Un comentario de un colega me llevo a releer,
con “apasionamiento corporal”, la selección poética que compilaron Susana
Cattaneo, María Amelia Díaz y Jorge Cambiaso, “Poetas sobre Poetas”, que suma prólogo
de Leopoldo Castilla.
Castilla, tiene una mirada justa cuando
nombra como “valioso esfuerzo” este excelente ensayo donde veinte poetas desde
la esencia de la propia intencionalidad poética descubren y, el milagro mayor, comparten
con el lector, vitalidades de poetas de altura.
Mientras descubría nuevas miradas sobre
conocidos versos, como me ocurre siempre, llegué a la página 41, donde Cattaneo
en un breve ensayo bajo el título "Alejandra Pizarnik o el dolor de la palabra", muestra paisajes entrañables de la poeta avanzando sobre observaciones
iluminadas.
Sin duda rondar “el dolor de la palabra”
vuelve cercano aquel 25 de
septiembre de 1972, en que se quitó la vida Pizarnik, ingiriendo cincuenta
pastillas de un barbitúrico durante el fin de semana en el que había salido con
permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires, donde se hallaba internada a
consecuencia de su cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio.
Hija de emigrantes judíos de origen ruso y
eslovaco, Elías y Rosa Bromiker, nacida el 29 de abril como Flora, Alejandra creció
con su hermana Myriam en el barrio de Avellaneda, universo por aquel tiempo poblado
de obreros y trabajadores extranjeros.
El tema de la emigración, sensible para
tantos que lo vivimos en primera persona, tal vez haya sido lo que me llevó apenas la hube descubierto
en mi adolescencia, a intimar con su poesía desde
ese mismo lugar de infancia primera, la casa, el barrio, la escuela, los
gestos, la palabra extraña y las honduras que en el entorno del exiliado
prevalecen.
En el poema “En
esta noche, en este mundo”, utiliza Alejandra palabras como sueño, infancia, lengua
natal para aproximarse a recintos viscosos donde se oculta la piedra de la
locura:
…“las
palabras del sueño de la infancia de la muerte / nunca es eso lo que uno quiere
decir / la lengua natal castra / la lengua es un órgano de conocimiento / del
fracaso de todo poema/ castrado por su propia lengua / que es el órgano de la
re-creación / del re-conocimiento /pero no el de la resurrección……… las
palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia / si digo agua ¿beberé? /si
digo pan ¿comeré?……………lo que pasa con el alma es que no se ve / lo que pasa con
la mente es que no se ve /lo que pasa con el espíritu es que no se ve /¿de
dónde viene esta conspiración de invisibilidades?/ ninguna palabra es visible /
sombras / recintos viscosos donde se oculta /la piedra de la locura”.
Cattaneo desde su percepción y su profesión, asevera
que Pizarnik “ocupa un lugar de privilegio en la literatura hispánica, por
hacer que el lector encuentre en ella su propios sufrimientos”, y pensando en
el extravío de su autoestima, las constantes comparaciones entre las hermanas,
el marcado acento europeo que se entrometía en su tartamudeo, el temor a la “desmemoria”
de la juventud, tiene su obra un contacto de dolor con dolor, de angustia con
angustia a tal extremo intenso, que nadie puede “salirse” de la poética de
Pizarnik, sin dejar en ella algo carnalmente propio.
Obsesiva por verse
delgada, comenzó ingiriendo anfetaminas, y empezó a sufrir trastornos de
euforia e insomnio. Quizá estas conductas de demanda hacia la perfección la
llevaran a ahondar sobre psicoanálisis, a interesarse por la filosofía y a
buscar en la pintura imágenes interiores.
El inconsciente, el
subconsciente, la pregunta constante, la respuesta esquiva, discurren en su
obra con una vehemencia casi violenta, digo violenta refiriéndome a su
impetuosidad por hallar respuestas, caminos, puentes que tienta a ciegas y con
ojos abiertos, en los 36 años de peregrinar por esta vida.
Autodeclarada
apolítica, enamorada del lirismo de Antonio Porchia, las voces de Artaud y
sacudida por los llamados poetas malditos como Baudelaire, Mallarme,
Verlaine, Rimbaud y por los surrealistas
que descubre en París, sus temas giran en torno a la infancia, a la lejanía del
amor, a la traición y, por supuesto, a la muerte.
Surrealista
y descarnada, influenciada por escritores que abortaban de las normas
gramaticales y del tradicional orden métrico, maneja un criterio sin frontera y
se escapa de la clásica metáfora para abarbar los simbolismos y las palabras,
algunos más allá aún del propio símbolo.
