domingo, 13 de abril de 2014







                 SI NO FUERA POR JULIO


                                                                                                             POR ADRIANA LISNOVSKY
Mujer II
  CUENTO


Mirá si habrá sido desagradecida. ¿A vos te parece? Qué a mí, a mí, con lo que fui para ella, me haya hecho una cosa así. Correntina tenía que ser. Y sí, uno piensa que son como nosotros, pero éstas llevan el cuchillo bajo el poncho. ¿Yo? Yo, le hice de madre. Catorce años tenía la desgraciadita cuando la tomé. No sabía usar cubiertos. Sí, la verdad que era una bestia. Una vez la encontré comiendo un pan de manteca, así nomás, como si fuese una manzana. Y qué querés, andá a saber quién la crio. Pero yo le di de todo. Que la ropa que iban dejando los chicos para que mandara a los hermanos. Lo que yo ya no usaba, más bien, viste que todo vuelve, le daba lo gastadito. ¿Y cuando tuvo el novio? Sí, ése, el carnicero. Casi se me va en sangre, andá a saber quién se lo hizo. La tuve que llevar de urgencia, no, no, al sanatorio. Me acuerdo que hasta vino Julio, estaba tan nervioso el pobre. Él ve una curita y se desmaya. Y bueno, además del papelón, te imaginás los comentarios de los médicos, después la tuve que cuidar y le di como tres días libres. Obviamente, claro, se quedó en casa, ¿adónde iba a ir la infeliz? Sí, fue cuando Juampi se fracturó en el club. Fractura expuesta ¿te acordás? Y la otra en cama, si hasta el pobre Julio más de una vez le llevó la comida a su cuarto. Y todavía. No hay nada que hacer, como decía mi abuela “cuánto más te agachás…” No ése es otro. Qué vas a hacer. ¿Quiénes? ¿Los chicos? mejor no me hablés, dicen que la extrañan. Claro, la madre que se joda, de la noche a la mañana me quedo sin mucama y ellos “pobrecita”. ¿No es para matarlos? Te juro que yo siempre estuve intrigada por saber de qué hablaban. Cuando yo volvía de la clase de teatro, no, pero no, con Reina Reech, aquella que vos decís fue otra vez. Bueno, como te decía, me acuerdo que a la salida íbamos a tomar algo con el grupo, sí eran divinos y uno de ellos, el rubio bajito ¿lo ubicás? Claro, ése, trabajó en dos capítulos de “Padre Coraje”. No te creas, eh, estaba bien, además gracias a su personaje se descubría que la paralítica caminaba, bueno, no importa. La cosa es que cuando yo volvía, tipo once de la noche, la señorita estaba instalada en el cuarto de los chicos, pura risa, pura jarana, mirando dibujitos con ellos. No, Julio siempre fue un santo, a esa hora ya estaba acostado. Si no hubiera sido por él, yo me hubiera quedado fregando todo el día, como nuestras madres. Mirá, lo del profesorado de yoga, me lo encontró él. ¿Sabés lo que era conseguir una vacante con el Profesor Gandhi? ¡En serio!, es el apellido verdadero, te lo juro. Qué maestro, una profundidad, a los estados de concentración que llegaba ese hombre. Yo estaba en lista de espera para hacer el curso y gracias a un cliente de Julio, que le importaba de Francia la Evian, sí, sí, no tomaba otra cosa, conseguí el lugar. Es verdad, él está en todas. Y cuando me fui al Congreso de Reiki en Miami ¿quién pensás que me impulsó? Yo ponía excusas, que los chicos, que la casa. ¿Sabés que me dijo él? “¿Para qué la tenés a Adelina? El personal doméstico es para eso, que se haga cargo de todo, bien que le pagás”. No, ella no dijo nada, si había días que no me hablaba. Los chicos tampoco, no te digo que los tenía en un bolsillo, si hasta estaban contentos. Claro, los llenaría de esas porquerías fritas en grasa que comía en su pueblo. No sé, no sé por donde podía venir tanta camaradería. Pensá que aunque estén en la primaria, van a un colegio bilingüe desde sala rosa. Y ella, creo que llegó a segundo grado. Los llevaba a la escuela, al club, de los amiguitos y a veces a los cumpleaños, pero como lo hace cualquier empleada ¿no te parece? Claro, es que cuando yo empecé a full con Pilates, no tenía un minuto libre. Bueno, como te decía, habrá sido por eso que se hicieron compinches. Pero sabés qué, no. Para mí fue por Homero, sí, el labrador. Yo accedí a comprárselos porque ya no los aguantaba más, pero vos sabés que soy fóbica y alérgica a los animales. Y ahí la chirusa, se los metió en el bolsillo. Se pasaba la noche entera con el perro cuando era cachorro. No, no te imaginás. Insufrible. Lloraba toda la noche. Y después, eso de sacarlo a la calle, yo no iba a hacer de paseadora, la mandaba a ella. Y los chicos se le prendían, estaban enloquecidos, no querían que se tomara ni el franco del domingo. Y ¿podés creerlo?, la perra, a veces se quedaba y el buenazo de Julio, ay, este hombre qué no hace por los hijos, le compró un televisor. ¡Si, a ella! para su cuarto. Mirá que me conocés. Sabés que sí, alguna vez me puse celosa, pero Julio me decía “la madre sos vos, además cómo te vas a poner a la altura de ella, y los chicos, por favor, son criaturas”. Y ahí me calmaba. Pero a veces…, bueno, viste y así me pagó. Le confié a mis hijos y así me pagó. Le di un lugar en mi casa, y mirá lo que te digo, ni siquiera uniforme le hacía usar, pero bueno, entonces era cuando venía gente del estudio o alguna de las chicas de Reiki, y así me pagó. Ni siquiera tuvo la gentileza de darme aunque sea una semana para buscar a otra. Dijo me voy, juntó sus cuatro porquerías y se fue. Claro, vos lo sabés mejor que yo, está terrible para conseguir, uno tiene que ver bien a quién mete en la casa. Y hoy Juampi que me sale con que viene con los amigos “prepará algo” me dijo. Yo no puedo estar en todo. Hoy justo tengo turno con la masajista. No, éstos son masajes rumanos. Parece ser que se los hacían al Conde Drácula. ¿Qué, no lo sabías? Existió y fue un héroe nacional. Bueno, el tema es que me dijo Mechi que son los mejores. ¿Qué cuáles? Mejores todavía. Obvio, te cuento, no te los vas a perder.


