jueves, 30 de mayo de 2013

ALEJANDRA PIZARNIK O "YO LLORO DEBAJO DE UN SUSPIRO"




Un comentario de un colega me llevo a releer, con “apasionamiento corporal”, la selección poética que compilaron Susana Cattaneo, María Amelia Díaz y Jorge Cambiaso, “Poetas sobre Poetas”, que suma prólogo de Leopoldo Castilla.

Castilla, tiene una mirada justa cuando nombra como “valioso esfuerzo” este excelente ensayo donde veinte poetas desde la esencia de la propia intencionalidad poética descubren y, el milagro mayor, comparten con el lector, vitalidades de poetas de altura.

Mientras descubría nuevas miradas sobre conocidos versos, como me ocurre siempre, llegué a la página 41, donde Cattaneo en un breve ensayo bajo el título "Alejandra Pizarnik o el dolor de la palabra", muestra paisajes entrañables de la poeta avanzando sobre observaciones iluminadas.

Sin duda rondar “el dolor de la palabra” vuelve cercano aquel 25 de septiembre de 1972, en que se quitó la vida Pizarnik, ingiriendo cincuenta pastillas de un barbitúrico durante el fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires, donde se hallaba internada a consecuencia de su cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio.

Hija de emigrantes judíos de origen ruso y eslovaco, Elías y Rosa Bromiker, nacida el 29 de abril como Flora, Alejandra creció con su hermana Myriam en el barrio de Avellaneda, universo por aquel tiempo poblado de obreros y trabajadores extranjeros.

El tema de la emigración, sensible para tantos que lo vivimos en primera persona, tal vez haya sido lo que me llevó apenas la hube descubierto en mi adolescencia, a intimar con su poesía  desde ese mismo lugar de infancia primera, la casa, el barrio, la escuela, los gestos, la palabra extraña y las honduras que en el entorno del exiliado prevalecen.



En el poema “En esta noche, en este mundo”, utiliza Alejandra palabras como sueño, infancia, lengua natal para aproximarse a recintos viscosos donde se oculta la piedra de la locura:



…“las palabras del sueño de la infancia de la muerte / nunca es eso lo que uno quiere decir / la lengua natal castra / la lengua es un órgano de conocimiento / del fracaso de todo poema/ castrado por su propia lengua / que es el órgano de la re-creación / del re-conocimiento /pero no el de la resurrección……… las palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia / si digo agua ¿beberé? /si digo pan ¿comeré?……………lo que pasa con el alma es que no se ve / lo que pasa con la mente es que no se ve /lo que pasa con el espíritu es que no se ve /¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?/ ninguna palabra es visible / sombras / recintos viscosos donde se oculta /la piedra de la locura”.



Cattaneo desde su percepción y su profesión, asevera que Pizarnik “ocupa un lugar de privilegio en la literatura hispánica, por hacer que el lector encuentre en ella su propios sufrimientos”, y pensando en el extravío de su autoestima, las constantes comparaciones entre las hermanas, el marcado acento europeo que se entrometía en su tartamudeo, el temor a la “desmemoria” de la juventud, tiene su obra un contacto de dolor con dolor, de angustia con angustia a tal extremo intenso, que nadie puede “salirse” de la poética de Pizarnik, sin dejar en ella algo carnalmente propio.

Obsesiva por verse delgada, comenzó ingiriendo anfetaminas, y empezó a sufrir trastornos de euforia e insomnio. Quizá estas conductas de demanda hacia la perfección la llevaran a ahondar sobre psicoanálisis, a interesarse por la filosofía y a buscar en la pintura imágenes interiores.

El inconsciente, el subconsciente, la pregunta constante, la respuesta esquiva, discurren en su obra con una vehemencia casi violenta, digo violenta refiriéndome a su impetuosidad por hallar respuestas, caminos, puentes que tienta a ciegas y con ojos abiertos, en los 36 años de peregrinar por esta vida.

Autodeclarada apolítica, enamorada del lirismo de Antonio Porchia, las voces de Artaud y sacudida por los llamados poetas malditos como Baudelaire, Mallarme, Verlaine,  Rimbaud y por los surrealistas que descubre en París, sus temas giran en torno a la infancia, a la lejanía del amor, a la traición y, por supuesto, a la muerte.

