jueves, 2 de agosto de 2012

LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS EN LA EMIGRACIÓN GALLEGA - Prólogo -

“La casa del emigrado es estrecha y no hay lugar separado para los niños. Todo se habla, se hace, se dice, en su presencia”. Nicolás Avellaneda.

“[…] El exilio fue siempre un desafío a la deuda sin paz ni moratoria.[…] A la ausencia no hay quien se acostumbre, la nostalgia es una pesadilla” - Mar de la memoria - Poema de Mario Benedetti al poeta español Rafael Alberti.

Con estas frases pertenecientes a dos hombres sensibles y cultivados, de distinta ascendencia y en diferente época, debiéramos adentrarnos en el tema de la infancia en la emigración, que no es otro tema que el del desarraigo que sigue al exilio, la fractura del grupo familiar, el encuentro con una nueva cultura que las niñas y los niños emigrantes, imaginaron dentro del baúl de sueños y fantasías que, como propios, guarda la infancia.

El exilio significa irse sin proyecto elaborado, sin programa, en situaciones de premura, casi sin haberlo imaginado. Ese sentimiento de prisa, de desarraigo es el de la infancia emigrante, para quien la incertidumbre será compañía en el viaje. Emigrar para el niño, es desmantelarse y volver a armarse en otro lugar donde, estima, lo espera un futuro mejor.

El emigrante niño suma a la sorpresa, el temor, la inquietud. Para él, todos los espacios de ausencia se magnifican, no puede por sí mismo encontrar el camino del regreso, pierde los que eran sus afectos cercanos, rincones de juegos, paisajes, secretos. Para poder superar esta tribulación se acerca con mayor necesidad al soñar sin límite, sin fronteras y apoyado en esa magia, fantasea, imagina, cambia las realidades.

Sin embargo, esta cualidad natural en la niñez, es también renuncia para el niño que emigra, quien por causas que le son ajenas, irá descubriendo (antes, durante o después) que sus mágicos ensueños no eran como se figuró en sus expectativas ocultas.

A esto sumamos lo que muchos emigrantes debieron agregar al desarraigo: el exilio de su propia lengua.

Esto sucedió con el colectivo gallego que llegó hasta el Río de la Plata. Miles de hombres y mujeres de Galiza, tuvieron que acostumbrar el oído a nuevos sonidos y el alma a nuevos acentos, distantes de su lengua natural.

Lo más significativo en la historia de la humanidad, la palabra. El pensamiento expresado en forma directa, la repetición de los vocablos aprendidos oralmente en el tiempo primario de la vida. El lenguaje que debe comunicar, expresar el pensamiento, ser instrumento de recordación y referencia.

Si consideramos estos tópicos, la emigración gallega sufrió ese desprendimiento desde la propia raíz del pensamiento, que es el mayor peso y significado que se adjudica a la palabra.

El niño gallego, sentirá que las expresiones coloquiales, aquella lengua materna que lo arrulló, que lo guió en sus primeros pasos, se irá adelgazando a medida que él se interna en un nuevo escenario. Otros giros, otros significados deberán ser usados con acierto para hacerse entender, para contactar. Un saludo simple, una cotidiana cordialidad, se le presentará entonces, como un problemático ejercicio.

Tiene a desfavor, las burlas, los chistes, que suelen acompañar a los extranjeros en sus desaciertos lingüísticos. Ese menosprecio burlón que tanto lastima a los emigrantes fue mayor herida en quienes por más vulnerables, más lo padecieron: los hijos de los emigrantes, los niños que siguiendo a sus padres entran en un mundo que no buscaron.
Para tratar de manera cabal este ensayo sobre la niñez en la emigración gallega es imprescindible entrar en el libro del Dr. Antonio Pérez Prado, “Los gallegos y Buenos Aires”, libro que el talentoso escritor argentino hijo de gallegos, escribe desde su propia experiencia. Su pluma tiene la impronta del humor y la ironía, y su libro está plagado de anécdotas muy próximas al tema propuesto.

Para empezar diremos para nuestro orgullo que, al menos a los gallegos que emigraron, los llamaron por su nombre: gallegos.

Calificativo regional que se usó para determinar la nacionalidad de miles de españoles que llegaron a nuestro país. Seguramente porque la emigración desde Galicia superó en número a las restantes regiones españolas, ya que los gallegos eran más del 70% de los españoles tentados de venir a nuestro país por ese tiempo histórico.
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