Agrega
Cattaneo un fragmento de “Retrato de voces”, sin duda, poema clave:
“Al alba dormiré con mi muñeca en mis brazos, mi muñeca la de ojos azul oro, la de la lengua tan maravillosa como un poema a tu sombra.
Muñeca, personajito pequeño, ¿quien sos?
- No soy tan pequeña. Sos vos quien es demasiado grande.
- ¿Que sos?
- Soy un yo, y esto que parece poco, es suficiente para una muñeca
Pequeña marioneta de la buena suerte, se debate en mi ventana según quiere el viento. La lluvia ha mojado su vestido, su cara y sus manos se decoloran. Pero le queda un anillo, y con ello su poder. En invierno ella golpea en el vidrio con sus piececitos calzados de azul y danza, danza de frío, de alegría, danza para calentar su corazón, su corazón de madera, su corazón de la buena suerte. En la noche ella eleva sus brazos suplicantes y crea a voluntad una pequeña noche de luna”.
Muñeca, personajito pequeño, ¿quien sos?
- No soy tan pequeña. Sos vos quien es demasiado grande.
- ¿Que sos?
- Soy un yo, y esto que parece poco, es suficiente para una muñeca
Pequeña marioneta de la buena suerte, se debate en mi ventana según quiere el viento. La lluvia ha mojado su vestido, su cara y sus manos se decoloran. Pero le queda un anillo, y con ello su poder. En invierno ella golpea en el vidrio con sus piececitos calzados de azul y danza, danza de frío, de alegría, danza para calentar su corazón, su corazón de madera, su corazón de la buena suerte. En la noche ella eleva sus brazos suplicantes y crea a voluntad una pequeña noche de luna”.
Ella, pequeña, tal vez niña, tan vez muñeca, mujer-soñada-muñeca,
personajito, amante y amada adormilada en el lecho donde se conciben poemas, o amores
como poemas en sombras, sombras demasiado grandes en el asombro de la sombra.
“A veces, -afirma Susana Cattaneo- se transforma en un maniquí” y
aflora la sensación de lo siniestro, de locura, que no es más que ella misma y
lo confiesa al decir “Expuesta
a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su
amuleto de la buena suerte.”
En “Se prohíbe mirar el césped”, incluido en “Textos de sombra y últimos poemas”, recogidos por Olga Orozco y Ana Becciú y publicados después de su muerte, Alejandra escribe:
“Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron
la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto
que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí,
naturalmente”.
Volvemos a aquella Flora Alejandra, que tan claramente expone en su
ensayo Ketty Alejandrina Lis: “… nunca pudo sacralizar el mal porque se lo
impidió el recuerdo nostálgico de “la hermosura de su infancia sombría”.
Los que fueron sus amigos mencionan ese costado travieso y hondamente tierno
que a pesar de todo drama jamás la abandonó.
Ciertamente la
mención a la locura, la orfandad, el abandono muestran en la poesía de Pizarnik
la vulnerabilidad, el temor a la realidad insoslayable de crecer, abandonar esa
imagen que la misma poeta tiende sí misma, el papel de la adolescente indefensa,
asombrada y cercana en algunos instantes a la soslayada violencia, el sonido
del mismo dolor, la misma desesperación, la misma aterradora desolación.
Del Árbol de
Diana, poema 6:
“ ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe”.
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe”.
Cattaneo sabe del tema cuando menciona las interesantes reseñas que
elaboró Fiona Mackintosh sobre la literatura latinoamericana de prosa y poesía,
particularmente en el estilo rioplatense de las mujeres escritoras y los
cambios literarios, al transcribir del diario de Alejandra:
“Lo infantil
tiende a morir pero, no ello entro en la madurez definitiva. El miedo es
demasiado fuerte, sin duda….aceptar ser una mujer de 30 años no es fácil….me
miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas
si aceptara la verdad.”
Inclinada a marcar silencios con espacios y renglones sin orden, me inclino
a considerar que Pizarnik elabora una imagen poética-arquitectónica para quien
la lee, para el que detiene su mirada en el peso del adjetivo, del verbo, y va
advirtiendo la silueta de la pena, la fachada de la desazón, el perfil de la
inquietud, tal como si frente a un edificio en construcción (o destruido), se
recorrieran los soportales, las aberturas, los arcos y, bajando, bajando,
bajando, sótanos, túneles, cimientos.
Tiene acierto sin
refute Susana Cattaneo cuando apunta “a
veces aísla palabras para que tengan más fuerza”, e incluye el poema 11 del libro “Árbol de Diana”:
11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada
12
no más las dulces metamorfosis de una niña de
seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla
su despertar de mano respirando
da flor que se abre al viento
sonámbula ahora en la cornisa de niebla
su despertar de mano respirando
da flor que se abre al viento
13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome
que partió de mí un barco llevándome
Hay que considerar también, la impetuosa provocación de Pizarnik, su
personalidad en confrontación, el deseo de “chocarse” contra quienes no
arriesgan interrogantes, no oponen crítica ni destemplados humores. Para lo que
usa el exabrupto, liso y llano, el costumbrismo bajo, “reo”, que se entromete
en el léxico para herir a las palabras que le forman frontera.
