domingo, 29 de marzo de 2015

NARRATIVA



Líneas

Por Fernando Veglia
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Juan Manuel fumaba tranquilamente, recostado sobre el césped del jardín y pensando en su intolerable soledad de apenas veinte años. El sol del atardecer intentaba, con denuedo, defenderlo del frío invernal.
Hoy es sábado, día clave… clave para mí y para Lisandro. Es el día de salir, de divertirse; previo lavado del auto, meticuloso aseo personal, encontrarse con Lisandro y pasar a buscar a Clara y a Mariela, una peor que la otra… el sexo no me preocupa… en realidad, siento culpa por estar con mujeres que no quiero, ni deseo. Ellas tampoco me quieren, apetecen o aman, nos acompañamos, vamos en el auto a cualquier lugar, bar, boliche, confitería, teatro, cine o lo que sea, después a un hotel alojamiento.
Sábado… no sé qué sucede. No me enamoro, nadie me llena. ¿Dónde está la que busco y no encuentro? ¿Son todas iguales? No, claro que no. La madre de Lisandro tiene razón, una mujer como la que pretendo, enamorada de mí, con la que compartamos proyectos y la vida misma, no está en un boliche a las dos de la mañana; tampoco es una mercenaria que se acerca a mí porque le gusta el auto o los zapatos… o quizá sí… no lo sé. Tampoco voy a noviar con pibitas de dieciséis años. ¡Ni borracho! Son insoportables, dudan de y para todo… para dudar ya estoy yo, que lo hago muy bien.
Quisiera encontrar una que valiera la pena, enamorarme perdidamente como en las novelas, pero no, no la encuentro; lo que es peor, más de una creyó encontrar en mí ese amor de novela que deseo ¡Que ironía! La que más lástima me dio fue Marisa; hizo de todo para que la invitara a salir, me iba a buscar al trabajo, me hacía regalos, hasta habló con mi madre, pobre…
Los pibes me aconsejaban que le diera lugar, pero no me gustaba para nada… tal vez de eso se trate. Tengo que aprender a aceptar a las que me aman sinceramente y dejar de mendigar amores falsos o imposibles. A Marisa le dije crudamente: “No insistas porque no me gustas”, pobre…
¿Tan hondo es mí vacío? ¿La necesidad de tener una compañera? Si cuando la encuentre no la voy a soportar. Al cabo de unos años, vamos a hacer las mismas e incansables salidas, a hablar irremediablemente de los mismos temas, vamos a hacer el amor, tantas veces, que perderá su encanto y seducción.
Rutina, asesina del amor. Con la mujer que pretendo nunca nos pasaría algo así, nos amaríamos siempre, con el despertar de cada día despertaría nuestro amor. Eso sería fabuloso, lo que cualquiera desea, el ideal… lo peor que me puede pasar es que yo la encuentre y ella no me encuentre, como le sucedió a Marisa conmigo… quizá no sería tan malo, por fin podría decir que alguna vez me enamoré.
Juan Manuel cruzó ambas manos debajo de su cabeza y, mirando el cielo oscuro y estrellado, suspiró profundamente.
. . . . . . . .
“A diferencia de otros días, las calles y aceras del barrio estaban desiertas; ni vecinos, ni vehículos, nadie transitaba por allí, a excepción de Juan Manuel.
No le preocupaba la soledad que envolvía las calles, caminaba hacia ningún lugar, sintiéndose angustiado por algún motivo que desconocía.
Una silueta lejana apareció delante de sus ojos y, sin vacilar, corrió hacia ella. A medida que avanzaba, la figura adquiría nitidez; era una mujer de cabellos largos y enrulados, vestida con una blusa de seda violeta y una pollera azul.
El muchacho, jadeante y sin aliento, tocó el hombro de la mujer enigma. Ella, clavándose en el suelo y sin voltear, confesó que estaba cansada de caminar, que llevaba demasiado tiempo caminando sin amor, que él se llama Juan Manuel y que, cuando despertase, hablaría con su madre del sueño que deseaba.
Intrigado, por las enigmáticas palabras, le preguntó cuál era su nombre, pero ella ya no estaba.”
. . . . . . . .
