creciente
penumbra.
Por otra
parte, mucho podría decirse acerca de las voces poéticas cuyas notas suenan
sutilmente a lo largo de la obra de Carlos Penelas; poeta de extensas lecturas
y autor de notables ensayos literarios, han dejado marcas en su escritura muy
especialmente la fuente helénica, con muy logrados testimonios poéticos como La
luz helénica (pp. 82) o Los sueños de Odiseo (pp. 83); Horacio y su
preceptiva y arte poética en la Epistula ad Pisones, comentada por
Penelas en esta notable forma
Estos pobres
enemigos, Horacio,
cargados de
celos y rencores
vigilan desde
las quemaduras de la pereza
los
hospedajes de reinos mezquinos.
Con las
piernas heladas, suplicantes,
repitiendo injurias
en encuentros inútiles
imploran la
fama sobre el légamo
de páginas
baldías,
irremediablemente
convocadas al perdón.
Solitario
atravieso la luz y la ceniza.
Corrompidos
por leyendas y dioses
destrozan la
belleza
como un
cuchillo troyano la maldad.
(Finisterre,
1985)
Desde luego,
la propia esencia de su periplo lírico, y su intimidad con la lengua de los
padres, la lengua galega, han llevado al poeta asimismo a transitar a lo
largo de sus años por el cancionero galaico-portugués medieval, por los
poetas del Siglo de Oro; y por su evolución natural hasta las voces más altas
de la poesía gallega y española contemporánea. No es difícil advertir en
ciertos poemas resonancias de Alberti; o de García Lorca en la elección de
algunas imágenes y de determinadas formas poéticas como la casida. De Rosalía
de Castro, de la inolvidable Rosalía que escribiera
Como chove miudiño,
como miudiño chove;
como chove miudiño
pola banda de Laíño,
pola banda de Lestrove.
¡Como a triste branca nube
truba o sol que inquieto aluma,
cal o crube i o descrube,
pasa, torna, volve e sube,
enrisada branca pruma!
como chove miudiño
pola banda de Laíño,
pola banda de Lestrove.
¡Como a triste branca nube
truba o sol que inquieto aluma,
cal o crube i o descrube,
pasa, torna, volve e sube,
enrisada branca pruma!
con quien se
reconoce en el espejo brumoso de su abisal soledad y en la profunda melancolía
de muchos de sus poemas de tono más personal, y en la elección de las
coordenadas de sus pasajes líricos, tan a menudo bordados por la niebla y una
siempre próxima lluvia.
La escritura
de Penelas, como poeta de dos mundos, no deja de ser deudora por otra
parte, de su diálogo con los poetas argentinos mayores; con Borges y Molinari,
con Marechal, sin que por ello sus poemas dejen de tener su propia marca
personalísima y única, que denota la ardua construcción de su voz a
través del duro tiempo vivido.
Queda el
lector, tras el inseguro auspicio de estas palabras, solo ante el misterio y la
transida belleza de esta Poesía reunida de Carlos Penelas, lux
poetica en estos tiempos de oscuridad e indigencia. (Alejandro Drewes-Buenos Aires, noviembre
21, 2012)
Desde mi espacio, quisiera referenciar la transparencia de un sentimiento fiel a las raíces que entreteje
esa coherencia de la que habla Ricardo Monner Sans, en tres poemas que habitan el libro.
En ellos, se llega a paisajes que trascienden el paisaje
que rodea la escena. La imagen que atraviesan las palabras del poeta, es la morriña, a saudade que de lonxe veñe, el re-memorar, el entrar dos veces al
recuerdo y, desde la lejanía, atraer -inalterable- el perfume de la identidad.
AUTOBIGRAFÍA
(Fragmento)
“Desciendo de irlandeses, escoceses, gallegos.
Fueron nuestros el arado, la rueda, el carro.
Entre vivos y muertos, la morriña.
Vengo de los druidas, de los suevos.
Somos los soldados
sin patria, sin dioses, sin banderas.
Sé de generaciones de guerreros
Que prefijaron tiempo y coraje.
Hebreos, griegos, visigodos o romanos
grabaron en las piedra bendiciones y fiebres.
En la igrexia Santa Eulalia de Spelunca
los números rigen mi memoria,
hay voces de la Santa Compaña.
Un espíritu errante urde la fábula
que simboliza el enigma de Breogán. […]”
CIELO DE BETANZOS (Fragmento)
“De cristal, la palabra
En el silencio ordena mi abismo
una lejanía dispersa
que da nombre a tumbas del exilio.
Ahí, las estrellas y la alondra.
Y el borde de símbolos inmemorables
buscando jabalíes sobre la tierra.[…]”
TRÉMOLO DE LA SOMBRA (Fragmento)
“Mi padre
buscaba amparo en la quietud,
en el arpegio
de la melancolía.
Cuando
cobijaba la rosa ardida de rubor
el corazón de
mi padre soñaba con una aurora.
Y su voz
reclamaba la penumbra del alma,
tan bella
como el mar o la fragua.
Confiaba su
mirar al bosque de su infancia,
Al constelado
cielo que invade los recuerdos,
a los libros
de la noche y del hábito.
Y su empuje
furioso de latidos y bueyes
en palidez incierta.[…]”
Para concluir, "POESÍA REUNIDA” de Carlos Penelas, es
una presencia cercana, íntima, que nos
visita, tan intensamente como en una estrofa de su poema Queimada (1990), "...Todos los días vienes con tu voz a visitar los cuartos de esta casa", para dejarnos a maxia que tralo espello da “Santa Compaña” levamos tódolos a carón
da alma.*
* M.R.-C. (2012)
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