SE PRESENTÓ "EL CARNAVAL DEL DIABLO" DE RICARDO TEJERINA
Publicó Dunken, diciembre de 2012.
Ricardo Tejerina dijo: "Ésta, es una novela sobreviviente, que trata sobre la redención", y comparó la ficción con casos de la realidad, que siempre termina imponiéndose. |
* * *
A continuación fragmento del Prólogo de "El Carnaval del Diablo",
a cargo de Ricardo Santillán Güemes
“La actividad de la
imaginación no se parece a un dibujo estático, sino que se asemeja más a un tipo
de “juego” que incluye una sutil orquestación de sentimientos”. David Bohm y D. Peat
“El poder de la
ficción consiste en abrir la cosa para que quepa el mundo”. Luis de Tavira
La
primera frase pertenece a dos importantes físicos contemporáneos dialogando
acerca de la creatividad y la segunda a un teatrista y las elijo como recurso para prologar, si es que es
posible la acción de “prologar”, en este caso esta novela de Ricardo Tejerina.
Dentro
del campo de la creatividad se suele distinguir entre fantasía, donde todo se torna “infinitamente” posible, pero con un
peligro latente, el de perderse y enredarse en una nadería intermitente, e imaginación creadora en donde ese
fantasear se autolimita para parir una forma estética. Y esto es lo que alcanza
Ricardo pero con ciertas características que quiero esbozar y al mismo tiempo
celebrar.
Porque
el “juego” que propone Ricardo no se da en el vacío y en su “sutil
orquestación” confluyen, además de sentimientos, infinidad de ideas, valores y
otras referencias de alta relevancia.
Antes
que nada es importante destacar que el autor ejerce “el poder de la ficción”
con una fuerte convicción y haciendo uso de lo que podríamos denominar una
imaginación creadora situada. Porque
echa raíces en un territorio –Caseros, actual Partido de Tres de Febrero,
Provincia de Buenos Aires– ampliamente conocido, habitado y transitado por
Ricardo que lo resignifica con gran habilidad, lo que es sumamente meritorio en
tiempos de globalización exacerbada. De esta forma los personajes, protagónicos
o no, dan cuenta de una diversidad cultural aún presente en el citado espacio
aunque con menos conflictividad que en 1928, año clave en la novela, cuando los
tanos “cocoliches” se peleaban con los “gauchos” y el pueblo vivaba al Peludo Yrigoyen.
Asimismo
es importante comentar que estas referencias políticas e históricas se
orquestan sin esfuerzo con un entramado
poético que da cuenta tanto de los jardines en los fondos que aún hoy
pueden seguir albergando misterios de toda laya, dulces y/o amargos, como de
las complejas e intrincadas texturas del silencio y del amor.
Pero
quiero detenerme en otra acertada y bien tratada presencia a lo largo de la
novela: lo transhistórico. Porque el
autor nos introduce con maestría en esa zona transpersonal donde habitan los
símbolos vivos, por no decir lo arquetípico, lo mítico simbólico, pero no
actuando en el vacío o en un regodeo intelectual, sino en función de la intriga
y la cotidianidad de los personajes.
Como es sabido en todas las culturas del mundo se
distinguen, aún hoy, dos maneras opuestas pero a la vez complementarias de
instalarse en el espacio y en el tiempo: una predominantemente “profana” y cotidiana que tiene que ver con la
satisfacción de las necesidades básicas y, por lo tanto, está relacionada con
el mundo del trabajo (el “yugo” en la
jerga popular urbana) y otra predominantemente
“sagrada” y extracotidiana ligada a los
territorios del juego, el rito y fundamentalmente la fiesta y otras expresiones a través de las
cuales se satisfacen necesidades de otra índole: expresivas, simbólicas, de
liberación, de expansión y/o energetización. Una “otra zona” o esfera vital donde se hace otro uso y se significa de
otra manera tanto el espacio y el tiempo como el resto de los elementos
culturales, incluyendo los cuerpos que se tornan otros.
En
tiempos de Carnaval el pueblo agitado y ruidoso promueve el nacimiento y el
contagio de una exaltación que se traduce en todo tipo de excesos: en la comida, la bebida, el sexo, la danza
pero también el canto, la solidaridad y los abrazos. El Carnaval puede considerarse como un darse vuelta (Pachakuty dirían en el noroeste argentino) que
posibilita un regreso al caos primigenio
en función de recosmificar la vida. De “cargar las pilas” dirían en mi barrio
que también tenía jardines misteriosos en los fondos de las casas.
Teniendo
en cuenta todo esto es que me animo a decir que en la novela de Tejerina la
Fiesta, con mayúsculas, es casi una “presencia” protagónica, además de una
matriz cultural que facilita la parición de tramas y personajes. Y el Diablo,
porque justamente forma parte de la creencia popular el afirmar que éste anda
suelto en el espacio de tiempo carnavalero.
Pero
también me animaría a decir, sin traicionar ni adelantar ninguna clave, que hay
un choque de Diablos o de “diablitudes”. Una ambigua situación de atracción y
rechazo entre el Diablo festivo, algo así como el Pujllay del noroeste argentino y el Diablo siniestro, egoísta,
materialista, necrófilo y representante del poder a ultranza; algo así como el
llamado Familiar en el noroeste que,
sintetizando, podría caracterizarse como el Diablo de “los patrones”, esos que
niegan la vida y aman la negritud del poder por el poder mismo. Esto,
desde mi punto de vista, es otro hallazgo de la novela que incluye tal como
sucede en el tiempo de la fiesta múltiples rituales, algunos de los cuales
pueden convertirse en sacrificiales…
También
es imprescindible recalcar la relevancia que adquiere en el sostenimiento del
“mundo” creado por Ricardo una intertextualidad fresca, rítmica y sin
desmesuras. Porque sin esfuerzos en la novela se escuchan y se entrecruzan
voces potentes como las de Poe, Cortázar, Borges y más que nada la voz de un
poeta “maldito” que colabora a develar misterios desde la profundidad de lo
poético: Charles Baudelaire.
Para
terminar sólo me resta celebrar de corazón la aparición de esta nueva novela de
Ricardo Tejerina, agradecer la convocatoria a la imposible acción de
“prologar”, e invitar a todos a comenzar la lectura del texto montados en esta
frase del citado Baudelaire, porque uno nunca sabe: “La mayor astucia del Diablo es convencernos de que no existe”. RICARDO
SANTILLÁN GÜEMES.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario