ARTÍCULO PUBLICADO POR MARIA GONZÁLEZ ROUCO
Don Leandro Rodríguez Pérez, Directivo del Centro Gallego, facilitaba a Castelao esta máquina de escribir de su propiedad, ya que vivían en la misma cuadra.
La hija de Rodríguez Pérez, Marita Rodríguez-Cazaux, integrante de la Comisión de Cultura del Club Español, la donó a la FAGA. En la foto, con Lorena Lores y Francisco Lores Mascato.
Artículo publicado por la Lic. María González Rouco- Foto perteneciente a María González Rouco.
En esta máquina que perteneció a mi padre, escribió muchas veces el Dr. Rodríguez Castelao, escritor talentoso y patriota ilustre. Vivía sobre la Av. Belgrano al 2600 y mi padre se la hacía llegar cuando la máquina del galleguista iba a reparaciones. Contaba mi padre tantas anécdotas de él que, aún sin conocerlo, era para mi imaginación de niña, una figura misteriosa y poblada de historias, un soñador de ideales, un hombre noble.
Sobre esas mismas teclas redondas de metal y baquelita, con letras negras y las cintas de tela, donde él, apoyaba sus dedos delgados, yo aprendí a escribir a máquina. Tal vez, hasta milagrosamente, su espíritu celta me haya contagiado poesía.
CARICIA DE DEDO MENUDO
Hay días en que una nostalgia me visita.
Deja, como al descuido, la puerta entornada,
y sin prisas,
se instala en la poltrona azul.
Siempre en mismo lugar, como si fuera
el único en la casa
donde pueda mejor caber su pena.
Me mira desde la orilla verde de sus ojos,
y toda su vida me confiesa.
El mar y el barco que de Ítaca se aleja
en un opaco silencio de sirenas.
Estertores de la lengua más profunda
en que una piedra se cierra en la garganta
y el pecho es una herida sin cerrar.
Yo sé su nombre,
y mi dedo infantil señala su cara
en cientos de fotos color sepia
- Qué niña lista, cómo bien sabe
el quién es quién en el álbum del exilio-,
delante de benévolas sonrisas familiares
conciliadas con la tragedia del adiós.
Ayer es hoy, yo sé qué piensa bajo esa luz
de perenne lozanía, como los santos
que nos miran desde el alto en la hornacina
y como ellos con piedad
- Qué tontos eran - dirá - que nunca vieron
cómo tu dedo menudo me tocaba
el corazón marchito de distancia.
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