miércoles, 10 de septiembre de 2014

POÉTICA GALEGA


CHOIVA 


Ten ista tarde a choiva da ausencia.
Corpóreo recendo do desterro.
É sempre o mesmo sentimento.
O mesmo xeito de afiar
a chuvisca e máis o adeús.

Non podo
dende aquel atardecer -auguiña mansa,
Porto de Vigo,
latexo de brancura no molle-
imaxinar o día ledo, se fai poalleira.

Non podo, índa a querelo, figurarme
nun serán grisallo de chuvia tenue,
quela dita hai de facerse peregrino
e vai chamar as portas da xente.

A choiva é o exilio para a ave.








LLUVIA

Tiene esta tarde la lluvia de la ausencia.
Corpóreo perfume de destierro.
Es siempre el mismo sentimiento.
El mismo  gesto de hilar
la lluvia con el adiós.

No puedo
desde aquel atardecer -agüita mansa,
Puerto de Vigo,
blanquísimo latir en la escollera-
imaginar alegre el día, si llovizna.

No puedo, aunque lo quiera, figurarme
en una tarde gris de lluvia tenue,
que la dicha ha de volverse peregrino
para llamar a la puerta de las gentes.

La lluvia es un exilio para el ave.






M.R.-C.
Raizame, versos de doble faz.
Poemario (2012)

