CUENTO
Aquel
anochecer me había asomado a la ventana mil veces. Mil veces hasta que tu
sombra dobló la esquina y tus pasos subieron las escaleras.
Apenas
entraste, con las llaves apretadas aún entre tus dedos, pensé contártelo, pero
no pude. Ni siquiera puedo hoy explicarme por qué no te lo dije.
Tal vez
lo sepas ahora, y desde la distancia que nos une hasta sientas lástima por mí.
Porque
estoy en el peor lado; aún peor que en el de la traición, en el de la cobardía.
En esta
baldosa estrecha que piso sin poder sacar los pies de ella, porque el mundo no
vale la pena ya caminarlo.
Recuerdo
que mientras caía la noche, esperé que llegaras sentado en el borde del sillón
del living. Una sed de fuego me subía por el pecho y fui hasta la cocina.
La radio
sonaba como si un megáfono estuviera dentro de ella. Una canción insoportable
me partió la cabeza. La misma que vos acostumbrabas a tararear como si la radio
necesitase tu voz para ser radio.
La
apagué, un silencio desconocido resbaló por mi cuerpo. La sed era ahora una
sensación viscosa, que apenas me molestaba.
Volví al
living; en la penumbra, cerré los ojos para volver a verte. Para verte como te
vi por primera vez. Una figura inquieta, de pasos ligeros, como el tintineo de
tu pulsera de dijes, que se percibe mucho antes de ver la mano.
Y esa
pulsera de dijes era tu risa. Una risa libre de protocolo. Fresca y llana,
invadiendo sin permiso los espacios, como si reír fuera tu derecho en un mundo
donde las caras parecían máscaras sin boca.
Tal vez
por eso, fue que vi tu risa antes que tus ojos o tu pelo, o tu cuerpo. Tu risa
estirada sobre los dientes, ahuecada en la boca. Te vi a vos, pero seguida del
eco desnudo de tu risa.
Nunca lo
entendiste, nadie se enamora de una risa, decías riéndote. Tenías razón, nadie
se enamora de una risa, y yo nunca pude hacerte comprender que yo era nadie
antes de oír tu risa. Y vuelvo a ser nadie, ahora, hoy, ayer, mañana, desde el
mismo instante en que tu risa, como siempre, despreocupada, irreverente, cruzó
la esquina de un bar cualquiera.
Un bar
cualquiera, en cualquier esquina, atestado de gente. Un lugar como tantos, con
mesas en las veredas y toldos de colores.
Un lugar
de encuentro de parejas enamoradas, que se buscan a la salida del empleo, y se
estiran sobre los manteles cuadriculados para besarse. Y allí, tu risa.
Inconfundible.
Tu risa
partida, fragmentada, deteniendo el ruido del tránsito y la rutina de los
mozos. Tu risa acallando todas las voces, opacando las luces de neón.
Tu risa
haciendo que ahora todo, fuera nada.
No sé si
me detuve, o si la rutina me llevó hasta la puerta, puso la llave en la
cerradura y mis pasos me dejaron entre las paredes.
Tal vez
hasta haya caminado sobre el eco de tu risa, sin vida propia.
Cuando
llegaste yo estaba todavía en la penumbra del horror.
Con los
pedazos de tu risa en mi cabeza, vi como después de cambiarte preparabas una
salsa en la cocina. Ponías el mantel sobre la mesa y una fuente ovalada. Vi
como te sentabas frente a mí, partías el pan y bebías en la copa un vino dulce.
Vi tu
servilleta replegada en el regazo y los codos apoyados en el borde de la mesa.
Tu boca
masticando y tu frente inclinada, apenas borrada por el humo que subía desde el
plato.
Pero no
vi tu risa. Ni siquiera la sombra de tu risa en el pliegue de tus labios.
Ni el movimiento
lento de tu cuello para darle paso, como si fuera un dique, a tanta como era.
Risa más risa, atropellada.
Esa
noche, te dormiste sin saber que yo sabía.
Nadie me
lo había dicho, no necesité anónimos ni llamadas telefónicas para descubrir el
engaño.
Ninguno
me acercó la duda, la inquietud, con acento hipócrita, compasivo, como al
pasar. Nadie, sólo tu risa. Justamente tu risa. Impiadosa.
Tal como
había sido desde el momento en que nos conocimos, llegando sin aviso y sin
fronteras, como el tintineo de tu pulsera de dijes.
Dormías
con los brazos estirados, la cabeza doblada sobre el pecho, un pie alejado de
la sábana.
Iba
entrando por la ventana un color rojizo cuando pasé sobre la bata que, caída en
la alfombra, parecía una ola arrugada y con las dos manos apreté la almohada
sobre tu risa.*
M.R.-C- * Derechos Reservados (2010)
"De amores y desamores"
Editorial Dunken - 2010
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