A esa mujer,
la de los ojos claros,
que ha podido escapar del cisma de la guerra
aún le tiembla el cuerpo de metralla.
Y aquella,
la de los ojos negros,
tapiada en la mirilla de cien velos
no comprende el pecado ni la piedra.
Mientras,
en el burdel, otra muchacha,
con el cuerpo desnudo tapa el hambre.
A pasos de su espejo,
estiletes de espejo se meten en la carne
de la niña que soñaba ser modelo.
Más abajo,
una magra mujer de piel oscura,
se lame uno a uno cada golpe
en el instante mismo en que lo hace
otra magra mujer de más arriba.
Y a esta que hoy me sale por la boca,
este puzzle de mujer que me circula,
-huérfana de Virginia, de Sylvia, de Anne Sexton-
se le ha dado
por escribir poemas.
M.R.-C.
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