PERIÓDICO IRREVERENTES

ALGO AJENO

                                                                                                              Pablo Emilio Palermo
Pareja
      
Conocí a Iris en la Facultad. Fue en abril de 1992. Cursamos juntos Auditoría, una de las últimas materias de la carrera. Tengo la costumbre de anotar en una agenda las fechas que considero de importancia. Lamento no haber anotado el exacto día del inicial saludo. Me gusta la precisión; “abril de 1992” suena vago, como quien dice “un día de éstos” o “a principios del siglo XVII”. Me molesta no recordar el día en que conocí a la mujer que fue breve pero esencial en mi existencia. El deambular me hace sentir trunco, pero qué puedo hacer. Debo trabajar con el imperfecto inicio de nuestras vidas.
El lunes 23 de marzo de 1992 me senté en uno de los bancos de una de las aulas del segundo piso (tampoco recuerdo y tampoco apunté su número) y allí aguardé la llegada de los profesores y la presentación del curso. Por primera vez me había inscripto en el turno de la tarde. De a poco el aula fue poblándose. Nadie ocupó el pupitre de adelante. Los profesores hablaron de los exámenes parciales y de la bibliografía y comenzaron con el dictado de la clase número uno. Pensé en las vacaciones, en mis caminatas por Palermo y en los libros que había leído. El cuatrimestre que se venía encima no iba a ser fácil. Auditoría es una de las materias más difíciles de la carrera. Dos semanas después tenía ya leídas varias páginas de un Tratado y mi carpeta comenzaba a llenarse de apuntes y cuadritos resaltados en rojo y verde.
Iris apareció un día de abril (¿el lunes 6?). Preguntó si estaba ocupado el banco de adelante y se sentó. El profesor demoró bastante. Iris giró hacia mí y me pidió los apuntes de las clases anteriores. Vi sus dientes, sus ojos, su pelo castaño y la camisa que llevaba. Me convidó un caramelo al tiempo que protestaba por la tardanza del profesor. Dijo que eran sus últimas materias y que no se bancaba más tanta Facultad.
La clase terminó siete menos cuarto. Salimos juntos sin decir palabra. En una fotocopiadora de Córdoba sacó copia de mi cuaderno. Señaló enfrente el barEncuentros, donde a menudo se reunía a estudiar después del trabajo, me besó y se metió en el subte. Caminé por Santa Fe pensando en ella. El miércoles llegó antes que yo. Había colocado su cartera sobre mi banco.
-Te cuido el lugar -dijo.
Apenas me senté tocó mi brazo con sus dedos largos y me habló de su hermana. Se habían gritado por teléfono y hecho un montón de reproches. Me asombró la confidencia que me estaba haciendo. Cuarenta y ocho horas atrás cada uno de nosotros era un paralelo dentro de una población de estudiantes más o menos indiferentes. Ahora yo sabía que Iris tenía una hermana y que con ella había discutido ferozmente. Agregó que su madre prefería a Gabriela, consintiéndole todo capricho.
-Desde que éramos chicas fue así.
El lunes (¿lunes 13?) me animé y entré a Encuentros. Iris estaba en una de las mesas de la derecha tomando su café negro. Pedí un cortado con mucha leche y le pregunté por su hermana. La insultó en voz baja. Cuando saqué el capítulo del libro que acababa de fotocopiarle me dijo que era un amor y presionó dulcemente mi brazo. Me dijo que dos años atrás había sido ayudante de Cálculo Financiero, materia por la que sentía un particular encanto. Enseguida retomó las críticas hacia Gabriela. Le pregunté de qué trabajaba su hermana y me dijo que era profesora de inglés y que escribía poesía. Ningún novio le había durado, porque todos se hartaron de su mal carácter. Vivía en Caballito, sobre Honorio Pueyrredón, en un departamento de dos ambientes. La imaginé parecida a Iris, algo más linda, llena de tics y viciosa de cigarrillos y muchachos. Iris preguntó por mis cosas.
-Vivo en Flores -le dije-. Me gusta la literatura, como a tu hermana. Durante las vacaciones compro muchos libros.
-¿En serio? Entonces voy a presentarte a Gabriela.
La ligera respuesta me tocó. Yo pensé que ver a Gabriela y enamorarme de ella sería un todo en el tiempo. Imaginé los gritos, su mal humor, su negativa a lavar los platos y hacer las camas, el baño mojado y sucio, el olor en la cocina, los perros orinando en la alfombra…
-¿No me gritará? Si salgo con tu hermana espero que vos vengas con nosotros -bromeé.
Iris se rió y me dijo que era divino.
En el aula y en el café Iris fue narrándome su vida. Me habló del divorcio de sus padres, de la casa de Caseros, del perrito Leopold, del esfuerzo que le significaba estudiar y trabajar. Como no podía ser de otra manera, intenté a partir de ese día averiguar su existencia.
-La separación de mis viejos me mató. Yo era muy chica pero recuerdo la angustia que todo eso me producía. Además, imaginar que mi mamá pudiese estar con otro hombre o que mi papá estuviese con otra mujer me desesperaba. Quería matarlos a los dos. Con los años empecé a inclinarme más a papá. Salíamos con él, nos llevaba al zoológico o al Tigre y nos compraba de todo. Con mamá sigo teniendo muchos choques, igual que con Gabriela. Las dos se meten en mis cosas, quieren darme órdenes.
