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domingo, 31 de mayo de 2015
ENTREVISTAS
jueves, 28 de mayo de 2015
Narrativa
UNA JUSTA DECISIÓN
La idea nació tras el accidente.
Yo sabía que tu magnetismo, tu roce mundano desafinaban con mi pobreza de ingenio.
Entendía que frente a tu perspicacia mis simplezas quedaban a la vista del ojo más distraído, tal vez por eso no sé que hizo que te fijaras en mí, pero no me importaba y pasando por encima de esa sensación de sombra que a tu lado parecía taparme, te quise ciegamente.
Hubo veces en que me parecía tener fiebre, sentirme enferma ante tu forma de moverte, de dar órdenes, de percibir con certeza hasta los pensamientos más cerrados de los otros; pero seguía hipnotizada por tu astucia, tu sagacidad, tus discursos.
Todo vos eras perfecto.
Un escritor talentoso que luchaba por sobresalir, destacarse entre los mediocres; un hombre inteligente dominado por las ansias de estar en la cima para desterrar a los oportunistas.
Un vigoroso lector, potenciado y creativo que desdeñaba los best-seller y se burlaba de ganadores de concursos patéticos con premios millonarios.
Siempre impecable, buceando en las tramas de las narraciones el verbo justo, el adjetivo ideal, la frase exacta. Herido de desilusión al tiempo que tus dones se enfriaban en la indiferencia de los editores, quienes perseguían éxitos y dividendos.
Ibas y venías por las oficinas de los periódicos, visitabas a los popes de las letras, te repartías en entrevistas con directores afamados, acercabas tus escritos a los jurados que te los devolvían insensibles.
Sordos y ciegos a tu estilo sin precedentes, ninguno te consideraba. Nadie publicaba tus trabajos, mientras vos veías triunfar tanto folletín coronado de laureles mediáticos.
Así vivías, enjaulado en la rabia de la injusticia, y tratando empecinado de seguir a pesar de los desplantes, soñando con tu nombre repetido en la tapa de los libros, encabezando reportajes, trepado en los temarios de las conferencias.
Entonces, cuando yo era sólo un accesorio a tu servicio, sin peso ni altura en los parámetros de tu balanza, justamente cuando menos me tenías en cuenta, ocurrió el accidente.
Una catástrofe a mi medida, igual que mi vida al lado tuyo: cruel, inesperada y en la que tampoco participé.
Un lugar alejado, una ruta concurrida. Un grupo de gente famosa, una mala maniobra. Una distracción amortiguando los reflejos.
Un choque trágico llegando a la plana de los diarios sobre el cierre de la edición, y que a vos te ignoró para siempre.
Porque te moriste.
Te moriste antes de que reconocieran tus valores y tus libros se apilaran en las mesas de las librerías, la gente te pidiera autógrafos, la prensa se interesara en vos.
Ocupé entonces el lugar de los preferidos en el escenario de los lutos. Esos momentos en que los demás nos miran piadosos, nos imaginan agobiados, desahuciados frente a la despedida de amores irremplazables.
Escrutan morbosos, adivinando dolores devastadores y se asoman como espiando la angustia del desventurado, del que ya nunca será feliz; del que quisiera también, haber muerto.
Pero yo era feliz, muy feliz.
Por fin la hora había llegado y podía empezar a parirme sin vos, a darle forma a mi verdadera imagen, podía volver a ser.
Y hasta podía tener voz y que me oyeran.
Para vos nada de lo mío podía tenerse en cuenta ni llevarse a cabo. Sin embargo, pude.
Invadí tu biblioteca, tus copias sin corregir, las novelas inconclusas, los cuentos inéditos.
Así, todos los papeles que guardabas apilados en estantes, estirados en cajones, sobre tu mesa, pasaron por mi aduana de rencores.
Porque debió ser un sentimiento parecido al rencor el que me guió por tus laberintos y tus fronteras para arribar por fin, a mí misma.
Para ser franca, me dio placer matar a todos los personajes que había aborrecido en secreto y cambiarles los nombres, la estatura, el color de los ojos, distanciarlos de tus juicios, liberarlos de tus soberbias.
Zurcía, remendaba, espulgaba, puliendo como un tornero y transformando tus historias con tal fervor, que empezaron a llenarse de mí.
Al tiempo llamé a un editor.
La novela que vos habías escrito sin permitirme siquiera acercarme porque mi presencia te fastidiaba, fue lo primero que firmé con mi nombre.
Por supuesto le hice unos cambios, porque el título no coincidía con mi idea y el personaje mimado por vos que caminaba inmoral por la cuerda floja, terminó en un enfrentamiento justiciero y el muchacho del taller que tu autoría había asesinado volvió a vivir para casarse con la fotógrafa.
Y soy tan sensible que al tener el libro en las manos, casi lloré.
Vos que siempre recibiste negativas de las editoriales, no entenderías cómo trepó en las ventas hasta ser denominado “El libro del verano”. La publicidad aseguraba un entretenimiento ideal para lectores aceitados por pantallas solares, y a pesar de que te burlabas de los que leían a través de anteojos ahumados los críticos me premiaron sin importarles el color de los cristales.
El mismo editor me aconsejó firmar los derechos para la película del director americano, a quien le pareció mucho más justo el remate y le vio un contenido social que no hubieras podido imaginar.
Mi éxito seguía.
Los cuentos se multiplicaban porque tu mente brillante creó tantos héroes y antihéroes que pude repartirlos en varias narraciones, y les di vida, pasión y muerte en otra novela que significó el doble de ganancia.
No te imaginás el placer carnal que sentía cuando le serruchaba desgracias al personaje que vos habías castigado cruelmente y dejaba que milagros inesperados aliviaran a inocentes de capítulos de injusticia.
De los cuentos pasé a los poemas. Fue un poco más complicado pero, como estaba acostumbrada al hábito de la paciencia, compré un diccionario de sinónimos y me senté en tu escritorio a corregirlos con la firmeza de un espartano.
Recuerdo que tus sonetos eran impecables, pero no hizo falta que lo siguieran siendo porque el crítico más severo interpretó giros y metáforas donde jamás existieron y la tirada de mi libro batió el record de ventas traducido al alemán. Sin lugar a dudas la mejor poesía la dan a luz los audaces.
Los sentimientos que había guardado en la herida de tu desamor se hicieron palabras y la que no había tenido voz ni voto, ponía voces y acentos en cientos de bocas.
Y cuando un jurado internacional advirtió mis dotes con tanta vehemencia que antes de enterarse sus propios miembros, ya era la ganadora por unanimidad, supe que estaba en el camino justo.
Insospechadamente era reconocida a tal extremo que pasaste a ser “el marido de”.
Ni siquiera podrás acusarme de plagio porque mi trabajo de todos los días dista mucho de tus alturas literarias y como tu silencio no tiene retorno no oigo tus desacuerdos, pero si es verdad que el triunfo trasciende los mundos, allí donde estés, deben llegarte los ecos de mi fama.
Entonces, recordando mi terca sensibilidad y mi amor sin egoísmos, sentirás la tremenda desazón, la pena insostenible que me agobia por no tenerte a mi lado para compartir juntos el principio de la gloria.
Y como siempre te adelantabas a mis propias sensaciones, adivinarás también cómo lo lamento.
Ciertamente querido mío, cómo lo lamento.
DE AMORES Y DESAMORES
M.R.-C.
Cuentos
Editorial Dunken (2010)
IMAGEN. INTERNET
Narrativa
D U E R M E V E L A
Siempre soñé sueños continuos; es decir soñaba historias que continuaban hasta empalmarse como capítulos de una novela, en eslabones consecutivos, noche tras noche.
El sueño llegaba el lunes con personajes y situaciones que se repetían sin falta el martes y se deslizaban en un camino sin baches, retomando el hilo de una madeja que aseguraba continuidad el miércoles, el jueves, el viernes, y por supuesto el sábado y el domingo, como en una rueda sin fin, hasta el lunes siguiente.
Durante el día todo era absolutamente rutinario en mi vida. Algo insegura, enemiga de licencias y libertades, transitando por caminos limitados, sin abismos ni riesgos, siempre pensando que la ruta del héroe nunca se cruzaría en mi ruta.
Distante de esa monotonía descolorida, cuando apoyaba la cabeza en la almohada y poco a poco entraba en la sombra de los sueños, mi existencia se volvía mágica, alborotada, libre, como jamás me había sentido despierta.
Lo que fue una conducta propia de la infancia pasó a ser una fantasía para una adolescente imaginativa, pero cuando más tarde se convirtió en rutina, oculté mi secreto nocturno: debajo de las sábanas despertaba al mundo de mis propios sueños.
Así vivía hasta aquella noche en que salí del baño y arrebujada en la bata fui a la cocina a prepararme la cena. Sentada en la silla, una sensación desconocida me fue acercando a voces y risas de gente agrupada, pasos apresurados, corridas, silbidos.
Sin darme cuenta fui quedándome dormida, reclinada la espalda en el asiento duro de un tren, acunada en un vagón de luz opaca, los campos envueltos en neblina y una llovizna tenaz salpicando los vidrios de mi ventanilla.
Cuando el tren se detuvo en El Palmar, bajé y caminé hacia el centro, pero la lluvia me empapaba los zapatos y me hundía el sombrerito amarillo. Entré en un bar de mesas cuadradas y sillas altas para tomar algo caliente.
