Desde mi
ventana miro
solamente los
hombros y la espalda,
el pelo
oscuro en un perfil a medias
y la menuda
mano
abanicando
un barquito de hojas entintadas.
Sobre el
borde de adoquines
se agita el
raso río que la lluvia ha dejado.
Velas, proa,
popa, babor y estribor, mástil, bandera,
desde un
astillero de letras de molde
surcan los mares nuevos.
Latidos de
brisa despareja
llevan la nave
hacia el dragado de la alcantarilla.
Entonces,
levanta el barco,
pasa los
dedos delgaditos sobre la pringosa hoja,
y vuelve a
armar otro barquito destintado.
Con honores
de patriótica escuadra
lo bota a barlovento por mares inventados.
Desde el
malecón de la vereda
hasta mi
ventana sube
perfumado de
tinta,
el
invencible himno de la patria libre.
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