sábado, 20 de julio de 2013

EL PRÍNCIPE DE ESPENUCA

Impreso en Buenos Aires por Centro Betanzos/Ediciones en el año 2004, con diseño y armado de Emiliano y Lisandro Penelas, dedica el literato Carlos Penelas su libro “Cuaderno del príncipe de Espenuca” a Carloncho, un niño nacido en Avellaneda, hijo de emigrantes gallegos.
Carloncho, sonríe con mirada simpática y pelo engominado desde el primer plano de la bella carátula que creó para la ocasión Mercedes Puente.
Todo el libro, sin duda, es un objeto exquisito, con los colores en sintonía al tiempo narrado y a la prosa poética que maneja el talentoso escritor. Pero, más allá de la historia que fascina a medida que trepamos peldaños que nos descubre Carloncho, hay un paisaje filosófico, lírico, impecable desde todo análisis que debiera formar parte de un texto magistral.

A continuación transcribo algunos de los párrafos (considerénse entre comillas) que regala con generosa luz la visión de Carlos Penelas, a quienes vivimos, sorteamos y agonizamos en el país de la poesía.

El poeta escribe su biografía desde su naturaleza hurgada por el amor y la excitación. Ve los pájaros, los acantilados, los caballos salvajes, las plantas silvestres. Camina y descubre con ahínco la puesta del sol, el espíritu cósmico del arte. Sólo puede expresar la vida a través del poema, afrontar hechos esenciales, apetitos desordenados. Sentir cómo la brisa matutina empequeñece al Estado. […]El poema es murmullo que se oculta en nuestro interior, melancolía metafísica de la mirada. Nos alivia de la fatiga social. Esa sensación de cosa efímera otorga piedad, una lectura que despierta cierta visión distante del universo. Descubrimos simultaneidad en lo disperso, el éxtasis de la vida, lo sutil de la noche. El poema nace siempre de esa fugacidad, de ese silencio que se descubre a sí mismo.
¿Cuál es el espíritu de aquél que sabe reconocer estas playas o estos bosques? ¿Qué indica este callar de la noche, este lento peregrinar del alma en la esencia de lo sagrado? ¿Qué invoca, de verdad, esta palabra? ¿Dónde el susurro del amanecer roza nuestro corazón?
Lo poético se expresa a través de esta representación del mundo. Nos otorga salud. Exige un tipo de reflexión en un sentido superior. Íntima simplicidad que manifiesta virtud extrema.
El poeta se ha incorporado a la naturaleza, descendió a su soledad, a su ser íntimo. […]Cada verso es un paso hacia lo desconocido, surge del recuerdo. El poema nos vuelve a alojar en el silencio, en el encantamiento del origen.[…] Desde el recuerdo incursionamos en una realidad que nos trasciende. […] Toda poética es una metafísica, una visión del cosmos, y un secreto de intimidad. Fugaz, esencial. En el poema vibra la fidelidad, la emotiva y generosa mirada de la bondad. Una intuición que experimenta la expresión del ser. La conciencia de la libertad. Un eco de soledad que evoca esperanza, el murmullo de la noche y del alba. La luz es ese espacio de infinito que amenaza el instante de la pureza.
El poeta se abandona a la intuición, a la contemplación, al espacio que estremece desde el silencio de una visión inmóvil. Crea su infinito desde el gozo secreto. […] La esencia de la poesía es labor del silencio. La palabra es confidencia, va en busca de su revelación. El auténtico poeta se opone a toda forma de autoritarismo, a toda tentativa de poder. Su rebeldía es otro signo de su trascendencia. Cada verso inaugura el camino de la desposesión.
Desde los refugios efímeros la ensoñación de la palabra. La contemplación sorprende y convoca. La belleza es percibida a partir de la quimera y la sensibilidad.
Todo y cada cosa es una amenaza de eternidad. El poeta siempre anima una dialéctica sutil, por momentos incompresible. Anhela la solidaridad entre forma y existencia, sufre la imperiosa necesidad del instante, esa fugacidad que emerge y se define por sí misma. Hay plenitud en lo dramático, éxtasis y continuidad que le dan fuerzas para enfrentar un mundo absurdo.
