lunes, 6 de octubre de 2014

RESEÑA


“El expediente Glasser”, de Violeta Balián

Por Fernando Veglia
violetaiv-copia
En 1971, en el partido bonaerense de Vicente López, Clara Glasser, una enfermera enfrascada en la rutina profesional y familiar, resulta involuntariamente implicada en un crimen silencioso y contactada por dos hermanos extraterrestres. Desde entonces y cada vez que se encuentra con ambos seres, duda de sus creencias y saberes, descubre un universo diferente y, poco a poco, comienza a involucrarse en una conspiración inimaginable. Clara sospecha que la vigilan y un “accidente” le dice que el cerco está cerrándose a su alrededor. Sabe que la información tiene un altísimo costo; desaparecer o morir a manos del enemigo. Al final, deberá tomar una dura decisión.
La autora captura al lector a través del relato negro y, en instantes, lo introduce en la ciencia ficción, alude a la problemática de los inmigrantes europeos en Argentina y a la sociedad de los ´70, aborda cuestiones de trascendencia filosófica y religiosa y tiene espacio para las experiencias paranormales. El estilo es agradable y la lectura entretenida. Aquellos que están buscando una conspiración a escala galáctica no duden en leer El expediente Glasser.
Violeta Balián, escritora, traductora e investigadora argentina, fue redactora en jefe (1994-2004) para The Violet Gazette, publicada por The American Violet Society, y colaboró regularmente con el periódico Washington Woman. Realizó trabajos de investigación académica, presentándolos en Francia y el Reino Unido a través de ponencias sobre la historia de la horticultura, la literatura y la música. En 2012 publicóEl expediente Glasser y su relato, “Rumbo a Zoar”, formará parte de la antologíaPrimeros exiliados de pronta aparición. Actualmente, colabora con la revista digitalmiNatura y vive alternativamente en las sierras de Córdoba (Argentina) y en Miami, Florida (EE.UU).

El expediente Glasser (Editorial Dunken 2012), de Violeta Balián

De Fernando Veglia p/fernandoveglia

jueves, 2 de octubre de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES



   NEOLOGISMOS
    Por Alberto Ernesto Feldman
Maureen-O-Hara
A Maureen O´Hara, la chica de “¡Qué verde era mi valle!”


Con una mezcla de tristeza y amargura
digo tristura. Y espero.
Espero que tan solo te pueda recorder,
que no es mas que recordarte con placer.

**

Y no apareces en esta nebulerda
por más que te convoco en mi memoria.
¡Nebulosa del demonio, devuelve mis recuerdos!,
que necesito formar parte de mi historia.

**

Y entonces cediendo a mis reclamos, cayendo de
un cajón de la mudanza, aparecen tu foto y tu mirada;
el cine Elite, y yo, volando por los aires, cantando.

Cantando una canción desesperada,
la de un pequeño enamorado de diez años.

**

Luego vinieron las hormonas, los juegos más concretos,
los mandatos de la especie, en fin, el Amor.
Pero desde aquel valle verde como tus ojos,
el chico que hay en mí te extraña, pelirroja,
porque…¿sabes qué?… aún sigues aquí dentro.





*Película estadounidense, año 1941

PERIÓDICO IRREVERENTES





EL FEO

Nariz III




A Raúl nunca le había gustado reconocer que era feo, pese a que era consciente de ello. Pero una circunstancia de la vida lo obligó a hacerlo. En aquélla ocasión, se había topado con una diosa griega personificada. La desbordante hermosura de Casandra, provocó que no pudiese hacer otra cosa que quedarse mirándola como un idiota. Sin poder siquiera balbucear una palabra, se quedó inmóvil frente a aquel primer plano de cabellos oscuros, tez blanca y ojos grises.