¿Que qué dijo Julio cuando la otra se fue? Mirá, se lo dije de golpe y se nota que ese día venía muy nervioso del estudio. Empezó a los gritos “¿Y ahora qué, y ahora qué?” decía. Claro, él sabe lo difícil que es conseguir personal doméstico hoy en día. Después me dijo si había dejado algún teléfono, le pregunté para qué. Pobre, dudó tanto al contestarme, no me quería preocupar. “Por si se le da por hacer juicio”. Fijate vos, a Julio sí que no se le escapa nada. Así que se lo di. Estando las cosas en manos de él, yo me quedo tranquila. Hasta por ahí me consigue otra.


publicado por periódico Irreverentes
Imagen: Internet

Adriana Lisnovsky
ADRIANA LISNOVSKY, nació en Buenos Aires.

Coordinadora de talleres literarios, es poeta y escritora.
Sus obras descarnan un estilo íntimo y realista de calibrada percepción. Son notables sus cuentos donde el monólogo del fluir errático avanza mostrando conflicto y desenlace desde la conciencia del propio protagonista.
Sus cuentos conforman numerosas antologías de narración como "Lo que llega a la playa”, “La vida…ese enigma”, “Acaso la vida”, "Revelaciones", "Bajo el puente azul", Letras del Face II y IV. 
Participó de Metamorfosis, antología que reúne trabajos de escritoras de altura, hasta el año de su cese.
Recibió diversas distinciones, entre ellas el Premio Concurso Junín país; mención especial del jurado y mención de honor, Concurso ediciones Ruinas Circulares.
Varios de sus cuentos fueron publicados por la revista literaria “En sentido figurado” (España) y “Generación abierta” (Argentina).
Su cuento "Un sueño, ser escritor", ganador del segundo lugar en el concurso literario internacional de "Resonancias literarias", mereció elogiosa crítica de Rubén López Rodrigué, "La autora sabe pintar un luto que echa sus fúnebres tules sobre la reducida capacidad creadora de su ominoso personaje; evoca el relato “El escritor fracasado” de Roberto Arlt. El cuento desborda de una prodigiosa imaginación cuando al protagonista (sin nombre) se le aparecen en su habitación personajes de la literatura universal".
Adriana Lisnovsky ha dictado numerosos talleres literarios en centros comunitarios para adultos mayores. Actualmente trabaja sobre un próximo libro de cuentos.