Cattaneo, que por su profesión es altamente entendida, indica que “sus textos en
prosa se acercan a una escritura psicótica, hay lenguaje dislocado,
obscenidades, quiebras” y pone como ejemplo un trozo de Pizarnik que también
analiza Susana Haydu en “Alejandra Pizarnik: Evolución de un Lenguaje Poético”,
sobre el final de Divisiones púbicas” donde
insta a pensar “que parecería
establecer una posición de desprecio profundo ante lo solemne, lo empacado, aún
lo que trata un discurso poético. Esta falta de fe en la literatura es aquí
clara:
En cuanto a ella, dulce como una
boa, digo como una cabra, y enredada a su mishín como una cobra, parecía
Catalina de Prusia poniéndose Horodono Rivadavia en las supersticiosas axilas
que comentaremos exhaustivamente el año próximo.
En fin, qué carajo, le dio una
biaba que arrastró con el Papa, con la pluma y con la concha de tu hermana,
hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère [...]
Hacia el cierre de su ensayo Susana Cattaneo afirma que Pizarnik “pudo
legarnos, a pesar de padecer varias internaciones y estados de depresión con rasgos
esquizofrénicos, una obra literaria de gran
envergadura capaz de acompañar en los momentos en que lo necesitamos” y como
homenaje para Pizarnik vuelve a transitar un poema que, confiesa Cattaneo, “me
llega profundamente”:
“Para que las
palabras no basten es preciso alguna muerte en el corazón.
La luz del lenguaje
me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el
invierno sube por mí como la enamorada del muro.
Cuando espero dejar
de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro”.
Adhiero al sentimiento que Cattaneo hace trascender en su logrado
ensayo y lo extiendo al escritor Antonio Requeni, quien en la misma selección
Poetas sobre Poetas, le tributa párrafos de cálido afecto y ajustada
calidad literaria bajo el título “Carta para Alejandra Pizarnik en el país de
la inocencia”.
Comparto un fragmento de este trabajo de Requeni a quien debe
celebrarse como uno de los poetas más profundos de la Argentina y de quien María
Granata dice “es un ser al que guía la luz de su poética. En cada uno de sus
poemas Antonio Requeni va hacia la diafanidad eludiendo siempre el ataque de lo
sombrío”.
“Querida Alejandra:
Hoy estuve
caminando por tus calles…[…] Hablábamos de poesía sin que el tema se nos
acabara nunca. Recuerdo tu fascinación ante los paisajes perturbadores que te
invitó a transitar el pintor Batlle Planas. No olvido tu deslumbramiento ante
la sabiduría humilde y el aura de santidad que parecía desprenderse de nuestro
admirado Antonio Porchia.[…]Te veo todavía, Alejandra, por la calle Lambaré, en
Avellaneda, donde estaba la casa de tus padres, en cuyo zaguán nos sentamos una
noche, a recitarnos versos.[…]tu compañía Alejandra, tenía la virtud de
devolverme a la atmósfera inocente y alegre de la infancia.[…]El relato de mis
andanzas parisinas avivó más aún tu deseo de vivir en la capital de los poetas
y marchaste hacia allí un año después. Conservo tus cartas con sus renglones de
letra menuda, infantil, y sus viñetas de muñequitos encantadores.[…]En una de
esas cartas… “ je ne desire qu´ un ange”. Deseabas un ángel porque vos también
eras un ángel. Pero un ángel exiliado, desterrado, o para decirlo mejor: descielado. Y porque eras un
ángel decidiste un día regresar al mundo mágico de la noche sin tiempo y la
verdad sin memoria. Es decir, al reino de la
inocencia[…]”.
Y la luz vívida y jubilosa de la que Granata asegura se halla en
Antonio Requeni, lo eleva generoso para participarnos en esta carta que dedica
a Pizarnik, del secreto regalo de un poema que ella, manuscrito, le entregara.
“El poema no tiene
título, sino esta dedicatoria: Antonio: entonces el ángel que firma con mi
nombre me dictó este poema para ti.”
Afuera hay sol.
No es más que un
sol
pero los hombres
miran
y después cantan.
Yo lloro debajo de
un suspiro.
Yo agito pañuelos
en la noche
y barcos sedientos
de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para encarnecer a
mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de
cenizas.
Como corolario, nada más que el silencio.
M-R.-C-
* * * * *
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