PATIO
DE ATRÁS, de María Amelia Díaz
Tarea harto ambiciosa reseñar una obra de María Amelia Díaz. Su escritura propone dinámicas lecturas y acredita diferentes enfoques, otorga multiplicidad de criterios, expone un acertado manejo del vocabulario rioplatense –por momentos dialogante y confidencial– y una armonía impecable para sostener en el escenario figuras poéticas y mensaje.
En la geografía de Patio de atrás transcurre un sentido de
pertenencia que dispone paralelos con el significativo interior, el hogar la casa los recoge con dulzura, padres hijos nietos, //y los que marcharon
obligados hoy están presentes, apenas
a pasos de ese carmen de césped y pedacito de cielo, simbolismo
avant la lettre.
En el afuera de ese interior doméstico, torre maciza, se abre un microcosmos de colores, trinos,
aromas; universo que la autora quisiera vestir -y desvestir- de la manera más
aguda si mis palabras fueran, si tuviera palabras
luminosas para anunciar este cielo desnudo, bruñido, vidrio iluminado, en referencia
a aquellas que permanecen no por breves instantes de vuelo, tras una
inspiración, sino germinadas en fruto y flor y pueden tocarse, asirse y
guardarse plus ultra del verso.
Remontándose a un tiempo nunca
dejado, infancia, mi risa pequeña atravesaba
el aire (XXXII) donde cruzaban los duendes y las constelaciones del zodiaco
(XXVIII), juventud, temprano,
mientras la mañana salía a recibirme, con el guardapolvo blanco doblado bajo el
brazo y las ganas de cambiar el mundo desde una inocente pizarra (Poema XX)
hasta el presente batallar, el patio goza de imágenes en dinámico avance, bailes,
amores, lejanías, pérdidas, proyectados todos ellos en una escenografía donde
hasta las cerámicas parecen percibir los pasos que sobre ellas se dieron/se dan.
La vida cotidiana, las
celebraciones la casa huele, olió a pan dulce
y a lechón adobado, y en la mesa del patio, cubierta con mantel de fiesta, se
mezclan sin complejos las botellas de sidra y de champagne rosado; el ocio,
la reflexión, las reconciliaciones la
familia se encuentra se encontró después de las desavenencias (XIV); el disfrute, los insomnios las
inspiraciones que pronostican las lecturas me
sirvo un libro de poemas. Y leo (XXX), los escritos en torno al dialecto de
la naturaleza en notable disposición de tiempos de verbo donde el presente no
deja de enlazarse con el pasado.
Poemas de fino sensualismo, como
si el patio se abriera a los secretos del gineceo, el pétalo sumiso de una amapola labio pintado de rojo que besa la
mañana una gota de rocío tiembla (IV) // primero lució un tenue camisón de lilas quebradizas hasta que el sol
vino a vestirla toda ella de raso amarillo. Así está ahora, luminiscencia
dorada, tumbada en el patrio como una muchacha con los ojos cerrados abre los
brazos para que su piel se dore (XVI)
o el poema XXII, de tropos singulares
abrieron sus flores de moaré rosado.
Identidad constante hoy mi patio amaneció dormido una cobija de
niebla abriga el patio y esa tristeza amorfa de garúa tan paisaje tan de repente
buenos aires // bostezaba aún entre las sábanas de nieva hubo que salir a barrer
las hojas secas y sacudirle esa tristeza
gris con que se arropa (VI) conservada en todo el corpus, sostenida
sustancialmente en un continuo saberse, incluso como si se magnetizara en flora
para seguir buscándose con esa sabiduría que
nos llega siempre desde los sentidos, camino descalza // las plantas de mis pies
aplastan con goce la blandura carnosa // le recuerda aquí estoy a la memoria,
le describen el mundo con su mirada de piel siempre allá abajo, para
rematar los pies también dicen yo soy ,me
nombran bajo la morbidez azul de las bignonias. (VII).
El poema XXIX contiene lo que podría denominarse galería de diminutivos,
palabras de imagen mínima que aportan el clima real en torno al mensaje las hormiguitas trazan corredores entre las minúsculas
hojas del pasto,//por lo que van dejando palitos, recortes de hojas verdes//
estilo que gravita en varios rincones del poemario y que contagia la ternura
del diminutivo, los bichos bolita
escondidos debajo de las macetas, pequeños dragones pardo verde (V), caminitos
de caracoles (XV) debajo del vestidito recién almidonado (XXVIII).
M.A.D. acerca una explanada
abierta e íntima –antítesis como la vida misma– donde el yo poético y el yo
lirico se consolidan sin perder sustancia propia, nutriendo lo espiritual, la
savia interior, la fructificación habitada por sonidos personales y exponiendo
un estilo potente, capaz de atrapar el cuadro, el aroma del instante. Asimismo
encuentra un registro poético que remonta a voces notables, un lenguaje de lucidez
que explaya lo social a través de cabales metáforas.
La autora invita a esa región en
la cual, quizá porque los patios carecen de espejos, los lectores puedan encontrarnos
a sí mismos mirándose hacia adentro, inclusive adueñarse del entretejido de
interiorismo singular que allí alumbra. El patio, entonces, será/es un cosmos
de dimensiones infinitas, abiertas, un génesis maternal –tal como la patria que
nos pertenece y de la que es imposible exiliarnos– y fraterno una mano se alarga y toma el mate de otra
mano, forman parte de la ronda como un anillo liso de la historia (VIII), verdadera recreación de comunidad,
bien hallada en el barrio–patio donde una
procesión de patios enciende sus lámparas penitentes condenados a la
inmovilidad del cemento (XI).
Finalmente, la invitación
indeclinable para abrazar la vida bajo un cielo que no se entolda y donde
una mujer con ojos de gorrión gozó/goza
de la verde verde verde mansedumbre del
patio. Y la poesía.
Primavera 2020
Patio
de atrás (2020)
Alción Editora
No hay comentarios:
Publicar un comentario