jueves, 17 de noviembre de 2016

GRUPO CASTALIA POESIA








DULCE MARÍA LOYNAZ

POR MARITA RODRÍGUEZ-CAZAUX





                                        "En mi verso soy libre: él es mi mar.
                                                    […]Fuera de él, soy pequeña y me arrodillo.
                                                               […]Dentro de él, me levanto y soy yo misma"
. D.M.L.



Bautizada María de las Mercedes Loynaz Muñoz, conocida en las letras como Dulce María Loynaz, nació en La Habana el 10 de diciembre de 1902 y falleció en esta misma ciudad el 27 de abril de 1997.

Atraída por la poesía desde su infancia, a los dieciocho años publica en el periódico cubano La Nación iniciales poemas al tiempo que cursa la carrera de Derecho. Doctorada a los veinticuatro años, emprende varios viajes con la tentación de conocer otras culturas y visita Europa, Estados Unidos de Norteamérica, México y algunos países de América del Sur. Más adelante conoce Turquía, Libia, Siria, Palestina y Egipto.

Es notable que en torno a una vida expuesta por el ejercicio de su profesión y la sociabilidad de las reuniones culturales en las que participa, Dulce María logre frecuentar la soledad inherente que busca todo poeta para recrear íntimos escenarios. La vitalidad de su ánimo y su afán de viajes, no merma el recogimiento para dar a luz bellos poemas y textos, acreditándose entre destacadas literatas cubanas e hispanoamericanas.

Su poesía se detiene significativamente en la cultura de la población afrocubana y evoluciona hacia un criterio postmodernista, aplica simbolismos en el paisaje de su entorno y asume un sutil ambiente amoroso, ensoñador.

Las reflexiones de Loynaz sobre su propia poesía –de la que puede decirse recorre todo el siglo XX– la sitúan en el límite entre poética pura e intimismo posmodernista. Poesía que ella calificó como tránsito, “pues por la poesía damos el salto de la realidad visible a la invisible”. Y sin duda, este vuelo es el que pretende alcanzar, “viaje alado y breve, capaz de salvar en su misma brevedad la distancia existente entre el mundo que nos rodea y el mundo que está más allá de nuestros cinco sentidos”.

Quizá motivada por su ambiente familiar, su lírica tiene una inclinación entrañable para la patria, su Isla: “Isla mía, Isla fragante, flor de islas: tenme siempre, náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas”.

Cuerpo y sombra de su Isla, las estrofas de métrica cadenciosa, pueden recitarse al son de la imagen que contagia el batir exaltado del mar, música continuada y perfecta aún en versos encabalgados y austeros de rima: “Crezco del mar y muero de él…Me alzo/ ¡para volverme en nudos desatados!/ ¡Me come un mar batido por las alas/ de arcángeles sin cielo, naufragados!”.

Otro recurso artero es la captura de la escenografía como si fuera logrado por una lente cinematográfica, es el caso de “Viajero”: “[…] soy el viajero tímido que pasa/ […] como el viajero solo/ que se alza el cuello del abrigo/ en el gran muelle frío”. Una escena que deja a quien penetra su lectura, en la escollera de un puerto, bajo la intemperie de la soledad.

Ejemplo de destreza en este punto, “Últimos días en una casa” (según la propia autora “si se considera como poema aislado, posiblemente lo mejor que he escrito”), poema de 521 estrofas que recorre tres tiempos en la historia de los Loynaz, a través de la mansión familiar que habla en primera persona, interactuando personajes y ausencias con los muebles y objetos que dejan también su presencia en las paredes.

Tierna, a corazón expuesto, escribe desde sí misma para las mujeres, en cercana confidencia. Pasan por la aduana de sus ojos –aquellos ojos de Bárbara, la de los “ojos de agua”, protagonista (alter ego de Loynaz) de su simbólica novela “Jardín”–, infinitos cuadros de ternura y contemplaciones sobre la esencia femenina, absoluta de exquisitas imágenes sensoriales, “esta es agua sonámbula/ que habla y que camina por el filo del sueño/ transida de horizontes en fuga, de paisajes/ que no existen”.

Distante en ser calificada “como poeta de mujeres” ni de espejarla en otras autoras que se sitúan más en atmósferas que en vivencias, la obra de Dulce María urge a analizarse a través de su fiel principio ético y su entrañable mirada sobre la existencia.

A esta altura, cabe puntualizar un poema sublime, en el que quiero detenerme por el mensaje en carne viva que lo exalta.

“Canto a la mujer estéril”, obra que desnuda el dolor de aguda frustración que sacude a la mujer infértil, se publica en la Revista Bimestral Cubana en 1937 y es editado un año más tarde en su poemario “Versos”.

Considerando paralelismos de la imagen Isla/Madre, concebida en varios de los trabajos de Loynaz, puede leerse el poema partiendo desde la belleza exultante de naturaleza viva, latente, plena de frescura que espera verse coronada del mayor milagro: la Vida.

El poema, en lenguaje sin ornamentos, registra la crudeza de la realidad que abate a la mujer expectante y el rechazo externo que acomete contra el cuerpo ingrávido. Diría, el cruel castigo a la carne sin carne.

El verso inicial, “Madre imposible: Pozo cegado, ánfora rota”, pone en evidencia el significado de esterilidad que agobia “…catedral sumergida”/Agua arriba de ti…” y la herida sin bálsamo que la alivie ni luz que la fecunde, “Y sal. / Y la remota luz/ del sol que no llega a alcanzarte”.

El poema avanza contra un tempestuoso avatar, un enfrentamiento desigual: “¡Contra toda la Vida, tú sola”/ Tú la que estás/ como un muro delante de la ola!”.

Señalemos que el agua, manantial y riego, está fuertemente asociado y elevado a figuras alegóricas y resaltado como Agua Viva en la extensión de la obra, al punto que sin ese fluir vivificante sólo existe una inamovible realidad: “en tu tibio vientre se esconde la Muerte/ la Muerte que acecha y ronda”.

Pareciera que la mujer ingrávida avanza al destierro, no hay para ella Tierra Prometida, “[…] agua en reposo/donde al mirarte te verías muerta...” y sólo le está permitido el ensueño irrealizable, “A veces una sombra, un sueño agita/ la ternura que se quedó/ estancada, sin cauce, en el subsuelo/ de tu alma” […], ¡Un fuego/ de adentro que ilumina y sella/ tu carne inaccesible! Así, el cuerpo habitado por la fatalidad y la tragedia de lo infértil, no nutre al mundo, es sólo un cuerpo-ataúd que transita sin hollar la tierra.

Estos versos como latigazos conducen al cierre que abunda en lo magistral del poema: la condena sin atenuantes para el que desdeña o humilla a la exiliada de la preñez: “¡Púdrale Dios la lengua al que la mueva contra ti; clave tieso a una pared el brazo que se atreva a señalarte; la mano obscura de cueva que eche una gota más de vinagre en tu sed!...” , para vaticinar : […] ¡No saben que tú guardas la llave de una vida! ¡No saben que tú eres la madre estremecida que de un hijo que te llama desde el Sol!”.

Hacia fin de los años 50 deja de escribir paulatinamente y ya en los 60 rompe todo compromiso con las editoriales, excepto su vinculación con la Academia Cubana de la Lengua.

Ganadora del Premio Miguel de Cervantes 1992, se convierte en la primera mujer latinoamericana en recibir el honorable premio, y viaja por última vez a España para recibirlo.

Loynaz que se había radicado tras el triunfo de la Revolución cubana en su casa de El Vedado, transitó hasta su muerte una actitud apolítica que la llevó a no abandonar Cuba a pesar de las invitaciones para exiliarse. Un dato que certifica cabal convicción ética y patriótica, propia de la hija de quien fuera autor de letra y música del Himno Invasor, el general Enrique Loynaz del Castillo.

Con aspiración de que se la lea con mayor fruición y se la sitúe en el lugar privilegiado de las altas poetas de la lengua castellana en América, sea corolario de este breve tránsito por sus versos la propia voz de Dulce María:

“Yo dejo mi palabra en el aire, sin llaves y sin velos. Nada hay en ella que no sea yo misma”.



POETAS SOBRE POETAS III
(2016)

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