por Fernando Veglia *
Desperté pasada
la medianoche. Mi cuerpo, frío y sudado, temblaba. Palpé el velador, no lo
encendí, y palpé la cintura de mi esposa. Estaba a salvo. Apoyé la cabeza en la
almohada, seguro de que un mal sueño, que no recordaba, era la causa de mis
temores y, cubriéndome el torso con sábanas y mantas, acurruqué inquietudes y
ansiedades contra la cálida silueta que descansaba a mi lado.
Mortecinas luces
artificiales, inundando el dormitorio y anunciando que el amanecer estaba
lejos, impedían que conciliase el sueño. Suponía que si dejaba de verlas, mi
familia y yo, seríamos víctimas de alguien que nos acechaba. La intuición y los
sentidos gritaban que la causa del repentino despertar era la presencia de una
amenaza, de la mirada que golpeó mi rostro mientras dormía, de una silueta
oscura que caminaba alrededor de la casa o de una respiración sofocada.
Salté de la
cama, atravesé el corredor a toda prisa y observé la pequeña figura de mi hijo
descansando, respirando suave y pausadamente, ajena a todo lo que ocurría. La
imagen calma no ahogó el ardor que me quemaba el rostro y el pecho. Una idea
atravesó mi mente cual proyectil en llamas; la amenaza estaba dentro de la
casa, acechándome en la oscuridad.
Revisé, sin
encender las luces, todos los ambientes. No encontré ningún rastro de la
“presencia” que me hostigaba. Intenté convencerme de que debía calmarme y
regresar a la cama; quizá todo fuese el producto de una pesadilla.
Sin embargo, un
temor olvidado en la infancia, o quizás ancestral, golpeó mi ánimo,
paralizándome de pies a cabeza. El lobo. En algún lugar del jardín, agazapado o
rondando, un lobo enorme, de pelaje gris característico, fuertes mandíbulas y
ojos brillantes, olfateaba la adrenalina que expulsaba mi cuerpo excitado y los
suaves olores de un niño y una mujer.
Imaginé, bañado
de horror, lo que esa bestia haría. Sentí que la cabeza me estallaba, que cada
uno de mis músculos se tensaban hasta vibrar, que una película roja cubría las
imágenes y que entre mis dientes apretados nacían hilos de sangre.
Observé,
desesperado y moviéndome ágilmente, por las hendijas de todas las persianas.
Nada. Sólo veía un frío jardín manchado de grises. ¿En dónde estaba?
Los músculos de
mis piernas cedieron a la presión y caí sin poder asirme al marco de la
ventana. Creyéndome herido, arrastré mi cuerpo hasta el baño. Escuché gritos,
alaridos y el inconfundible jadeo animal. Estaba seguro de que la bestia había
salido de su escondrijo y amenazaba a mi hijo.
Trepé con
renovado ímpetu al lavatorio y vi, reflejado en el espejo, al lobo. A ese
depredador que aparecía en los sueños infantiles y que nunca había podido
enfrentar. A ese temor que, durante años, me persiguió en los pensamientos.
Entonces, supe que todo estaba perdido.
*Escritor argentino nacido en 1979 en la Ciudad de Buenos Aires.
Premiaciones: Mención de las Novenas Olimpíadas Federales "Vivencias Estudiantiles ´96"
Autor del libro "Líneas", editado por Ed. de los Cuatro Vientos (2005)
Participante en el stand Escritores Matanceros de la Feria Municipal del Libro de La Matanza en los años 2008, 2009 y 2010.
Sus trabajos literarios integran las siguientes antologías: “Manos que cuentan” (2008) “Habitar en secretos” (2009), “Mundos desnudos” (2010), “Selección de las Provincias” (2012), “Magia registrada” (2013) editados por Dunken.
Seleccionado en la antología del “III Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2008”, organizado por Vagamundos, en colaboración con la editorial “Ediciones del Viento”(España).
Colabora con “Periódico Irreverentes.org” desde el año 2012
Actualmente reside en Isidro Casanova, partido de La Matanza, Bs. Aires.
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