jueves, 9 de agosto de 2012

ESCUELA PÚBLICA Y COSTUMBRISMOS EN EL NIÑO GALLEGO DE LA EMIGRACIÓN (fragmento)

Entendamos por Literatura el arte escrito y hablado. El placer de la lectura. El arte académico de la escritura.
Así entenderemos qué dificultades pudo encontrar en la literatura, no olvidemos que en España se desestimaba el idioma catalá, euskadi, y por supuesto el galego.
El castellano era idioma obligatorio, sin tener idea de la raíz y cultura de pueblos como el catalán, el vasco y el celtíbero pueblo gallego, tan alejados de las características de otros pueblos españoles.
En la España que el galleguito conoció antes de emigrar, se prohibía y perseguía, se amordazaba la lengua madre, y era solamente dentro de las paredes de los hogares que podía hablarse con libertad. Hablarse, pero no escribirse por falta de reglas académicas fijadas.
Tras este transbordo de mundos, el niño gallego debió acoplar a su amputado gallego enxebre, un nuevo idioma criollo/aporteñado que llegaba en otro acento y que además tenía otros significados.
Repitió, con la naturalidad que tienen los niños, las palabras más usadas y las hizo propias.
Dijo calesita en lugar de carrusel o tiovivo; sándwich en lugar de emparedado,  colegio en lugar de escola. Dijo mamá en lugar de miña nai. Quisiera en este párrafo poner una pincelada íntima que aclara bien el fuerte cimbronazo en una costumbre lingüística.
Miña nai, miña naiciña, no es lo mismo que Mamá. Piense el que lee, que el adjetivo posesivo mi, se usa precedente para indicar que pertenece al emisor. Agregado a un sustantivo, a un sujeto, ya es atesorarlo, hacerlo propio, asociarse a él.
Mi corazón, se dice cuando entregamos el corazón. Mi ruta de sueños, cuando proyectamos nuevos horizontes. El galleguito decía miña nai, porque además de todo lo que implica el sustantivo Madre, SU madre era SU entraña. Era parte de sí mismo y tal vez el único lazo que persistía en una tierra que no era la propia. Su madre era el terruño, el paisaje, el ayer.
Otro costumbrismo que contrariaba al niño emigrado de Galiza era decir yo, porque decía eu o llo. Sin duda tema interesante para analizar en profundidad filosófica respecto a la identidad, porque encontrar el Yo, y bien pronunciado, es lo que persiguen todos los hombres y mujeres en la tierra.
Mayor suplicio para el niño gallego eran las geadas, un típico sonido gutural característico de ciertas zonas donde el gato se dice jato y la jarra se dice garra, arrastando casi una aspiración.
Pronunciación que no llama la atención si la dice un árabe por ejemplo, pero que en el caso del niño gallego, provocaba en la escuela una risotada cruel y general.
- Ponte os juantes, - le decía la madre en pleno invierno al niño gallego, y a él le parecía esa geada tan fuera de lugar que prefería los dolorosos sabañones y el coscorrón por la desobediencia, menos dolorosos que las risas de los camaradas de guardapolvo blanco.
Conviene entrar en el clima que genera la niñez emigrada, esos niños exiliados que no pidieron abandonar ni patria ni casa, y sobrevolar el contexto en el que, el niño gallego se adentra en la literatura.
Cabe aclarar que los educadores y políticos argentinos coincidieron en dar a los alumnos escuelas confortables. Desecharon de la vieja escuela todo lo nocivo para la salud de alumnos y maestros, como la falta de higiene, la humedad de viviendas viejas y sin aseos. También estaba prohibido el castigo físico, el puntero, las palmatoria, y el “ al rincón con el cono de burro”, conocido sombrero que se elevaba acusador de desinteligencias en las cabezas de los pequeños estudiantes.
Para encauzar en la cultura a los emigrantitos que poblaban la escuelas públicas con blancos delantales planchados por madres lavanderas, sirvientas, costureras, peinados con esmero y asombrados ojos, docentes como Pablo Pizzurno (1865-1940) sostuvo la necesidad de la lectura acompañada con láminas y recuadros que representaran las figuras, las escenas y asociaran de este modo pensamiento y palabra.
Seguramente mirando la taza dibujada en el manual de Pizzurno, el niño gallego olvidaba por un momento lo que era cunca, y pintando los rulos o rizos de un corderito, se acordaría del recién parido año, que pastaba en su huerta pegado a la oveja.
En estas tierras recitó los poemas de Cané, de Zorrilla de San Martín, de Gabriela Mistral. Disfrutó la historia de Platero y yo, y tal vez, más que sus propios condiscípulos, los paisajes magistralmente descriptos en Recuerdos de Provincia.
Repitió “la tabla del cinco” afanosamente, diciendo sinco por sinco, veintisinco. Y al llegar a este cuadro que ya todos imaginamos, tenemos que acotar que en la pronunciación gallega se unifican la ese, la ce y la zeta al valor fonético de la zeta, a veces silbadas.
Es decir. que al escolar gallego no le sorprendieron las grasias recibidas porque así las pronunciaba aunque seguramente lo sorprendieron los sines de mattineé donde la pantalla lo transportaría a sus propios sueños americanos.
En la ciudad de Bs.As. se registra el avance más significativo en la edición de libros de lectura, justamente el lugar que elige el colectivo gallego para habitar la quinta provincia gallega.
Para referir al punto del primer contacto con la literatura rioplatense del niño gallego mencionaré el primer libro que seguramente leyó con dificultad: Cartilla o Silabario de las escuelas cristianas (1905) de Edit.Cabaut. Casi nada diferente a las cartillas de su escuela de aldea, y que contenía lecturas morales para formar el carácter del educando. [...]
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