Fideos, cebolla, orégano, tomate, sal y carne picada, hornallas encendidas, una olla, agua casi hirviendo y una sartén, inundada de aceite de maíz, esperando ser usada. Betina preparaba la cena, mientras esperaba a su familia. Aunque sus hijos, Adela y Juan Manuel, eran adultos, los aguardaba con ansiedad.
Estaba preocupada por Juan Manuel; durante el desayuno lo había notado melancólico, quizá presionado por un pensamiento reiterativo. No sabía qué lo perturbaba, hacía tiempo que no hablaba con él de temas personales, aunque podía sospecharlo, un mal de amores.
―Buenas ―Saludó Juan Manuel, entrando a su hogar.
―¡Hola, hijo! ―Gritó Betina, desde la cocina.
El muchacho, cumpliendo con la rutina de aseo y cambio de ropa, fue a la cocina y saludó a su madre, besándola en la mejilla.
―¿Cómo estás, má?
―Bien ¿A vos cómo te fue?
―Bien, sin novedades ¿Qué hay de comer?
―Fideos, pero faltan papá y Adela.
―No te los voy a robar ¿Cebo unos mates?
―¿Te pasa algo?
―No ¿Por qué?
―Porque querés cebar mate. La última vez fue cuando rompiste una luz del automóvil ¿Te acordás?
―Eso fue hace mucho ¿Querés o no?
―Sí…
Juan Manuel preparó el mate y, sentado cómodamente a la mesa, observó a su madre, picando cebollas sin derramar lágrimas.
―Mamá…
―¿Qué?
―Quiero decirte algo…
―Esa frase… esa frase… ¿Qué cosa?
―No te rías…
—Nunca lo haré, hijo…
―Te va a gustar porque vos tenés ese aire misterioso…
―Decímelo. No generés tantas expectativas.
―Tuve un sueño…
―¡Menos mal! ¡Me querés matar!
―¡Che!
―¿Qué soñaste?
―Soñé que caminaba solo por el barrio. Recuerdo que veía, a lo lejos, la espalda de una mujer y que corría para alcanzarla. Cuando toqué su hombro, se detuvo pero no me miró…
―¿No tenía ojos?
―Estaba de espaldas… Sigo, yo preguntaba cómo se llamaba, pero ella no me lo decía…
―¿Qué te decía?
―Me dijo que estaba cansada de caminar, que cuando me despertara iba a hablar con vos de un sueño que quiero ¿Qué pensás? ¿Qué es?
―¿Cómo estaba vestida?
―No me acuerdo…
―Mirá, creo que tu subconsciente manifiesta que tenés una necesidad insatisfecha…
―Mamá, eso lo imagino yo. Quiero saber algo más ¿Para qué leés todos esos libros esotéricos?
―Los sueños son muy personales, vos tenés que asociar las imágenes con tus deseos insatisfechos. Quizá, de ese modo, entiendas lo que significa…
―Ah… Entonces… puede significar lo que estuve pensando y nada más…
―¿Qué pensabas?
―…
―Dale probá, te escucho…
―No te rías…
―No lo haré…
―Pensaba en encontrar la mujer ideal.
Betina rió a carcajadas.
―¡Che! ¡No te rías!
―Perdoná. Siempre tuviste pensamientos ambiciosos ¿Qué te pasa hijo?
―Nada, no me enamoro, eso es todo.
―En algún momento llegará el amor. Aunque sea una vez en la vida, tu amor verdadero se va a presentar…
―Seguro y tendría que hacer un ritual, como esos que haces vos para sentirme mejor – Sentenció, con desprecio, Juan Manuel.
―Hijo, lo que hago es leer, tres veces y al comenzar el día, un decreto, nada más…
―Bueno, como se llame, eso tendría que hacer ¿O no es un ritual?
―Sí, lo es, en cierta forma. Si buscás en la cotidianeidad, vas a descubrir que hay muchos rituales. Escribe lo que deseas y leelo en voz alta, siempre tres veces y en calma. No te olvides de decir, al final de cada lectura, que lo hacés para la gracia de Dios, el bien de tu alma y la paz de los hombres; entonces el universo va a conspirar para que tu deseo se cumpla…
―¡Está bien, mamá! No estoy tan loco, como para hacer algo así. La verdad, no creo en eso… me parece ridículo. Además, el universo conspirando ¡por favor!
―Hijo, no seas agresivo, trato de ayudarte…
―Es que me parece imposible, perdón.
Ambos callaron, Betina había sido desvalorizada, Juan Manuel pensaba, faltaba poco para el sábado, y el silencio era, a cada instante, más grande y pesado.
―Hijo, si hacés lo que te dije, recordá decir la frase…
―Mamá, no lo voy a hacer…
―Nada más te decía…
. . . . . . . .
Sábado, una de la mañana. Aún en mi casa. No tengo ganas de ver a Mariela, ni de escuchar las pavadas de Lisandro. Estoy harto, las mismas caras, las mismas palabras ¡Basta! No sé qué haría sin este patio y sin esta grapa. Cada vez que me siento angustiado vengo acá, pienso, pienso, pienso y bebo esta grapa casera; tiene gusto a hollejo de uva… y…. no tengo muchas ganas de levantarme del pasto, ir a mi dormitorio. Para colmo no pude pintar nada; pintar… lo que se dice pintar, no es, hago lo que puedo con esas temperas viejas… Lo único que pude hacer fue encerrar color verde en este frasco de perfume ¡Qué inspiración! Me rio de mi mediocridad, la grapa me aturde, el cielo se me cae encima, con todas sus estrellas, con todo su peso. El peso de la hipocresía de la que participo; finjo amar, finjo compañía, finjo, finjo… No voy a fingir nunca más. Chau Mariela, chau chicas, chau sábado, chau jueves, chau Lisandro. Si nunca me enamoro ¿qué?, si ese es mi destino ¿qué?. Mi destino… triste destino. Pero más vale uno auténtico que uno falso, ¿o no es una farsa pedirle al universo que nos resuelva la vida? Respondé universo, te estoy preguntando. Sos mudo y nada más, sos un espectador lejano, muy lejano…. Somos fáciles de olvidar ¿no?
Juan Manuel detuvo la mirada sobre el frasco de perfume ―contenía agua teñida de verde―y, alzándolo hacia el cielo, dijo tres veces: “Quien posea el frasco me amará y quien lo vacíe me matará”. Luego, rió hasta que el silencio adormeció su cuerpo cansado, sobre el pasto húmedo de madrugada.
. . . . . . . .
¿Qué está haciendo? No se puede creer. Qué maniático. Siempre encerrado en el baño, lavándose las manos, peinándose.
―¡Dale, che! Tengo que llevar las boletas al estudio ―Juan Manuel gritó en la oficina como si estuviese en el living de su casa. Hacía seis años que él y Lisandro trabajaban allí.
―¡Ahí va! Gritás porque no está Ramírez –Contestó Lisandro desde el baño.
―¡Dale, che! ¡Quiero comer!
Más de media hora en el baño, maniático fregón. Si no lo conociera…
―¿De qué te reís, boludo? Ya salgo –Dijo Lisandro, escuchando las carcajadas de su amigo.
―De nada… ¡Dale!
Lisandro encendió el motor, el automóvil rugió; estaba meditabundo, ensimismado. Juan Manuel lo había notado por la mañana y le convido, sin éxito, un cigarrillo.
―¿Qué pasa? ¿Estás mal?
—No… yo…
―Eh…
―Operan al “nonno” el viernes que viene.
―Sigue jodido el abuelo…
―Está muy enfermo, pero no sabe… nadie le dijo.
―¿Si lo operan puede zafar?
―No lo sé. Quizá uno o dos meses… no lo sé.
―Puta…
―Creo que habría que decirle. Tiene derecho a saberlo…
―¿Tu viejo? Es difícil…
―No quieren, dicen que sería peor.
Con el abuelo de Lisandro hablábamos de Europa, de la guerra y de la Italia que abandonó, anclada en los años de su juventud. Nunca quiso regresar, a pesar de las oportunidades. Un tipo duro.
―¿Tu abuela sabe?
―Sí, sabe. Lo lleva como puede, en silencio. El cuerpo falla…
―Es fuerte la “nonna”, ¿eh?
―¿La “nonna”? Es de oro, mujeres como esa no quedan. Yo le digo que me quiero casar con ella, pero no quiere…
Ambos rieron. El tráfico era espeso y los semáforos ineludibles.
―La “nonna” siempre lo amó al abuelo… lo cuida, lo atiende, trabajó, crió a mi viejo. Una mujer de oro. En cambio ahora, encontrá una mujer que te acompañe –Reprochó Lisandro.