Surrealista y descarnada, influenciada por escritores que abortaban de las normas gramaticales y del tradicional orden métrico, maneja un criterio sin frontera y se escapa de la clásica metáfora para abarbar los simbolismos y las palabras, algunos más allá aún del propio símbolo.

Agrega Cattaneo un fragmento de “Retrato de voces”, sin duda, poema clave:  


“Al alba dormiré con mi muñeca en mis brazos, mi muñeca la de ojos azul oro, la de la lengua tan maravillosa como un poema a tu sombra.
Muñeca, personajito pequeño, ¿quien sos?

- No soy tan pequeña. Sos vos quien es demasiado grande.
- ¿Que sos?
- Soy un yo, y esto que parece poco, es suficiente para una muñeca

Pequeña marioneta de la buena suerte, se debate en mi ventana según quiere el viento. La lluvia ha mojado su vestido, su cara y sus manos se decoloran. Pero le queda un anillo, y con ello su poder. En invierno ella golpea en el vidrio con sus piececitos calzados de azul y danza, danza de frío, de alegría, danza para calentar su corazón, su corazón de madera, su corazón de la buena suerte. En la noche ella eleva sus brazos suplicantes y crea a voluntad una pequeña noche de luna”.


Ella, pequeña, tal vez niña, tan vez muñeca, mujer-soñada-muñeca, personajito, amante y amada adormilada en el lecho donde se conciben poemas, o amores como poemas en sombras, sombras demasiado grandes en el asombro de la sombra.


“A veces, -afirma Susana Cattaneo- se transforma en un maniquí” y aflora la sensación de lo siniestro, de locura, que no es más que ella misma y lo confiesa al decir “Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la buena suerte.”

En “Se prohíbe mirar el césped”, incluido en “Textos de sombra y últimos poemas”, recogidos por Olga Orozco y Ana Becciú y publicados después de su muerte, Alejandra escribe:



 “Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí, naturalmente”.


Volvemos a aquella Flora Alejandra, que tan claramente expone en su ensayo Ketty Alejandrina Lis: “… nunca pudo sacralizar el mal porque se lo impidió el recuerdo nostálgico de “la hermosura de su infancia sombría”. Los que fueron sus amigos mencionan ese costado travieso y hondamente tierno que a pesar de todo drama jamás la abandonó.

Ciertamente la mención a la locura, la orfandad, el abandono muestran en la poesía de Pizarnik la vulnerabilidad, el temor a la realidad insoslayable de crecer, abandonar esa imagen que la misma poeta tiende sí misma, el papel de la adolescente indefensa, asombrada y cercana en algunos instantes a la soslayada violencia, el sonido del mismo dolor, la misma desesperación, la misma aterradora desolación.

Del Árbol de Diana, poema 6:

ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe”.

Cattaneo sabe del tema cuando menciona las interesantes reseñas que elaboró Fiona Mackintosh sobre la literatura latinoamericana de prosa y poesía, particularmente en el estilo rioplatense de las mujeres escritoras y los cambios literarios, al transcribir del diario de Alejandra:

“Lo infantil tiende a morir pero, no ello entro en la madurez definitiva. El miedo es demasiado fuerte, sin duda….aceptar ser una mujer de 30 años no es fácil….me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad.”


Inclinada a marcar silencios con espacios y renglones sin orden, me inclino a considerar que Pizarnik elabora una imagen poética-arquitectónica para quien la lee, para el que detiene su mirada en el peso del adjetivo, del verbo, y va advirtiendo la silueta de la pena, la fachada de la desazón, el perfil de la inquietud, tal como si frente a un edificio en construcción (o destruido), se recorrieran los soportales, las aberturas, los arcos y, bajando, bajando, bajando, sótanos, túneles, cimientos.

Tiene acierto sin refute Susana Cattaneo cuando apunta  “a veces aísla palabras para que tengan más fuerza”, e incluye el  poema 11 del libro “Árbol de Diana”:

11


ahora
     en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada



12


no más las dulces metamorfosis de una niña de seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla
su despertar de mano respirando
da flor que se abre al viento



13


explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome



Hay que considerar también, la impetuosa provocación de Pizarnik, su personalidad en confrontación, el deseo de “chocarse” contra quienes no arriesgan interrogantes, no oponen crítica ni destemplados humores. Para lo que usa el exabrupto, liso y llano, el costumbrismo bajo, “reo”, que se entromete en el léxico para herir a las palabras que le forman frontera.

