lunes, 6 de mayo de 2013

ATMÓSFERA, ACCIÓN Y PERSONAJE



Cortázar reflexiona sobre la ilusión de los cuentistas nóveles quienes suelen imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente sobre un tema que los ha conmovido para conmover a los lectores.
Con el tiempo, - y con los fracasos- se supera esta primera etapa ingenua y se aprende que en la literatura no bastan las buenas intenciones. Se descubre que para crear en el lector esa conmoción que llevó a escribir el cuento “es necesario el oficio de escritor y ese oficio consiste (entre muchas otras cosas) en lograr el clima propio que obligue a seguir leyendo, que atrape la atención, que aísle al lector de todo lo que lo rodea y que, al término de la lectura, se conecte con su circunstancia de manera nueva, más honda o más hermosa.”


La identidad de una trama se centra en la elección que inclina al narrador a dar mayor peso a la atmósfera, a la acción o al personaje, más allá del conflicto que es lo que diferencia al cuento de un relato.
Si describimos una batalla, una disputa, tendremos como eje primordial a la acción. En caso de preferir el clima, estaremos pendientes de aquello que abarque la atmósfera y seguiremos ese objetivo hasta el desenlace.
En el caso de elegir el tercer elemento, el personaje, debemos  tener claro que en la actualidad es la fuente de inspiración y la referencia particular en cada narración, justamente porque “nada nuevo brilla bajo el sol” que no sea el temperamento, el carácter, la identidad personal del protagonista que recreamos y existe por primera vez.
Helena, Paris, Menelao, guerra, abandonos, amores. Romeo, Julieta y las violencias familiares. Tristán e Isolda, las prohibiciones, los mandatos. Nora y una casa de muñecas que la encierra. Fausto, Celestino Paredes, Aureliano Buendía; ayer y hoy; ellos mismos en otros zapatos, originales y reciclados, distintos o reiterados, según la imaginación del autor que los resucita o los  inventa para que habiten nuevas voces, matices, paisajes.
El narrador cuenta del personaje, casi subjetivamente porque “se escribe escribiéndonos” y, su versión estará matizada por miradas y acuerdos íntimos: el personaje ha nacido en su cabeza y se abre a la historia como parte del escenario que tiene en la mente.
Sin embargo, no hay nada más apócrifo pues, frente  la hoja, detrás de una idea, enamorados por los aires que sacude “su personaje”, los autores ven como “él/ella” se posiciona, acomoda su cuerpo y espíritu, invierte la escena, cambia la dirección original y domina la ruta narrativa.
El personaje, aun bajo la decidida pluma de su creador, pisará con pasos libres una historia que, manipulará en el ir y venir del tiempo, haciéndola suya. En esta realidad sin refute será bueno desconfiar de los personajes dóciles, aquellos que simulan obediencia, los “ensombrecidos por las luces del autor” porque, son capaces de crecer a tal extremo que terminarán orquestando a su antojo el cuento.
Así, queda claro que en el cuento, el personaje es quien menos fidelidad guarda y en este batallar - que el autor pierde en el primer round-,  sólo resta la revancha del escritor en cambiar la atmósfera o darle lugar a la acción con otra historia que tenga a bien aceptar el personaje.



DIÁLOGOS

El poder  de diálogo en una narración es, según Hemingway, la punta del iceberg, porque nos informa del mundo interior que a la vez descubre lo absoluto, por lo que el lector irá tras lo que dice el protagonista (rasgos, edad, cultura, regionalismos, relaciones sostenidas…) hacia el gigante bloque que aguarda para sorprenderlo.

Agilizar la atmósfera es otra de las funciones del diálogo. No es igual narrar que está lloviendo y hace frío en la ciudad que establecer una entrada directa en la voz de un personaje.

“-¡Qué frío húmedo! Horrible día…y justamente ahora esta llovizna caprichosa, inoportuna. Lo que siempre te digo, ¡esta ciudad es un charco de agua!”. (El glamour de la ciénaga)

La voz del personaje se hace oír para pintar el escenario y los protagonistas.
La casa, que en otro tiempo había guardado alegrías, se encontraba desierta de voces, de sonidos, de recuerdos.

“-Esta casa, ¡qué parlanchina ayer y qué callada hoy!... Hasta de recuerdos, está desierta.”

Otro atributo del diálogo es exponer las cualidades de los sentidos de manera natural, pues de otra forma serían lugares comunes.

“-El hijo es tan hermoso como ella era cuando joven. Los mismos ojos, el pelo oscuro, la boca fresca, los dientes…
-…los dientes como perlas, las manos dos palomas, el cuello un arco de nácar… ¡Harta estoy de tus piropos a la muerta! “ (El glamour de la ciénaga).


Para ir cerrando, es bueno recordar alguno de los oportunos consejos de queridos profesores que nos orientaron en esta búsqueda de la mejor palabra para un cuento:

Las voces de los personales deben ser creíbles; el acento del viejo el mismo que define al anciano, las palabras del soberbio altivas, imperativas, las del necio, tales como desbordarían la boca de un insensato, un inepto. El personaje hablará “canyengue”, al “vesre”, amanerado, con vicios impostados, con altura o con bajeza moral, para que la imagen que el lector reciba de él sea directa, “como si entre ellos dialogaran", porque el lector suele identificarse o aborrecer al personaje y quiere decirle, a la cara, lo que piensa de él. Baste coincidir que es la voz quien lo lleva a imaginar la cara.


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Fuente: Croma - Paidós 
Taller de escritura creativa

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