por Marita Rodríguez-Cazaux
LA CAJA
No es mi casa porque ni siquiera la ropa del placar es mi ropa. Yo la hubiera reconocido con tocarla aún en la oscuridad, tanteando entre las perchas.
Es lo que digo, no son mis cosas, no es mi casa.
Y lo más desesperante, no está mi caja azul en el estante de siempre.
Tenía esa caja desde que era chica, una caja de cartón forrada de papel azul.
La he tenido siempre a mano y en ella guardaba las figuritas de purpurina, las postales de Navidad, fotos de escapadas al campo y al mar. Las cintas de las tortas quinceañeras rematadas en dijes de lata dorada y un cuaderno Perlita donde escribía versos.
La caja siempre estuvo conmigo, sobreviviendo fiel a veraneos y mudanzas.
Me acuerdo en ésta última de haberla metido en los cestos de la mudadora, pero cuando todos los cestos fueron despojados, la caja no estaba en ellos.
Tampoco entre las valijas de la ropa, ni en la bolsa de los cosméticos, ni en el zapatero. Ni perdida entre diarios abollados.
En los primeros días eran tantas las cosas para ordenar que imaginé, despreocupada, que aparecería más tarde.
...
Para su lectura completa periodico irreverentes
Imagen de Alphonse Mucha Studio
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