jueves, 12 de marzo de 2015

PERIÓDICO IRREVERENTES


RUIDO DE CARACOL QUEBRADO


                                                                                                         Por Marta Emilia Picotto
Hebilla

Acaso fue nomás que se asomó demasiado o que pisó muy cerca del borde y que la tierra estaba algo movida y  él rodó hasta el fondo y se fracturó la columna a la altura de las cervicales y por eso se murió. Era de llegar tarde, con unas copas de más. Pero, ni que me lo juren voy a creer que en vez de ir directo a la puerta de entrada, encaró por la puertita del fondo y no se acordó del pozo que esa misma tarde terminamos de cavar…
Así trate con todas mis fuerzas de imaginarme que soy él y recorra el camino hasta el pozo, la montaña de tierra hubiera bastado para detenerlo, más si estaba en curda, como dicen…
Ella le dijo al comisario, que “seguro él se olvidó la llave y para no despertar a nadie, saltó por encima de la puertita del fondo, que tenía tranca por dentro y, después cayó dentro del pozo”.
Llora y llora y se lamenta de que esa tarde la pelea había sido más fuerte que de costumbre y “qué voy a hacer ahora, con eso de que la última palabra que le dije cuando salió dando un portazo fue morite…”
Claro, después se fijó que yo andaba cerca y había escuchado la pelea y las amenazas de él de que “cualquier día no me van a ver más el pelo” y “ya van a ver de qué se van a quejar y con qué van a comer”, y ella gritando  “si no fuera por mí,  serías  un perdido” ,  vaya a saber qué quiso decir con eso. (…y  le tiró con el cepillo del pelo que, menos mal  fue a dar contra el espejo del comedor y no en la cabeza), y luego,“siete años de desgracia, para vos miserable” le dijo, “porque el cepillo iba destinado a vos”.
Como una sonámbula recorre  la casa, toda despeinada porque perdió la hebilla de carey que le sostenía “la colita”. Yo le dije “andá, comprate otra” pero ella no, la busca y se acomoda los anteojos negros sobre la nariz para taparse el  moretón, que igual asoma y se le nota a pesar de que se puso varias capas de “Angel Face”;  y se le ve el hueco del diente que le faltó después de la pelea de la semana pasada, cuando desparecieron los diez pesos reservados para “las noches de amigos”, como llamaba a la junta de los viernes por la noche; esa noche se fue dando tal portazo con rabia y temblaron  las paredes.
Y el comisario claro, la mira, dice “” con la cabeza  y se inclina por pensar en un lamentable  accidente; y no deja de mirarle el escote cuando le toman declaración y anota todo lo que dice menos lo que no dice, que es el tema de la pelea, o el tema de los diez pesos que se perdieron, y lo  del cepillo y lo del espejo roto.
**
 Como que me meto en la piel de él y me pongo las zapatillas llenas de barro que le sacaron apenas lo subieron, y la gorra que encontré fuera del pozo porque a lo mejor se le quedaron algunas ideas de antes de caer, con algún pensamiento para mí que soy, que era su hermano más querido y por eso siempre me defendía cuando ella le decía  “es un vago, que se ponga a buscar trabajo”. Y él “Ché pero si apenas tiene catorce…” y ella que me miraba guardándose para soltarme más luego eso de “ya vas a ver mocoso grandulón cuando éste se vaya, si te va a durar lo de andar de vago con tus amigotes en la esquina”.
        **
 La pintura de la puertita del fondo está tan reseca que  se descascara y deja ver el hierro marrón, distinto al oxidado que es más rojizo; y no hay saltaduras como habría, si es que entró por ahí como ella dice, cosa que pienso yo, no le habría sido fácil por la altura y porque el foco del patio, justo esa noche, se quemó.  No hay rastros de que alguien haya pisado los caños de la puerta, así que no entró por ese lado sino por otro que yo no oí porque estaba dormido. Además la puerta de la casa está a unos seis metros del pozo y cómo si quería entrar a la casa, con frío y sueño a la madrugada, iba a enfilar por ahí,  que se alejaba un montón de la veredita de laja; y los yuyos del  otro lado, tan altos que ni pensar en saltar sin pisar ni quebrar algunos.
Igual salto y voy  hasta la casa y abro la puerta que está sin aceite y hace un ruido infernal; la cierro y no calza en el marco así que tengo que patearla para que entre y armo tanto bochinche que ella se levanta asustada pensando que son ladrones, o  el finado que anda penando y vuelve para terminar algo que habría tenido intensión de hacer y no pudo, es decir, entrar a la casa. Que “qué hacés levantado a esta hora, total mañana a vos no te levanta nadie, pero ya van a cambiar las cosas por acá…”
Y como no puedo olvidarme de mi hermano, tan pálido en el cajón y tan solo desde esta mañana en el cementerio, salgo al patio y me acerco al  pozo y tanteo con el pié los bordes, con mucho cuidado no sea  que me pase lo mismo.
Aunque ya lo empecé a extrañar y sería lindo pasar por la misma puerta y encontrarnos en el más allá y que me cuente cómo es que fue tan pavo de caerse y matarse, con lo que yo lo necesito…
Algo cruje con ruido de caracol quebrado y es una pena porque me gustan los caracoles y a lo mejor no es tanta la quebradura porque la tierra está blanca y lo pisé apenas. “¿Dónde estás caracolito? No te quedes ahí solo, enterrado como él, en la oscuridad y sin que pueda hacer algo para que te sientas mejor y sepas que te quiero y hecho mucho de menos y no sé, ahora que no estás  me asusta  calcular el tiempo que va a pasar antes volver a verte y abrazarte…”
Pero no tiene forma de caracol; es duro, liviano y a pesar de la tierra y de que está quebrado… es la hebilla de carey.


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