lunes, 25 de mayo de 2015

FIESTA PATRIA EN VERSOS


PATRIA




“Se nace en cualquier parte. Es el misterio, 
-es el primer misterio inapelable- 
pero se ama a una tierra como propia 
y se quiere volver a sus entrañas.
Allí donde partir es imposible,
donde permanecer es necesario,
donde el barro es más fuerte que el deseo 
de seguir caminando, 
donde las manos caen bruscamente
y estar arrodillado es el descanso,
donde se mira al cielo con soberbia 
desesperada y áspera,
donde nunca se está del todo solo, 
donde cualquier umbral es la morada. 
Donde se quiere arar. Y dar un hijo. 
Y se quiere morir, está la patria.”


                                               Julia Prilutzky Farny 



CANTO A LA PATRIA


I
Yo soy el hijo de tu pampa.
Tu corazón de trigo es mi universo.
Y no voy a cantarte sino como quien eres,
sino como te siento,
oh, suma de la espiga y la paloma,
de la tierra y el cielo.

Por la esperanza siempre viva
de tu día primero.
Por la rosa ofrecida que en la mano
te queda de los hechos,
sobre una base en que se ha hecho mármol
la multitud del hueso,
y por el ángel que mi amor te inventa
y de ti se adelanta trompetero.
Por nada más.
Por nada menos.

No por la cuenta de tus días:
por tu diario nacimiento.
No por tu ayer segado:
por tu mañana nuevo.
No por tu lágrima, que existe.
No por tu paso en soledad, que es cierto.
No por quien llora su pecado
de negación sobre tu pecho:
por tu salud de amor;
por tu olvido sin precio;
por tu perdón;
por tu silencio;
por tu mirada de ojos grandes
sobre la lágrima y el sueño.
Argentina es tu nombre
que desafía el tiempo.

Estás hecha del numen de Mariano, 
que es el fuego,
y el del Gran Capitán que toma el rayo
donde lo bate el cielo,
y el del hermano que vendrá y ya viene
por avatar del genio.
De nada más.
De nada menos.

Entre uno y otro estallan
los formidables términos,
sobre un trasfondo de tambor herido,
de guitarra y lamento,
y de descarga que en el pecho estampa
con un relámpago la flor de ceibo.
Es Juan José. Es Ignacio. Es Bernardino. 
Es Martín. Es Guillermo. 
Es el clamor de Cayetano 
que hace temblar el templo.
Es un manco que gana las batallas 
hasta después de muerto.
Es Esteban que canta. 
Es Domingo que irrumpe en los infiernos. 
Es la “manzana de las luces” 
que fuerza las tinieblas. Es Caseros
que echa abajo las puertas,
y son los mil doscientos
que Aarón conduce con la sed y el hambre
del fondo del Antiguo Testamento,
sembrando en mar y río y selva sola
los corderitos de sus niños muertos.

Es Gregorio que a pié cruza los Andes 
con la noticia en el sombrero.
Son las trescientas leguas de Calixto 
para mirar en Mayo el día nuevo.

Es Juana fantasmal. 
Es Macacha cosiendo y descosiendo. 
Es toda la mujer y todo el niño,
con todo el hombre galopando o preso.

Es la cabeza mártir
de Marco ante su pueblo. 
Es Próspero que aprende su proclama
como si fuera un verso.

Es la niña que lleva de la mano
su niño al guerrillero.
Es el niño que vuela entre fusiles.
Es el niño que llega, mensajero.

Es la madre que lava silenciosa
su llorado pañuelo.
Es Manuel que levanta de las aguas 
su azul de ropa hacia el azul del cielo.

Es una imprenta a cuestas.
Es Juan Cruz, Es Florencio. 
Es un himno más fuerte que la muerte,
en todas partes y de afuera adentro.

Es Bernardo. Es Tomás. Es Juan Bautista. 
Es una larga procesión de truenos.
Bajo una lámpara, junto a una mesa,
es Rufino, maestro. 

Es la guitarra que enamora y lleva
por vado y por desierto.
Es la que llora a Juan en Humahuaca. 
Es Martín Fierro.

Es la misma guitarra que a la plaza
llega alada y armada con su cielo.
Son cítaras y guitarras confundidas
en dos Bartolomé que hacen el pueblo.

Es Nicolás, pujante.
Es Leandro, profético. 
Es María de Alcorta con su grito. 
Es Lisandro que se derrumba en trueno.

Y es una inmensa lluvia para todos
sobre un trigal inmenso.

Argentina te llamas,
que no conoce el sueño.

II

Tu destino es de amor; tu sal, del hombre,
de todo el hombre por el mundo entero,
porque es una la lágrima y la sangre
de todo el hombre que quedó en tu suelo.
Así lo quiere el hombre numeroso
que planta el árbol y que bate el hierro,
y el hombre solo que por bien del hombre
vigila el mar y el solitario hielo.
Tu libertad se llama María Eusebia. 
Tu libertad nació de un solo peso.
En tu enfaldo la tengas siempre niña,
como la puso el pueblo,
mojada por la lluvia
de tu día primero.

Así lo quiere tu labrada tierra.
Así tu mar inmenso.
Así tu mineral y tu ganado.
Todo tu mundo está cantando “quiero”;
la trinidad cereal de tu bandera;
el río maderero;
el otro río que por honda herida
sale a la luz para decir “soy negro”,
y el gran río que tiene en el Salado
su gárgara de sal para ser bueno.

Así lo quiere en su lección de espera;
así lo quiere repitiendo “espero”,
clavada mariposa que no muere,
tu bella cenicienta del océano.

Hay quien te llama Luz, y no te ve.
yo te llamo camino, y me prosterno
con mi filial temor de San Martín,
con mi temblor de niño por Moreno,
y pido, por mi espiga y mi paloma,
que me pongas al hombro tu cordero,
para llevarlo un día, un solo día
de puerta en puerta, por el mundo entero.


                                    José Pedroni 

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