miércoles, 9 de mayo de 2012

MIENTRAS CAMINAS HASTA EL MICROCENTRO

 Temprano, la mañana contra el reloj 
en duermevela y volver a verse
 como llegando desde Ítaca al espejo.
Después, se pierde la restante
cuerda del tiempo repitiendo
la gimnasia de vestirse apresurado.
Al salir, la vereda duerme todavía
de luz anochecida en los portales,
esa pátina fría y mortecina
que tiene la alborada avanzando
sobre la cara de nuestro Buenos Aires.
El colectivo, el subte, la llegada al bar.
El café que se bebe paseando los ojos
sobre los otros ojos en escuadra inclinados
por el goce inconfesado de los sueños.
Envueltos en la misma cotidiana oferta
todos tragan el sabor impersonal
de la rutina somnolienta.
Cruzar la Plaza en diagonal
y a la derecha, doblar dos metros,
subir once escalones.
Saludos sin mirarse, sin siquiera
innovar los repetidos gestos de oficina.
Los mismos pasos. El mismo decorado
entrando por el ancho ventanal metálico.
Costumbre sin alteraciones
mientras caminas hasta el Microcentro
y te metes en escenografías
deshabitadas de todo conato de amor.
Para vivir tu día, rígido, concreto, analítico,
sin que sientas,
la necesidad de pensar en mí. Ni un momento.

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