El lunes 27 de abril tuvimos el primer parcial. Iris no aprobó, yo sí. Discutió con un profesor y pidió revisión del examen. Me dijo que era una injusticia, con lo que ella sabía de Contabilidad y Auditoría.
El sábado 16 de mayo a las tres de la tarde fui a su casa. Su madre estaba en lo de Gabriela. Tomamos café y comimos bizcochos de grasa. Llevé una caja de bombones. Siguiendo nuestra rutina de encuentros hablamos mucho de cosas personales y estudiamos poco. Iris me mostró varios álbumes de fotos. La vi bebé, en brazos de los abuelos, el día de su Bautismo, el primer día de clases, en su Primera Comunión, en el inicio del secundario, la foto de Bariloche. Iris con su primer novio, Iris con su segundo novio, Iris con otro novio llamado Juan Carlos. Le conté algo de mí al confiarle el argumento de la novela que estaba escribiendo.
-Ernesto, se llama el protagonista. Es un estudiante muy enamoradizo que nunca llega a recibirse y nunca logra el amor de una mujer. Es muy autobiográfica.
Iris se rió con ganas. Con una voz algo distinta me preguntó si tenía novia. Le dije que no. Con mi misma voz le pregunté si tenía novio.
-No.
Nos quedamos unos instantes en silencio. Estaba algo incómodo. Lentamente retomamos el programa de la materia y leímos un resumen de los capítulos de Bienes de Cambio e Inversiones. Fue muy provechoso. Iris me indicó algunos puntos que “de cabeza” irían en el examen.
A la noche soñé con ella.
El jueves 21, en Encuentros, nuevamente le agradecí haberme recibido en su casa. Me dijo que no era nada, que había sido un placer y me pidió que repitiese la visita. Comprendí la clara intención en el fondo de sus ojos.
Uno de los ayudantes nos tranquilizó diciéndonos que fuésemos al parcial confiados. Como era lógico comencé a preocuparme y a crear en mi imaginación los peores resultados. Con Iris habíamos hecho muchos de los trabajos prácticos aconsejados por la cátedra. Yo tenía (hoy lo reconozco) un amplio conocimiento de la materia, pero mi pesimismo era más consecuente que las horas de práctica y memorizaciones.
El sábado 23 de mayo fui al departamento de Iris. Pensé que esta vez conocería a su madre, pero la madre había vuelto a casa de Gabriela por unos asuntos que vagamente me explicó. Algo de una deuda de la que poco sabía.
-¿Hacemos un repaso de lo que nos marcaron en clase?
-Sí -contesté-. Con tal de tomar este rico café hago lo que me digas.
Iris sonrió.
-¡Y no sabés cómo cocino!
La besé con decisión.
Extendimos el amor hasta la caída de la tarde. Antes de dejar su casa, jugué con su pelo castaño. Hacía rulos y lo volvía a alisar.
-¿Te gusta mi pelo?
Arrimé mi cara a su oreja y me deleité más con el olor particular que generaba su piel.
-Tu olor -le dije.
El miércoles faltó a clase. No era la primera vez que faltaba, pero ese día la extrañé de veras. A las nueve y media llamé a su casa. Me dijo que me esperaba el sábado, que su madre no iba a estar y que podríamos estudiar.
El sábado llegué puntual al departamento de la calle Belgrano. Otra vez nos amamos sobre risas y silencios. En el aula y en Encuentros seguimos con la rutina: escuchar a los profesores, hacer preguntas, tomar apuntes, beber café y leer resúmenes. Por fortuna ambos aprobamos el segundo parcial y así nos precipitamos al último tercio de la cursada con todas las ganas.
Iris faltó los últimos lunes de junio. Con mi mejor caligrafía tomé nota de lo visto en clase para luego hacer fotocopias y dárselas. Deseaba halagarla con cuanta cosa pudiese: caramelos, apuntes de clase subrayados en rojo con corazoncitos en verde, muñequitos, cartitas de hechura adolescente… En julio estudiamos más y nos quisimos menos. En Encuentros preparamos el último examen. Entramos al aula tomados de la mano. Días después nos dijeron que habíamos aprobado Auditoria. Felicísimos, cenamos en Recoleta y organizamos un fin de semana en Mar del Plata. Adoré esos momentos, gocé de su presencia, me deleité con nuestro éxito universitario. Cuando llegamos al mar le regalé un pulóver que le sentaba monísimo. Me encantó servirle el desayuno y untarle las tostadas con mermelada. Nos prometimos viajar a las sierras antes de comenzar el segundo cuatrimestre.
Unos días después el papá de Iris enfermó y murió. Ella cayó en una depresión extraña. No quiso anotarse en la Facultad y renunció a la pasantía en la Empresa. Me enojé mucho. Le dije que su padre no hubiese aceptado semejante proceder. Comenzó a tratarme con distancia y con frecuencia me pedía dinero. Los días en que estábamos juntos, acabábamos discutiendo. Sin embargo, yo insistía en seguir la relación. Pasaba frente a su casa, esperándola. La llamaba a cada momento. El teléfono tenía un mensaje grabado y nunca contestaba mis ruegos de volver a verla. Supuse que todo estaba terminado entre ella y yo. Lenta, pero firmemente, me fui alejando.
En noviembre de 1993 nos cruzamos en Viamonte y Ayacucho. Vi su estado y una enorme congoja me levantó el pecho. Me abrazó.
-Va a nacer en febrero -me dijo.
Toqué con sumo amor su enorme panza.
-Es una nena, va a llamarse Gabriela.
Un mes más tarde culminé mi carrera y los buenos compañeros me llenaron de harina, condimentos y huevos.


domingo, 7 de septiembre de 2014

RESEÑAS LITERARIAS

“El loco”, de Khalil Gibrán

Por Fernando Veglia
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Hace varios años leí El loco y puedo asegurarles que, en ocasiones, me acompañó. Retornaba de los abismos de la memoria y susurraba, en mis oídos, algunas de sus enseñanzas.
Al igual que con otras grandes obras, tiempo después quise volver a disfrutar de su maravillosa lectura. Como buen lector nocturno, me aseguré de que mi familia durmiese y acondicioné, con la “mesita de lectura”, varios almohadones, y procurando no despertar a mi esposa,  mi porción de la cama.
Leí tranquilo, dejándome llevar por las palabras, las oraciones, los párrafos, cada vez más dulces, más lejanos. Entonces, sucedió. “El loco” se hizo carne; estaba sentado en el borde de mi cama, mirándome, hablándome:
“Y he hallado libertad y salvación en mi locura: la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro”
Lo miré atónito, pero a él poco le importó mi reacción y continuó hablándome. Lo hacía con sencillez y claridad, mirándome a los ojos y haciendo algunas pausas para que pudiese reflexionar. Sus palabras eran atemporales y universales y tenían por destino las fibras más íntimas del espíritu.
Habló de dios, del respeto, la amistad, de los profundos sentimientos que tan cuerdamente ocultamos, de la cobardía y la valentía, de las máscaras, la justicia, las ambiciones, del bien y del mal. Lo hizo cariñosamente –como si fuese un padre- y siempre alentándome a ser yo mismo, a no apartarme del camino que mis ilusiones, alguna vez, me señalaron.
Cuando terminó, me atreví a expresarle mi admiración y a agradecerle la visita. “El loco” me observó complacido y en silencio, hasta que la chillona voz de mi esposa lo hizo esfumarse.
 -¡Son las tres de la madrugada! ¿Qué te sucede? ¿A quién le hablas? ¿Te has vuelto loco?
-Sí –confesé y, sintiéndome halagado, dormí tranquilo, soñando que, al día siguiente, abandonaría la cordura y escribiría esta reseña.


* Fernando Veglia, escritor y articulista argentino.

Editado por Fernando Veglia p/fernandoveglia - Los Derechos y Atribuciones pertenecen a su Autor.

viernes, 5 de septiembre de 2014

BUENOS AIRES, QUINTA PROVINCIA GALLEGA



BREOGÁN EN EL EXILIO DE MIS VERSOS






A sensible energías me convocan
como anduriñas del alma, libertadas,
los amores del ayer con nombre y apellido.

Llegan de lejos con la garúa leve
sobre las piedras de antiguos soportales
por el perfume oliva del recuerdo
al pie de castiñeiros y carballos.

Son el espejo de murmullos y siluetas
que detrás de las silveiras aparecen,
al paso aquietado de los sueños
de la mano nudosa de las meigas.
Me hablan en la lengua de la vida
agarimos a carón de la lareira
y de la mar abierta como herida
azul y verde de exilio y de saudade.

Traen con ellos, secretísimos conjuros
y el tenaz embrión de la lembranza
por el Camino del báculo sagrado.
Como pañuelos de adiós en la distancia
en pos de libertades va su sombra
desnuda por los montes y las chairas.

Trovadores del viento, 
 por la mítica dulzura de una gaita
desde la tierra en que morir no pueden
petriños llegan, 
hasta el huerto enlutado de mis versos.







FIEL VERSO A COTÍO


Fiel corazón ferido, túa sería
a pisada sanguenta encol das pedras,
o eco da arredada saudade, 
a escuridade profunda...,se non puideses 
atoupar no verso preto, a luz do día. 



FIEL VERSO DIARIO


Fiel corazón herido, tuya sería 
la pisada sangrante sobre las piedras, 
el eco de nostalgias y lejanía,
la oscuridad profunda..., si no pudieras 
hallar en verso diario, la luz del día.











PATRIA E POBO


Meu  fogar ten o xeito do teu corpo.
É porta que leva a saída e máis entrada
que penetra no faiado.
Silandeiro pensamento no outono,
rechouchío da cor na primaveira.
Pegada escoada no cristal da xanela
na tarde gris, esguízara de quenturas.
Asombro da noite en vela,
saba sen penumbra.

Teu corpo e casa que érguese na estreita
agulla do pombal e a mesma pedra
cadrada do cimento.
Identidade. Pasaporte. Lareira
onde latexa  a lingua que murmuria
o verdadeiro idioma.

Teu corpo, eu mesma son, eu miña dentro da túa fronteira.
Fincada na terra bieita,
 manancial de verdor, preñada de sonos.

Todala eu, espallada, florida, beatificada
coma espigas do verán.
Soberbia de caudaloso río, pampeano páramo do mar.
Ponte. Chaira. Rañaceos,
vagalume de neón na autoestrada.

Todala eu, e aínda aquela que de min non coñezo,
en festexo
por teu mapa de amor.
Todalo eu polo teu corpo, bico e bandeira.
 Patria e Pobo.



  
PATRIA Y PUEBLO


Mi hogar tiene la forma de tu cuerpo.
Es puerta que lleva a la salida, y entrada
que penetra al desván.
Silencioso pensamiento en otoño,
 trino del color en primavera.
Huella escurrida en el cristal de la ventana,
en tarde gris, delgada de tibiezas.
Asombro de la noche en vela,
 sábana sin penumbra.

Tu cuerpo es casa que se eleva en la estrecha
aguja del palomar y la misma piedra
cuadrada del cimiento.
Identidad. Pasaporte. Hogar
 donde late la lengua que musita
el verdadero idioma.

Tu cuerpo yo misma soy, yo de mí dentro de tu frontera.
Hincada en tierra bendita,
manantial de verdor, preñada de los soles.
Toda  yo  extendida en páramo pampeano
florecida en beatitud de espigas.

Soberbia de caudaloso río que clama por ser mar.
Puente, llanura, rascacielos.
Miríadas de luces de neón en la autopista.

Toda yo,  y aún aquella que de mí  misma no conozco,
 en celebración
por tu mapa de amor.
Toda yo por tu cuerpo, beso y bandera.
Patria y Pueblo.








SEGREDO

Dormes,
tes a mans abandonadas á intemperie da saba
e teu corpo é un latexo sereno.
Teus labios, mudos, entreabertos,
abismo sombrizo de murmurios.
Parécema a túa boca, un faiado de segredos.


SECRETO

Duermes,
tienes las manos abandonadas a la intemperie de la sábana
y tu cuerpo es un latido sereno.
Los labios, mudos, entreabiertos,
abismo sombrío de murmullos.
Me parece tu boca, un desván de secretos. 





M.R.-C.
RAIZAME, versos de doble faz.
Derechos Reservados (2013)


Imágenes: Internet












miércoles, 3 de septiembre de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES

TIEMPOS

                                                                                                          Por Elsa Lombardo Verza
Estaciones
Fue otoño
Los lobos rondaron los pueblos. Las aves huyeron presintiendo el peligro. Los vientos deshojaron los árboles. Los hombres clamaron susurrantes.
Fue invierno
Frío. Oscuridad. Desconsuelo. Los lobos salieron de sus guaridas y rondaron los corrales. Las ovejas sufrieron el martirio. Como pudieron, los hombres resistieron.
Fue primavera
Tímidos, los árboles brotaron yemas y sin miedo, las ovejas parieron. Los lobos huyeron a las sombras y los hombres los siguieron.
Y fue verano
Los frutos maduraron. Los becerros crecieron. Los hombres apresaron a los lobos. En sus jaulas o guaridas anhelan volver.
Ahora, es tiempo de hombres, corderos, ilusiones.

Elsa
Elsa Lombardo Verza, auttora cordobesa radicada en Buenos Aires y de comprometida trayectoria social. Es docente, escritora, investigadora. Coordinadora desde el año 2001 del taller literario “La ventana” en Buenos Aires. Ha obtenido el diploma de honor en el concurso “Los Reyes Magos”-  Liga Pro Comportamiento Humano  (1994), la mención de honor del Concurso de Poesía y Cuento Urbano y Suburbano, la mención de Honor en el Concurso Literario Gustave Flaubert de Editorial Trazo Literario (Córdoba. 2007) y el primer premio del XXXII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa “Palabras sin fronteras” (2012). Ha participado en la exposición del Poema ilustrado (segunda mención. 1996), en la muestra sobre Derechos Humanos (Centro Cultural Adán Buenosaires. 1998) y en el encuentro de poetas en la Carpa Blanca. (1999). Sus obra fueron seleccionadas en antologías de Editorial Dunken y del Taller Literario de Beatriz Isoldi. Fue miembro del jurado del Segundo Encuentro Anual Distrital del Cuento Infantil Distrito Escolar Nº 13. Bs. As.(1997) y del Jurado del Primer Certamen Literario “100 años de La Paternal. Bs. As. (2004). Es la autora de “Leyendas del Universo Guaraní” tomo I y II, presentados en la Feria Internacional del libro de Central. Cdad. De Luque. Dpto. Central. República del Paraguay. Publicados también en Argentina y reeditados en el año 2008.

martes, 2 de septiembre de 2014

NARRATIVA

Hombre del hombre

Por Fernando Veglia
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Desperté pasada la medianoche. Mi cuerpo, frío y sudado, temblaba. Palpé el velador, no lo encendí, y palpé la cintura de mi esposa. Estaba a salvo. Apoyé la cabeza en la almohada, seguro de que un mal sueño, que no recordaba, era la causa de mis temores y, cubriéndome el torso con sábanas y mantas, acurruqué inquietudes y ansiedades contra la cálida silueta que descansaba a mi lado.
Mortecinas luces artificiales, inundando el dormitorio y anunciando que el amanecer estaba lejos, impedían que conciliase el sueño. Suponía que si dejaba de verlas, mi familia y yo, seríamos víctimas de alguien que nos acechaba. La intuición y los sentidos gritaban que la causa del repentino despertar era la presencia de una amenaza, de la mirada que golpeó mi rostro mientras dormía, de una silueta oscura que caminaba alrededor de la casa o de una respiración sofocada.
Salté de la cama, atravesé el corredor a toda prisa y observé la pequeña figura de mi hijo descansando, respirando suave y pausadamente, ajena a todo lo que ocurría. La imagen calma no ahogó el ardor que me quemaba el rostro y el pecho. Una idea atravesó mi mente cual proyectil en llamas; la amenaza estaba dentro de la casa, acechándome en la oscuridad.
Revisé, sin encender las luces, todos los ambientes. No encontré ningún rastro de la presenciaque me hostigaba. Intenté convencerme de que debía calmarme y regresar a la cama; quizá todo fuese el producto de una pesadilla.
Sin embargo, un temor olvidado en la infancia, quizás ancestral, golpeó mi ánimo, paralizándome de pies a cabeza. El lobo. En algún lugar del jardín, agazapado o rondando, un lobo enorme, de pelaje gris característico, fuertes mandíbulas y ojos brillantes, olfateaba la adrenalina que expulsaba mi cuerpo excitado y los suaves olores de un niño y una mujer.
Imaginé, bañado de horror, lo que esa bestia haría. Sentí que la cabeza me estallaba, que cada uno de mis músculos se tensaban hasta vibrar, que una película roja cubría las imágenes y que entre mis dientes apretados nacían hilos de sangre.
Observé, desesperado y moviéndome ágilmente, por las hendijas de todas las persianas. Nada. Sólo veía un frío jardín manchado de grises. ¿En dónde estaba?
Los músculos de mis piernas cedieron a la presión y caí sin poder asirme al marco de la ventana. Creyéndome herido, arrastré mi cuerpo hasta el baño. Escuché gritos, alaridos y el inconfundible jadeo animal. Estaba seguro de que la bestia había salido de su escondrijo y amenazaba a mi hijo. 
Trepé con renovado ímpetu al lavatorio y vi, reflejado en el espejo, al lobo. A ese depredador que aparecía en los sueños infantiles y que nunca había podido enfrentar. A ese temor que, durante años, me persiguió en los pensamientos. Entonces, supe que todo estaba perdido.  


Los derechos y atribuciones pertenecen a su Autor.

domingo, 31 de agosto de 2014

ARTÍCULOS LITERARIOS



POÉTICA DE SÍMBOLO Y TEMPLE



                 Coincidamos en que "la poesía no se escribe con recursos”, las figuras de dicción, de construcción, de pensamiento y los tropos, solo tienden a escenografiar más palpablemente las imágenes de la lengua, apuntando al fin artístico. Este fin necesitará de palabras claves, adjetivales, personificación, antítesis. 
A través de todos estos atributos, el hablante lírico habrá de llevarnos al objeto lírico para desnudar el motivo, el tema de la lírica. Mas, nada tendrá fime edificación sin el temple, el ánimo lírico que sostiene la creación. 
El mundo del poeta, universo personal,  particular, irrepetible de sentimientos, boga entre dos aguas, realidad y espíritu -tomando como espíritu la no materia-, sin que por ello, deje de ser carne y latido. Emoción única que se multiplica. Fenómeno que claramente se entiende cuando un poema nos contagia el mismo estado anímico de su hacedor. Recuerdo estos versos “Me calcina sed de ti / de tu propia sed / sed que me seca”… y siempre, me provocan sed. Para ir sobre el punto, me influencian, me llevan a la realidad de la sed que el poeta ha sentido y recreó en mi propio cuerpo.

Asimismo, el temple del poeta,  permitirá que la obra sea perdurable más allá de su propia identidad . No referenciaremos al Poeta, referenciamos la magnitud de la creación que trascendió lo terreno, llegó a lo intangible, al espíritu.

Bruno R. Candelier analiza que “además de la percepción sensorial del mundo circundante se tiene un conocimiento intuido de las cosas”, sin duda, gracia concedida a quien escribe desde la interioridad, como escribe el poeta. Sin esta virtud revelada y reveladora, ¿cómo escribir sobre la fe o el amor? ¿Cómo develar la soledad desde el plano interior de la soledad? Y además, cómo encontrar el rumbo hacia lo bello -según Platón, “el sentimiento de la belleza culmina en Dios”-sabiendo la magnitud de lo bello.  

Tras esta reflexión, oriento la obra de María Crescencia Capalbo, joven escritora pergaminense de versátiles recursos narrativos, en cuya obra encontramos como principales sostenes, símbolo y temple.

Leerla, es vislumbrar imágenes bajo tropos -futuristas, oximoron, asíndeton, hipérbaton,alegorías- porque Capalbo logra que las palabras de valor cotidiano tengan peso connotativo y en bellísimo lenguaje.

