jueves, 4 de diciembre de 2014

LIBRO DE LOS TALLERES XXIV Editorial Dunken

Carlos Penelas, Ricardo Tejerina y Marita Rodríguez-Cazaux con Autores de Antologías de Cuentos y Poemas


PRÓLOGO DE MARITA RODRÍGUEZ-CAZAUX

Editorial Dunken, con acertada visión, vuelve a invitar a la lectura de relatos, cuentos, poemas de talleristas de la palabra, compilados en el Libro de los Talleres XXIV. 

Ahora bien, ¿cuál es el motivo por el que escritores y poetas, se reúnen en un taller y comparten sus trabajos? ¿La necesidad de expresar sentimientos, el deseo de pulir el estilo ya adquirido, la orientación sobre lecturas que enriquezcan la imaginación? 

Creo que hay algo mucho más profundo en la decisión de frecuentar un taller. 

Quizá sea la naturaleza gregaria del ser humano y su constante inquietud por descubrir los laberintos que lo recorren. García Márquez, afirma que “El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”. En nuestro mundo hay infinidad de hechos que no podemos acomodar con la precisión de un puzzle, sin lugar a dudas, empezando por las piezas que nos componen como mujeres y hombres en continua transformación. Marguerite Duras, tiene una frase que aporta claridad sobre el oficio del escritor: “Escribir pese a todo, pese a la desesperación”. 

Tras esta reflexión son oportunas las palabras de Paul Auster, “Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad”, tema nada menor que confirma claramente Pérez-Reverte, “Cada uno se las ingenia como puede para mantener a raya el horror, la tristeza y la soledad. Yo lo hago con mis libros”. 

Si convenimos en que toda manifestación artística crea y recrea, trepa, desciende, tantea, vuelve sobre sus pasos para reanudar el crear y recrear, como buscando la ruta que lleva a universos más justos, más libres, más nobles, tendríamos resuelta gran parte de la pregunta inicial, porque lo que pareciese casi bucólico es -ni más ni menos-, el proyecto que desvela desde el principio de todos los tiempos a la humanidad. 

Para transitar ese camino, que no será justamente “el camino del héroe”, se precisa la cercanía de seres que también vivan esa expectación -aunque muestren miradas diversas, abiertas a miríadas de inquietudes- para aprender con ellos el oficio de escribir. Oficio que Simone de Beauvoir, dice, se aprende escribiendo y que se nutre con el amor a la lectura, tal como indica Carlos Fuentes “porque escribir no empieza contigo”. 

Este enunciado no resiste refute, los sentimientos y las ideas que experimentamos mientras edificamos un texto no son nuevos, otros ya los bogaron en mares propios y otros lo harán más tarde. Sin embargo, el aporte de cada uno tiene peso en sí mismo y no opaca a otro poeta o escritor. Cada uno, conlleva su impronta original, eso que definimos como estilo. Para tratarlo con humor, una frase incontrovertible de Voltaire: “Todos los estilos literarios son buenos, excepto los de estilo aburrido”. 

Así, cada libro debería representar un nuevo intento de mejorar no solamente el estilo sino la intención del compromiso personal del escritor con su tiempo. Según Ernest Hemingway, “Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intente algo que está más allá de su alcance”, y eso se logra aún a contramarcha de la suerte o del éxito y pese a la duda y al miedo de considerar que la obra dada no observa la altura de los grandes. Ayudará sobre este tópico el criterio de Ernesto Sábato, “Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”. 

A esta altura, quisiera recordar a Virginia Woolf, “El escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial” y unir su pensamiento a la reflexión del español Francisco Umbral, “Escribir es la manera más profunda de leer la vida”, para rematar el presente Prólogo, con palabras de reconocimiento hacia los talleristas. 

Todos ellos, poetas y cuentistas, obsequian misterios y realidades, bellísimos tropos poéticos, alegorías notables, originales tramas en los relatos. Crean un universo por el que se transita emocionalmente. Contagian asombro, turbulencia, piedad. Por sus obras, supe de luces y de oscuridades, fui joven y anciano, amé y fui amada. Descubrí el valor y las renuncias cobardes, transité por escenografías interiores de niños, mujeres y hombres. Y, de especial modo, disfruté el vuelo de la imaginación, el pensamiento sin fronteras y sin culpas. 

Quedo, entonces, en deuda con todos los Autores que componen el Libro de los Talleres XXIV, y se me ocurren oportunas las palabras del genial Orson Welles, “Lo peor es que la máquina de escribir no aplaude”. En este momento, la mía, lo haría gustosa ante las obras que regala esta antología. 


*Poeta y escritora argentina. 



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