martes, 2 de octubre de 2012

COBALTO DE CRISTAL EN GALLAECIA



Se apropia mi memoria de la lumbre
que en la tarde de mayo trae el día
sobre la piedra gris de la lareira.

Cerrado ulular que brisa lleva
a pasos de verdor por corredoiras
y reposa un momento bajo el valle
donde la ría alarga su caricia.

Bajo los cielos una llovizna muída anida
en romano soportal, rumor de pombas,
como pañuelos a galope en mar de ausencia.

De allí viene todo este palpitar que teje sueños
como un ovillo que desata la palabra
en voz y alma, con son de misma lengua.

Y surge única y total, y desplegada
por los mundos que promete el Finisterre
vacía de otras letras y otros signos.

No necesita nada más que ser la nuestra
para vivir por siempre.

                                                                      * * *

             
           El escritor, traductor y cineasta Paul Auster, escribe el poema S.A. 1911-1979, "Desde la pérdida. Y desde una pérdida tal/que saquea la mente incluso hasta perder la mente..." a partir de una “idea sin rima ni razón” y esperando “como si la primera palabra/ viniera sólo después de la última, / después de una vida / esperando/ la palabra que se perdió”.

            Con intención de hallar desde la pérdida esa última palabra que se guarda, esa palabra que mutila la mente, quise imaginar las palabras que los emigrantes guardan como tesoro encerrado frente al paisaje que se abandona. 
            Esa palabra huérfana del sonido coloquial que acompaña la íntima confidencia. El murmullo final de despedida, la sensación personal, propia, infranqueable, que rodea al que exilia el cuerpo pero deja el alma. 

           No pude encontrar (aún preguntando a personas muy cercanas) cúal había sido esa palabra, primero y último vocablo en la pérdida.
          Coincidían todos en el perfume de llovizna tenue, ese aroma húmedo del surco cultivado, el color del cobalto de la piedra erosionada, o el azulino cristal que cubre a Galiza al caer el día. Un sonido, un olor, un color - dijeron -, pero no una palabra.

          Muchos de ellos partieron a pleno sol, en mediodías de veranos agobiantes, pero remembraban el cielo como si fuera casi nocturno, ese instante del serán al regreso de la labranza. Otros habían embarcado desde puertos catalanes o andaluces, sin embargo, sus ojos contemplaban las aguas de Vigo y a lo lejos, las bellas Islas Cíes.
          
          La mayoría confesaba recordar el aire, los rincones propios, las huertas. El asilo de abrazos de abuelos y padres ya enterrados. Aquellos espacios donde su niñez trouleaba.  Las campanas, las fiestas, los murmullos de los rezos, las risas, el llanto. 
          Pero ninguno tenía presente la última palabra pronunciada. Ni los que quedaron horas frente al océano mirando la línea del horizonte, ni los que partieron escapados, ni siquiera los que hicieron escalas volando en aviones de Pan-Am.

          Supe entonces, que la palabra que nace después de la vida y a la que apunta el talentoso poema de Auster,  puede ser posible en otros mundos humanos, pero no para el mundo gallego. 
         No para los que, en un silencio de ahogo, pronunciaron - sin decirla - la palabra que llega después de la vida. Entendiendo como "vida después de la vida", los espacios que debe rescatar  y contener su "ser galego". Su interior en otra patria.
         
           Tal vez, porque la primera y la última, sea la misma que late, siempre, sin traducción posible, única, eterna, en el silencio más profundo de nuestra identidad linguística. Aquela que, soamente na nosa lingua, cóllese ó significado.

"A DERRADEIRA PALABRA"  - Emigración 1940-1960 (Fragmento)
Derechos Reserv. M.R.-C.

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