APUNTES CON LÁPIZ DE MINA, de Gabriela Casañas
(Editorial Dunken, Buenos Aires, 2018)
Reseña de Germán Cáceres
Convincente introducción de «Palabras de la autora», en la que comenta sobre la libreta de apuntes: “El cuaderno es un objeto que me ha acompañado toda la vida. En cientos de ellos quedaron plasmadas frases, vivencias, fragmentos de novelas, en un desorden atrapante (…) “¿No se encuentra la verdadera historia en un espontáneo descubrir, desprolijo, casi en clave…?”. Su enfoque puede emparentarse con el de Alberto Tabbia (1939-1997) – director junto a Edgardo Cozarinsky de la notable revista de cine Flashback–, cuya libreta de notas terminó convertida en el libro Palacio de olvido. Así, Apuntes con lápiz de mina tiene la forma de cuaderno escolar y los textos de los cuentos están ornados por pequeñas viñetas coloreadas que buscan la empatía del lector. Además, la tipografía imita la letra de la escritura con birome.
El «Portal» presenta un sagaz y lúcido prólogo de Marita Rodríguez-Cazaux, que capta, como si su lectura la efectuara con un escalpelo, el sentido de los cuentos incluidos en el libro: “…ese ir y venir de desmemorias que es la memoria, merezca transitarse en compañía de una libreta de apuntes, donde podamos dibujar entre renglones el sueño perseguido, aquella ambición en ascuas, el plan relegado, y por qué no, los soles y lunas de un calendario que aspire perpetuarse”.
Muchos de los cuentos son monólogos interiores, como por ejemplo «Etiquetas», en el cual la protagonista prepara una comida con muchos condimentos para el amante que la engaña y la maltrata verbalmente. Original la aplicación de colores a los ingredientes invocados.
En «El lunar» alienta una sensualidad que no puede canalizarse. La prosa directa de Casañas introduce imágenes y símiles que dan cuenta del estado de ánimo de la solitaria protagonista.
Siguen los colores en forma de anillos que funcionan como ilustraciones.
Una prosa precisa y ágil exhibe «Violación», que presenta un relato triste cuyo desenlace resulta emotivo y estimulante.
Hay cuatro páginas dispersas en el libro que se titulan «Citas y frases» y funcionan como espontáneas ocurrencias –algunas de ellas aforísticas– que enriquecen la lectura.
Tanto «Conectados» como «Colgado de la red» refieren la adicción informática que da paso a la falta de auténtica comunicación y a la soledad.
Una aguda reflexión sobre la avaricia espiritual de los seres humanos por vivir intensamente cada segundo de la vida da cuenta «Atrapando el momento».
«Despojada» puede leerse como prosa poética que alude a esos instantes íntimos que llevan a un sentimiento de desolación: “Aceptando sin intención de compartir, esta voz interior que bucea en soledad».
Otro soliloquio de una mujer dominada por la melancolía es «Ella, él y el mar», como también lo son «Soliloquio a dos voces» y «Remando remar» (en este último una muchacho aspira conquistar a todas las estudiantes).
El final sorpresivo de «Revelaciones» señala el golpe bajo que suelen recibir los enamorados ingenuos.
Probando su amplitud de registro Gabriela Casañas desarrolla una fábula romántica en «Leda y el cisne».
“La psiquis es lo más fuerte de nuestro ser ¿o no? (…) Una y otra vez nos sometemos a su locura con breves espacios de lucidez” propone «Pensamientos de gato». De esta forma, la narradora permanentemente indaga en el sentido de la existencia.
En «Siempre niña» un imprevisto final revela que parte del cuento es un sueño de la protagonista.
Evidentemente la autora anhela que el amor triunfe y así lo expone «La carta» en una suerte de grito, y «Sin despedida» plasma un emotivo canto al humanismo.
Gabriela Casañas nació en Buenos Aires y escribió las novelas La libertad de Oudine (2006) y Semen (2009) y el libro de cuentos Mujer sin maquillaje (2015).
Afamado escritor, dramaturgo, prologuista, reseñista, autor de numerosa y premiada obra.
PORTAL
Novelista y cuentista destacada, Gabriela Casañas presenta en esta
oportunidad una selección de cuentos donde penetra el paisajismo interior bajo la
condición propia de su estilo: talentosa orientación para hallar la palabra
justa y afortunado modo de volverla expresiva imagen.
Las historias humanas, voces y pasos
que encauzan la altura literaria de la escritora argentina, transitan el
territorio sensible y realista de “APUNTES CON LAPIZ DE
MINA” con un agregado original, las expresivas y apropiadas imágenes.
Conociendo la pasión de la autora por el
comic, esta edición concibe una suerte de complicidad con el lector y remonta
al tiempo en que la mensajería no era inmediata y los dibujos que hoy llamamos
emoticones respondían a estados de ánimo con los que se adornaban a piacere todo tipo de manuscritos. De
esta forma, onomatopeyas y gráficos conforman maridaje con un léxico conciso, fluido,
imbuido de percepción.
Para acaparar este valor ha de ser preciso
que el escritor levite sobre sí mismo; acople su latitud personal al movimiento
universal, cruce miríadas de leguas o cercanías tras el eco que dejará de ser
lengua propia para volverse idioma cósmico, ilimitado. Un ejercicio descomunal
que llega desde el inconformismo y establece empatía entre el lector y quien
escribe. Primordial cualidad de la que también dispone la narrativa de Casañas,
la efectividad en la relación de Autor-Leedor, como ella prefiere llamarlo.
Innegable carisma a su favor y una suerte
de rebeldía fecunda –por momentos confidencial, en otros, detonada como los
fuegos artificiales que estallan en el instante absorto– le permiten divisar
los espirales que tantean mujeres y hombres, desde el primer día de la Creación.
Sabemos que seguiremos buscando la llave
para penetrar tantos asombros y cuestionamientos como corazones laten, y, al
pensar de Luz María Loynaz, las vicisitudes compartidas habrán de orientarnos a
hallarla. Quizá por esto mismo, nos vinculamos desde la intimidad con
contagiosa celebración, para ir descubriéndonos a través del otro, de igual
manera eso nos permite descubrir nuestro costado más íntimo, el perfil menos transitado
de nosotros mismos.
En
esta entrega, Casañas vuelve a abordar el sugestivo tratamiento narrativo y recrea
fragmentos de sus novelas “La libertad de Oudine”, “Semen” y “Mujer sin
maquillaje”, donde subyacen observaciones sobre una sociedad incomunicada y
escéptica, y toman cuerpo aggiornados en temas penetrantes donde el conflicto
queda al desnudo y el remate acierta osadamente, como ocurre en “Violación” y “Revelaciones”.
El dominio lingüístico de la
autora permite presentar la diversidad del elenco que compone la historia en
ritmo creciente para atrapar al lector en un juego de encuentros y
desencuentros, pronosticando profunda reflexión, tal el caso de “Etiquetas”
donde el entusiasmo de la escritora por el arte
cinematográfico y la fotografía se advierten ensamblados en la recreación
escénica como si una cámara la tomara.
Cuestionamientos
de monólogo interior, sensualismo y remembranzas despliegan con convicción
finísimo tejido a tal extremo que la imagen puede palparse, como acontece en
“El Lunar”, “Pensamientos de gato”, “Ella, Él y el Mar”.
“Colgado
de la red” –el inicio establece el
consabido Había una vez, estribillo disparador
de cuentos infantiles–, y
“Conectados”, remarcan con clarividencia una época de distanciamientos e
indiferencias en una sociedad autista, intoxicada de aportes cibernéticos. Ambos
cuentos, de conclusiones rotundas aunque diferentes, tienen un hilo conductor
que no es justamente el que ata las relaciones humanas en la ambigua
problemática de los tiempos que corren.
“Siempre
niña”, narrado en tercera persona, transita presente y pretérito, atizando un
recuerdo en paisaje de infancia que se convierte en pasaporte de felicidad
rompiendo el nexo de lo temporal.
Manteniendo
su línea literaria de párrafos cortos, Casañas suma metáforas plenas para
mostrar el batallar existencial, como ocurre en “Leda y El Cisne”, brillante
relato donde lo sublime y la malignidad transitan carriles sorprendentes, y
amerita excelsitud de oficio en “Despojada” relato donde el minimalismo obra
como simbolismo.
“Soliloquio a dos voces” merece párrafo destacado. La autora aborda la
violencia de género, el maltrato infantil, el abuso, el impacto emocional, con
una puesta en escena frente a la cual el lector no pierde verbo ni elipsis, conmovido
ante la atroz revelación.
Hacia
el cierre, el poema “Sin despedida” recurre a tropos de excelencia y conlleva
un mensaje de esperanzador despliegue.
Como en anteriores oportunidades, Casañas
moviliza el interiorismo más oculto y logra con el lector indudable empatía,
deja expuestos aquellos sueños y proyectos que la azuzan, tan similares al mundo
interior de quien la lee. Se genera así una intimidad casi milagrosa que ata a
uno y otro en primera persona, espiando agudamente el universo para agregar
“más mundo al mundo”.
Es posible que
en hojas de libretas de apuntes se escriban palabras al vuelo, a toda prisa
para no perderlas, y que luego la inspiración y el oficio las lleven a fenomenales
cuentos o poemas. Sin embargo, el lenguaje de las cosas necesita, como afirma
Marechal, del silencio rico, grávido, atento. Este es el silencio que no
resigna Casañas, en el que hasta el menor y más suspendido gesto puede tocarse,
ocupa lugar.
Sin duda, después de internarnos en este
último libro de Gabriela Casañas, ese ir y venir de desmemorias que es la
memoria, merezca transitarse en compañía de una libreta de apuntes, donde
podamos dibujar entre renglones el sueño perseguido, aquella ambición en ascuas, el plan relegado,
y por qué no, los soles y lunas de un calendario que aspire perpetuarse.
Incluidos tachaduras, resaltados y enmiendas que hacen que cada vida –y cada
libreta de apuntes– tenga su propia rúbrica.
Marita Rodríguez-Cazaux
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