SIETE MIL ALETEOS
DE CARLA DEMARK
La autora firmando ejemplares |
Carla Demark y Marita Rodriguez-Cazaux |
PRÓLOGO
El mayor milagro del poeta es develar lo oculto
de la manera más bella. Y darle vuelo.
M.R.-C.
Sabemos que los poetas han de lograr
milagroso concilio en amores y desamores; puntos cardinales enfrentados en las
relaciones y que, sin embargo, no son diametralmente opuestos ante la visión de
aquellos que perciben la vida tras cristales que capturan lo trascendental de
la manera más bella.
Leer “Siete mil aleteos”,
exquisito poemario de Carla Demark, es participar de milagrosa contienda. Una
verdadera aventura porque, como indica Mallarmé, los poemas no se hacen con
ideas sino con palabras, y elegir las palabras es un puntual escollo que el poeta habrá de sortear para no
abundar en tropos que quiten realismo.
Embarcada en esta premisa, la lírica de
la escritora argentina, ha destinado talento y sensibilidad para levitar este
gigante abismo con cabal éxito. Para esto, transita con soltura la tensa cuerda
de los sentimientos y logra abarcar humanidades que a todos son comunes, es
decir, las fragilidades de llegadas y partidas que tiene la existencia humana:
“Sobrevuelan el puente misterioso en el
que el corazón se estira para que otros puedan tomarlo”.
La descriptiva imagen que plasma su poética podría
decirse que tienta al lector como el vértice de una isla. Así, Demark muestra
dualidades, desnuda emoción, muta acuerdos, intercambia miradas, pero con tal
libertad que se desea rodear tierra firme, bogando en corrientes y oleajes para
abarcar su mayúsculo mensaje. Sintonías,
musicalidades, juegos de palabras, imágenes desnudas y veladas. Esplendores y
cuestionamientos, avanzan por sus estrofas en torno a estímulos de simbolismos
y paisajes de dinámica concepción.
Como expresara Juan L. Ortiz, “la poesía
quiebra la función comunicacional del lenguaje” y va mucho más allá recreando
un vínculo atenazado en el que hasta pueden desaparecer los vocablos frente a
la exaltación de las grandes pasiones humanas. La misma poeta lo confiesa en
“Las palabras” cuando afirma que “no son
otra cosa que sombras de lo que no se puede decir…” y más adelante en “Al
poeta triste”, “las palabras brotan
firmes cuando el dolor las hace carne”.
Esta suerte de desciframiento de la
palabra como sustancia es una permanente invitación al lector, quizá porque su
obra es permeable a todos los latires, estremecidos corazones que se llevan en
el pecho latiendo por los desheredados, los inmigrantes, los solos, los
exiliados, los tristes. Tantos como acechan en procura de asilo y de los que se
nutre y enarbola su definido estilo.
A esta altura, cabe reflexionar en
torno a la voz lírica, aquella que Gottfried Benn, menciona como el habla de la
“voz interna que nadie sabe de dónde viene pero que encamina toda la obra del
poeta”, concepto que admite como real el mexicano Octavio Paz, al afirmar que
la poesía deja oír “la otra voz”. Estos comentarios son apropiados al momento
de definir el estilo del poemario presente, porque es tangible la VOZ que se
asoma para asombrar.
Tras esa voz, van los ecos que
subsisten luego de la lectura acoplando la tensión y la música del lenguaje que
cita Borges como recurso imprescindible y que le son naturales a la joven
escritora, quien maneja la primera y tercera persona con fenomenal acierto.
El genio que acompaña su magnetismo, impulsa
los ritmos del idioma propio para liberar a la poesía de métrica y
versificaciones sofocantes expresándola desde la cercanía del sonido reiterado,
la propia lengua de la cotidianeidad.
Amerita reflexionar estos conceptos para
seguir leyendo a Carla Demark, porque no deben dejar de percibirse los vocablos
dichos a diario aunados a la impronta que los torna bellos y escapados de toda
vulgaridad.
La expresiva poeta logra sublimizar la
imagen y seducir con una voz que atraviesa la mitología del Adentro/Afuera, lo
que da en llamarse la conciencia poética; vaticinada en “El fin”, “es probable que me vaya cuando mis pestañas
estén secas y ya no pueda traducir al
mundo con mis ojos de poeta”.
Realidad que el lector encontrará
sostenida a lo ancho y a lo alto de este poemario. Porque los poemas que se
abren bajo su título libertario –desplegados en nuevos títulos en desbandada–
han sido dados a luz con este sentimiento que contagia milagros.
Para clarificarlo valgan los propios versos de la autora, “Y mi
cuerpo se eleva y ya lugar no queda para la chica que le temía a la muerte. Y
un nuevo corazón rompe su carne en alto vuelo”.
Marita Rodriguez-Cazaux
¡Gracias, Marita querida!
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