A la noche siguiente todavía me sacudía el frío del vagón donde había regresado, envuelta en el abrigo preferido en mis sueños invernales, leyendo una novela de Jerzy Kosinski, cuando lo conocí.
- ¿No le molesta? - dijo, mientras una sonrisa ensanchaba sus mejillas.
Incómoda levanté los ojos, mi mirada se cruzó con unos ojos marrones de brillos amarillentos debajo de cejas tupidas. Apenas encorvado para leer las letras minúsculas del libro, dobló las piernas y se sentó al lado.
Fastidiada, sobre la falda dejé el libro cerrado; no quería compartir con nadie las sensaciones que me contagiaba el personaje; mi desvalido personaje apresado en un jardín.
Crucé los brazos y sin contestar desvié la mirada hacia la ventanilla, mientras pasaban apurados retazos de campo como remiendos parejos, casas bajas, jardines caseros.
- Me encantó su sombrero, era el sol bajo la lluvia, nadie tiene en este pueblo un sombrero tan amarillo - agregó bajando la voz con acento casi burlón. Después se acomodó en el asiento ladeando la cabeza sobre el respaldo de su butaca.
Cuando de reojo me atrevía a meterme en su perfil reflejado en la transparencia del vidrio, lo descubría también mirándome, casi cómplice, como si adivinara mis pensamientos.
Al llegar a El Palmar se despidió, lo vi bajar y doblar en la esquina de ligustros, sin darse vuelta ni un momento.
La noche del miércoles volví a tomar el tren de las once y diez sobre el andén de la izquierda y me senté en el asiento pegado al pasillo.
En la penúltima estación me levanté y bajé las escaleritas de hierro, saltando sobre los tacones de los zapatos acordonados, calzándome los guantes de muaré y apretando la cartera de gamuza debajo del brazo.
Caminé hasta la calle principal. En la plaza estuve esperando sentada en un banco y cuando el reloj de la iglesia dio dos campanadas, lo vi llegar con pasos derechos, sacudiendo la gramilla del sendero, con las manos en los bolsillos de una campera de gabardina.
Un viento sereno le despeinaba el pelo de la frente. Más tarde, volvimos juntos por la vereda de magnolias del barrio inglés.
Compré el boleto de ida y regresé a casa, mientras él se quedaba estático, de pie en la estación, al lado de las escaleras de cemento.
En la cita del jueves nos encontramos en la puerta del Teatro Municipal, los dos estuvimos mirándonos sin decir palabra, sin apartar los ojos, como si con candados nos hubieran abrochado las miradas.
En la penumbra de la sala me besó.
De regreso caminamos por un barrio de casas blanqueadas, portones de rejas simples y patios con canteros, uno al lado del otro, las dos sombras impresas en las medianeras.
Recordé haber caminado ese mismo trecho de paredes húmedas, pero entonces, mi sombra iba siempre desnuda y sola, marcada apenas en la orilla de la calle, como encerrada dentro de mi propio jardín, sin poder salir a las estampidas de mis sueños.
La noche del viernes el tren se había demorado y llegué tarde. Cuando bajé, el andén estaba desierto y una sensación de intemperie me acompañó mientras lo recorría. Crucé hasta la plaza y desde allí a la calle de los ombúes.
Un sollozo me tambaleaba en la boca y me cerraba el pecho, ahogándome.
Volví sobre mis pasos mirando hacia atrás, creyendo oír por momentos pisadas apuradas sobre los adoquines. Me senté en el banco viejo de la plaza y quedé allí, iluminada apenas por la luz del farol, con las manos apoyadas sobre la falda, y los ojos internados en la soledad de la estación.
Asomadas detrás del muro de ladrillos que separaba el cruce de las vías, caras burlonas parecían espiar el desencuentro y los árboles desnudos a lo largo de la galería, eran figuras que desde lejos lo nombraban.
Subí al tren, tres pitadas sordas acompañaron el arranque.
- No ha venido, no ha venido- repetía mi cabeza durante el viaje de vuelta, en un tiempo que me pareció interminable y donde yo misma podía verme como en un espejo, hundida en el asiento, con el collar de coral rodeándome la garganta contrastando con las mejillas sin color, apretando con las manos el cuello del abrigo gris.
En la madrugada del sábado lo encontré a la salida del pueblo, donde las casas se aíslan y la campiña bajo el rocío, se vuelve más verde. Era un día que amenazaba tormenta, las nubes caían por el hueco de las lomas y se perdían al fondo, cerca del río.
Él estiró el brazo y me rodeó los hombros, yo apuré los pasos para seguir su ritmo y cuando su cuerpo rozó el mío, me replegué y quise soltarme, pero su abrazo me retuvo y su voz era tan cálida, que un tibio airecito me templó la frente.
- ¿Dónde estuviste? - preguntó - Te esperé apoyado en la pared del terraplén, la que baja hasta el muelle y por allí caminé, sin encontrarte, hasta la alameda, mientras los árboles repetían tu nombre y caras burlonas parecían perseguirme.
Subimos los escalones de madera de la casa; en el umbral nos detuvimos un instante para mirar el cielo que en ese momento se rompía en relámpagos azules.
En ese abrazo quedé, hasta que el ruido de la lluvia entró por la ventana, colándose por la persiana del dormitorio hasta la orilla de mis ojos.
- Ya debe ser el mediodía-, pensé, -es domingo y me voy a levantar malhumorada, voy a salir de la cama, pedalear cincuenta abdominales antes de bañarme, lavarme la cabeza, ponerme la máscara refrescante, buscar los anteojos y leer el diario.
Pero mi cuerpo se quedó estirado sobre las sábanas mientras la radio que se oía desde la cocina, tocaba un fox.
En duermevela, su figura se recortó en el vano de la puerta, con una mano en el marco y la sonrisa ancha sobre sus mejillas barbadas. Desde la cocina llegaba un olor a pan tostado, un perfume a vainilla y bizcocho.
Sentados en la cocina, tomamos café y tostadas con miel.
Él se estiró en la mesa y con la mano alisó mi pelo despeinado.
Desde ese domingo, no desperté.
DE AMORES Y DESAMORES
PERIÓDICO IRREVERENTES
LA ESTACIÓN DEL TIEMPO
Por Mariana Ruiz

Cuando el cálido sol de los domingos asomaba, junto al silencio de voces serenas de familiares ausentes, Isabel y Carmen a través del dispositivo telefónico –único medio por el cuál establecían la conexión– se reunían en la mítica esquina de Acoyte y Rivadavia, en el barrio porteño de Caballito, para viajar en el subte de la línea A que las llevaría a pasar la tarde en el viejo e histórico Café Tortoni. Una confitería donde el tiempo había dejado a modo de legado, historias arcaicas de escritores y poetas: soberbios en sus versos, pasionales en sus historias, trágicos, sedientos y perturbados amores no correspondidos, para narrar y atesorar en la memoria.
Hasta allí se dirigieron, a disfrutar de la recitación de obras literarias, a recordar y volver a ese espacio en el que, alguna vez, fueron jóvenes. Costumbre que no habían abandonado, a pesar de los años transcurridos.
Isabel no tuvo suerte con su matrimonio, los mandatos de la época le impidieron decir no al hombre escogido por su familia, tuvo que obedecer a los preceptos que imponían. Ama de casa, correcta y resuelta, atenta al cuidado del hogar y la familia, su vida casera era la envidia de las revoltosas solteronas. Con el advenimiento de sus dos hijas los días eran más soportables y entretenidos porque se dedicaba íntegramente al bienestar de las nenas.
Carmen, todo lo contrario. Se enamoró perdidamente del hijo de una pareja amiga de sus padres, sin saber que él iba sintiendo lo mismo. Se frecuentaban de niños cuando sus padres se juntaban a platicar. Con el correr de los años, las hormonas y el crecimiento descubierto día a día, mostraron que había algo más entre ellos. Y así, de a poquito, nació el amor y desde ese momento fueron inseparables. La vida le dio cuatro hijos: dos varones y dos mujeres.
Coquetas y elegantes, entonadas y perfumadas; con su mejor ropaje para la ocasión, disfrutaban del viaje de ocho estaciones, un viaje que siempre resultaba fugaz, ameno, ansiado.
Sentadas en la mesa, acompañadas con su tradicional café con leche y masitas, las dos viejas amigas conversan sobre aquellos secretos que tan celosamente guardaban, buscando -para no olvidar- aquel rostro del hombre que recitaba los versos más hermosos de Alfonsina Storni o de Baldomero Fernández Moreno entre otros.
De cabellos dorados, vestía traje sastre color azul oscuro con rayas apenas visibles, acompañado por un pañuelo blanco de seda del mismo tono que la camisa, corbata a cuadros, lisa en algunas ocasiones, todo un perfecto sintagma que enfatizaba sus ojos del mismo matiz que el traje.
Ese hombre, cautivaba a Isabel con la melodía de su voz, a veces, hasta creía que la miraba fijamente a los ojos cuando pronunciaba algún poema en el que se sentía envuelta en palabras de amor, de angustia, nostalgia y dolor; Isabel se reconocía en cada verso que los labios del hombre expresaban, y un gota de cristal se desplomaba sobre su mejilla, lentamente, cuando la poesía terminaba.
Mientras sus miradas se cruzaban, el tiempo se detenía. ¿Quién era ese hombre? No lo sabía, porque una vez finalizada la velada, cada una volvía a su casa y el hombre desaparecía.
Por aquellos tiempos, una señora casada era vista de muy mala manera si se acercaba a un hombre desconocido, claro, salvo si el encuentro era casual.
Una tarde, Carmen le dijo a su amiga que iba hasta el toilette, pero desviando los pasos se dirigió a uno de los mozos para preguntarle quién era ese hombre que recitaba. Bajando la voz, le comentó que le gustaría conocerlo para felicitarlo.
Luego de saludar a un grupo de curiosos que lo rodeaban, el hombre se dirigió hacia la mesa de ellas. Isabel, lo vio aproximarse a paso lento hasta su mesa. Al llegar, caballerosamente se inclinó con una reverencia hacia las dos.
—Buenas tardes, señoras. Espero que hayan disfrutado de los poemas. Me han dicho que me querían conocer, bueno, aquí estoy. Mi nombre es Avelino, soy maestro de Letras.
En señal de respeto acercó su mano para tomar la de las damas. Carmen para romper el mutismo de su amiga, se adelantó en la palabra:
—Encantada, mi nombre es Carmen. Nos gustó mucho la selección de poemas que recitó en el día de hoy.
—Un gusto Carmen —dijo él.
Un codazo en el brazo de Isabel la devolvió a la realidad. Con la boca seca y la voz entrecortada solo atinó a decir:
—Lo mismo.
—Y su nombre es…
—Isabel —contestó rápido y tratando de no tartamudear.
—Hermoso nombre, señora —dijo él, y le tomó la mano muy delicadamente. Con el dedo pulgar le acarició la piel, advirtió la tibieza, el sudor, y se inclinó para besarle la mano. Ella sintió cómo las agujas del reloj se detenían al mismo tiempo en que el mundo dejaba de girar en su eje y alrededor del sol.
Las demás personas en el salón lo aclamaban, querían saludarlo y felicitarlo también. No tuvo más remedio que irse, desapareciendo en medio de la muchedumbre.
Fue una tarde diferente a las demás, pensó Isabel y se entusiasmó con la idea de que cuando volviera lo vería de nuevo. En el subte, de regreso a sus casas y a sus vidas cotidianas, las dos amigas iban hablando de lo maravillosa que había sido la tarde y lo entusiasmadas que estaban por regresar.
Ciertas circunstancias familiares que le surgieron a Isabel no pudieron concretar el encuentro que habían pensado para el fin de semana próximo. Hablaban por teléfono imaginando que la semana entrante podrían asistir, sin embargo, siempre había algo que imposibilitaba el encuentro.
Los días siguieron, pasaron varias semanas, y cuando por fin pudieron estar de acuerdo para salir el domingo, al llegar a la confitería, oyeron otra voz que recitaba los poemas. Un desconocido era ahora el que declamaba desde el escenario. Una profunda angustia quebró el corazón de Isabel, preguntándose qué había pasado con Avelino. Intentaron averiguar, pero nadie supo responder. Simplemente había desaparecido.
Carmen la consoló, prometiéndole que lo buscarían, pero los mandatos familiares de ambas impidieron que esto se pudiera llevar a cabo y todas las veces que volvieron al Tortoni, con la esperanza de tener alguna noticia de él, se vieron frustradas.
Sus vidas continuaron, los años pasaron, los lunares marrones de sus manos brotaban y se notaban cada día más, las arrugas empezaban a estampar caminos de vida en sus rostros, los encuentros entre ellas eran cada vez más esporádicos.
El Café Tortoni se había convertido en su refugio, era el escondite perfecto, su segundo hogar. Recordar, conversar, era lo que las mantenía con el espíritu vivo.
Después de escuchar aquel poema que remontó a Isabel a aquella tarde de abril de los años cincuenta, pidieron la cuenta para retirarse a sus hogares. Volvieron en el subte de la línea A. Isabel concentrada en lo que su amiga le estaba contando, apenas reparó en el hombre que se colocó enfrente. La sombra proyectada en su cara le hizo elevar la cabeza. Sus miradas se cruzaron; mudos, contemplándose uno al otro y preguntándose para sí, si lo que estaban mirando era real.
Como buen caballero que mantiene las costumbres de su época, el hombre le tomó la mano para saludarla y despedirse al mismo tiempo porque su estación estaba próxima. Con un beso en la mano de ella retrocedió el tiempo y volvió a detenerse justo cuando ambos eran jóvenes. Ella sintió su cuerpo estremecerse, su corazón latir muy rápido.
De repente, el altoparlante anunciaba el nombre de la estación devolviéndolos a la realidad en la que se habían sumido. Soltó su mano suavemente, resignado.
Se acercó a la puerta, la contempló nuevamente y se bajó del vagón para marcharse una vez más.
***
lunes, 25 de mayo de 2015
RESEÑAS
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POEMAS Y PATRIA EN MANUALES ESCOLARES
PATRIA
Patria es la tierra donde se ha sufrido,
Patria es la tierra donde se ha soñado,
Patria es la tierra donde se ha luchado,
Patria es la tierra donde se ha vencido.
Patria es la selva, es el oscuro nido,
La cruz del cementerio abandonado,
La voz de los clarines, que ha rasgado
Con su flecha de bronce nuestro oído.
Patria es la errante barca del marino,
Que en el enorme piélago sonoro
Deja una blanca estela en su camino.
Y patria es el airón de la bandera,
Que ciñe con relámpagos de oro
El sol, como una virgen cabellera.
Leopoldo Díaz,
Manual Estrada, Tercer Grado, Ed. 1958, Argentina
A MI PATRIA
Oh cuna de mi infancia, patria mía!
Lumbrera del gran pueblo americano:
Deja que admire con placer el alma
La espléndida belleza de tus llanos.
Quién no anhela vivir bajo tu cielo?
Quién no desea contemplar tus astros,
Suelo de amor, de libertad, de gloria,
Cuna de San Martín y de Belgrano?
Por eso el alma mía con orgullo
Te expresa, oh madre!, su entusiasmo patrio,
Enviándole un saludo cariñoso
En las humildes alas de su canto.
Román Oliver
Manual Estrada, Tercer Grado, Ed. 1958, Argentina
LOS DÍAS DE MAYO
Ya sé por qué son tan lindos
Los claros días de Mayo;
Por qué la bandera alegra
La vista, al aire flotando;
Por qué se viste de gala
La escuelita y el palacio;
Por qué aplaudimos contentos,
Por qué dichosos cantamos.
Mayo tiene, entre sus días,
Una fecha que los labios
Con amor siempre pronuncian,
Temblorosos de entusiasmo…
Ya sé por qué es glorioso
Ese día afortunado
En que nació vigorosa
La libertad que gozamos.
Por eso, lleno de júbilo,
Encendido de amor patrio,
Soy el primero en gritar
El Veinticinco de Mayo:
Viva la noble Argentina!
Vivan los varones santos,
Que altivos y generosos
Su libertad conquistaron!
Rafael Ruiz López
Manual Estrada, Tercer Grado, Ed. 1958, Argentina
25 DE MAYO DE 1810
(Fragmentos)
Amaneció turbio el día,
destemplado y ceniciento,
nublado, ventoso, frío,
ventoso día de invierno.
Y amanecieron las almas
borrascosas como el tiempo.
Volaban las bajas nubes,
tocando los bajos techos,
mientras el viento jugaba
al arco con los sombreros.
Y caía una garúa
que calaba hasta los huesos.
De arriba abajo medíanse,
con altivez y recelo,
militares y paisanos,
adolescentes y viejos,
humildes y poderosos
y hasta mulatos y negros,
buscando los dos colores
en solapas y sombreros.
De pronto, una batahola
fue del uno al otro extremo
de la plaza y enseguida
sobrevino un gran silencio.
A la media hora
estalló un júbilo inmenso;
y aunque el sol ya se ponía
debió alumbrar un momento.
Germán Berdiales,
Poesía del libro de 4to. grado/ 9 años “A jugar con las palabras“.
Colección “Jugando con el mundo”.
Autora: Hayde‚ Larese Roja de Gay. Editorial Magisterio del Río de la Plata
*Publicaciones que pertenecen a sus Autores con todos los Derechos Reservados.
Extraído de Acuarelas de Palabras - Internet
Extraído de Acuarelas de Palabras - Internet
FIESTA PATRIA EN VERSOS
PATRIA
“Se nace en cualquier parte. Es el misterio,
-es el primer misterio inapelable-
pero se ama a una tierra como propia
y se quiere volver a sus entrañas.
Allí donde partir es imposible,
donde permanecer es necesario,
donde el barro es más fuerte que el deseo
de seguir caminando,
donde las manos caen bruscamente
y estar arrodillado es el descanso,
donde se mira al cielo con soberbia
desesperada y áspera,
donde nunca se está del todo solo,
donde cualquier umbral es la morada.
Donde se quiere arar. Y dar un hijo.
Y se quiere morir, está la patria.”
Julia Prilutzky Farny
CANTO A LA PATRIA
I
Yo soy el hijo de tu pampa.
Tu corazón de trigo es mi universo.
Y no voy a cantarte sino como quien eres,
sino como te siento,
oh, suma de la espiga y la paloma,
de la tierra y el cielo.
Por la esperanza siempre viva
de tu día primero.
Por la rosa ofrecida que en la mano
te queda de los hechos,
sobre una base en que se ha hecho mármol
la multitud del hueso,
y por el ángel que mi amor te inventa
y de ti se adelanta trompetero.
Por nada más.
Por nada menos.
No por la cuenta de tus días:
por tu diario nacimiento.
No por tu ayer segado:
por tu mañana nuevo.
No por tu lágrima, que existe.
No por tu paso en soledad, que es cierto.
No por quien llora su pecado
de negación sobre tu pecho:
por tu salud de amor;
por tu olvido sin precio;
por tu perdón;
por tu silencio;
por tu mirada de ojos grandes
sobre la lágrima y el sueño.
Argentina es tu nombre
que desafía el tiempo.
Estás hecha del numen de Mariano,
que es el fuego,
y el del Gran Capitán que toma el rayo
donde lo bate el cielo,
y el del hermano que vendrá y ya viene
por avatar del genio.
De nada más.
De nada menos.
Entre uno y otro estallan
los formidables términos,
sobre un trasfondo de tambor herido,
de guitarra y lamento,
y de descarga que en el pecho estampa
con un relámpago la flor de ceibo.
Es Juan José. Es Ignacio. Es Bernardino.
Es Martín. Es Guillermo.
Es el clamor de Cayetano
que hace temblar el templo.
Es un manco que gana las batallas
hasta después de muerto.
Es Esteban que canta.
Es Domingo que irrumpe en los infiernos.
Es la “manzana de las luces”
que fuerza las tinieblas. Es Caseros
que echa abajo las puertas,
y son los mil doscientos
que Aarón conduce con la sed y el hambre
del fondo del Antiguo Testamento,
sembrando en mar y río y selva sola
los corderitos de sus niños muertos.
Es Gregorio que a pié cruza los Andes
con la noticia en el sombrero.
Son las trescientas leguas de Calixto
para mirar en Mayo el día nuevo.
Es Juana fantasmal.
Es Macacha cosiendo y descosiendo.
Es toda la mujer y todo el niño,
con todo el hombre galopando o preso.
Es la cabeza mártir
de Marco ante su pueblo.
Es Próspero que aprende su proclama
como si fuera un verso.
Es la niña que lleva de la mano
su niño al guerrillero.
Es el niño que vuela entre fusiles.
Es el niño que llega, mensajero.
Es la madre que lava silenciosa
su llorado pañuelo.
Es Manuel que levanta de las aguas
su azul de ropa hacia el azul del cielo.
Es una imprenta a cuestas.
Es Juan Cruz, Es Florencio.
Es un himno más fuerte que la muerte,
en todas partes y de afuera adentro.
Es Bernardo. Es Tomás. Es Juan Bautista.
Es una larga procesión de truenos.
Bajo una lámpara, junto a una mesa,
es Rufino, maestro.
Es la guitarra que enamora y lleva
por vado y por desierto.
Es la que llora a Juan en Humahuaca.
Es Martín Fierro.
Es la misma guitarra que a la plaza
llega alada y armada con su cielo.
Son cítaras y guitarras confundidas
en dos Bartolomé que hacen el pueblo.
Es Nicolás, pujante.
Es Leandro, profético.
Es María de Alcorta con su grito.
Es Lisandro que se derrumba en trueno.
Y es una inmensa lluvia para todos
sobre un trigal inmenso.
Argentina te llamas,
que no conoce el sueño.
II
Tu destino es de amor; tu sal, del hombre,
de todo el hombre por el mundo entero,
porque es una la lágrima y la sangre
de todo el hombre que quedó en tu suelo.
Así lo quiere el hombre numeroso
que planta el árbol y que bate el hierro,
y el hombre solo que por bien del hombre
vigila el mar y el solitario hielo.
Tu libertad se llama María Eusebia.
Tu libertad nació de un solo peso.
En tu enfaldo la tengas siempre niña,
como la puso el pueblo,
mojada por la lluvia
de tu día primero.
Así lo quiere tu labrada tierra.
Así tu mar inmenso.
Así tu mineral y tu ganado.
Todo tu mundo está cantando “quiero”;
la trinidad cereal de tu bandera;
el río maderero;
el otro río que por honda herida
sale a la luz para decir “soy negro”,
y el gran río que tiene en el Salado
su gárgara de sal para ser bueno.
Así lo quiere en su lección de espera;
así lo quiere repitiendo “espero”,
clavada mariposa que no muere,
tu bella cenicienta del océano.
Hay quien te llama Luz, y no te ve.
yo te llamo camino, y me prosterno
con mi filial temor de San Martín,
con mi temblor de niño por Moreno,
y pido, por mi espiga y mi paloma,
que me pongas al hombro tu cordero,
para llevarlo un día, un solo día
de puerta en puerta, por el mundo entero.
José Pedroni
sábado, 23 de mayo de 2015
ESPACIO CULTURAL EN VITAMINA CDIGITAL
El escritor es un artista, por supuesto, su forma expresiva es uno de los diferentes lenguajes del arte. Pero, a mí me gusta más el otro costado, el lado laborioso y esforzado del autor, es decir el margen del oficio.
Recuerdo que Adolfo Bioy Casares (1914-1999) sostenía que el propósito fundamental del "oficio" de escritor es contar cuentos (cito de memoria, por ello la paráfrasis). Por tal motivo, como una suerte de tributo al escritor de La invención de Morel, convocamos a través del portal de Facebook de Vitamina Cdigital a un concurso exprés de microrrelatos (entre el 18 y 19 de mayo últimos).
Fuimos por la recuperación de la esencia, pues. A buscar al artesano de letras, creador innato desde luego, pero también escribiente y escribidor, amanuense de sus propias musas y competencias. Y digo esto porque el modesto certamen que realizamos implicaba el desafío de contar una historia brevísima (apenas cuatro renglones), pero a la vez corregirla, editarla y publicarla digitalmente, completando de tal modo el ciclo de lo escrito: creación, corrección, satisfacción.
A mi cargo tuve la selección del microrrelato ganador. Me cuesta hablar en términos de orden o jerarquía, si bien suelo habitualmente seleccionar textos, no lo hago con la idea de que unos ganan y otros pierden. Más bien realizo la tarea como un ejercicio de fascinación. Me dejo hundir en la profundidad de un relato y luego exhalo, para emerger con la única certeza de que "éste" bien puede ser... y allí es que otro llega de inmediato a cuestionarlo. Enhorabuena. La paridad es siempre un escollo pero también una gracia, la "competencia entre competentes" resulta enriquecedora para todos.
El tema propuesto fue "Ángeles y Demonios", a sabiendas de la pluralidad de sentidos que podían dispararse. Desde la apropiación literal por parte de los autores, hasta la deconstrucción del tema y la reconstrucción de esos sentidos a través de extensiones figuradas como la maldad, el odio, el resentimiento y la ira, o sus opuestos bondad, amor, redención y paz.
Todos los participantes lograron hallar la virtud en la austeridad. Sin poder apelar a la batería de recursos disponibles ni al preciosismo de la prosa, tuvieron que apuntar su historia como flecha certera. Y lo lograron. Pudieron "contar un cuento" en cuatro renglones; de principio a fin, agudizando su ingenio y sometiéndose a la regla pretoriana de la extensión, cuyo único propósito era que buscaran en sí mismos al artesano de letras capaz de darle forma precisa y justo equilibrio a la silla de tres patas.
Un dato: entre los autores que aceptaron la convocatoria asomaron jóvenes con actualidad vigorosa y futuro promisorio como el caso de Leonel Álvarez Escobar y Nicolás Darchez; también plumas solventes con publicaciones a cuestas tal el caso de Ana Cristina Pzonka, Liliana Bonavita, Mabel Antonini, Silvia Bazán, Alicia Yokoi, Claudia Almada, Laura Mastracchio Delponte, Martha Vaccari y Miri Laurnaga; sumadas a las gratísimas revelaciones de Héctor Caputo, Mirta Gaziano, Adriana Barone y Josefina Ruíz; y el siempre legitimador aporte de formadores de escritores y colegas como es el caso de Bibiana Pacilio, todos diestros y hábiles en el campo. Esto puso la vara alta desde el vamos.
Siempre digo que los reconocimientos valen en tanto y en cuanto la justa se libre con buenas artes y en competencia de pares que elevan nuestro nivel. Imponerse a los buenos es meritorio, tanto como circunstancialmente caer ante ellos, con quien tenemos paridad y la definición suele resolverse por el canto de una uña. Y aquí, ése ha sido el caso.
Me he quedado con el microrrelato de Rodrigo Oliveri, que consiguió lo que otros, pero con un detalle adicional: me ha devuelto al páramo de la existencia, a las fronteras de la finitud y la eternidad, a la honda cavilación de mis dudas y certezas. He allí "el canto de uña" que les comentaba. Enhorabuena.
He sido afortunado al leerlos, a todos y cada uno. Gracias por tanto, perdón por tan poco.
MICRORRELATO GANADOR - AUTOR: RODRIGO OLIVERI -
Si hubieran visto lo que esta criatura, de seguro, aborrecerían su existencia. Con gusto habría entregado mi ser al vacío, si aquello fuera una alternativa... ¡Ni siquiera el cielo ofrece salvación! Tal como versaba un antiguo olvidado: Así como es arriba, es abajo.
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