martes, 16 de abril de 2013

Germán Cáceres: "Un misterio oculto" - Feria del Libro 2013


Tapa del libro PRÁCTICAS DEL LENGUAJE 7 - Serie En tren de aprender - Editorial AIQUE -
Primera página del texto del escritor Germán Cáceres, autor de la obra de teatro breve para chicos "Un misterio oculto".



GERMÁN CÁCERES nació en la localidad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires (Argentina), el 27 de febrero de 1938. Se graduó en Ciencias Económicas, profesión de la que vive, en 1966. En literatura es autodidacta, siendo sus fuentes de aprendizaje la lectura y la tarea de escribir casi todos los días.
El nacimiento de su vocación de escritor se la debe al cine. Fue miembro de la Comisión Directiva del Cine Club "Núcleo" y colaborador de la mítica revista Tiempo de cine. Comenzó a escribir haciendo críticas cinematográficas, y de allí —por sugerencia de un cronista— pasó al cuento. En ese entonces veía aproximadamente doce películas semanales, y considera esa frecuentación como uno de los más importantes adiestramientos sobre la técnica narrativa. Abandonó la crónica de cine, pero sigue viendo muchas películas. No menciona sus directores preferidos porque la lista sería infinita.
También influyeron en su formación de escritor el amor por la pintura y el diseño gráfico —de chico estudió dibujo de historietas por correspondencia.
En un primer momento, entre sus autores favoritos se encontraban los grandes maestros franceses del siglo XIX (Balzac, Flaubert, Stendhal, entre otros) y los escritores del "Boom Latinoamericano".
Se inició con el relato realista (El checo, la giganta y el enano,1974), y luego giró hacia el género policial (su cuento "Los asesinos nos somos tan malos" que integra Frankenstina, 1977).
El nacimiento de sus hijas Paula y Cecilia —en ese orden— motivó un viraje hacia la literatura infantil, cuyo fruto fue Cuentos para mocosos y purretes, 1980. Este retorno a la infancia lo llevó a su muy amado mundo de las historietas, y colaboró durante años en la señera revista Fierro con artículos que más tarde dieron origen a sus ensayos sobre este noveno arte (el primero fue Charlando con Superman, 1988). Tuvo suerte y por esta especialidad fue invitado a los festivales internacionales de Budapest (1990), Skopje (1991) y St. Just le Martel (1992). Integró el equipo que confeccionó el Diccionario de uso de la historieta española (1997).
Pero los recuerdos de la infancia y juventud no lo dieron tregua —tal vez sea una receta para no envejecer— y en 1996 publicó su novela para adolescentes Soñar el paraíso y en 1999 su continuación, Traficantes de la selva.
Un capricho le hizo escribir teatro en 1998 (Vamos a Manhattan), y a fines de 1999 Ediciones del Valle publicó Suicidios en la cuarta dimensión, su segundo intento como dramaturgo.
Colaboró en La Prensa, Clarín, la mencionada Fierro, El periodista, y actualmente en El gato negro, El Grillo, Proa, Ser en la Cultura y WittyWorld (de EE.UU.)
En 1997 fue incluido en la antología Cuentistas Argentinos de Fin de Siglo, de Editorial Vinciguerra.
Actualmente se encuentra terminando de escribir la novela juvenil Lluvia de cadáveres.
Los lectores que deseen comunicarse con Germán Cáceres pueden hacerlo a su dirección electrónica: psya@sinectis.com.

Libros infantiles y juveniles
  • Cuentos para mocosos y purretes. Buenos Aires, Santiago Rueda Editor.

  • Soñar el paraíso. (Novela) Buenos Aires, Editorial Alfaguara. Colección Alfaguara Juvenil.
Portada de "Traficantes de la selva"
  • Traficantes de la selva. (Novela) Buenos Aires, Editorial Alfagura. Colección Alfaguara Juvenil.
Libros para adultos

  • El checo, la giganta y el enano. (Cuentos) Buenos Aires, Nuevas Ediciones Argentinas.

