lunes, 18 de junio de 2018

FERNANDO VEGLIA








Entrada nueva en Fernando Veglia


En el territorio de Morada Negra, al borde de un hilo de agua, había un pequeño asentamiento de hormigas exteriores. Vivían bajo piedras, recogían granos, enfrentaban depredadores e inclemencias climáticas, y eran admiradas por su fiereza en batalla.
Hacía mucho tiempo que usaban las rocas como hogar; no podían adaptarse a las estrechas y oscuras galerías, ni a las intensas relaciones sociales y laborales. Conservaban el asentamiento a cambio de un tributo mensual y jóvenes que enviaban al servicio militar.
Gozaban, al igual que sus ancestros, de la vida campestre y del ocio. Sus objetivos eran obtener abundantes granos, alejar las amenazas y asegurarse un lugar entre las piedras. Las más ambiciosas emigraban al hormiguero, convirtiéndose en obreras o militares.
Ilei, una joven hormiga exterior, trabajaba en el campo acarreando pesados tallos, colaboraba en la defensa haciendo guardia por las noches y ocupaba el tiempo libre aprendiendo antiguas tradiciones e historias.
Acopiaba, junto con otras compañeras, granos para pagar a un instructor de  Morada Negra y aprender modernas técnicas de recolección. Estimaban que esos conocimientos harían que el agotador esfuerzo rindiese el doble. Pero el proyecto no fue concretado; Morada Negra reclamó el tributo y a los jóvenes para enfrentar a los invasores de Nueva Morada Roja.
Ilei y sus compañeros marcharon siete días, a través de la sofocante aridez, hasta llegar al hormiguero. Acostumbrados a vivir al aire libre, los sorprendió la oscuridad de las antiguas galerías y  la enorme e inquieta población.
La breve instrucción militar no fue un reto; eran fuertes, hábiles con las mandíbulas y capaces de sobrevivir en la adversidad. El grupo de hormigas exteriores, destacándose entre los de su clase, fue convertido en un pelotón de defensa exterior y enviado, al mando del capitán Sial, a proteger la “Boca del infierno”.
Ilei, la noche previa a viajar hacia el  temible destino, estaba inquieto, no podía dormir. El cielo oscuro, roto en miles de estrellas, no lo cobijaba, ni siquiera la familiar brisa seca podía contenerlo.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Despierten! –susurró Ilei.
-¿Qué sucede? –preguntó Lail, fastididado.
-¿Qué quieres, Ilei? –preguntó Aim, sobresaltado.
-¿No les parece extraño que, en menos de un mes, nos envíen al frente? –soltó Ilei, preocupado, como si fuesen víctimas de una conspiración.
-¿No confías en lo que aprendiste? –preguntó Aim, cansado.
-¡Compañeros, Ilei tiene miedo! –exclamó Lail, burlándose abiertamente.
-Tonto, crees en toda apariencia. Sé que somos mejores que el resto... Pero no sabemos nada de la guerra... –espetó Ilei a Lail, dejándolo sin palabras.
-¡Vamos, Ilei! ¿Qué necesitas saber para utilizar tus mandíbulas como armas? ¿Para arrojar una munición de insecticida y esconderte bajo tierra? –protestó Aim.
-Es cierto, son cosas fáciles de aprender –coincidió Ilei.
-¿Entonces? ¿Tienes miedo? –preguntó Lail, seriamente, sabiendo que la cobardía era mal vista entre las hormigas exteriores.
-Es que no somos soldados ¿Por qué no envían a los guardianes de las reinas o a los veteranos? Presiento que iremos a una trampa –respondió Ilei.
-¿Qué dices? El instructor dijo que las hormigas rojas son cobardes, temen a nuestras mandíbulas, y que el gran Moi tiene todo planeado para vencer –retrucó Aim.
-¿En tan poco tiempo confías en las hormigas negras? Si el enemigo fuera cobarde y Moi un genio militar, no hubieran perdido Morada Violeta ¿Olvidaste cuando los soldados anunciaban a los caídos de nuestro asentamiento? –preguntó Ilei, indignado.
-No lo olvido y tampoco niego la pérdida de Morada Violeta. Tú olvidas que a Morada Violeta la protegían las Moradas Unidas y esta vez nos atacarán unas pocas moradas… -protestó Aim.
-¡No puedo creer lo que dices! ¡Piensas como una hormiga de hormiguero! ¿Todos piensan igual? –preguntó Ilei, observando las cabezas de sus amigos, penetrándolos con la mirada.
