SIN CULPA NI CARGO
EN LA FERIA DEL LIBRO INTERNACIONAL
Por El Gato Pardo
Han de ser culpables las brisas del otoño que los aportan en
estadística alarmante, o quizá, el despertar caótico de un evento que escapa cada
año más -y más y más- a lo literario y lo cultural, para incursionar por otros
tópicos, pero lo cierto es que próximos a la entrada a la Feria del Libro
Internacional en Buenos Aires, los Autores tienen la peligrosa posibilidad de
contraer un virus que no es fácil desalojar del organismo. Desalojar, luego, y
con paciencia, porque la secuela ocupará todo el invierno y la primavera
venidera.
Aquella calma que el estío aletargó en horas de siesta demoledora
y vacaciones impostergables, llega por oxímoron, a paso redoblado, delirando talento
y sostenido estilo ecléctico de agitada oratoria, apenas marzo enfría
atardeceres.
Son los escribidores, a los que, diría Nalé Roxlo, “no se
les niega ni un cigarrillo ni una Faja de Honor…”, y que llegan a todo galope
para ganar posiciones en la cuadrícula -con todo respeto- de La Rural, donde se
exponen sus obras.
Algunos, tienen la virtud de escribir de tal manera que, por
no entenderse un ápice, todo el mundo aplaude ante la deshonra de pasar por
necio. Otros, gozan de milagrosa ósmosis que dota de genial talento, simplemente al posar ante
la cámara, junto a un estudioso.
Y, lo que es peor, están los amigos amiguísimos de los
críticos literarios, iluminados personajes que encuentran un sinfín de sustanciales
virtudes en textos de tal calibre que son lectura obligada antes de morir.
Para señalar una frase que marca rumbo, la del magistral
poeta que refiere a ciertos divagues como el oficio de algunos analistas literarios “que ponen por
los aires a los poetas sin vuelo”.
Notable intento si se considera que entre críticos y escritores existe casi un idioma que los diferencia, un percibir y expresarse de distinta manera. Tanto, que todo aquello que asegura el comentarista literario sobre el escritor, éste suele desconocerlo abiertamente.
Notable intento si se considera que entre críticos y escritores existe casi un idioma que los diferencia, un percibir y expresarse de distinta manera. Tanto, que todo aquello que asegura el comentarista literario sobre el escritor, éste suele desconocerlo abiertamente.
Pongo dos ejemplos que pueden encontrarse a ojos vista (bastará
saber buscarlos):
En el afán de encontrar magnificencia, cierto crítico
advierte en la escritura de un cuentista espejos de un creativo cineasta
francés, cuando el propio narrador confiesa ni siquiera haber visto la
película. Hasta aquí, no deja de ser corriente el suceso, sin embargo, hay un
detalle: ese paralelismo hallado, no deja de provocar en el escritor la sospecha de
haber tenido la misma inspiración que el destacado director de cine.
Pasando por alto este “dímelo que me lo creo” tan humano, la
misma crítica, suscita en otra escritora, la infantil frase “A mí, también”, refiriendo haber recibido, a
su turno, claro, homenaje a su obra por el mismo crítico. Hecho que si se hubiera dado en Internet tendría centenas de Me Gusta, porque a nadie pasa desapercibido la hilaridad de semejantes comentarios sin desperdicios.
Esta saeta dolorosa, no tiene desvío ni resguardo, y bienvenido sería el antídoto en la pluma de críticos, columnistas, articulistas y periodistas, y cualquier honorable comentador que dijese lo cierto de los libros a reseñar.
Esta saeta dolorosa, no tiene desvío ni resguardo, y bienvenido sería el antídoto en la pluma de críticos, columnistas, articulistas y periodistas, y cualquier honorable comentador que dijese lo cierto de los libros a reseñar.
Tras este paisaje ufano, al Lector, no le queda más que
acercarse a los stands de la exposición más calificada intelectualmente, y
elegir por su cuenta y riesgo, las lecturas. Quizá, lo distraigan del buen eje
las atrapantes ilustraciones de las cubiertas, pero ese es otro tema (Y lo
ilustraremos debidamente).
A lo que íbamos, no dejará de ser sano ejercicio de libertad
entonces ir a nuestro aire por góndolas y estantes, para atrapar al libro que
nos está esperando, desnudo de escritor y reseñista, para mostrarse tal cual
es.
Al menos, no tendremos pendiente la rabieta de haber
invertido en un libro penumbroso por culpa de una crítica obsecuente.
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