                                                 UN SUEÑO, SER ESCRITOR



El hombre caminaba febrilmente alrededor de la mesa. Contaba los pasos. Primero los pares, después los impares. Cuando esto no traía a su mente la inspiración que él estaba buscando, comenzaba a caminar por los bordes de las baldosas. Seguía en blanco. Entonces alargaba el paso y pisaba sólo cada dos rectángulos de mármol gris o, de lo contrario, sus pies debían entrar, uno delante el otro atrás, en la misma baldosa. Al llegar a este punto, comprendía que de este ejercicio no saldría ninguna idea y se ponía a leer.

Él quería ser escritor. Toda la vida lo había postergado; pero ahora, desde unos meses atrás, iba a un taller literario. En casi un año llevaba escritos solo tres cuentos. El primero, según la profesora, no tenía un conflicto fuerte. En el segundo, según la profesora, no conseguía la focalización en el protagonista y la historia se diluía en las voces de los otros personajes. Y en el tercero, según la profesora, abusaba de la adjetivación y el relato no tenía coherencia.

Su mujer lo veía desperdiciar los días, comenzando párrafos que destruía con furia después de leerlos. Ella, sin herir sus sentimientos, trataba de hacerle entender que no todos tienen condiciones para la literatura, algo así como que se puede ser un gran lector, pero un pésimo escritor. Esto enfurecía al hombre, que le argumentaba todas las teorías literarias que conocía y le decía que era solo cuestión de saber aplicarlas.

Una noche, leyó La tristeza de Chéjov. Y fue el cochero, y fue los estudiantes indiferentes, fue el hijo muerto, fue el caballo. Las lágrimas corrían por su cara. Se había adueñado de la tristeza del cuento. Le pertenecía. Pero no lloraba por compasión hacia el pobre cochero que había perdido al hijo, lloraba por él, porque no era Chéjov, porque la idea no se le había ocurrido.

Se mecía los cabellos, se sentaba, se levantaba y caminaba en círculos por la pequeña habitación mientras releía el cuento. Ahora sin lágrimas, con un rencor ciego. Si hubiese estado dentro del cuento, él hubiese matado al cochero, para que Chéjov se quedase sin historia. O mejor aún, hubiese matado al mismísimo escritor. Le hubiese clavado un puñal en el medio del pecho, para despojarlo de toda sensibilidad, para acabar con aquel hacedor de historias, con ese mago de la palabra. Algo vedado para él, sueño imposible, entre todos los imposibles. El aire estaba enrarecido. El hombre sudaba, temblaba. No podía comprender por qué, quien quiera que fuese, no le había otorgado el don del talento.

Una madrugada se levantó abruptamente y se puso a escribir. Vació media botella de vodka en su estómago y comenzó. Se dijo que sí, que ese sería el día en que su imaginación lo convertiría en el amo del cuento. Teoría del Iceberg, el cuento como una burbuja, elipsis, prolepsis, analepsis, racconto, flash back, metáforas, anáforas…, más y más y más. Aplicaría todos sus conocimientos y la historia saldría perfecta, redonda, sin cabos sueltos, tendría cohesión y coherencia… Sería… Sería elegido cuento del año, cuento del siglo. Lo compararían con Borges, sí, sí, eso… Señoras y señores, el nuevo maestro del cuento ante nosotros. Nos enorgullece entregarle el premio Cervantes de Literatura al señor… No, no, no. El premio Nobel. Ganaría el Nobel. Sonreía con los ojos entrecerrados, sumergido en una pila de papeles, frases sueltas, comienzos poco originales, copias baratas, que había arrancado de la máquina de escribir segundos antes de su ensoñación.