- Aquí hemos ganado un lugar como pelotón de defensa exterior y hemos sido bien tratados. No veo engaño alguno. Debemos combatir para conservar nuestro territorio. Obedecemos lo que nos mandan y regresamos…-respondió Aim, tajante.
-¡Seremos los primeros en morir, al igual que nuestros ancestros! –gritó Ilei, enfurecido.
-No desesperes, Ilei. Es el precio que pagaremos para que nuestra comunidad siga en pie –dijo Aim, restándole importancia al dramatismo de su compañero.
-¡Deja de infundirnos miedo! Por tus caprichos hemos acopiado una enorme cantidad de granos en vano, persiguiendo el absurdo sueño de contratar instructores ¡Si tanto amas la comunidad, muere por ella! –espetó Lail.
-¡Lail está en lo cierto! ¡Honraremos nuestro destino! –añadió con orgullo Aim.
-¡Son todos unos necios! ¡Moriremos injustamente! –sentenció Ilei, perdiendo sus sentidos en la oscura noche, en un horizonte invisible e indescifrable.
-¡Callen idiotas! Sial u otro oficial escuchará los gritos, castigará a unos y hará matar por traición a otros –intervino Qor, regañando al grupo, harto del debate, de un absurdo irremediable.
-¿Por qué debemos cumplir las órdenes de Moi? Sabemos que marchamos a la muerte –insistió Ilei, dirigiéndose a Qor, necesitaba hacer un aliado.
-Ilei, las hormigas marrones contradijeron a Moi y acabaron diezmadas. En nuestras decisiones descansa el futuro de las exteriores. Honraremos semejante responsabilidad permitiendo que otros nos sucedan –respondió Qor, paciente, esperando acabar con la conversación.
-Quisiera hacer algo… -musitó Ilei, impotente, solo.
-¡Escuchaste la voluntad de todos! ¡Si hablas con Sial, en nombre del pelotón, te denunciaré por traición! ¡Calla y duerme! –ordenó Aim.
Al día siguiente, capitán y soldados llegaron por un sendero exterior a la “Boca del infierno”. Observaron el accionar de los voladores enemigos y cada una de las galerías subterráneas, aprendieron a camuflarse entre las rocas y a espiar la base de Nueva Morada Roja, y ocuparon la colina que debían defender.
El capitán Sial sabía que el entrenamiento no era suficiente, hacía lo posible para que el pelotón permaneciese calmado ante los patrullajes de las hormigas negras y los impunes ataques aéreos sobre la entrada. Comprobó que las hormigas exteriores eran extremadamente fuertes e infatigables, lamentó que ninguna fuese soldado.
A medida que los días transcurrían, la intensidad de las operaciones de ambos bandos aumentaba. Las patrullas de Nueva Morada Roja penetraban las líneas defensivas en busca de información y los defensores las emboscaban, causándoles muchas bajas. Las patrullas de Morada Negra rondaban la base enemiga, sin atreverse a atacarla, aguardando el egreso masivo de soldados para dar el primer alerta al resto del ejército. Moi, sabedor del poder militar de su adversario, dispuso no atacar la base, concentrando los recursos y esfuerzos en la defensa. Supuso que podría negociar una honrosa paz y mantener el liderazgo en el Concejo.
El capitán Sial oteaba el horizonte en busca del mensajero. Estaba preocupado, hacía dos días que su posición no era bombardeada y que no veía pelotones enemigos. Suponía que un ataque masivo estaba gestándose y que su responsabilidad sería contenerlo.
Lamentaba no poder comunicar a los altos mandos militares las proezas de sus soldados, aniquilando fuerzas que los superaban en número, resistiendo bombardeos bajo tierra y cubriéndose las espaldas como compañeros. Sin embargo, el pelotón fue conocido entre los defensores con el nombre de “Infernales”. Los rumores decían que la muerte de Aim los envileció; no tomaban prisioneros.
Ilei y sus compañeros descansaban fuera de los escondites, quejándose de las heridas y calentado sus cuerpos al sol. Esperaban que el mensajero ordenase el merecido descanso, que un pelotón de reserva los sustituyese.
-Estoy entumecido. Quisiera que llegue nuestro reemplazo. ¿Qué ha dicho el capitán? –preguntó Ilei, inmóvil, dejándose acariciar por el sol.
-No lo sé… Anoche, dijo que posiblemente nos releven. Hace tantos días que dice lo mismo…-respondió Oim, desganado.
-Nunca lo harán. Moriremos aquí. –sentenció Lail, inmutable, como si le hablase al paisaje árido.
