Cuando él llegó, todo fue distinto. Poco a poco
se hizo dueño de la casa, y de mamá.
Tuve que dejar la bici en el patio de tierra para
que él acomodara la moto en el garaje y cederle mi estante de juguetes para sus
discos de rock.
Mamá se tiñó el pelo y empezó a comprarse
pantalones dos talles más chicos. Así, apretada y llamativa, caminaba colgada
de su brazo, mientras yo, unos pasos apartado de ellos, me moría de vergüenza.
De puro quisquilloso él no permitía que nadie se
sentara a la mesa en su lugar y mamá era la única que lo tuteaba. A mí me había
prohibido semejante familiaridad y lo llamaba tío.
No me quiso nunca, lo supe en cuanto lo vi.
Me mandaba de aquí para allá y cada tanto tenía
que esquivarle un manotazo, mientras mamá parecía vivir en otro mundo, pegada a
él.
En mis sueños yo le disparaba, lo atropellaba, lo
envenenaba y rescataba a mamá, para que ella se quedara a mi lado, como había
sido antes.
Pero en la mañana, al despertar, él seguía siendo
el rey de la casa, desayunando feliz mientras mamá le untaba las tostadas con
dulce casero.
Soportarlo toda la semana me agotaba, pero los
sábados era peor. Desde la mañana mamá se arreglaba el pelo, se pintaba
las uñas, se probada diez veces las blusas y se depilaba las cejas.
Después de cenar iban al club a bailar y yo
apenas existía para ella cuando antes de
...
Para su lectura completa periodico irreverentes
La ímagen que antecede al cuento en el presente blog, "El pueblo de los malditos" (Película) ilustra la Página de periodico irreverentes.
(*) "De Amores y desamores" - Editorial Dunken - (Derechos Reservados 2010)
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