El lenguaje poético encierra fuentes literarias del autor. Por eso enfatizamos en la sobrelectura del poema, en los diferentes contextos de la palabra. La realidad poética genera elementos intrínsecos y dependientes. Bien decía Wittgenstein que el lector recuerda sensaciones e imágenes cuando lee, “pero esas habían obtenido su significación sólo a través de su entorno; a través de la lectura del poema, de mi familiaridad con la lengua…” El poema requiere otro tipo de lectura. Leer un poema nos coloca de inmediato fuera del lenguaje común y el efecto de la obra se produce mientras se lo lee. En el acto de la lectura invocamos otro contexto de la voz, de la palabra. De allí que las palabras de un poema nos conmuevan. La capacidad del lenguaje poético tiene un contenido emocional.
¿Por qué se escribe? ¿Qué reconocimiento se busca? ¿Qué hechos psicológicos se esconden en la palabra? ¿Qué imágenes oníricas ocultamos en el poema? ¿El inconsciente nos hace reemplazar llamados desconocidos, voces que surgen desde la realidad de zonas imprecisas? ¿Qué intenta purificar el poema a través del lenguaje? […]¿Cuántos libros deberá leer un poeta? ¿Cuántas vidas deberá vivir?
Cuando ingresamos al mundo poético lo que hacemos es vivir el ámbito de lo inefable, de lo inexplicable: aquello que puede ser mostrado pero no dicho. Comenzamos a comprender el límite del lenguaje: el silencio. Un quedarse callado para reencontrarnos con la energía del lenguaje, eso que ponemos en las palabras. Y esa aparente contradicción de la palabra poética, ese aparente juego-de-lenguaje no es otra cosa que una relación íntima para traspasar el límite de lo real; buscar el ámbito de las cosas, el anhelo humano por lo trascendente. El poema es algo que no puede ser traducido en hechos pero que lleva en sí su sentido, el impulso de conceder realidades, un exceso de “significado”. Con el poema comienza el mito adánico de nombrar el mundo.
El espíritu del artista esta siempre en acecho, trabajamos sobre la creación en la vigilia y en el sueño.[…]Quién soy yo, al fin, nos preguntamos. De dónde crecen estas premoniciones, esta búsqueda de un amor más puro que exige siempre un atroz abandono. ¿Hay en cada uno de nosotros una imagen deformada de lo que creemos ser como una sombra irreconocible? De todas maneras son muchas las máscaras que nos ocultan. En rigor vivimos entre la vaguedad y el deseo. Todo es conjuro y liberación.
La voz y la mirada delatan los sentimientos. El niño advierte la palabra fingida, o la sonrisa falsa. El poeta también. […] Al fin y al cabo, como afirmaba nuestro hermano mayor Walt: “¿Qué soy yo después de todo sino un niño que se complace con el sonido de su nombre repetido una y otra vez?”
Hay un desarrollo en el tiempo del creador, una confidencia sensible a otras voces. Para el poeta el ideal de la vida es ese momento ardiente de lo efímero. Exige para lo efímero su tesoro de intimidad. Vive intensamente esa sensación ficticia que es la memoria. El instante es su soledad. […] Hay siempre un silencio, una concentración en el estudio hecho de observación y de nostalgia. Uno va viviendo lo que escribe y lo que nombra, sin mesura, sin límite. […] porque el oficio del poeta es un oficio interior. Aparece el mito, lo intransferible, el absoluto que está en nuestras habitaciones, en nuestra íntima percepción sensible.
El poeta puede celebrar lo revelado. El espectáculo del mundo lo transporta a una pasión dionisíaca. Celebra todo: el misterio de la vida, la luz crepuscular, la cosa más pequeña que hay sobre la tierra. Todo poeta inaugura una nueva religión, un universalismo rebelde, insurrecto.
Única recompensa al dolor y a la imbecilidad. La dignidad moral de la obra debe estar allí. […] La dignidad del poema es la dignidad del valor ético de su hacedor. Y del lector.


Debe tener prominencia la sublimidad de prosa poética en el recuerdo de su madre María Manuela:

“Mi madre preparaba el alimento culto de la casa. En su cocina vivía el aroma el buensabor, el fuego lento de las hornallas. Era la comida sencilla, preparada en la mitología del silencio….ella iba conformando una alquimia milenaria, el instinto de la tierra y del cosmos…Su alimento bendecía el corazón de todos….La humilde hornalla se estremecía de ajos, de sartenes, de albahaca. Sus nobles manos creaban el alimento sagrado, la morada del desvelo que asedia el alma del poeta”.