María Crescencia Capalbo, sin perder su integridad, logra bilocación, y, nutrida de sus elementos transita “hacia el afuera” con la iluminación de la belleza en los vocablos.

Cito al magitral poeta catalán Salvador Espriu, en “Inicio de cántico en el templo”: “…Mas hemos vivido para salvaros las palabras,/para devolveros el nombre de cada cosa,/…”, para orientar al Lector sobre la intencionalidad de Capalbo. La poeta pergaminense salva la palabra perenne, aunque modificada, reciclada, inaugurada y la enarbola de identidad, la vuelve lengua genuina, impostergada.

Sus cuentos, que figuran compilados en numerosas antologías, tantean costados humanos, miserias y sublimidades que los hombres y las mujeres concilian. 

En “Escritura sin fronteras”, XLVII Antología de Poesía y Narrativa Breve (2013) que reúne a autores seleccionados a nivel nacional e internacional, su cuento “Doble tragedia” acerca escenografía latentes con un cierre impecable. En primera persona, resulta difícil escapar a la onmisciencia, sin embargo el personaje, transita la historia con acertado manejo de cámara cinematográfica.

En “Argentina en Versos y Prosas” - Ediciones Raíz Alternativa (2013), María Crescencia figura con cuatro poemas que a continuación comparto. 



"Sombras del presente" podría considerarse un Nocturno, donde el Yo, queda en suspenso y pareciese convertirse en Nadie, también en suspenso por la figura de pensamiento en interrogación retórica.


SOMBRAS DEL PRESENTE


Yo,
mi sombra,
Mi cuerpo,
Mi esqueleto…
Mi propio fantasma…
Yo.

                    Como un naufrago sin rumbo
                    Como un angel caído
                    Como el aire que se exhala
                    Y ya, ya no da vida…
                    Yo.
                    Nadie.



"Éter", bella declaración amorosa en acróstico de nombre propio, que goza de versos acertadamente encabalgados. 


                                    ÉTER

                Juego en la penumbra de la
                Oscuridad, y el ruidoso
                Silencio, amor, no me permite percibir el 
                Éter de tu procedencia divina. 



"Valle sin salida", recurre a enumeración, símiles y personificaciones. Destaca hipérbole, visión casi desproporcionada de la realidad que hace que los soles estén exhaustos y la atmósfera ufana, oprima. 



                                                               VALLE SIN SALIDA 
                                                                        (Fragmento)


Senderos pedregosos 
valles acantilados
lunas pequeñas
soles exhaustos.
[…]
Verdes y amarillentos horizontes,
caminos anexos,
abismo literario,
atmósfera ufana que oprime.
Caída al interior,
viaje sin regreso,
sin retorno,
caída libre.
Valle sin salida,
flores oscuras,
pantanos inquietos,
bosques embrujados
horizontes muertos.
[…]sirenas tristes,
sueño , pesadillas,
valle sin salida.



En “Somos el Instante”, antilogía en continuada evocación, y sinestesia y anadiploxis de impecable significado.

SOMOS EL INSTANTE 
(Fragmento)



Somos el instante mismo
en que nos miramos por primera vez;
el instante en que nos quisimos
sin saber querer.
Somos el instante mismo 
de una noche dormida […] 
Somos el instante mismo
en que el amor 
nos gritó callado […]
Somos el instante incierto 
de un amor lejano,
que llevamos a la gloria […]
Somos el instante acordado
que una vez Dios quiso […]




María Crescencia Capalbo


En conclusión, razonamiento y técnica. Ritmo. Cercanía con el misterio. Ánimo y búsqueda de la belleza por el sometimiento del lenguaje. Genio y oficio, y sin duda, talento.
Motivos más que suficientes para llegarse hasta la poética de la talentosa escritora pergaminense.



                                                                         * * *

Los poemas expuestos son autoría de María Crescencia Capalbo, y a ella pertenecen todos los derechos y atributos sobre los mismos.
La foto le pertenece a María Crescencia Capalbo.