Cortázar reflexiona sobre
la ilusión de los cuentistas nóveles quienes suelen imaginar que les bastará
escribir lisa y llanamente sobre un tema que los ha conmovido para conmover a
los lectores.
Con el tiempo, - y con los
fracasos- se supera esta primera etapa ingenua y se aprende que en la
literatura no bastan las buenas intenciones. Se descubre que para crear en el
lector esa conmoción que llevó a escribir el cuento “es necesario el oficio de
escritor y ese oficio consiste (entre muchas otras cosas) en lograr el clima
propio que obligue a seguir leyendo, que atrape la atención, que aísle al
lector de todo lo que lo rodea y que, al término de la lectura, se conecte con
su circunstancia de manera nueva, más honda o más hermosa.”
La identidad de una trama se centra en la elección que
inclina al narrador a dar mayor peso a
la atmósfera, a la acción o al personaje, más allá del conflicto que es lo que
diferencia al cuento de un relato.
Si describimos una batalla, una disputa, tendremos
como eje primordial a la acción. En caso de preferir el clima, estaremos
pendientes de aquello que abarque la atmósfera y seguiremos ese objetivo hasta
el desenlace.
En el caso de elegir el tercer elemento, el personaje, debemos tener claro que en la actualidad es la fuente de inspiración y la referencia particular en cada narración,
justamente porque “nada nuevo brilla bajo el sol” que no sea el temperamento,
el carácter, la identidad personal del protagonista que recreamos y existe por
primera vez.
Helena, Paris, Menelao, guerra, abandonos, amores.
Romeo, Julieta y las violencias familiares. Tristán e Isolda, las
prohibiciones, los mandatos. Nora y una casa de muñecas que la encierra.
Fausto, Celestino Paredes, Aureliano Buendía; ayer y hoy; ellos mismos en otros
zapatos, originales y reciclados, distintos o reiterados, según la imaginación
del autor que los resucita o los inventa
para que habiten nuevas voces, matices, paisajes.
El narrador cuenta del personaje, casi subjetivamente
porque “se escribe escribiéndonos” y, su versión estará matizada por miradas y
acuerdos íntimos: el personaje ha nacido en su cabeza y se abre a la historia
como parte del escenario que tiene en la mente.
Sin embargo, no hay nada más apócrifo pues,
frente la hoja, detrás de una idea,
enamorados por los aires que sacude “su personaje”, los autores ven como “él/ella” se posiciona, acomoda su
cuerpo y espíritu, invierte la escena, cambia la dirección original y domina la
ruta narrativa.
El personaje, aun bajo la decidida pluma de su
creador, pisará con pasos libres una historia que, manipulará en el ir y venir
del tiempo, haciéndola suya. En esta realidad sin refute será bueno desconfiar
de los personajes dóciles, aquellos que simulan obediencia, los “ensombrecidos
por las luces del autor” porque, son capaces de crecer a tal extremo que
terminarán orquestando a su antojo el cuento.
Así, queda claro que en el cuento, el personaje es
quien menos fidelidad guarda y en este batallar - que el autor pierde en el
primer round-, sólo resta la revancha
del escritor en cambiar la atmósfera o darle lugar a la acción con otra
historia que tenga a bien aceptar el personaje.
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