Ante semejante rendición, Casandra comenzó a abusarse de él. Con gestos de desconcierto, ella fruncía su entrecejo y sonreía con picardía. Pese a su cruel acto, dicha sonrisa seducía y conquistaba más y más al muchacho. Decía entonces que fruncía su entrecejo, sonreía y, con dos dedos de su mano derecha, apretaba la nariz de su víctima exclamando: “¡Qué horrorosa nariz! ¡No sólo es demasiado extensa sino que además tiene una enorme joroba en el centro!”. Luego, sin soltar la nariz, tiró con su otra mano de los labios inferiores para poder examinarle los dientes. Allí, la bella Casandra, dio otra clara señal de sorpresa al abrir bien grande sus dos perlas grises, soltar una carcajada y dictaminar: “¡Dios mío! ¡Qué asquerosos dientes: manchados, cariados y desparejos!”

Para ese entonces, Raúl había bajado la mirada porque las ganas de llorar lo podían. Pero Casandra, en su perfecta maldad, lo tomó de los extremos de sus orejas y violentamente las jaló hacia arriba. Entonces sentenció: “¡Largas como las de un murciélago y sucias como nunca en mi vida he visto!”. Allí, habiendo logrado que Raúl la volviese a mirar a los ojos, dibujó en su rostro una mezcla de risa con llanto. Y esto se debía a que había llegado a una verdad absoluta, y ni ella ni nadie podían ya negarlo. Era una realidad que la apenaba, la maravillaba y la sorprendía a la vez. Entonces con completa convicción exclamó: “¡Sos el tipo más feo que ha de existir sobre la faz de la tierra!”.

La muy sensual jueza no salía de su asombro, en tanto que Raúl, ya no pudiendo contenerse, lloraba desconsoladamente como un niño.

Para terminar de desmoronar completamente al pobre feo, sólo hacía falta un último golpe. Y fue llevado a cabo a la brevedad. Casandra quitó sus manos de las orejas y, en un movimiento seco y veloz, le arrancó todos los botones de la camisa. Le penetró el pecho con una mirada, y, sin importarle la multitud de transeúntes que los habían rodeados estupefactos, le gritó: “¡Qué horror! ¡Estás cubierto de pelos! ¡Pareces un animal!”.

Raúl estaba aniquilado, ya no sabía si llorar, pedir por misericordia a sus espectadores, salir corriendo o arrojarse al piso y adoptar la forma de un feto.

Fue en ese preciso instante cuando, entre llantos propios, carcajadas de terceros y dedos que lo apuntaban, sintió unas tibias manos posándose sobre sus mejillas. Procuraban calmarlo y reubicarlo frente a la perfecta Casandra. Ella, sin soltarle las mejillas, al susurro de un apasionado: “Te amo…”, lo besó en los labios larga y profundamente…

Los espectadores, emocionados, lloraban y aplaudían…




* José Manuel Ramallo, premiado escritor pergaminense.


                                                                           * * *





PERIÓDICO IRREVERENTES





EL ÚLTIMO ADIÓS ES EL QUE NO SE DICE


Mujer conduciendo


Se levantó, con ademán seductor separó mi silla de la mesa. Se inclinó y acomodó sobre mis hombros el impermeable rojo.

Caminamos entre las mesas hacia la salida. En la puerta, retrocedió y me cedió el paso.

Abrió el paraguas y avanzó cercano a mis pasos, paralelo al cordón de la vereda.

Cuidadoso, sorteó las baldosas flojas y los charcos para que yo no los pisara.

En la avenida, la luz amarilla titilaba, esperó a que me adelantara y tomándome del brazo me impulsó con suavidad. El roce de su cuerpo era tibio. Cruzamos.

En el estacionamiento entregué el ticket en la caja; él, con un gesto inmediato detuvo mi intención. Pagó.

Saqué las llaves de la cartera y se las di. Él abrió el auto, subí.

Estiré las piernas sobre los pedales, coloqué la cartera junto a mí, me crucé el cinturón sobre el pecho, puse la llave. Bajé la ventanilla.

Inclinando apenas la espalda, acercó su cara a la mía, sonrió sobre mi boca, y me besó. Cerró la puerta.

Puse en marcha el motor, giré el volante, miré por el espejo retrovisor.

De pie, en la esquina, se fue empequeñeciendo mientras avancé por la avenida.

Un encuentro perfecto, pensé al entrar en la autopista.





Con un sensual movimiento de piernas se separó de la mesa y dejó que le corriera la silla. Acomodé sobre sus hombros el impermeable azul. Tragué el perfume que llegaba desde su nuca.

Caminando detrás de mí, entre las mesas, sentí los tacos de sus zapatos en un ritmo menudo.

Al llegar a la salida, sostuve la puerta y ella bajó el escalón hasta la vereda.

Esperó a que abriera el paraguas y ajustando sus pasos a los míos, avanzó, evitando las baldosas flojas y los charcos que yo le indicaba.

En el cordón, la luz amarilla titilaba; tomé su brazo, sentí el roce tibio de su cuerpo a mi costado. Cruzamos.

Frente a la caja del estacionamiento abrió su cartera y sacó el ticket. Con un gesto detuve su intención. Pagué.

Sacó las llaves de su cartera y me las dio. Abrí el auto y ella, en un movimiento elástico, se sentó al volante.

Estiró las piernas sobre los pedales, dejó la cartera junto al asiento, se cruzó el cinturón sobre el pecho, puso la llave. Bajó la ventanilla.

Antes de cerrar la puerta, me incliné. Sobre su boca sonreí. La besé. Puso en marcha el motor, giró el volante, miró por el espejo retrovisor.

De pie, en la esquina, la vi avanzar, empequeñeciéndose en la avenida.

Un encuentro perfecto, pensé cuando entró en la autopista.


                                                              * * *

miércoles, 1 de octubre de 2014

EL NOCTURNO

El Nocturno, en literatura, es un género de la lírica y de la prosa poética, desarrollado por el Romanticismo y luego por el Modernismo.
Se desenvuelve dentro de un estado solitario, melancólico, casi triste y por supuesto, en las horas de la noche donde el disparador es la inquieta penumbra, los murmullos del silencio, el abandono, la distancia.

El Nocturno no debe confundirse con el Triste, subgénero de la lírica que refiere a todo poema de lamento evocando aquello que se ha perdido, la patria, el amor, la ilusión, la juventud, etc. En la poesía española suelen figurar también como Elegías, tales son las famosas Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca y Negra Sombra de Rosalía de Castro.








RUBÉN DARÍO


Silencio de la noche, doloroso silencio
nocturno… ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas…
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta…
Ha pasado un transeúnte…
Ha dado el reloj tres horas… ¡Si será ella!...




KOSTANTINO KAVAFIS


El cuarto era pobre y vulgar,
oculto en los altos de una taberna equívoca.
Desde la ventana se veía la calleja,
sucia y estrecha. Desde abajo
llegaban las voces de algunos obreros
que jugaban a las cartas y que se divertían.
Y allí en la cama humilde, ordinaria
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
voluptuosos y rojos de la embriaguez -
rojos de tal embriaguez, que también ahora
cuando escribo, ¡después de tantos años!,
en mi casa solitaria, me embriago nuevamente.



                                                              ROSALÍA DE CASTRO


Una sombra tristísima, indefinible y vaga
Como lo incierto, siempre ante mis ojos va
Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
Corriendo sin cesar.
Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo
Al ver su ansia mortal,
Que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.





JOSÉ ASUNCIÓN SILVA


A veces, cuando en alta noche tranquila,
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas a otros lugares,
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
y en gótico castillo donde en las piedras
musgosas por los siglos, crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora!

¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan sus manos!





LEOPOLDO LUGONES


Grave fue nuestro amor, y más callada
aquella noche frescamente umbría,
polvorosa de estrellas se ponía
cual la profundidad de una cascada.

Con la íntima dulzura del suceso
que abandonó mis labios tus sonrojos,
delirados de sombra ví tus ojos
en la embebida asiduidad del beso.

Y lo que en ellos se asomó a mi vida,
fue tu alma, hermana de mi desventura,
avecilla poética y oscura
que aleteaba en tus párpados rendida.



JULIO CORTÁZAR


Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.



                                                                            * * *








DIAPASÓN



Sensual amor la música contagia
en una estancia ajena.

Encendido diapasón penetra las paredes 
de mi celda 
y celebra itinerarios en plenitud. 

Vuela en círculo 
por el mapa aéreo del deseo. 
Aterriza, emerge, despega, 
se extiende al latir de las fronteras, 
ejercita caída libre, navega cielos. 
Cursa la osada altitud del alma. 
En zigzag 
baja un palmo 
y sobrevuela, 
el hollado aeropuerto de mi cama. 





M.R.-C.
Pasos desnudos (2012)
Poesía Congregada Editorial Dunken



Imagen: INTERNET

NOCTURNOS






Cuando la casa queda a oscuras

                                 Por Pablo Emilio Palermo

Cuando la casa queda a oscuras, las cosas que me son luz pierden su fraternal figura.
Cuando la casa queda a oscuras, los libros de mi biblioteca son bultos apenas distinguidos por la luz que viene desde la calle.
Cuando la casa queda a oscuras, la cocina es un negro recinto ocupado por sillas huérfanas, vacío de voces amadas.
Cuando la casa queda a oscuras, mi té azucarado no deleita mis sentidos. La taza es sombra de taza ubicada en la alacena.
Cuando la casa queda a oscuras, yo me refugio entre sábanas y colchas, como si tuviese miedo, como si me escondiese de algo.
Cuando la casa queda a oscuras, mis amigos están lejos. Sin ellos, la sensación de abandono punza más.
Cuando la casa queda a oscuras, Buenos Aires pierde sus balcones, ignora los parques, las plazas no existen. La mesa del café es encierro.
Cuando la casa queda a oscuras, vuelven a la casa las palabras de la Escritura: “y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”.
Cuando la casa quede a oscuras, estas líneas no podrán leerse. Esperarán el día. Para saber de mis temores cuando, nuevamente, la casa quede a oscuras.



Pablo Emilio Palermo (Buenos Aires,1967)
Historiador, articulista, escritor.



Imagen: INTERNET

POÉTICA GALEGA


NOCTURNOS






DESERTO



Ollasme con ollos recortados de molicie,
lentos de desexo, esgrevios pola chaira do meu corpo.
Extraviados nunha mensaxe en Morse
que non entendo.

Perdidos no punto crucial da fronteira
naque deixa de ser patria e ter bandeira
ista carne mortal que cobertoirame.

Ollasme sen ollarme,
rutineira cobiza de dozura,
crónico bocexo. E detrás dos teus ollos,
arrebólase
outra mirada cega.

Deserto infindo de infindos ollos baleiros, que non ollanme.







DESIERTO


Me miras con ojos recostados de pereza,
lentos de deseo, escarpados por la llanura de mi cuerpo.
Extraviados en un mensaje en Morse
que no entiendo.
Perdidos en el punto crucial de la frontera
en que deja de tener patria y ser bandera
esta carne mortal que me recubre.


Me miras sin mirarme,
rutina avara de dulzura,
crónico bostezo. Y detrás de tus ojos,
se aventura
otra mirada ciega.

Desierto infinito de infinitos ojos vacíos, que no me miran. 









DESARRAIGAMENTO



Teño o pé lixeiro para empuxar ao mundo.
Na biqueira do zapato, a balanza da vida
e nada pesan os meridianos. As augas.
As montañas. A eternidade.
Un dedal o mundo, na punta do meu zapato.

Máis,
traspelo na túa escenografía.
En teu cosmos de distancias.
E esmágame o peito, a túa ausencia.




DESARRAIGO



Tengo el pie ligero para empujar al mundo.
En la puntera del zapato, la balanza de la vida
y nada pesan los meridianos. Las aguas.
Las montañas. La eternidad.

Un dedal el mundo, en la punta de mi zapato.

Pero,
trastabillo en tu escenografía.
En tu cosmos de distancias.
Y me aplasta el pecho, tu ausencia.


M.R.-C. 
Luz de Raizame 
Poemario Derechos Reservados (2013)