―No sé, será cuestión de suerte. Antes era distinto, el hombre trabajaba y la mujer no era independiente…
―No… No hablo de eso, hablo de una mujer que no te abandone, que te apoye, que se juegue… Estamos condenados…
―Che, dejame en la esquina.
―No hay más mujeres así…
―Hay que encontrarlas. Nos vemos. Saludos al “nonno”.
―Chau
Los años llegan… Qué tal estará la secretaria de Itarrúa; contador público y contador de chistes sin gracia. En la oficina me decían que parecía una pasa de uva, me mienten, seguro es linda. A ver… segundo “B”
Una voz femenina emergió del portero eléctrico.
―¿Quién es?
―Juan Manuel, de Rosul S.A.
―Adelante.
Linda voz. Quizá hablemos un rato, porque el gran Itarrúa, como es su absurda costumbre, está atendiendo a otro cliente, que justo, justísimo, llegó antes que yo, a pesar de que llego puntualmente.
―Permiso, buen día –Saluda Juan Manuel.
―Buen día, el señor Itarrúa está en su despacho. Está atendiendo a otro cliente. En quince minutos lo atenderá. Siéntese, por favor.
―Gracias.
A esta chica la conozco, que cara conocida, de dónde te conozco, de dónde, de dónde. Ese rostro blanco y pecoso, sus labios rojos, imposible de olvidar, todo me da la sensación de haberla visto antes.
―Disculpame, pero te veo cara conocida…
―Sí, claro. Vos sos el hijo de Betina.
―Sí ¿De dónde me conocés?
―Vivo a la vuelta de tu casa.
―Increíble… nunca te había visto por el barrio.
― Sucede que, entre el trabajo y la facultad, no salgo mucho.
―¿Tu mamá conoce a la mía?
―Mi mamá se llama Clara, o “la señora de la ropa”.
―¡Ah! ¡Ya sé quién es!
―Esa misma. Que irónico ¿no?, vivimos tan cerca para encontrarnos tan lejos.
―La verdad, si.
. . . . . . . .
―¡Cuídense, chicos! –Saludó Betina a Juan Manuel y a Lisandro.
―Sí, má –Dijo Juan Manuel.
―Chau, Bety –Saludó Lisandro.
Noche de sábado, los dos amigos necesitaban dar un paseo. Clara y Mariela tenían planes que no los incluían. El automóvil ronroneaba por las silenciosas calles del barrio. Lisandro conducía y Juan Manuel observaba, a través de la ventanilla, como si estuviese encandilado.
―¿Qué hora es? ―Preguntó Lisandro.
―Las doce.
―No hay nadie. El lugar murió.
―¿Funciona la radio?
―Cuando quiere, está rota. No la cambio por los robos…
―Una cagada…
―Hace poco, discutí con “el gordo”. Cuando lo estaba llevando a la casa, me preguntó lo mismo que vos y respondí lo mismo, pero él me dijo que tendría que comprar una radio nueva, porque podía hacerlo y porque no debía tener un auto con una radio tan vieja. Me enojé y le grité que se bajara. “El gordo” se calló la boca… encima estaba Nacho. Fue el día que nos reunimos en lo de Juan ¿Te acordás?
―Que boludo “el gordo”
―Me da bronca porque sabe que tengo este Dodge mil quinientos, desde los dieciocho. Le guste o no.
―Pobre “gordo” ¿Qué es de su vida?
—Sigue estudiando medicina.
Juan Manuel sorprendió a Lisandro, repentinamente tocó la bocina.
―¿Qué hacés? ¿Estás loco? ¿Estoy manejando? ¡Vamos a chocar!
―Le toco bocina a Paula ¿Te acordás?
―¡Cómo no me voy a acordar! ¡Qué piba rara! Tenés razón, vive ahí. Paula me ignoraba; yo la quería. Encima siempre salió con tipos que la golpeaban –Recordó, amargamente, Lisandro.
―Pobre, piba…
―Ahora zafó, enganchó a Esteban ¿Te enteraste?
―¡A Esteban! ¡Qué bárbaro! ¡Zafó! Consiguió lo que quería.
―Claro, si Esteban tiene más guita que los ladrones. Ves se interesan por los boludos o por los pibes que la tienen toda. Nosotros, que laburamos, somos sombras…
―Pará. Si a Paula no la querías para que durmiese todos los días con vos.
―Bueno, nunca me dio una oportunidad, ni una vez.
―No sirve para nada.
¡Cuántas luces! Transforman la noche, hacen que todo parezca diferente ¿A dónde voy con Lisandro? A la nada, a dar un paseo absurdo. Cuántos prejuicios que tiene sobre las mujeres. Nunca le dije que me molestan y no lo haré. Somos amigos porque conocemos nuestros más terribles pensamientos y, a pesar de ello, nos aceptamos.
―¿En qué pensás? –Preguntó Lisandro.
―En las luces.
―No cambiás más ¿Qué pasa con Ivana, la secretaria de Itarrúa?
―Mañana viene a casa.
―¡Uh! ¡Te pierdo! Pensar que la conociste en lo de Itarrúa.
―Hace dos meses que salimos…
―Te vas a perder en esa mujer ¡Qué bárbaro! ¿Está mejor que la anterior?
―Sí.
―Y si no, también.
Ambos rieron a carcajadas. Lisandro estacionó para reír mejor y los transeúntes miraron a los dos muchachos, que no disimulaban la alegría.
. . . . . . . .
Ivana y Juan Manuel habían hecho de su romance un compromiso. Él la había invitado a cenar a su hogar y la había presentado a su familia. Cena, presentaciones, palabras y miradas resultaron amables y agradables. Todos estaban felices.
El dormitorio del muchacho, acabadas las formalidades, fue el refugio de los novios, el lugar para dialogar solos y compartir unos minutos.
―¿Te sentiste cómoda durante la cena? –Preguntó Juan Manuel.
―Sí, no te preocupes. Me trataron muy bien. Ricos fideos ¡Cuántos libros tenés! –Exclamó Ivana.
―Tengo algunos de literatura, otros de la universidad… poco a poco, armé la biblioteca.
―¿Tu mamá no se queja de lo desordenado que sos?
―Es cierto, esto es un desorden. Todavía se queja, no se acostumbró. Lo que más molesta es la puerta del placard, hace mucho ruido. Como me ducho a las dos de la madrugada…
―¡Que tarde! ¿Qué hacés hasta esa hora?.
―Pinto.
―¿Pintás? No me dijiste.
―Pinto con témperas ¿Querés ver lo que hago?
―Dale.
Qué vergüenza, por qué no me habré callado. Espero que no se asuste, pinté todo tipo de motivos.
―¿Te gustan?
―Sí, las manchas están buenísimas. Tenés un lenguaje muy particular ¿Pintarías algo para mí?.
―En la semana te voy a regalar algo.
Ivana detuvo la mirada sobre unos frascos de perfume que contenían colores chillones.
―¿Y esos frasquitos? ¿Para qué los usas?
―Son frascos de perfumes con agua teñida.
―¿Y las usás para pintar?
―No. Intento hacer colores. Colocalas boca abajo para que se mezclen los pigmentos y el color adquiera nitidez.
―Me gusta el verde, es un verde lindísimo.
―Te lo regalo.
―Gracias. La voy a poner en mi mesita de luz, como la tenés vos.
Los jóvenes, asaltados por el silencio, estaban sentados en la cama, compartiendo el calor de un abrazo y lentas caricias.
Hoy comencé a mostrarle lo que faltaba; mi familia y el pequeño mundo que cabe dentro de estas cuatro paredes. Está cómoda, o por lo menos es lo que ella quiere que suponga. Su cabello, entre mis dedos, es una tela suave. No me canso de acariciarla, de deslizarme por su cuerpo. Me atrae. Estoy aprendiendo a amar, nunca había sentido esta reciprocidad, la necesito.
―¿En qué pensás? Estás ausente –Dijo Ivana.
―Te necesito –Respondió Juan Manuel.
Ivana abrazó a Juan Manuel con fuerza, sintiendo su calor y su fuerza. Era el hombre que buscaba, capaz de interpretarla, de amarla incondicionalmente. Siempre había estado cerca, mucho más cerca de lo que había supuesto. Estaba enamorada y lo disfrutaba. Necesitaba hundirse en él, fundirse en su piel.
―Te necesito, Juan Manuel. Te amo –Susurró Ivana.
. . . . . . . .
La paloma no volaba, corría torpemente, intuía que su perseguidor era inocente, que carecía de malas intenciones. Intentaba desalentarlo, realizando simples escaramuzas alrededor de un macetero; estaba demasiado vieja para volar hasta el otro extremo de la plaza.
Nahuel tenía un año y medio, no era un depredador, era un obstinado curioso. Quería capturar el ave a toda costa. Ivana y Juan Manuel, sus padres, lo observaban.
Quisiera que conservara ese espíritu curioso. En eso es parecido a mí, siempre fui curioso; aún lo soy. Aunque supongo que no lo suficiente, carezco de constancia. Debí haber estudiado bellas artes; continuar vinculado, de cualquier modo, a la pintura. Tiempo y dinero… malditos. El primero es inexorable y el segundo depende de las prioridades; el bienestar familiar está antes que los caprichos.
Otra vez lo hace… persigue la paloma. Qué obstinado. Una cualidad de su madre, la obstinación. Varias veces la pasamos mal… cuando luchábamos para comprar la casa, privándonos de absolutamente todo. Un caos económico hubiese arrojado todo el esfuerzo a la basura. Quizá la vida sea una onda; subimos y bajamos. Ivana lucha por hacer de esa onda una línea recta, un carril hacia sus objetivos, y, por lo visto, Nahuel también.
¿Qué estará pensando? Hurga en una flor. Cuando Ivana me dio la noticia del embarazo tuve miedo y euforia; nos abrazamos en la cocina y lloramos juntos. Todo es demasiado rápido. Nahuel es el señor de nuestros tiempos y nos recompensa con su amor, un amor perfecto. Lo expresa sin prejuicios. Quisiera poder satisfacerle la mayor cantidad de necesidades y verlo un hombre, un hombre curioso y obstinado.
―Ma, ma, ma… –Balbuceaba Nahuel.
―Nahuel, vení con mamá –Dijo Ivana.
―¡Abrazo! –Exclamó Juan Manuel.
Ivana y Juan Manuel estaban sentados sobre el césped. Nahuel corrió hacia ellos y los abrazó. Los tres se revolcaron, rieron, sonrieron.
Padre e hijo jugaban y la madre los observaba, disfrutando del espectáculo, de la manifestación de felicidad, de sentirse dichosa por tenerlo todo; un hijo amado y un amor inalterable. Los ojos de la mujer, empañados, agradecieron al cielo.
El viento apartó las nubes grises de la cara del sol, la tarde posó su cálida mirada sobre la plaza y una brisa suave vagabundeó por el barrio.
. . . . . . . .
Conducir no es sencillo; debo hacerlo con mi automóvil e imaginar qué harán los que me rodean. El tránsito es insensible a las prisas, más si deseo llegar temprano. Maldito embotellamiento. Imagino la comida que me espera, imagino a Ivana y a Nahuel.
¡Por fin! ¡Vamos! ¡Vamos! Esta era la causa de la demora… pobre gente ¡Qué amargura! No veo la hora de llegar a casa, de ver a Nahuel.
Estoy ansioso, debo concentrarme en el tráfico… ¿Qué estará haciendo Nahuel? ¿Jugando, aprendiendo o estará dormido? Ayer, cuando llegué, estaba durmiendo en mi cama; cada día lo veo más grande y cada día llego más tarde. Tengo una sorpresa para a él y otra para Ivana… cada vez que salía con Ivana le regalaba un chocolate ¡Hace tanto tiempo! Necesito eso. Hay varias cositas sencillas que deseo, quiero recuperar besos, frescura. Quiero transformar la cotidianeidad. Volver a sorprenderla. Será un desafío.
Ivana escuchó el familiar ronroneo del automóvil, el zumbido del portón automático abriéndose y el golpe seco de cierre. El motor del automóvil dejó de funcionar, la puerta del garaje crujió y la voz de Juan Manuel anunció: “Llegué”. Un estruendo, inusual y extraño, la alteró, erizándole el cabello y anudando su estómago. Corrió hasta el living y vio el cuerpo sin vida de su esposo, yaciendo en el suelo.
Un llanto inconsolable, mezclándose con gemidos desesperados, hizo que Nahuel abandonase, a toda prisa y en socorro de su madre, el dormitorio paterno. Mientras, sobre la inocente hoja que el niño había pintado, un pequeño frasco de perfume continuaba derramando líquido verde.


*Fernando Veglia, escritor y articulista argentino.
Relato incluido en el libro Líneas (Ed. de los Cuatro Vientos, 2005)

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