  • Frankenstina. (Cuentos) Buenos Aires, Ediciones Crisol.

  • Los silencios prohibidos. (Novela) Buenos Aires, Roncal Editores.

  • Los pintores mueren del corazón. (Cuentos) Buenos Aires, Ediciones Marymar.


  • Matar una vez. (Novela) Buenos Aires, Editorial Torres Agüero.
  • Oesterheld. (Ensayo) Buenos Aires, Ediciones del Dock.

  • Thrillers al sur. (Compilador de esta antología de cuentos) Buenos Aires, Ediciones Axxón. Editado en diskette.

  • Así se lee la historieta. (Ensayo) Buenos Aires, Beas Ediciones.

  • El dibujo de aventuras. (Ensayo) Buenos Aires, Editorial Almagesto.

  • Vamos a Manhattan. (Teatro) Buenos Aires, Ediciones del valle.

  • La aventura en América. (Ensayo) Buenos Aires, Editorial La Palabra Viva.
  • Suicidios en la Cuarta Dimensión. (Teatro) Buenos Aires, Ediciones del valle.

 




39a. Feria Internacional del Libro de Buenos Aires -El Libro del Autor al Lector-, la más concurrida en el mundo de habla hispana.
La Feria estará abierta desde el 25 de abril hasta el 13 de mayo de 2013.


¿QUE LIBRO COMPRO EN LA FERIA DEL LIBRO?



Esta preguntita que parece hasta raquítica de inteligencia, es la que todos los que visitamos la Feria del Libro nos hacemos en voz baja al momento de ingresar. Porque nadie piensa en irse sin un libro de ese evento con perfume a tinta fresquita y choripán mariposa.
El asunto de comprar está decidido, la cosa inquietante está en qué comprar.
Todos tenemos alguien a quien regalarle un libro. El médico, la hija licenciada, el nietito que está aprendiendo a leer. La novia, el compañero de oficina, la vecina, el amante. El hijo del  amigo, el amigo del amigo, el primo lejano; quien sea, pero comprar y que podamos regresar con la bolsita llena de bibliografía, marcadores, publicidades, y el peso singular que tiene el libro que allí se adquiere. Porque no es en cualquier librería, es en la “Feria del Libro”,  lugar emblemático donde la soledad no se conoce. Que quede entonces sobre el tapete lo que magnifica la Feria: la soledad se escurre entre los libros. Dejamos de hablar en primera persona singular. Y nos volvemos todos.
A las pruebas me remito. Obsérvese: En ese espacio a ninguno se le ocurre decir que dejó el yate amurado en la entrada y mucho menos mencionar si llegó en un 0 Km. o en el Metrobús. Nadie habla de vacaciones en Marruecos o Punta, ni de dólares, ni de cosméticos  importados comprados como pichincha en el freeshop. Tampoco del aumento de expensas de la espectacular  torre de Puerto Madero o la humedad del dos ambientes en Mataderos.
Reina un espíritu de milagro: las mujeres no hablamos de ropa y los hombres no hablan de mujeres sin ropa. Los chicos se distraen y no quieren ir a los jueguitos.  Subimos y bajamos las calles con nombres de poetas, serpenteamos por las avenidas que delimitan colores. Descubrimos que las preguntas babiecas no le generan estrés al vendedor porque siempre está de bien talante, y conversar sin previa presentación con la dama que hojea una enciclopedia en francés o la desconocida muchacha de minifalda que curiosea en el estante de autoayuda no nos pone en ridículo.
Estamos en un mundo sensible. Cedemos el paso al viejito con bastón, a la señora en dulce espera. Buscamos monedas para ayudar en el cambio, hacemos respetuosa fila en el kiosco. -¡Gracias! ¿Esta mesa está ocupada? De ninguna manera, adelante, vos primero. ¡Faltaba más!-. Sin duda, si se propusiera un censo de cordialidad compartida por esos entornos, arrojaría buenos resultados.
Todos amigos. Nadie se ofende. La sonrisa se instala de miles de bocas, hasta en la de los granaderos que parecen menos altos y menos circunspectos. Sacamos fotos a troche y moche como si fuéramos Raota y los demás posan complacidos.
Nos sentimos felices. Somos felices. Tenemos caras felices y respiramos euforia en todo el predio. Sólo falta encontrar el libro de marras que nos inquietaba al momento de entrar. Apenas un detalle, porque ese júbilo contagioso, esa dicha con garantía por varias jornadas, ese goce que no podemos explicarnos y que solamente en la Feria se vuelve corpóreo, es lo primordial.  
Y en verdad,  a lo que vamos.*

M. R.-C.
  


viernes, 12 de abril de 2013

AMOR ABREV.

Muy Sr. mío:

          Como Ud. ha entrado a mi vida
en el justo desajuste del juicio,
sin Vo.Bo. ni fra. conformada
le presento por este medio mi renuncia
a su Cía.de S.A. altamente Ltd.
En apdo. de amores he archivado
cap. , art y parr. tan tristes
que un vol. de lágrimas no alcanza
a contener semejante ed. de humedecidas pags.

Piadosos AAVV me han aconsejado
que tal ob.cit. necesita un nuevo rumbo
por paisajes más dichosos,
abrazos de otros brazos y ternuras adj.
a este cuerpo y carilla que de Ud. nada ha tenido
más que paréntesis y ptos.susp.
            P.ej.: la imprudencia de un baile por el aire,
            s/v en una noche de amor malabarista
            o una mañana a.m. o p.m. con derechos de autor
            por supl. de sublimes ocurrencias vs. AMGD por las alturas.

Así pues, y en vista de la paupérrima FM. que nos ata,
sin C.P. que identifique un boulevard donde anclar el alma
me decido a salirme en v. libre y con abrev.
de la aburrida presencia de su estirpe
y darle R.I.P. al sinsabor de haberlo conocido.

PD.: Han de querer los dioses que halle en el camino
etc. y etc. de ms. en VO. de bríos y caricias.


s/Atte.,
Fdo. & Certif.


sábado, 6 de abril de 2013

MAMÁ



                                                                                         
                                                                           MAMÁ

                                                                                                                                          

Cuando él llegó, todo fue distinto. Poco a poco se hizo dueño de la casa, y de mamá.
Tuve que dejar la bici en el patio de tierra para que él acomodara la moto en el garaje y cederle mi estante de juguetes para sus discos de rock.
Mamá se tiñó el pelo y empezó a comprarse pantalones dos talles más chicos. Así, apretada y llamativa caminaba colgada de su brazo, mientras yo, unos pasos apartado de ellos, me moría de vergüenza.
De puro quisquilloso él no permitía que nadie se sentara a la mesa en su lugar y mamá era la única que lo tuteaba. A mí me había prohibido semejante familiaridad y lo llamaba tío.
No me quiso nunca, lo supe en cuanto lo vi.
Me mandaba de aquí para allá y cada tanto tenía que esquivarle un manotazo, mientras mamá parecía vivir en otro mundo, pegada a él.
En mis sueños yo le disparaba, lo atropellaba, lo envenenaba y rescataba a mamá, para que ella se quedara a mi lado, como había sido antes.
Pero en la mañana, al despertar, él seguía siendo el rey de la casa, desayunando feliz mientras mamá le untaba las tostadas con dulce casero.
Soportarlo toda la semana me agotaba, pero los sábados era peor.  Desde la mañana mamá se arreglaba el pelo, se pintaba las uñas, se probada diez veces las blusas y se depilaba las cejas.
Después de cenar iban al club a bailar y yo apenas existía para ella cuando antes de salir, me daba un beso apurado para no desprenderse el brillo de los labios.
De madrugada, cuando volvían, oía los pasos de los dos hacia su dormitorio, la puerta al cerrarse, la risa burlona de él galopando sobre el murmullo de mamá, que se iba perdiendo de a poco, hasta que unos gemidos entrecortados le apagaban la voz.
Por toda la casa se iba extendiendo ese susurro sofocado de mamá, apenas un aleteo, como si hubieran entrado pájaros por la ventana. Era ése el momento en que más lo odiaba.
Una tarde pasé por el kiosco de diarios y vi la revista. Una chica rubia, apenas tapada por una nube de espuma, apoyaba sus manos sobre los pechos altos y redondos. Ahí me acordé de lo celosa que era mamá.
La había sorprendido algunas veces escuchando inquieta cuando él hablaba por teléfono, hurgando en los bolsillos de su campera, revisando sus cajones.
Recordé la furia de mamá cuando en el televisor aparecía una mujer hermosa, su boca apretada mientras él entrecerraba los ojos, pasándose la lengua por los labios.
Tres veces fui y volví, mirando la revista de reojo, inquieto, pero como yo era el que todos los días iba a comprar el diario el muchacho no dudó en vendérmela.
Lo demás resultó fácil. La escondí entre las carpetas del colegio y más tarde, recorté prolijamente todas las fotos de chicas desnudas que me parecieron más lindas.
Altas, maquilladas hasta la exageración. Vestidas de bebitas, de hadas, de mucamas. Calzadas con botas doradas y sandalias con tiras. Envueltas por tules transparentes, acostadas en alfombras, cabalgando sobre caños, con la espalda arqueada y de rodillas.
Algunas ni siquiera mostraban la cara, pero también las recorté.
Esperé ansioso a que salieran para hacer compras en el centro y desparramé los recortes en el botiquín del baño donde él guardaba la crema de afeitar, entre sus compacts y en el estante de sus camisas.
Esa noche los oí cuchichear como siempre, después la risa tenue de mamá, el aleteo inquieto y los ronquidos asquerosos de él.
En la cama, imaginé a mamá, roja de rabia, tirándole la ropa en la vereda, y gritando que se fuera, que no quería verlo nunca más y me metí en un sueño donde todo volvía a ser como había sido hasta que él llegó.
Al día siguiente, espié a mamá, pero mamá lavó la ropa y cantó mientras planchaba. Ni rastros de un ataque de celos.
Habrá que esperar hasta el viernes, pensé, porque los viernes mamá se dedicaba a limpiar la casa, desde el cielo raso hasta los pisos, sin dejar de pasar el plumero por cada rincón. Y cuando mamá descubra los recortes, me repetía a cada momento, estallará de celos y aquellos pájaros nocturnos no van a desvelarme más.
Él llegó a la tardecita, yo preferí quedarme por el fondo, haciéndome el distraído.
Luego de acomodar la moto, entró.
En la cocina a esa hora, los dos acostumbraban a tomar unos matecitos.
Me asomé apenas, apoyándome en la puerta. Estirada sobre la mesa y rodeándole los hombros mamá le acomodaba el pelo sobre la frente. Él chupaba la bombilla con los ojos cerrados.
Mamá bajó la voz y acercándose cada vez más le susurró en la oreja. No pude oír pero la mirada de él me pareció más oscura.
- Mirá qué turro, que guachito turro -dijo con los labios casi cerrados -esperá que lo agarre, no le van a quedar ganas de hacerse el vivo conmigo.
Mamá acomodó la espalda en la silla y sonrió.
- Ya vas a ver cuando lo vea, ya vas a ver -repitió él y se levantó con un movimiento lento.
Yo salí por la puerta del patio y me fui hasta la plaza. Una fatiga me apretaba el pecho. Ahí me quedé mientras la tarde se iba poniendo más fría y los faroles se encendían.
Regresé contando las baldosas de la vereda. Al dar la vuelta a la esquina lo vi. Parado en la entrada y fumando. Cuando levantó la vista, tiró el cigarrillo, lo aplastó con el pie y se acercó. Sin moverme, entre las piernas sentí que me corría agua.
Tomándome del pelo descargó un golpe sobre mi cara. Después otro, y otro, y otro.
Por la nariz hasta la boca, me llegaba un sabor casi dulce, me dolía el cuello y caí.
- Hijo de puta -dije desde el suelo, pero él ya no podía oírme.
Su espalda ancha y su nuca se fueron inclinando dentro de mis ojos cuando traté de levantarme de costado, apoyándome en los codos.
Delante de la puerta, encendió con calma otro cigarrillo, el humo se volvió denso, rodeándolo mientras entraba.
Mi pantalón y los zapatos estaban mojados. La cara me latía.
Pasé por la cocina, mamá preparaba la cena.
- ¿Viste, no?, te lo tenés merecido por insolente, -dijo y siguió batiendo huevos en un plato hondo.
En la mesa, él ni me miró. Y mamá tampoco.
Después de comer, yo llevé los platos a la cocina, ella los apiló en la pileta de la mesada.
- Mamá, - le dije en voz baja, pero mamá puso la cafetera en el fuego y sacó dos tazas de la alacena.
- Salí, - dijo - salí del medio -. La voz de mamá me dolió más que los golpes.
Más tarde, ni siquiera me dio las buenas noches.
Supe entonces que era tanto el odio, que era demasiado para odiarlo solamente a él. Cuando al día siguiente me levanté, ya lo había decidido.
Él, en el patio, aceitaba la moto. Con silbidos desparejos repetía la música de la radio.
Mamá, le tiró un beso breve antes de entrar al lavadero. Al minuto salió llevando la escalera para limpiar el baño.
Ella odiaba las manchas verdes de la humedad, así que antes de repasar uno a uno los azulejos, mamá frotaba una esponja con lavandina por el techo del baño.
Entré en el momento en que estaba con la esponja en la mano y el olor a lavandina era una oleada picante.
- Otra vez vos, - me dijo al oír mis pasos - ya habrás aprendido, así que,
Antes de continuar fue doblando la cabeza para mirarme de frente.
- entrometido, y cuidate, cuidate ¿entendés?, porque la próxima voy a -decía la voz de mamá subida en el último peldaño y raspando los hongos del techo.
Yo no la escuchaba.
Me acerqué a la escalera y con toda la fuerza de mi cuerpo, empujé.
Mamá fue perdiendo la forma de un cuerpo erguido, con las manos tratando de agarrarse a la barra de la cortina.
Vi como se iba resbalando sobre los azulejos de la bañadera. Al caer chocó contra el lavatorio.
Su cabeza golpeó contra el inodoro. Sobre la frente, le iba manchando el pelo un hilo espeso, de color amarronado.
Movió un brazo, y me pareció que iba a levantarse, pero mamá siguió tendida en las baldosas, mirando con los ojos fijos, el techo con humedades.
Salí al patio y lo llamé. Se acercó con las manos sucias, y esa mirada oscura que me aterrorizaba. Por un momento pensé que iba a sacudirme una cachetada, por haberlo molestado.
- Es mamá, tío. Lo espera en el baño.
Él caminó hasta el baño, dejando sobre el parquet el barro chirlo del patio.
Antes de entrar al baño, se detuvo en la puerta, un sonido de espanto le subió desde el pecho. Agachado sobre el cuerpo de mamá le sacudió los hombros, manchándole el vestido de grasa negra.
En un último abrazo, la cabeza de mamá colgaba hacia atrás y la cara de él era una mueca deformada.
Fui hasta el teléfono, marqué el número.
- Fue él -dije, y colgué.

                                                                         * * *

"De amores y desamores" - Cuentos - Edit. Dunken
Derechos Reserv. 2009