-¡Vamos, Lail! ¿Ni siquiera puedo pensar en salir con vida? –protestó Ilei.
-No discutan en vano. Han reñido todos los días por nimiedades, parecen larvas –interrumpió Oim, regañando a sus compañeros. La tensión era intolerable, todos intuían una gran avanzada enemiga.
-¡Sí! ¡Callen de una buena vez! He perdido una antena y tengo un corte en la cabeza ¡Quiero silencio! –protestó Qor, irritado.
-¡Calla tú! ¡He perdido una pata trasera! Merezco respeto ¡Puedo decir lo que me plazca! –protestó Lail, desafiante. Varias veces había reñido con Qor por nimiedades.
-¡Basta, Lail! De alguna manera, todos estamos heridos. Necesitamos silencio –pidió Oim, intuyendo una pelea.
-¡No me callaré! ¡Ilei comenzó la discusión! ¡Él es el culpable! –señaló Lail.
-¡Basta! ¡No hablaré! ¡Quisiera que te trasladen al hormiguero para que sane tu pata y no escuchar tus horribles pronósticos! –gritó Ilei, dispuesto a enfrentar a Lail.
-¡Basta de tonterías¡ El capitán está descendiendo –anunció Aik, era el reemplazo de Aim y aún no lo aceptaban sus compañeros. Siempre permanecía al margen de las peleas grupales.
-¿Puedes verlo? ¿Qué supones? –preguntó Qor, ansioso.
-No lo sé… -susurró Aik, no podía penetrar en la expresión fría de Sial.
El capitán descendía ligeramente, sin demostrar nerviosismo o apuro, seguro de sus movimientos. Era de suponer que sería un día ordinario, rechazando exploradores, soportando los bombardeos de los voladores.
-¡Pelotón! ¡Atención! Hemos sido honrados con el deber de defender la colina hasta las últimas consecuencias. La vanguardia reveló que todo el ejército enemigo ha salido de la base con rumbo a la “Boca del infierno”. En menos de una hora combatiremos… -anunció Sial, impertérrito.
-¡Es una insensatez! ¡Somos pocos! –protestó Ilei ante el capitán. Solía protestar ante cualquier oficial y nadie osaba regañarlo. Decían que un cabo había intentado fastidiarlo por derrotismo, pero que desistió cuando Ilei lo forzó a permanecer dos días en el pelotón. Su bravura le permitía decir lo que quisiera, incluso lo que conduciría a un soldado raso a un tribunal.
- ¡Calla, cobarde! –interrumpió Lail.
-¡Silencio! Combatiremos replegándonos. No habrá lucha cuerpo a cuerpo, solo usaremos las municiones y esparciremos granos envenenados al pie de la colina ¿Entendido? –ordenó Sial, observando a su pelotón, la mayoría estaban heridos y era probable que no sobreviviesen. En varias ocasiones, las hormigas exteriores le habían salvado la vida, sentía que estaba en deuda y no llevaría a cabo las órdenes del alto mando a rajatabla.
-¡Sí, señor! –corearon los soldados.
-¡A trabajar! ¡Rápido! –ordenó Sial.
Los soldados, sin dudar un instante, obedecieron y en menos de quince minutos las defensas estuvieron preparadas.
El tiempo jugó con las ansias del pelotón hasta que el capitán ordenó subir a la cima. La vista era aterradora; una inmensa marea roja tapizaba la aridez destruyendo defensas. El temor los asaltó ante el imparable ataque, sin embargo nadie abandonó su puesto.
La lid era inminente. El enemigo había tropezado con los granos envenenados y subía dispuesto a apoderarse de la colina. El capitán Sial, temiendo que los rodeasen, ordenó arrojar el insecticida y ceder la posición. Durante la retirada perdió, contando muertos, capturados y desertores, un tercio del pelotón. Logró llevar a sus soldados a otra colina, reforzar la defensa y combatir unos instantes, pero el poderío militar de Nueva Morada Roja lo obligó a retroceder nuevamente.
Huyeron hasta que no hubo salida. La mayoría depuso las armas entregándose al enemigo. Ilei murió socorriendo al cojo Lail. Oim y Qor fueron capturados y el capitán Sial falleció intentando detener lo inevitable.
Los célebres “Infernales” y una generación de jóvenes perecieron como si nunca hubiesen nacido.
***
Continuará… Próximo capítulo: “Misión cumplida”

Fernando Veglia
Novelista, articulista y reseñista, nacido en 1979 en la Ciudad de Buenos Aires.

Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales.






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