Dentro de dos o tres años, leeré estás líneas para comprobar mis sospechas. Intuyo que, en ese breve lapso temporal, este “yo” que poseo habrá muerto, o mutado en vos, “yo” lógico, contradictorio, que no deseo.
No quiero que consideres este mensaje como el último recurso de un hombre que intenta evadir lo inevitable. Mis días oscurecen débilmente, pues recordarás que fui un idealista. Vivía en un tiempo común, pero en un espacio notablemente diferente; en un mundo plagado de valores bien enseñados, increíblemente opuestos a las prácticas habituales. Imposible negar los constantes replanteos conceptuales que la realidad me obligaba a realizar.
Sé, a través de mi pobre intuición, que te avergüenzas de las tantas acciones quijotescas llevadas a cabo; deberías sentir orgullo, puesto que, por lo menos, puedes decir que alguna vez lo has intentado. ¿Acaso es vergonzoso desear lo justo?… No rías, por favor…
Sumido en las obligaciones familiares y laborales, me dirás que no puedes pensar en la realidad, que deseas evadirla, pero a pesar de ello, desde tu lugar llevas adelante una vida sincera, honesta… Te diré, con la poca pasión que conservo, que “tu lugar” es un grano de arena, tu vida no es sincera, ni honesta; es conformista y cómplice de lo que decías, dices y dirás odiar. Supongo que aprehender los conceptos sociales de lo inevitable me transformarán en vos. No imagino de qué modo los adoptaré, tampoco imagino cómo un sinfín de hombres abandonan sus conceptos. ¿Qué sucederá conmigo? ¿Qué sucederá con los otros?
Sonriendo resignadamente ante la aberración, velamos valores esenciales en indescriptibles ataúdes de pino, donde yacen nuestros hijos, padres y hasta nosotros mismos. ¿Acaso es necesaria la muerte y la denigración para que la indignación despierte a los “yo” adormecidos? ¿Por qué ese extremo? ¿No vale lo mismo un nacimiento?…
¿Por qué me consideras extremista?, cuando lo que pido es equilibrio. Entiendo que prefieras la seguridad al riesgo, pero ¿proteger un presente absurdo? ¿Qué clase de hombre seré? ¿Eres?… ¡No! Una y mil veces, no. No continuaré, porque este discurso los has leído y escuchado hasta el hartazgo. Incluso grandes hombres se han cansado de repetirlo y ni ellos ni los deshonestos te convencieron, porque mueren en los hechos y tú jamás reclamaste lo prometido, quizá por que no lo merecías. ¡Basta! No puedo dedicarte una línea más sin sentirme derrotado, sin pensar que lees para olvidar. No te odio, ni desprecio, eres “yo”; de todos modos habré muerto como murió el “yo niño” durante mi nacimiento…
Cuando termine de leer este texto en otro tiempo sabré si sigo siendo el mismo o no. Lo más seguro es que sea “vos”, por lo tanto, quisiera que estas palabras justifiquen mi pedido (como a mí, pienso que te fastidian los pedidos ajenos, más aún de un hombre que fuiste, odio los pedidos del “yo niño”, por ello no espero que cumplas). Conserva estas breves palabras, puesto que si la existencia te dice que has vivido cayendo al vacío, podrás llamarme. Entonces regresaré del rincón más lejano de vos mismo. Juntos idearemos otro camino.
Relato incluido en el libro Líneas (Ed. de los Cuatro Vientos, 2005)
|
Recursos Literarios - Narraciones y Poesía - Prólogos - Ensayos - Críticas y Reseñas - Tópicos de cultura galleguista -
jueves, 19 de junio de 2014
COMUNICACIÓN Y RESEÑA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario