FINAL
Es seguro que no llevaré anteojos
-no son necesarios para cruzar lo invisible-.
Tal vez,
oiga alguna lágrima respirada en voces amorosas.
Siempre hay cortejos de amor
en cada despedida.
Mientras llega la noche por la calle más estrecha
a destiempo,
he de beber mi vida.
Sin embargo,
en el instante del Apocalipsis,
cuando el cuerpo se abandona,
me ha de subir un dulzor hasta la boca
para darme esa última sonrisa
-pálida y geométrica-,
que a todos tranquiliza.
María Rodríguez-Cazaux
Imagen Internet
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