Como corolario, sus propias palabras sobre su poética y un poema delicioso, “Folía”.

"Para quien ama, un amor perdido es a la vez presente y pasado. Es sufrimiento y consuelo para el corazón que acepta sufrimiento y recuerdo. El enamorado siente el amor permanentemente, el signo del alma durable. El corazón dirige al ser. Los grandes recuerdos dan al alma sentido y profundidad. Consuela al corazón sin pedirle olvido.
En el misterio de la conciencia […]. La penumbra es musical regresa al silencio engendrador de las esferas, al encanto de una dulzura inevitable de este ritual pagano. Levitamos junto al mar, en la imprecación que hace cerrar los ojos para retener las olas, la espuma, el abismo saliendo de las rocas como un culto. Un viaje del alma donde le poeta enciende un breve candil, anhela una luz inapresable, la única que vela la palabra.
Pienso y siento mediante imágenes. En un cuadro de Vermeer la luz no es la sustancia pero está en toda la obra. La imagen es el estilo en mi poesía, la realidad y la abstracción de cada verso. Es una sensación que intento traducir en sentimiento, la sensibilidad intelectual transformada en emoción. […], la alquimia de la belleza y la fugacidad, la insurrección que otorga inmensidad al sueño".







                                                               FOLÍA


                                                   Sobre la noche el mar
                                                   sobre la noche la luz
                                                   y más allá el silencio del día
                                                   y más allá el nombre de la tarde
                                                   desde la orilla, desde la orilla
                                                   en la palabra de la amada

                                                                                              Carlos Penelas *
                                                                                              Buenos Aires, julio de 2013

* Literato nacido en Avellaneda, de fecunda trayectoria en las letras y extensa obra poética.

FOLÍA   

Enriba da noite o mar
enriba da noite a luz
e máis alá o silencio do día
e máis alá o nome do serán
dende a beira, dende a beira
na palabra da amada.




Considerando la cadencia intimista del poema de Carlos Penelas, quien traduce ha privilegiado mantener la atmósfera, la visión del atardecer, la puesta del sol que trasmite el poema original, optando por el uso del vocablo serán, que comprende ese instante íntimo de matices, perfumes, sonidos hacia la caída de la tarde.

La palabra orilla, en gallego beira/ourela/orela se ha preferido, por la métrica que repite el poema original en la misma estrofa, usar el vocablo beira.


El poema “Folía” y los trozos escogidos de su libro "Cuaderno del Príncipe de Espenuca" han sido publicados en el presente blog con autorización del Autor, a quien pertenecen todos los derechos y atribuciones y a quien se agradece la deferencia de permitir libre traducción del poema a la lengua gallega.


M.R.-C.





Folía: fiesta, jolgorio, baile.Foliada: Del castellano folía y del francés folie, que en español corresponde a locura. Locura, algarabía, alegría, celebración, verbena al aire libre.

Foliadas: Diversión entre la gente del campo. Significa moverse (port. folía, franc. folie, ital. follezza y lat. follicare) como fuelle lleno de viento, tal como los que están en las foliadas. La denominación de fiadas, foliadas o filazones proviene de la época de los brigantinos, primeros pobladores de Galicia -Brigo, patriarca de la raza primitiva-, con motivo de sus ceremonias religiosas al final de los cuales encendían fogatas en el lubre en señal de regocijo y en donde continuaban hasta pasada la media noche con gran animación. 

Serán: En galego el momento del día en que se atenúan los sonidos y se percibe la caída del sol, la hora del regreso de las tareas y labranzas del campo, reunión con motivo de alguna festividad para bailar o cantar, el encuentro amoroso.



Fuente : Historia de Galicia: Benito Vicetto, 1865.
Leandro Carré Alvarellos (1951): Diccionario galego-castelán, Terceira Edizón, A Coruña, Roel.
Eugenio Reguera y Pardiñas (1840-1858): Traducción de algunas voces, frases y locuciones gallegas, especialmente de agricultura, al castellano. Ed. de J. L. Pensado (Cadernos de Lingua, RAG, 1995)


Imagen: Internet





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