lunes, 17 de junio de 2013

PRIMER PREMIO CUENTO CONCURSO LITERARIO FEDESPA

 


“ DE REMANGUILLÉ XEITOSO”

Solía cortarme el pelo en las peluquerías de mi barrio y siempre con el mismo resultado: una mueca de fastidio y disconformidad refractada en el espejo, la cara de risa contenida del peluquero ante mi jopo venido a menos, la nuca raleada, las patillas despejando las orejas.
Una tarde de verano, caminando por el Centro, descubrí una peluquería en Corrientes y Paraná y entré con la idea de mejorar la poca elegancia que sobrellevaba mi cabeza.
El peluquero, un muchacho pulcro y simpático, pareció adivinar mi pensamiento y me invitó a sentarme en un sillón de cuero marrón.
Frente al cuadrado iluminado me miré detenidamente; el pelo finito y escaso y, ese remolino sobre las orejas, que las volvía menos proporcionadas. Torcí la boca con disgusto. El muchacho sonrió, una dentadura perfecta apareció debajo de su bigote oscuro.
-¿Me deja elegir el corte? -dijo con cierta piedad, mientras me acomodaba una toallita en el cuello. Antes de que le contestara, con la tijera en una mano y el peine en la otra, empezó a cortar por la nuca.
Al pie del sillón vi caer unos mechones retorcidos sobre el piso de baldosas en damero. En diez minutos, un corte impecable me devolvía desde el espejo una cara que parecía más joven.
El muchacho retiró la toalla y la sacudió, me puso una loción con olor a lavanda y bajó el sillón.
-Buen corte -confesé con pudor -¿cómo se llama?
-Leandro, me llamo Leandro –contestó -¿Se va a acordar?
-Por supuesto que voy a acordarme, pero le preguntaba cómo se llama el corte- dije extendiéndole la propina.
-De Remanguillé xeitoso -contestó Leandro con un acento cálido, de melódica fonética.
Pagué en la caja y salí.
A la noche, me miré varias veces en el espejo del baño y me fui a dormir sabiendo que, por fin, había encontrado el corte ideal. Eso hizo que a los quince días volviera a la peluquería; Leandro me reconoció al momento, indicó que me sentara en su sillón y empezó a cortar.
-Acuérdese, corte De Remanguillé xeitoso –quise advertirle, pero ya las tijeras me producían las mismas cosquillas agradables y supe que no hacía falta abrir la boca.
Por ese tiempo había conocido a mi novia y se lo conté a Leandro.
-¡Qué buena noticia! -se alegró conmigo, y empezó a hablar también de sus amores, en un pueblo que describió verde y de casas de piedra, con patios abiertos. La voz joven del peluquero tenía la cadencia mansa de la lluvia, el sonido del agua cayendo sobre lajas.
-En el patio planté un castaño, a mi madre le gusta sentarse bajo su sombra cuando el sol aparece en la huerta -dijo. Me sorprendió que usara el presente para un tiempo pasado y sus palabras me sonaron íntimas, como si estuviera contando un secreto. Quizá se asomaba a un recuerdo que aún lo estremecía.
Supe entonces que Leandro había nacido en Crecente, un pueblo pontevedrés, y que, después de la guerra, América abría para él un horizonte nuevo. Invitado por una hermana en Argentina, se decidió a venir. Al poco tiempo, era el mejor oficial de una peluquería céntrica de Buenos Aires. La misma donde lo conocí.
- Ya somos amigos -pensaba yo cuando Leandro alargaba su mano para saludarme y recostado en el sillón de cuero, su acento tibio iba llevándome a paisajes de tierra húmeda, ondas de sembradíos y parras bajas, donde mujeres con pañuelos anudados en la cabeza, cantaban en susurros. Un acercamiento inexplicable nos unía y creo que él, también, esperaba mi visita tanto como yo su corte De Remanguillé. Y sus anécdotas. Esas “lembranzas por corredoiras”, como le gustaba decir, que iban hacia amores y tiempos entrañables por las rutas de la memoria.
Un viernes, después de atenderme, bajando la voz, me confesó que dejaba la peluquería al día siguiente.
-¿Se va? ¿A dónde? -dije imaginando que abriría una peluquería propia en otro barrio.
-Me compré un aserradero, es una forma de crecer –aseguró contándome que su sueño era ser ebanista como su padre.
-Usted no puede irse. ¿Quién podrá cortarme el pelo si usted no está? –contesté inquieto, pensando lo doloroso que sería perder aquel sentimiento de proximidad que nos unía, aquellas historias que Leandro me regalaba.
-Amigo, le aseguro que hay una solución para todo y la suya es soñar que yo le sigo cortando el pelo aún a la distancia, para no perder el viaje por rúas y leiras, esa ruta que siempre lleva hasta nuestro puerto interior.
Lo miré incrédulo.
-Soñar -repitió Leandro -, soñar en duermevela, para encontrar el instante exacto en que, apenas separados de la realidad, entramos en el camino de los recuerdos y por él, vamos penetrando en nosotros mismos. Como hago yo, siempre que quiero estar otra vez al pie del castaño o en la romería de San Xulián.
Iba a contestarle que no me merecía sus burlas, pero me detuvo su sonrisa franca.
-Es el minuto en que se hacen ciertos los deseos más íntimos –dijo y los ojos se le perdieron en un horizonte que yo no alcanzaba a divisar.
-Pero, ¿y su voz? Dónde voy a escuchar otra voz con ese acento templado y la cadencia de un son lejano, una melancolía sin pena, el mágico aleteo que apenas roza el aire –me inquieté. Como si adivinara mi desazón, puso su mano en mi hombro.
-Nunca se pierde lo que nos hizo felices. Siempre queda guardado en un rincón, agazapado, en acecho para sorprendernos. Hasta el posible que volvamos a vernos -dijo, y un gesto cómplice le arqueó las cejas.
Salí contrariado, convencido de que Leandro se había burlado de mí. Pasaron tres semanas y volví a la peluquería con la ilusión de que un arrepentimiento a último momento cambiara sus planes y estuviera de pie, al lado del sillón, esperando mi llegada.
Pero no lo encontré; hablé con el dueño y me confirmó que en Monte había abierto un aserradero a su nombre y que ya tenía clientes destacados.
-Un muchacho especial, con un tesón firme, lleno de sueños a pesar del desgarro del exilio. Créame, yo también lo extraño.
Salí sabiendo que había perdido para siempre mi corte De Remanguillé xeitoso y aquellas confidencias que nos anudaban.
Después de tres meses, sobre el cuello de la camisa me caían mechones desparejos y las patillas no podían ocultar mis orejas poco estéticas. Mi novia insistía en que era un descuidado y no tuve más opción que buscar otra peluquería.
Pasé por varias de la avenida Callao, por Cerrito, por Florida, pero una inquietud desconocida me hacía levantar del sillón, pedir disculpas y marcharme con el jopo arremolinado.
-Tendré que conformarme –pensaba resignado después de afeitarme, estirando el pelo hacia atrás frente al botiquín del baño.
Un anochecer, después de un día desaforado en la oficina, pasé a buscar a mi novia por su casa. Una llovizna tenaz caía cuando abrió la puerta.
Contrariada por el mal tiempo no quiso ir al cine, prefirió quedarse. Sentados a la mesa, hablamos hasta tarde mientras la lluvia persistía.
Al despertar, la oí tararear en la cocina desde donde llegaba un aroma de café recién hecho.
-¿Sabes qué soñé anoche? -dijo apenas crucé la puerta. Con la taza aún en la mano, se apoyó en la mesada y mirándome, una luz especial le bajó hasta los labios.
-Soñé que caminábamos por un lugar abierto y corríamos por laderas verdes hasta una casa de piedra, donde una mujer en el patio leía una carta. Una mujer de pelo atado en una trenza y vestido negro, con manos de dedos delgados que pasaba una y otra vez sobre las letras, caricias resbalando por el papel. Así, ¿ves? -dijo rozándome apenas el pelo -, como cuando dormías en la noche y yo no podía dejar de acariciarte mientras te miraba.
-¿Una casa de piedra? -dije sintiendo que la voz se me perdía.
-Una casa de piedra gris, donde en el huerto, un muchacho plantaba un castaño.
Recordé que Leandro me había hablado de un lugar parecido, el mejor lugar del mundo decía, donde puede llegarse, solamente, cruzando el mar de los sueños.
La miré mientras ella, ya olvidada del sueño, acomodaba galletas en un plato.
Iba a sentarme en el sofá cuando de perfil, alcancé a verme en el espejo del living. La imagen me devolvió la misma cara joven que tenía al salir de la peluquería de Corrientes y Paraná.
-De Remanguillé xeitoso -pensé sorprendido, pasándome la mano por la nuca prolija.
Sobre los vidrios del ventanal una garúa, caía mansa.

No voy ahora tan asiduamente a cortarme el pelo, sería innecesario. Sin embargo, cada tanto, cierro los ojos para alcanzar aquello que parece lejano. Lo que solamente podemos encontrar en duermevela. Como los sueños de Leandro, esperándonos para sorprendernos. Tal como él decía, para alcanzar De Remanguillé xeitoso, aquél tiempo de saudades que jamás habita la penumbra.

                                                                                          Marita Rodríguez-Cazaux

                                                                       * * *

Esta Antología de cuentos sobre la temática de la emigración hispana corresponde al concurso literario organizado en 2012 por Federación de Sociedades Españolas de la República Argentina.
Mereció el Primer Premio Pictórico un emigrante gallego, de Betanzos, Luis Nodar Pato, y la obra premiada, "Fin do Camiño", es la que ilustra la tapa de este libro.
El Primer Premio de Literatura correspondió al cuento de realismo fantástico que titula la Antología: "De Remanguillé Xeitoso", escrito por Marita Rodríguez-Cazaux.

Impreso en Argentina
Producción editorial: Mariana Vicat de Blanco
Producción industrial: Adriana Rodríguez
FEDESPA Bernardo de Irigoyen 172
Buenos Aires, República Argentina

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