UNA INTUICIÓN
MICROCUENTO
“Paso a revelar en esta libreta por qué pienso que voy a ser asesinado. La guardaré en la caja fuerte de mi oficina. Será de utilidad para la policía.
En esa oficina, situada en la zona de Tribunales, me dedico a operaciones inmobiliarias. Cerca de allí, Ana, mi esposa, tiene su consultorio médico. Trabaja, además, los turnos de Guardia, a la noche, en un hospital privado. Estamos orgullosos de nuestro único hijo y, en principio, se podría decir que formamos una familia feliz.
Hace un año ocurrió un hecho que cambió nuestras vidas. Mi cuñado Francisco se ocupaba de una pizzería en la calle Corrientes en sociedad con un amigo. Una tarde, en la parte de atrás del local, ambos socios discutieron: los mozos oyeron sus gritos. De pronto, sonaron dos disparos, y cuando acudieron se toparon con sus cadáveres: el de Francisco tenía una Beretta en una mano.
La policía llegó a la conclusión de que mi cuñado había matado al socio por cuestiones de dinero y en el mismo momento se pegó un tiro.
Ana desconfió de esta explicación: suponía que debía haber algo pasional. Y recurrió a un detective privado, un tal Benito Tejeda, que demostró ser eficiente, pues no tardó en informarle que la esposa de Francisco andaba con el socio, y unos celos incontenibles acosaron a mi cuñado.
Al enterarme de esto, algo pasó en mi interior, me desequilibré y entré en paranoia. Como Ana, algunas veces regresaba tarde del hospital, sospeché que me engañaba.
Decidido a terminar con estos tormentos, contraté a un detective privado. ¡Cómo estaría de perturbado que acudí a Benito Tejeda!
Por supuesto que se asombró cuando le dije que debía seguir a Ana. Le di un adelanto para gastos y, eficaz como siempre, a la semana presentó su informe acompañado de fotos. En todas ellas, Ana aparecía entrando con un tipo a un hotel.
El hombre era un agente de bolsa exitoso y muy reconocido en plaza, casado y con dos hijos.
Me contuve: yo no iba a cometer ningún crimen. Sin embargo, mis rollos continuaron: ahora pensaba que tal vez Tejeda le informaría a Ana que yo sabía sobre su affaire, la que a su vez se lo diría al amante. Éste, tendría miedo de que yo pudiera comunicar su adulterio a una publicación sensacionalista o, como Francisco, cometer alguna locura. Una manera de sacarse de encima a su esposa y a mí, era matándonos y montando una tortuosa historia: éramos amantes, y yo, desequilibrado, me había quitado la vida después de asesinarla a ella”
En esa oficina, situada en la zona de Tribunales, me dedico a operaciones inmobiliarias. Cerca de allí, Ana, mi esposa, tiene su consultorio médico. Trabaja, además, los turnos de Guardia, a la noche, en un hospital privado. Estamos orgullosos de nuestro único hijo y, en principio, se podría decir que formamos una familia feliz.
Hace un año ocurrió un hecho que cambió nuestras vidas. Mi cuñado Francisco se ocupaba de una pizzería en la calle Corrientes en sociedad con un amigo. Una tarde, en la parte de atrás del local, ambos socios discutieron: los mozos oyeron sus gritos. De pronto, sonaron dos disparos, y cuando acudieron se toparon con sus cadáveres: el de Francisco tenía una Beretta en una mano.
La policía llegó a la conclusión de que mi cuñado había matado al socio por cuestiones de dinero y en el mismo momento se pegó un tiro.
Ana desconfió de esta explicación: suponía que debía haber algo pasional. Y recurrió a un detective privado, un tal Benito Tejeda, que demostró ser eficiente, pues no tardó en informarle que la esposa de Francisco andaba con el socio, y unos celos incontenibles acosaron a mi cuñado.
Al enterarme de esto, algo pasó en mi interior, me desequilibré y entré en paranoia. Como Ana, algunas veces regresaba tarde del hospital, sospeché que me engañaba.
Decidido a terminar con estos tormentos, contraté a un detective privado. ¡Cómo estaría de perturbado que acudí a Benito Tejeda!
Por supuesto que se asombró cuando le dije que debía seguir a Ana. Le di un adelanto para gastos y, eficaz como siempre, a la semana presentó su informe acompañado de fotos. En todas ellas, Ana aparecía entrando con un tipo a un hotel.
El hombre era un agente de bolsa exitoso y muy reconocido en plaza, casado y con dos hijos.
Me contuve: yo no iba a cometer ningún crimen. Sin embargo, mis rollos continuaron: ahora pensaba que tal vez Tejeda le informaría a Ana que yo sabía sobre su affaire, la que a su vez se lo diría al amante. Éste, tendría miedo de que yo pudiera comunicar su adulterio a una publicación sensacionalista o, como Francisco, cometer alguna locura. Una manera de sacarse de encima a su esposa y a mí, era matándonos y montando una tortuosa historia: éramos amantes, y yo, desequilibrado, me había quitado la vida después de asesinarla a ella”
-Hallamos al rematador despatarrado en el sillón, frente a su escritorio y con un tiro en la nuca.
-Inspector, ¿cómo localizó la libreta?
-Fue muy fácil: estaba en su caja fuerte. Lo demás consistió en interrogar a las personas allí citadas. Lo curioso es que Ana y el amante se abatataron e incurrieron en muchas contradicciones.
-Cuénteme lo del insólito asesino.
-Los amantes apelaron a un sicario. ¡Y fue nada menos que Benito Tejeda! Durante el interrogatorio titubeó como un adolescente y metió la pata. Claro, ¡era la primera vez que mataba por dinero!
-Inspector, ¿cómo localizó la libreta?
-Fue muy fácil: estaba en su caja fuerte. Lo demás consistió en interrogar a las personas allí citadas. Lo curioso es que Ana y el amante se abatataron e incurrieron en muchas contradicciones.
-Cuénteme lo del insólito asesino.
-Los amantes apelaron a un sicario. ¡Y fue nada menos que Benito Tejeda! Durante el interrogatorio titubeó como un adolescente y metió la pata. Claro, ¡era la primera vez que mataba por dinero!
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario