En el territorio de Morada
Negra, al borde de un hilo de agua, había un pequeño asentamiento de
hormigas exteriores. Vivían bajo piedras, recogían granos, enfrentaban
depredadores e inclemencias climáticas, y eran admiradas por su fiereza
en batalla.
Hacía mucho tiempo que usaban
las rocas como hogar; no podían adaptarse a las estrechas y oscuras
galerías, ni a las intensas relaciones sociales y laborales. Conservaban
el asentamiento a cambio de un tributo mensual y jóvenes que enviaban al
servicio militar.
Gozaban, al igual que sus
ancestros, de la vida campestre y del ocio. Sus objetivos eran obtener
abundantes granos, alejar las amenazas y asegurarse un lugar entre las
piedras. Las más ambiciosas emigraban al hormiguero, convirtiéndose en
obreras o militares.
Ilei, una joven hormiga
exterior, trabajaba en el campo acarreando pesados tallos, colaboraba en
la defensa haciendo guardia por las noches y ocupaba el tiempo libre
aprendiendo antiguas tradiciones e historias.
Acopiaba, junto con otras
compañeras, granos para pagar a un instructor de Morada Negra y
aprender modernas técnicas de recolección. Estimaban que esos
conocimientos harían que el agotador esfuerzo rindiese el doble. Pero el
proyecto no fue concretado; Morada Negra reclamó el tributo y a los
jóvenes para enfrentar a los invasores de Nueva Morada Roja.
Ilei y sus compañeros marcharon
siete días, a través de la sofocante aridez, hasta llegar al hormiguero.
Acostumbrados a vivir al aire libre, los sorprendió la oscuridad de las
antiguas galerías y la enorme e inquieta población.
La breve instrucción militar no
fue un reto; eran fuertes, hábiles con las mandíbulas y capaces de
sobrevivir en la adversidad. El grupo de hormigas exteriores,
destacándose entre los de su clase, fue convertido en un pelotón de
defensa exterior y enviado, al mando del capitán Sial, a proteger la
“Boca del infierno”.
Ilei, la noche previa a viajar
hacia el temible destino, estaba inquieto, no podía dormir. El
cielo oscuro, roto en miles de estrellas, no lo cobijaba, ni siquiera la
familiar brisa seca podía contenerlo.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Despierten!
–susurró Ilei.
-¿Qué sucede? –preguntó Lail,
fastididado.
-¿Qué quieres, Ilei? –preguntó
Aim, sobresaltado.
-¿No les parece extraño que, en
menos de un mes, nos envíen al frente? –soltó Ilei, preocupado, como si
fuesen víctimas de una conspiración.
-¿No confías en lo que
aprendiste? –preguntó Aim, cansado.
-¡Compañeros, Ilei tiene miedo!
–exclamó Lail, burlándose abiertamente.
-Tonto, crees en toda apariencia.
Sé que somos mejores que el resto... Pero no sabemos nada de la guerra...
–espetó Ilei a Lail, dejándolo sin palabras.
-¡Vamos, Ilei! ¿Qué necesitas
saber para utilizar tus mandíbulas como armas? ¿Para arrojar una munición
de insecticida y esconderte bajo tierra? –protestó Aim.
-Es cierto, son cosas fáciles
de aprender –coincidió Ilei.
-¿Entonces? ¿Tienes miedo?
–preguntó Lail, seriamente, sabiendo que la cobardía era mal vista entre
las hormigas exteriores.
-Es que no somos soldados ¿Por
qué no envían a los guardianes de las reinas o a los veteranos? Presiento
que iremos a una trampa –respondió Ilei.
-¿Qué dices? El instructor dijo
que las hormigas rojas son cobardes, temen a nuestras mandíbulas, y que
el gran Moi tiene todo planeado para vencer –retrucó Aim.
-¿En tan poco tiempo confías en
las hormigas negras? Si el enemigo fuera cobarde y Moi un genio militar,
no hubieran perdido Morada Violeta ¿Olvidaste cuando los soldados
anunciaban a los caídos de nuestro asentamiento? –preguntó Ilei,
indignado.
-No lo olvido y tampoco niego
la pérdida de Morada Violeta. Tú olvidas que a Morada Violeta la
protegían las Moradas Unidas y esta vez nos atacarán unas pocas moradas…
-protestó Aim.
-¡No puedo creer lo que dices!
¡Piensas como una hormiga de hormiguero! ¿Todos piensan igual? –preguntó
Ilei, observando las cabezas de sus amigos, penetrándolos con la mirada.
- Aquí hemos ganado un lugar
como pelotón de defensa exterior y hemos sido bien tratados. No veo
engaño alguno. Debemos combatir para conservar nuestro territorio.
Obedecemos lo que nos mandan y regresamos…-respondió Aim, tajante.
-¡Seremos los primeros en
morir, al igual que nuestros ancestros! –gritó Ilei, enfurecido.
-No desesperes, Ilei. Es el
precio que pagaremos para que nuestra comunidad siga en pie –dijo Aim,
restándole importancia al dramatismo de su compañero.
-¡Deja de infundirnos miedo!
Por tus caprichos hemos acopiado una enorme cantidad de granos en vano,
persiguiendo el absurdo sueño de contratar instructores ¡Si tanto amas la
comunidad, muere por ella! –espetó Lail.
-¡Lail está en lo cierto!
¡Honraremos nuestro destino! –añadió con orgullo Aim.
-¡Son todos unos necios!
¡Moriremos injustamente! –sentenció Ilei, perdiendo sus sentidos en la
oscura noche, en un horizonte invisible e indescifrable.
-¡Callen idiotas! Sial u otro
oficial escuchará los gritos, castigará a unos y hará matar por traición
a otros –intervino Qor, regañando al grupo, harto del debate, de un
absurdo irremediable.
-¿Por qué debemos cumplir las
órdenes de Moi? Sabemos que marchamos a la muerte –insistió Ilei,
dirigiéndose a Qor, necesitaba hacer un aliado.
-Ilei, las hormigas marrones
contradijeron a Moi y acabaron diezmadas. En nuestras decisiones descansa
el futuro de las exteriores. Honraremos semejante responsabilidad permitiendo
que otros nos sucedan –respondió Qor, paciente, esperando acabar con la
conversación.
-Quisiera hacer algo… -musitó
Ilei, impotente, solo.
-¡Escuchaste la voluntad de
todos! ¡Si hablas con Sial, en nombre del pelotón, te denunciaré por
traición! ¡Calla y duerme! –ordenó Aim.
Al día siguiente, capitán y
soldados llegaron por un sendero exterior a la “Boca del infierno”.
Observaron el accionar de los voladores enemigos y cada
una de las galerías subterráneas, aprendieron a camuflarse entre las
rocas y a espiar la base de Nueva Morada Roja, y ocuparon la colina que
debían defender.
El capitán Sial sabía que el
entrenamiento no era suficiente, hacía lo posible para que el pelotón
permaneciese calmado ante los patrullajes de las hormigas negras y los impunes
ataques aéreos sobre la entrada. Comprobó que las hormigas exteriores
eran extremadamente fuertes e infatigables, lamentó que ninguna fuese
soldado.
A medida que los días
transcurrían, la intensidad de las operaciones de ambos bandos aumentaba.
Las patrullas de Nueva Morada Roja penetraban las líneas defensivas en
busca de información y los defensores las emboscaban, causándoles muchas
bajas. Las patrullas de Morada Negra rondaban la base enemiga, sin
atreverse a atacarla, aguardando el egreso masivo de soldados para dar el
primer alerta al resto del ejército. Moi, sabedor del poder militar de su
adversario, dispuso no atacar la base, concentrando los recursos y
esfuerzos en la defensa. Supuso que podría negociar una honrosa paz y
mantener el liderazgo en el Concejo.
El capitán Sial oteaba el
horizonte en busca del mensajero. Estaba preocupado, hacía dos días que
su posición no era bombardeada y que no veía pelotones enemigos. Suponía
que un ataque masivo estaba gestándose y que su responsabilidad sería
contenerlo.
Lamentaba no poder comunicar a
los altos mandos militares las proezas de sus soldados, aniquilando
fuerzas que los superaban en número, resistiendo bombardeos bajo tierra y
cubriéndose las espaldas como compañeros. Sin embargo, el pelotón fue conocido
entre los defensores con el nombre de “Infernales”. Los rumores decían
que la muerte de Aim los envileció; no tomaban prisioneros.
Ilei y sus compañeros
descansaban fuera de los escondites, quejándose de las heridas y
calentado sus cuerpos al sol. Esperaban que el mensajero ordenase el
merecido descanso, que un pelotón de reserva los sustituyese.
-Estoy entumecido. Quisiera que
llegue nuestro reemplazo. ¿Qué ha dicho el capitán? –preguntó Ilei,
inmóvil, dejándose acariciar por el sol.
-No lo sé… Anoche, dijo que
posiblemente nos releven. Hace tantos días que dice lo mismo…-respondió
Oim, desganado.
-Nunca lo harán. Moriremos
aquí. –sentenció Lail, inmutable, como si le hablase al paisaje árido.
-¡Vamos, Lail! ¿Ni siquiera
puedo pensar en salir con vida? –protestó Ilei.
-No discutan en vano. Han
reñido todos los días por nimiedades, parecen larvas –interrumpió Oim,
regañando a sus compañeros. La tensión era intolerable, todos intuían una
gran avanzada enemiga.
-¡Sí! ¡Callen de una buena vez!
He perdido una antena y tengo un corte en la cabeza ¡Quiero silencio!
–protestó Qor, irritado.
-¡Calla tú! ¡He perdido una
pata trasera! Merezco respeto ¡Puedo decir lo que me plazca! –protestó
Lail, desafiante. Varias veces había reñido con Qor por nimiedades.
-¡Basta, Lail! De alguna
manera, todos estamos heridos. Necesitamos silencio –pidió Oim, intuyendo
una pelea.
-¡No me callaré! ¡Ilei comenzó
la discusión! ¡Él es el culpable! –señaló Lail.
-¡Basta! ¡No hablaré! ¡Quisiera
que te trasladen al hormiguero para que sane tu pata y no escuchar tus
horribles pronósticos! –gritó Ilei, dispuesto a enfrentar a Lail.
-¡Basta de tonterías¡ El
capitán está descendiendo –anunció Aik, era el reemplazo de Aim y aún no
lo aceptaban sus compañeros. Siempre permanecía al margen de las peleas
grupales.
-¿Puedes verlo? ¿Qué supones?
–preguntó Qor, ansioso.
-No lo sé… -susurró Aik, no
podía penetrar en la expresión fría de Sial.
El capitán descendía
ligeramente, sin demostrar nerviosismo o apuro, seguro de sus
movimientos. Era de suponer que sería un día ordinario, rechazando
exploradores, soportando los bombardeos de los voladores.
-¡Pelotón! ¡Atención! Hemos
sido honrados con el deber de defender la colina hasta las últimas
consecuencias. La vanguardia reveló que todo el ejército enemigo ha
salido de la base con rumbo a la “Boca del infierno”. En menos de una
hora combatiremos… -anunció Sial, impertérrito.
-¡Es una insensatez! ¡Somos
pocos! –protestó Ilei ante el capitán. Solía protestar ante cualquier
oficial y nadie osaba regañarlo. Decían que un cabo había intentado
fastidiarlo por derrotismo, pero que desistió cuando Ilei lo forzó a
permanecer dos días en el pelotón. Su bravura le permitía decir lo que
quisiera, incluso lo que conduciría a un soldado raso a un tribunal.
- ¡Calla, cobarde! –interrumpió
Lail.
-¡Silencio! Combatiremos
replegándonos. No habrá lucha cuerpo a cuerpo, solo usaremos las
municiones y esparciremos granos envenenados al pie de la colina ¿Entendido?
–ordenó Sial, observando a su pelotón, la mayoría estaban heridos y era
probable que no sobreviviesen. En varias ocasiones, las hormigas
exteriores le habían salvado la vida, sentía que estaba en deuda y no
llevaría a cabo las órdenes del alto mando a rajatabla.
-¡Sí, señor! –corearon los
soldados.
-¡A trabajar! ¡Rápido! –ordenó
Sial.
Los soldados, sin dudar un
instante, obedecieron y en menos de quince minutos las defensas
estuvieron preparadas.
El tiempo jugó con las ansias
del pelotón hasta que el capitán ordenó subir a la cima. La vista era
aterradora; una inmensa marea roja tapizaba la aridez destruyendo
defensas. El temor los asaltó ante el imparable ataque, sin embargo nadie
abandonó su puesto.
La lid era inminente. El
enemigo había tropezado con los granos envenenados y subía dispuesto a
apoderarse de la colina. El capitán Sial, temiendo que los rodeasen,
ordenó arrojar el insecticida y ceder la posición. Durante la retirada
perdió, contando muertos, capturados y desertores, un tercio del pelotón.
Logró llevar a sus soldados a otra colina, reforzar la defensa y combatir
unos instantes, pero el poderío militar de Nueva Morada Roja lo obligó a
retroceder nuevamente.
Huyeron hasta que no hubo
salida. La mayoría depuso las armas entregándose al enemigo. Ilei murió
socorriendo al cojo Lail. Oim y Qor fueron capturados y el capitán Sial
falleció intentando detener lo inevitable.
Los célebres “Infernales” y una
generación de jóvenes perecieron como si nunca hubiesen nacido.
***
Continuará… Próximo capítulo: “Misión
cumplida”
Fernando Veglia
Novelista, articulista y reseñista, nacido en 1979 en la Ciudad de Buenos
Aires.
Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales.
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