Hasta que sintió unos golpecitos en el hombro. Giro la cabeza y a los pies de la cama, sentado, fumando un cigarrillo negro, un hombre delgado y de aspecto sombrío, lo observaba. Le preguntó quién era.

– Soy un personaje de Roberto Arlt. Un tipo marginal, que va a los prostíbulos, un tipo desencantado y amargo.

– ¡No lo puedo creer! Ese es el personaje que yo estoy buscando. Sobre usted quiero escribir.

– ¿Quién, usted? Mire, che, usted no sirve, usted no existe. Piense en otra cosa. ¿No le gustaría trabajar en un banco? Tiene cara de inteligente, debe ser bueno para los números. Se levantaría todos los días a las ocho, nada de trasnochar, ojito, eh. Una vida tranquila, cobrando un sueldo a fin de mes, sin ningún tipo de sobresaltos. Seguro que su padre siempre quiso eso, que fuese igual a él. No lo quiero desanimar ni me interesa, pero usted no tiene chance como escritor. No sé si me entiende.

Al decir esto último, lo único que quedó en la habitación fue el olor a tabaco.

A la noche siguiente, se le apareció un hombre vestido de negro, con ojeras oscuras alrededor de los ojos.

– ¿Y usted quién es? – preguntó el hombre.

– Soy un personaje del romanticismo.

– ¡Romanticismo! Sobre eso quiero escribir.

– Caballero, disculpe que interfiera en sus ideas. Pero no lo veo con la sensibilidad suficiente como para escribir sobre tuberculosis, amores imposibles, suicidio. La verdad, ¿puede imaginarse a alguien muriendo de amor? No, no, esto no es para usted. Dígame: su madre ¿no hizo de todo para que fuese contador, como su padre? No la defraude, hombre. Madre hay una sola.

– ¿Le parece?– contestó él.

Y el personaje se esfumó en algo parecido a la niebla, que enfrió súbitamente la habitación.

Así, el hombre esperaba ansioso la llegada de la noche –junto con el sueño apacible de su mujer­–, para ver qué nuevo personaje conocería. Alguno creería en él, alguno le daría una chance.

Tuvo muchas visitas. Personajes agobiados, fantásticos, realistas, burgueses, surrealistas. Todos coincidieron en lo mismo. Hasta la noche en que lo visitó el protagonista de un cuento de Borges.

– De los de cuchilleros– le dijo él.

– Sí, pero todos somos el mismo. Yo soy el hombre de El Sur, pero también el de Las ruinas circulares. Todos somos el sueño de otro. Tal vez alguien lo está soñando a usted como escritor desde tiempos infinitos. Entre al corazón del laberinto, pero tenga cuidado con los caminos que se bifurcan. Elija el correcto. Está en nuestro destino lo que inexorablemente tiene que ocurrir, como el puñal busca la mano del asesino.

– Ve, a esos personajes quiero llegar. Cuchilleros metafísicos.

– No se ofenda. Borges hubo solo uno. Disculpe mi arrogancia, pero yo soy su creación. Aunque, como diría él, el Universo es el laberinto. Pase sin miedo y se encontrará.

Estas palabras lo llenaron de esperanza. Su historia estaba ahí, esperándolo. Sólo tenía que entrar al laberinto y, si no se equivocaba de camino, su destino de escritor y él serían uno.

Se preparó para el viaje. Compró una enorme mochila, cantimplora, víveres, ropa abrigada. Se dirigía al corazón del laberinto, en busca de sí mismo. Quizás el viaje durase una eternidad. Debía ir bien preparado.

                                                                     # #

Ahora está estable, la medicación funciona. Según dicen los médicos del psiquiátrico, los personajes desaparecieron.

El que sí lo visita todas las noches es Cortázar. El hombre, por si acaso, no se lo cuenta a nadie. Lo que pasa es que tiene una gran duda acerca de qué es exactamente el “estado cubo”.

Si en Paris no nieva, Cortázar entra en la galería Vivienne y cruza al pasaje Güemes. Toma un taxi en Lavalle y visita al hombre en el psiquiátrico. No tiene ningún problema en explicarle lo del “estado cubo”. Él mismo reconoce que Anillo de Moebius es un cuento extraño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario