jueves, 13 de marzo de 2014

CRÍTICA LITERARIA








“LA CENA” DE HERMAN KOCH


La cena I
                                                                                        
                                                                                                         Por Germán Cáceres *


Esta novela del holandés Herman Koch (Arhnherm, 1953) vendió trescientos cuarenta mil ejemplares en su país y obtuvo en 2009 el Premio del Público y el del Libro del Año. Transcurre durante una cena en un restaurante de lujo, y valiéndose de un personaje, Paul, el escritor dispara comentarios irónicos sobre el ridículo ceremonial que suele presidirlas. Un sofisticado maître explica que “Los cangrejos de río están aderezados con vinagreta de estragón y cebollino (…) Esto son rebozuelos de los Vosgos”. Y los cuatro comensales (los hermanos Lohman y sus esposas) no sólo aceptan esa retórica frívola, sino que consienten que el establecimiento ofrezca platos minúsculos -aunque muy caros- y de que los mozos llenen continuamente sus copas para obligarlos a pedir otra botella de vino. La cenano puede dejar de evocar esa joya cinematográfica que fue La fiesta de Babette(1987), de Gabriel Axel, aunque su tono y espíritu sean diferentes.

Koch es hábil para referir cómo funciona el perfil psicológico de los dos matrimonios, cuyas rivalidades afloran con agresividad aunque dialoguen sobre temas insignificantes. Así observada, la vida social sería una vulgar comedia de mal gusto.

El celular aparece en La cena como otro protagonista más en el mundo moderno, no sólo por ser un aparato que sirve para comunicarse, sino también porque funciona como un generador de nuevas conductas humanas.

El texto sabe atrapar al lector retaceándole información y hacia la mitad del libro la historia da un giro inesperado al conocerse los graves problemas que afrontan ambas familias con sus hijos adolescentes. Hay una mirada escéptica que se hace evidente en una frase de Paul: “…un mundo sin catástrofes ni violencia –ya sea violencia natural o de carne y hueso- sí que sería insoportable”.

Esta novela en el fondo es una radiografía cruel y despiadada de la sociedad holandesa, que no sólo resulta autosuficiente y egoísta, sino también discriminatoria.

La prosa fluye fresca a través de un estilo directo, de frases cortas y presenta símiles curiosos como el siguiente: “Miré y noté que la cabeza se me enfriaba despacio. Era la clase de frío que se siente al dar un bocado demasiado grande al helado”.

La brillante traducción de Marta Arguilé Bernal permite disfrutar al máximo esta valiosa novela.

                                                             
                                                              * * *

“La cena” de Herman Koch (Ediciones Salamandra, Buenos Aires, 2012, 288 páginas)

Publicado por periódico Irreverentes - 13/3/2014 -


Germán Cáceres

Dramaturgo y escritor argentino nacido en Avellaneda en 1938.
Autor de ensayos, cuentos, novelas, obras de teatro y compilaciones para Antologías, varios de ellos traducidos al italiano y al portugués.
Incorporado desde el 2010 al Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas.
En 2008 la asamblea de la Academia de Letras e Artes do Nordeste Brasileiro lo nombró Miembro correspondiente.
Miembro de Número de La Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil desde el año 2013. 

Recibió de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires Mención de Honor en Cuento y el 1er. Premio Especial “Eduardo Mallea”. 
Obtuvo en cuatro oportunidades la “Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores”.
Mención de Honor en el Concurso Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo). 
En 2002 fue premiado en el concurso de cuentos “Atanas Mandadjiev”, celebrado en Sofía, Bulgaria, y nombrado Gran Maestro del Misterio. 
Jurado en el Festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre (2008).


                                                                            * * *








                             VAIVÉN


columpioII


         CUENTO
                                                                                             Por Fernando Veglia *

En el conurbano bonaerense, en la esquina de un barrio pobre, había un espacio verde, un intento de plazoleta diseñada y construida por los vecinos. Habían marcado la superficie del lote con alambre perimetral, construido varios canteros y un arenero, sembrado flores, plantando algunos sauces e instalado dos columpios. De esta laboriosa manera, evitaron que la esquina fuese un escondrijo de ladrones y vagabundos.
La plazoleta, con el devenir del tiempo, fue transformándose en un lugar de encuentros; familias enteras disfrutaban de la tarde y cuando debía tratarse algún tema inherente a la vecindad era tenida por improvisada sala de asambleas. Sin embargo, la alegría perduró apenas un año. Un hecho desafortunado consiguió que fuese abandonada y que volviese a ser un vulgar terreno baldío. Desde entonces, un recuerdo la habita. En las tardes de verano, sobre la pared blanca de una casa lindante, aparecen las sombras de las dos cuerdas de un columpio y la silueta de una pequeña niña, meciéndose.


La tarde agonizaba. El sol descendía hacia el oeste arrastrando nubes violáceas. Al este, las primeras estrellas atravesaban un fondo azulado y el barrio, en su soledad de domingo, aguardaba el leve frío que desparramaba la penumbra.
En una casa añeja y cansada, una niña de seis años, llamada Eugenia, conversaba con su abuela mientras la ayudaba a preparar la cena. Su padre y el abuelo estaban en el garaje, intentando reparar un auto, que hacía unos días no encendía.
Aburrida, harta, escondió detrás de una mueca apática y de frases cordiales las ganas de volver a su hogar, de ver a su madre. Había aprendido que manifestar ese deseo mellaba el humor de los adultos, que lo mejor era callar, obedecer.
La conversación con la abuela fue desangrándose hasta desaparecer, hasta que las quejas por la demora de los hombres fueron transformadas en las imágenes y la voz de la televisión. Ignorada, sólo podía pensar en huir. Llegó al living fingiendo observar la biblioteca, acarició libros amarillentos y, de reojo, espió la puerta, la cerradura, la llave dormida, la salida.
En la calle sintió alivio, que la desesperación cedía a las ansias de volver al hogar. Caminó decidida hasta que no reconoció el lugar en el que estaba. Detenida en una esquina, miró en todas direcciones. No halló ninguna referencia, ninguna persona. Angustiada, gritó el nombre de su padre hasta romper en llanto.
Inmóvil, vulnerable, no podía calmarse. Sólo era capaz de suponer que nadie la hallaría. De pronto, la sorprendió el peso de una mirada, la de una niña meciéndose en un columpio al otro lado de la calle. Acongojada, reconoció que podía pedir ayuda, que lo mejor era serenarse.
Ambas intercambiaron tímidas y largas miradas. Eugenia no era capaz de acercarse, de atravesar la barrera de la vergüenza. La niña desconocida abandonó el columpio y no dudó en acercarse.
-¿Por qué llorás?
-Me perdí –afirmó Eugenia, sollozando.
-¿Cómo te llamás? –preguntó la niña.
- Eugenia…
-¿Y tus papás?
-No están… No sé en donde estoy –confesó Eugenia, conteniendo las lágrimas.
-Quedate conmigo hasta que vengan –propuso la niña.
Eugenia no dijo nada y, después de un prolongado silencio, ambas caminaron hasta los columpios y, poco a poco, comenzaron a jugar y a perder la noción del tiempo.
Después de correr en el arenero y algo cansadas, decidieron sentarse y liberar la curiosidad.
-¿Cómo te llamas? –preguntó Eugenia.
-Marta.
-No te había visto cuando llegué ¿Vivís por acá?
-Me escondo… –respondió Marta, sonrojándose.
-¿De quién? –insistió Eugenia.
-De mi papá…
-¿Por qué?
-No quiero que me encuentre… –afirmó Marta, incómoda.
-¿En dónde vivís?
Marta señaló la pared blanca lindera y ambas caminaron hasta el frente de la vivienda. Parecía abandonada, en ruinas.
-Esta es mi casa –aseveró Marta, una vez más.
-Parece grande. ¿Tú papá está ahí?
-Sí, no sabe que estoy con vos –aseguró Marta, en un susurro.
-Quiero llamar a mi papá –pidió Eugenia.
-No podemos. Mi papá es malo. Tenemos que esperar. Juguemos un rato más –propuso Marta y corrió hacia la esquina.
Eugenia no dijo nada y persiguió a la niña hasta que el grito de su padre la detuvo unos instantes. Ambos se fundieron en un abrazo, en lágrimas y alivio.
-¿Hija, en dónde te habías metido? No me hagas esto… –sollozó el padre.
-Estaba aburrida…Quería volver a casa…
-¿Por qué no me lo dijiste? Vamos a casa, los abuelos están preocupados. Tu madre también.
-Quiero volver a casa –afirmó Eugenia, rompiendo en llanto.
Padre e hija regresaban, cuando Eugenia recordó a Marta.
-¡Chau, Marta! –gritó Eugenia.
-¿Qué Marta? ¿A quién saludás?
-A la nena que está ahí –respondió Eugenia, señalando la esquina, un terreno baldío con un columpio abandonado.
-No veo a nadie. Vamos –dijo el padre, sin darle mayor importancia al asunto, y emprendió el regreso, cargando a su hija a upa.

Desde la esquina, Marta observaba a las dos figuras alejándose y, resignada, volvió a subirse al columpio. De repente, dos estruendos estallaron en el interior de su casa. Su padre, armado con una pistola, salió a la calle. La buscaba. Ambos cruzaron las miradas. Ella corrió y él le disparó, hiriéndola mortalmente en la espalda. Segundos después, otro disparo sonó. El hombre, con un agujero en el cráneo, cayó al lado del pequeño cuerpo de su hija y las canaletas de las baldosas mezclaron la sangre de los cadáveres, como todas las tardes de verano en la que ambos fantasmas repetían la eterna condena.

                 
                                                                            * * *

Publicado por periódico Irreverentes para periódico Irreverentes 13-3-2014


Fernando Veglia

Escritor argentino nacido en 1979 en la Ciudad de Buenos Aires.

Premiaciones: Mención de las Novenas Olimpíadas Federales "Vivencias Estudiantiles ´96" 
Autor del libro "Líneas", editado por Ed. de los Cuatro Vientos (2005)
Participante en el stand Escritores Matanceros de la Feria Municipal del Libro de La Matanza en los años 2008, 2009 y 2010.
Sus trabajos literarios integran las siguientes antologías: “Manos que cuentan” (2008) “Habitar en secretos” (2009), “Mundos desnudos” (2010), “Selección de las Provincias” (2012), “Magia registrada” (2013) editados por Dunken.
Seleccionado en la antología del “III Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2008”, organizado por Vagamundos, en colaboración con la editorial “Ediciones del Viento”(España).
Colabora con “Periódico Irreverentes.org” desde el año 2012
Actualmente reside en Isidro Casanova, partido de La Matanza, Bs. Aires.

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