Cattaneo, que por su profesión es altamente entendida, indica que “sus textos en prosa se acercan a una escritura psicótica, hay lenguaje dislocado, obscenidades, quiebras” y pone como ejemplo un trozo de Pizarnik que también analiza Susana Haydu en “Alejandra Pizarnik: Evolución de un Lenguaje Poético”, sobre el final de Divisiones púbicas” donde  insta a pensar “que parecería establecer una posición de desprecio profundo ante lo solemne, lo empacado, aún lo que trata un discurso poético. Esta falta de fe en la literatura es aquí clara:


En cuanto a ella, dulce como una boa, digo como una cabra, y enredada a su mishín como una cobra, parecía Catalina de Prusia poniéndose Horodono Rivadavia en las supersticiosas axilas que comentaremos exhaustivamente el año próximo.

En fin, qué carajo, le dio una biaba que arrastró con el Papa, con la pluma y con la concha de tu hermana, hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère [...]


Hacia el cierre de su ensayo Susana Cattaneo afirma que Pizarnik “pudo legarnos, a pesar de padecer varias internaciones y  estados de depresión con rasgos esquizofrénicos, una  obra literaria de gran envergadura capaz de acompañar en los momentos en que lo necesitamos” y como homenaje para Pizarnik vuelve a transitar un poema que, confiesa Cattaneo, “me llega profundamente”:


“Para que las palabras no basten es preciso alguna muerte en el corazón.

La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro.

Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro”.


Adhiero al sentimiento que Cattaneo hace trascender en su logrado ensayo y lo extiendo al escritor Antonio Requeni, quien en la misma selección Poetas sobre Poetas, le tributa párrafos de cálido afecto y ajustada calidad literaria bajo el título “Carta para Alejandra Pizarnik en el país de la inocencia”.

Comparto un fragmento de este trabajo de Requeni a quien debe celebrarse como uno de los poetas más profundos de la Argentina y de quien María Granata dice “es un ser al que guía la luz de su poética. En cada uno de sus poemas Antonio Requeni va hacia la diafanidad eludiendo siempre el ataque de lo sombrío”.


“Querida Alejandra:

Hoy estuve caminando por tus calles…[…] Hablábamos de poesía sin que el tema se nos acabara nunca. Recuerdo tu fascinación ante los paisajes perturbadores que te invitó a transitar el pintor Batlle Planas. No olvido tu deslumbramiento ante la sabiduría humilde y el aura de santidad que parecía desprenderse de nuestro admirado Antonio Porchia.[…]Te veo todavía, Alejandra, por la calle Lambaré, en Avellaneda, donde estaba la casa de tus padres, en cuyo zaguán nos sentamos una noche, a recitarnos versos.[…]tu compañía Alejandra, tenía la virtud de devolverme a la atmósfera inocente y alegre de la infancia.[…]El relato de mis andanzas parisinas avivó más aún tu deseo de vivir en la capital de los poetas y marchaste hacia allí un año después. Conservo tus cartas con sus renglones de letra menuda, infantil, y sus viñetas de muñequitos encantadores.[…]En una de esas cartas… “ je ne desire qu´ un ange”. Deseabas un ángel porque vos también eras un ángel. Pero un ángel exiliado, desterrado, o para    decirlo mejor: descielado. Y porque eras un ángel decidiste un día regresar al mundo mágico de la noche sin tiempo y la verdad sin memoria. Es decir, al reino de la  inocencia[…]”.


Y la luz vívida y jubilosa de la que Granata asegura se halla en Antonio Requeni, lo eleva generoso para participarnos en esta carta que dedica a Pizarnik, del secreto regalo de un poema que ella, manuscrito, le entregara.


“El poema no tiene título, sino esta dedicatoria: Antonio: entonces el ángel que firma con mi nombre me dictó este poema para ti.”

Afuera hay sol.

No es más que un sol

pero los hombres miran

y después cantan.

Yo lloro debajo de un suspiro.

Yo agito pañuelos en la noche

y barcos sedientos de realidad

bailan conmigo.

Yo oculto clavos

para encarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.

Yo me visto de cenizas.





Como corolario, nada más que el silencio.

M-R.-C-

                                                                    * * * * *


“Poetas sobre Poetas” - Ensayos - Edic. La Luna Que (abril 2011)

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