lunes, 25 de mayo de 2015

RESEÑAS

Entrada nueva en Fernando Veglia


“El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway

por Fernando Veglia*
Hemingway
Leí esta novela hace tiempo, en la escuela secundaria. Aún la conservo, me la prestaron y nunca la devolví. Es una edición mexicana de 1982 y tiene, como imborrables marcas de uso, algunas anotaciones marginales de otro lector, los párrafos y frases que subrayé y unos papelitos que coloqué a modo de señalador.
Más allá del olor y el color de la vejez, su estado no es el mejor; algunas hojas están sueltas y otras amenazan con independizarse del lomo. Sin embargo, nunca pensé devolverla; ver su fino lomo amarillo, entre tantos otros, me recuerda al indómito mar del Caribe, al silencioso cariño de Santiago y Manolín y a la lucha entre el hombre y el pez.
El autor, Ernest Hemingway (1899-1961), fue un escritor y periodista norteamericano, perteneció a la generación perdida y ganó el premio Nobel de literatura en 1954. Su vida estuvo signada por la aventura y el peligro. Participó, voluntariamente y como chofer de ambulancia, en la Primera Guerra Mundial y fue corresponsal de guerra durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
El viejo y el mar, encargado por la revista Life, valió el premio Pulitzer, fue traducido a varios idiomas y llevado al cine en 1958 y 1990. El lenguaje de la obra es claro y directo, la trama sencilla y la lectura sumamente agradable, sensorial y emotiva.
En el Caribe, un viejo pescador, llamado Santiago, hacía varias semanas que no pescaba nada. Su ayudante, un muchacho llamado Manolín, debió salir por orden de sus padres en otro bote; a pesar de ello continuaba ayudando a su maestro y disfrutando de sus charlas. Una mañana, el viejo salió a pescar, dispuesto a romper con la mala suerte. Un pez enorme picó su anzuelo y, a falta de fuerza física, debió valerse de toda su experiencia para ganar la fatigosa pelea. Feliz, ató el enorme pez al costado del bote y enfrentó una segunda lucha: llegar a la costa, evitando que los tiburones devorasen su captura. Mató un tiburón y luchó denodadamente, pero sólo salvó la cola, el espinazo y la cabeza. Por la noche, llegó a puerto y, sin desatar lo que quedaba del pez, regresó a su hogar. Por la mañana, mientras Santiago dormía soñando con los leones, los pescadores admiraron las virtudes del viejo y los turistas supusieron que, amarrados al bote, descansaban los restos de un tiburón.
El viejo y el mar da cuenta de la relación entre el hombre y la naturaleza, del coraje, de la necesidad de luchar abnegadamente para alcanzar los objetivos, a pesar de las derrotas sufridas y de los peligros acechantes.
Uno de los papelitos, que hace varios años utilicé a modo de señalador, marca un pensamiento de Santiago: “Me gustaría dar de comer al pez, pensó. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para hacerlo.” Esas palabras aún me fascinan, me dicen que ambos, hombre y bestia, comparten las inexorables leyes de la naturaleza. Que la lucha es irrenunciable y que la victoria o la derrota son su amarga conclusión. Que, considerando la vida misma una contienda, sólo habrá honor y posibilidades de vencer, sanando viejas heridas. Que los rivales, en cumplimiento de un deber inalienable, son hermanos. Es lo que me sugiere un pensamiento de Santiago, un puñado de palabras. Es un pequeño trozo de El viejo y el mar.
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El viejo y el mar (1952), de Ernest Hemingway

* Escritor y articulista argentino.
Categorías:Reseñas

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